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El Clásico temprano

Hemos visto en el capítulo anterior que la alta cultura maya surge desde el Preclásico. ¿Por qué entonces se habla de una transición hacia el período Clásico hacia el año 250 d. C.? Si bien los principales rasgos de lo que llamamos «civilización» ya se habían configurado plenamente durante el período previo, también es cierto que el cierre del Preclásico no estuvo exento de fuertes cambios, cuyo reflejo en el registro arqueológico es tan notorio que ha llevado a algunos investigadores a plantear que ocurrió entonces un primer colapso del orden establecido, pero ¿lo hubo realmente? Los motivos por los que se habla de ello tienen que ver con el franco declive —incluso el abandono total— de muchas de las grandes capitales que dominaron la era anterior —entre ellas Nakbé y El Mirador al norte del Petén, el sitio de Cerros, en Belice y Kaminaljuyú en las tierras altas de Guatemala—. Es cierto que no se trató de un fenómeno generalizado, pues algunas ciudades preclásicas perdurarían, aunque con una capacidad muy disminuida. De entre los centros sobrevivientes, fueron muy pocos en realidad los que crecerían en estatura política, económica y militar, al capitalizar las nuevas circunstancias a su favor, incluyendo los vacíos de poder resultantes. Nos referimos aquí a Tikal y Calakmul, quienes siglos más tarde protagonizarían la más encarnizada lucha por le hegemonía y el poder jamás vista en la historia maya.

Tras ocurrir los eventos que marcan el final del Preclásico, llegamos a un período transicional llamado Protoclásico (0-250 d. C.). La arqueología tradicional considera que fue aquí cuando surgieron muchos de los rasgos distintivos que solemos asociar con la civilización maya, tales como el empleo de cerámica con decoración multicolor (llamada polícroma), la aparición de determinados estilos arquitectónicos, o bien la erección de estelas (monumentos clavados en el suelo con fechas glíficas). Sin embargo, ahora sabemos que —al menos en algunas regiones— tales rasgos pudieron desarrollarse algunos siglos antes del Protoclásico. Por otra parte, la tradición cerámica del Petén —representada por la llamada «esfera Tzakol» de Uaxactún— no parece mostrar cambios abruptos durante el paso del Preclásico tardío al Clásico temprano. Ciertas tendencias en cuanto a formas y tipos continúan, aunque se añade la decoración polícroma, ante la mayor abundancia de pigmentos disponibles, resultado de la profusión de nuevas rutas de comercio y los crecientes vínculos económicos y políticos entre regiones relativamente distantes.

Podemos percibir con mayor facilidad los cambios en el sistema de gobierno. En este ámbito resulta claro que durante el Clásico temprano se consolidan y adquieren mayor complejidad las principales instituciones políticas y religiosas que venían desarrollándose desde hacía siglos. La presencia de un sistema político desarrollado queda de manifiesto con la aparición de los primeros glifos emblema, plasmados en monumentos de esta época. A grandes rasgos, un glifo emblema es una convención para representar el título de un supremo gobernante, a través de indicar su pertenencia a determinado linaje o dinastía. A su vez, los nombres de algunos linajes pueden derivar de la geografía, es decir, de su lugar de origen, aunque no siempre es el caso. Hoy día la mayoría de los glifos emblema pueden leerse casi por completo. Su descubrimiento ha permitido a los investigadores estudiar cómo interactuaban entre sí una buena parte de las ciudades mayas que conocemos. Cuáles fueron aliadas y cuáles rivales. Qué linajes tenían vínculos de parentesco o políticos y cómo se creaban y se mantenían tales vínculos. Así, los reyes de Tikal —y posteriormente los de Dos Pilas— se hicieron llamar k’uhul Mutu’ul ajaw (‘señor divino de Tikal’) y aquellos de la poderosa dinastía que gobernó primero Dzibanché y después Calakmul se autodenominaban k’uhul Kaanu’ul ajaw. Por su parte, Palenque y Tortuguero estuvieron controlados por ramas distintas de la dinastía de B’aaka’al, y Yaxchilán por la de Pa’chan (‘Cielo Partido’), vinculada también con el sitio de El Zotz’ en el Petén.

Si bien muchos aspectos de la transición hacia el Clásico temprano —es decir, del Protoclásico— permanecen oscuros, el inicio del Clásico estuvo marcado, como hemos dicho, por fuertes cambios en el orden establecido. Tuvieron que pasar algunos siglos de gestación, tras el colapso de urbes de la magnitud de El Mirador y Nakbé, para que las tierras bajas mayas pudieran recomponerse y recobrar su dinámica, otrora floreciente. Entre otros procesos, la inmigración masiva pudo ayudar a lograrlo. Se ha hablado mucho acerca de un notorio incremento de la población en la región central que habría tenido lugar hacia el año 250. Las causas que lo propiciaron son difíciles de determinar, aunque algunos expertos consideran que la erupción del volcán Ilopango, en lo que hoy es El Salvador, propició un éxodo masivo de población desde las tierras altas del sureste —incluyendo a grupos portadores de la tradición cerámica Usulután— que se habría refugiado eventualmente en el Petén, fenómeno apreciable en sitios como Nohmul, Barton Ramie, Holmul y posiblemente Tikal. Así, la llegada de diversas oleadas de gente procedentes de las tierras altas pudo ser uno de los factores que propiciaron un auge y revitalización cultural y artística en las partes bajas del Petén.

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Glifos emblema identificados por Heinrich Berlin en 1958. Obsérvese que algunas ciudades poseían más de un emblema o variantes del mismo (por ejemplo, Palenque y Yaxchilán). Dibujo de Heinrich Berlin.

Fue entonces que la composición étnica de regiones enteras cambió drásticamente, pues al tiempo que los grupos mayas consolidaban su dominio, las poblaciones mije-sokeanas fueron empujadas hacia fronteras cada vez más distantes, o bien forzadas a integrarse a una nueva dinámica «maya», regida por grupos ch’olanos de alta cultura, al parecer originarios de alguna región al sur de las tierras bajas. A manera de analogía, quienes hoy llamamos «griegos de la antigüedad» fueron en realidad un conjunto de grupos étnicos en mayor o menor medida vinculados por lenguas y tradiciones relativamente afines, entre los que se cuentan jónicos, dorios, tracios y frigios. De la misma forma, si queremos penetrar más allá de las apariencias y sumergirnos en el mundo maya de la antigüedad, debemos dejar de verlos como un único bloque conformado por gente «maya», y comenzar en cambio a diferenciarlos en grupos de tierras bajas —como ch’olanos, tzeltalanos y yukatekanos— y un buen número de grupos adicionales en las tierras altas —como k’iche’anos, mameanos y chujeanos—. Sin embargo, de alguna forma las mayores o menores diferencias étnicas y lingüísticas habidas entre estos grupos quedarían relegadas ante la gran cantidad de rasgos compartidos en sus culturas, los cuales los conferían una gran identidad común, más allá de la imperiosa necesidad de unirse para prosperar y resistir el embate de grupos «no-mayas», tanto al sur como al poniente, como los caribes, xinkas, lencas, mijesokes y nawas, entre otros. Pero ¿cómo es que llegó a forjarse tal identidad «maya» en el agitado crisol que era entonces el sureste de Mesoamérica?

Décadas atrás, nos habríamos hallado en severa desventaja para responder una pregunta de tal naturaleza, ante la ausencia de fuentes escritas descifrables que pudiesen arrojar luz sobre este período tan antiguo. Hoy, tras una sucesión de avances en el desciframiento maya, sabemos que parte de la respuesta tiene que ver con el establecimiento de un nuevo modelo de gobierno, marcado por el advenimiento de «la era de los señores divinos». Fueron encumbrados nuevos linajes, cada uno encabezado por su respectivo K’uhul Ajaw (‘señor divino’), quien hacía las veces de rey o dinasta. Valiéndose del sólido respaldo que le confería el tener bajo su cargo una plétora de sacerdotes, escribanos y otros nobles de la clase gobernante —incluso en sitios subordinados— amén de jefes militares al mando de guerreros formidables, los señores divinos mantenían celosamente o transformaban el orden establecido, según fuese más conveniente para garantizar sus privilegios, duramente ganados a través de los siglos. Como tales, los señores divinos y las élites en torno suyo fueron propensos a enfatizar, o en ocasiones a imponer abiertamente, sus propias versiones sobre el origen de su linaje, de su grupo o su ciudad, así como las bases mitológicas y sobrenaturales en que éstos se sustentaban (léanse sus propios mitos fundacionales).

MITOLOGÍA DE ORIGEN EN LA REGIÓN OCCIDENTAL

Fijemos por un momento nuestra mirada en la ciudad de Lakamha’, nombre con el que fueron conocidas en su tiempo las portentosas ruinas que hoy llamamos Palenque —término muy posterior y de clara filiación castellana—. Los orígenes míticos del glorioso linaje de B’aaka’al que allí gobernó se pierden en la noche de los tiempos. Sus textos refieren sucesos cósmicos ocurridos más de ochocientos mil años atrás, donde intervienen poderosas deidades, incluyendo a la propia diosa lunar Ix Uh; un gigantesco ciempiés de blanquecino caparazón (Sak B’aah Naah Chapaht), símbolo que parece representar uno de los ejes visibles del firmamento nocturno; así como el dios —o conjunto de dioses— referido como B’alu’n Yokte’ K’uh (de los nueve pilares o soportes), quien adquiriría celebridad debido a la profecía sobre su inminente regreso, situado justo durante nuestra época moderna, según narra un texto jeroglífico del reino de Tortuguero, cuya historia se entrecruza con la de Palenque, según veremos más adelante. Mientras tanto, una tradición registrada en el Altar 1 de Piedras Negras señala una fecha de 19.8.19.0.4.16 (17 de febrero de 4710 a. C.) como el origen de la gloriosa dinastía de Yokib’, a la cual pertenecieron sus más grandes reyes.

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Códice de Dresde, página 74. Muestra una escena asociada al Diluvio que habría arrasado la última creación del cosmos. En el extremo superior, el enorme Lagarto-Venado celestial vierte torrentes de agua de sus fauces, al tiempo que la anciana diosa O Chak Chel invierte su jícara inagotable para causar la lluvia. En el mito, el dios jaguar del inframundo (dios L), armado de lanzas, es el responsable de matar al lagarto —en ciertas versiones decapitándole—. Dibujo de Paul Schoenmakers.

De nuevo en Palenque, en un magnífico trono descubierto en el Templo XIX fue plasmado con singular claridad y detalle un evento de importancia trascendental —acorde con las principales tradiciones de Mesoamérica—. De acuerdo con David Stuart, a quien debemos su desciframiento, se trata de un gran diluvio, que habría arrasado con la creación previa del cosmos, en una fecha 19.12.10.12.14.18 1 Etz’nab’ 6 Yaxk’in (18 de febrero de 3298 a. C.). Todo ocurrió cuando la deidad ancestral GI decapitó a un lagarto cósmico —quizá una alegoría para representar al eje de la eclíptica en forma personificada—. Los torrentes de sangre —o agua, según otra versión— que brotaron de su cuerpo, cuya descomunal escala rebasa la imaginación, habrían inundado el mundo. Del mismo diluvio se harían eco después tradiciones mesoamericanas tan diversas como las que reflejan la portentosa Piedra del Sol, creada por el imperio mexica —o «azteca»— del período Posclásico tardío, o bien la obra cumbre del Popol Wuj descubierto en las tierras altas de Guatemala, en ambos casos, muchos siglos después de que Palenque fuera abandonada. La imagen más vívida plasmada sobre este catastrófico suceso fue plasmada en la página 74 del Códice de Dresde.

Después, correspondió a un rey legendario de Yokib’ supervisar la celebración del final de período ocurrido en la Fecha Era —momento de la Creación del cosmos actual— en 13.0.0.0.0 4 Ajaw 8 Kumk’u (13 de agosto de 3113 a. C.). La misma fecha fue consignada en el Monumento 151 de Toniná, por órdenes de los reyes del linaje de Po’, en asociación con enigmáticos eventos ocurridos en una montaña sagrada, referida como Sinan Witz. Existen también dentro de las narrativas de Palenque múltiples alusiones a la misma fecha de creación, sin embargo, por alguna razón, el énfasis que se les otorga es secundario, en comparación con otros eventos cósmicos, vinculados con su tríada de dioses «patronos» —aspectos de deidades del maíz, el relámpago y el sol nocturno —. Ante las dificultades para descifrar sus nombres, Heinrich Berlin los denominó simplemente GI, GII y GIII. Incluso antes de la Fecha Era, en 3121 a. C., las inscripciones de Palenque registran el nacimiento de una entidad progenitora —masculina, femenina o asexuada—que dio a luz a la tríada de dioses, relacionada con un aspecto del dios del maíz y referida como Nal Ixi’m Muwaan Mat. Ello ocurrió en un lugar mítico de origen llamado Matwiil, cuya geografía buscaría luego ser recreada en la arquitectura del emplazamiento que se convertiría en Palenque-Lakamha’, tal y como lo conocemos hoy.

En 3309 asciende al trono mitológico del poder la forma ancestral del dios GI —GI el viejo— bajo la supervisión del dios D, Yax Naah Itzam Kohkaaj. Con toda precisión, se especifica el 21 de octubre de 2359 a. C. como la fecha de nacimiento—o quizá de reencarnación— de una nueva advocación de GI, la cual prevalecería desde entonces. Cuatro días después nace GIII, el temible aspecto del dios jaguar del inframundo. Finalmente, el 8 de noviembre de ese mismo año llegaría al mundo el miembro más joven de la tríada, la deidad GIII, cuyo nombre podemos leer hoy día como Unen K’awiil (dios-relámpago infantil). Tan sólo unos años más tarde, le tocaría el turno de ascender al trono a la propia deidad progenitora Nal Ixi’m Muwaan Mat, en 2324 a. C., cuando contaba con setecientos noventa y siete años de edad.

Esta sucesión de eventos claramente mitológicos es seguida después por otra cadena de sucesos que se ubican en la frontera entre la leyenda y la realidad histórica. Así, en 993 a. C. —la época de esplendor de los centros olmecas del Preclásico medio como San Lorenzo y La Venta—los textos de Palenque narran el nacimiento de un personaje llamado Ukokaan Kaan (serpiente del perforador), quien veintiséis años más tarde ascendería al trono. Más adelante, en tiempos del Preclásico tardío —contemporáneos a las muestras de alta cultura de San Bartolo en el Petén—, las inscripciones de Palenque registran un evento ocurrido en 252 a. C., supervisado por un primer fundador dinástico semi-mítico, referido como el gobernante Ch’a. Hemos visto antes que algo similar ocurre con el linaje de Cielo Partido o Pa’chan en 325 d. C., cuando el héroe cultural Yopaat B’ahlam funda la dinastía que luego gobernaría Yaxchilán. Referencias como estas nos transportan a los albores de la historia de esta vasta región.

EL COMIENZO DE LA ERA HISTÓRICA EN LA REGIÓN OCCIDENTAL

Pocas experiencias en el mundo maya despiertan con tanta intensidad la maravilla de descubrir una era perdida como el navegar a través de los soberbios paisajes del río Usumacinta y desembarcar en el muelle de la gran ciudad de Yaxchilán. Una serie de cuatro magníficos dinteles producidos allí contienen el listado de los reyes históricos más tempranos de la región occidental, al menos hasta donde conocemos. Las primeras fechas jeroglíficas contemporáneas —no retrospectivas— del sitio datan del 514 d. C., aunque ignoramos el momento exacto en que la dinastía de Cielo Partido emigró o se ramificó desde el Petén central —léase El Zotz’ y posiblemente la región de San Bartolo— para terminar estableciéndose en Yaxchilán. El hecho es que el gran fundador dinástico Yopaat B’ahlam tendría un sucesor, llamado quizá Kohkaaj B’ahlam I, cuyo nombre continuaría inspirando siglos después al de varios sucesores suyos. Su reinado comenzó algún tiempo antes de 378, pues después de tal fecha asumiría el trono Yaxuun B’ahlam I, tercero en la lista de sucesión, y también dueño de un nombre que cobraría gran celebridad en el futuro. Posteriormente, la narrativa del Dintel 11 señala la fecha de 389 como el momento en que el cuarto rey —quizá llamado Yax Xukub’ Jo’l— asumió el trono de Pa’chan.

Trasladémonos ahora noventa kilómetros río abajo, a la región de Boca del Cerro y Pomoná en Tabasco. Desde allí surgía una ruta tierra adentro que comunicaba cincuenta kilómetros hacia el poniente para acceder a la majestuosa ciudad de Palenque. Poco sabemos en realidad sobre la historia temprana del linaje real de B’aakal que allí gobernó. Comúnmente se considera como el fundador «histórico» a un rey llamado K’uk’ B’ahlam I (Quetzal-Jaguar I), quien habría nacido al parecer en el 397 d. C. y asumió el gobierno en el 431. Se le otorgó entonces el título de Señor Divino de Toktahn. Parece aludir a un enigmático «centro de nubes», lugar de origen dinástico que algunos creen ubicado en las cercanías, y otros a considerable distancia. Existe un retrato de K’uk’ B’ahlam en una de las magníficas columnas del Templo de las Inscripciones, finamente modelado en estuco, que lo muestra vestido con un elegante faldellín de piel de jaguar y tocado de largas plumas de Quetzal, al tiempo que mece paternalmente una efigie del dios-relámpago infantil (GII), de cuyo pie izquierdo surge una feroz serpiente. K’uk’ B’ahlam fue contemporáneo del rey de Sihajiiy Chan K’awiil de Tikal, y en efecto, durante esta época Palenque no debió permanecer al margen de los desarrollos que tenían lugar en el Petén central, donde se implementaba el nuevo orden traído desde Teotihuacán. Hemos mencionado ya cómo una subestructura del Templo V muestra un retrato modelado en estuco de un guerrero con anteojeras y átlatl o lanzadardos, que combinada con la mención a Sihajiiy K’ahk’ en un Tablero del Palacio, nos brinda testimonio del profundo impacto que tuvieron aquellos sucesos, no sólo en el corazón del Petén, sino también hacia la periferia.

Después asumiría el poder en el 435 un joven de trece años de edad, el Gobernante 2 (Gobernante Ch’a… II), nacido en un día 11 Lamat —equivalente a 11 Conejo en otras tradiciones mesoamericanas—, quien eventualmente se mantendría casi medio siglo en el poder. Su nombre, inspirado en el de una deidad poco conocida, es idéntico al del semi-mítico fundador referido líneas arriba, y nos resulta igualmente difícil de descifrar con plenitud. Aparece escrito en un exquisito tazón de piedra travertina, donde también se lo retrató como un hombre barbado en ademán de mando, sentado en elegante postura. Poco después de su entronización, le correspondió celebrar el cambio de un calendárico mayor, el de b’ak’tún (400 x 20 x 360 días), ocurrido en 9.0.0.0.0 (11 de diciembre del 435) en Toktahn, dondequiera que haya estado tal lugar. Gracias al descubrimiento del Tablero de K’an Tok, sabemos que este gobernante instaló al menos a dos nobles en cargos sacerdotales importantes en el 445 y en el 460.

Paralelamente, fue hacia el año 450 cuando la dinastía de Yokib’ se estableció en Piedras Negras, un lugar antiguamente referido mediante el nombre de lugar de «Garra-Piedra», según sus propias narrativas registradas en el Trono 1. Cuarenta y cinco kilómetros río arriba se accedía a Yaxchilán, donde en algún momento previo al año 454, ascendió al trono el séptimo rey, referido como Luna Cráneo (quizá llamado Jatz’om Jo’l). Fue desde este temprano momento de su historia cuando surgiría en la región occidental la fuerte rivalidad que caracterizaría las relaciones futuras entre los antiguos linajes de los reyes de Yokib’, por un lado, y los señores de ‘Cielo Partido’ o Pa’chan, por otro. Así, hacia el año 460 el rey Itzam K’an Ahk I de Piedras Negras parece haber sido capturado por Luna Cráneo. Claramente, los conflictos entre ambas ciudades perdurarían durante la siguiente generación, pues el trono de Piedras Negras quedaría en manos de un nuevo rey, homónimo de su predecesor —llamado Itzam K’an Ahk II—y probablemente hacia el año 478, uno de sus vasallos con el rango de yajawte’ sería capturado por el siguiente rey de Yaxchilán, Yaxuun B’ahlam II (Pájaro Jaguar II).

Mientras tanto, antes de su muerte, el Gobernante Ch’a… de Palenque parece haber engendrado dos hijos, ambos de los cuales llegarían a gobernar en sucesión. El primogénito pudo ser Butz’aj Sak Chihk (Coatí Blanco Humeante), quien se entronizó en el 487, con tan sólo veintiocho años de edad. Hacia el 490 llevó a cabo un ritual de naturaleza poco clara, aunque relacionado con un cambio importante. El lugar dominante dejaría de ser el centro de nubes Toktahn, y en cambio comienza a referirse un lugar de ‘Grandes Aguas’, sin duda relacionado con la sede actual de Palenque a orillas del río Otolum.

Posiblemente fue el hermano menor de Butz’aj Sak Chihk —llamado Ahkul Mo’ Naahb’ I— quien ascendió al poder en junio del 501. Cobraría prominencia en narrativas futuras como un gobernante ancestral de cierta importancia. Mientras tanto, hacia el 508, un nuevo rey de Yokib’ referido como ‘Diente de Tortuga’ II —probablemente llamado Yat Ahk II— perdería también a uno de sus vasallos en una nueva confrontación con Yaxchilán que parece replicar lo ocurrido treinta años atrás. La victoria fue para su oponente, el noveno rey de Pa’chan, ‘Jaguar Ojo de Nudo’, hijo de Yaxuun B’ahlam II. Durante su gobierno, Yaxchilán crecería en estatura política. Su anhelo de convertir la ciudad en la capital regional del Alto Usumacinta le llevaría a trabar combate también contra fuerzas de Bonampak-Ak’e’, e inclusive sus monumentos registran la captura de un vasallo del rey de Tikal, Chak Tok Ich’aak ‘Garra de Jaguar’.

Como consecuencia de la derrota ante Yaxchilán, en noviembre del 510 «Diente de Tortuga» II decide emprender un viaje hacia algún lugar distante, que parece haber requerido ciento cincuenta y cinco días, a fin de visitar a un enigmático gobernante hegemónico referido como el «Kalo’mte’ del occidente» —llamado Tajo’m Uk’ab’ Tuun— quien algunos creen directamente vinculado con la supremacía que Teotihuacán ejercía aún. Recibe entonces de manos de Tajo’m Uk’ab’ Tuun una serie de insignias de mando, incluyendo los prestigiosos yelmos de guerra teotihuacanos llamadoa Ko’jaw. Valiéndose del poder simbólico de tales objetos, pudo celebrar después una especie de pacto o alianza militar con otros sitios del Usumacinta como Lacanjá y Bonampak, incluyendo también a su rival Yaxchilán.

Quizá fue entonces cuando ocurrió una fractura importante en el linaje de B’aakal, pues una de sus ramas fundó su capital en el sitio de Tortuguero, en Tabasco, sesenta y cinco kilómetros al noroeste de Palenque, donde un personaje de alto rango llamado Ahkul K’uk’ dedicaría un santuario en el interior de un templo (pib’naah) hacia el 510. Pronto dejarían claras sus intenciones hacia el tronco principal de su linaje, que refrendaba mientras tanto su capital en Lakamha’.

Sesenta y cuatro kilómetros al sur de Palenque, rodeada de las virtualmente inexpugnables montañas de Ocosingo, llegaba la hora a Toniná, otra de las grandes capitales de las tierras bajas occidentales y sede de la dinastía de Po’. Hacia el 514 tuvo lugar allí un evento clave de su historia, cuando el gobernante ‘Cabeza de Reptil’ parece efectuar un poderoso ritual fundacional sobre una montaña sagrada. La importancia de tal suceso no debe subestimarse, pues incluso tres siglos después, el undécimo gobernante del sitio le rendiría culto a ‘Cabeza de Reptil’ mediante un ritual de «entrada de fuego» (ochi k’ahk’) en su tumba. Casi al mismo tiempo, Ahkul Mo’ Naahb’ celebraba en Palenque el final de período ocurrido en 9.4.0.0.0 (18 de octubre de 514), para lo cual ordenó que se hicieran las ofrendas de rigor a los dioses de su tríada benefactora. La misma coyuntura calendárica es observada rigurosamente por su contraparte de Yaxchilán, ‘Jaguar Ojo de Nudo’.

Cuatro años después, en el 518, un nuevo rey se había hecho con el control de Piedras Negras, a quien denominamos simplemente Gobernante C. Sin duda le sobraba oficio militar, pues logra superar en combate al tenaz rival de su predecesor —el rey ‘Jaguar Ojo de Nudo’ de Yaxchilán—, además de a otros dos enemigos procedentes de Lakamtuun y Wak’aab’ (quizá Santa Elena), retratados en el Panel 12 como cautivos hincados y sometidos ante él. Sin embargo, el mérito de este súbito cambio en la fortuna de Piedras Negras no correspondería únicamente al rey local, ya que pudo haber recibido apoyo importante de un poder mayor, identificado por varios autores con la figura del propio Tajo’m Uk’ab’ K’ahk’, evocando de nuevo nexos con la distante Teotihuacán, aunque de naturaleza difícil de precisar.

En Palenque, Ahkul Mo’ Naahb’parece haber sobrellevado el resto de su gestión con relativa tranquilidad, hasta su muerte, que se verificó en noviembre del 524, según sería recordada casi ciento sesenta años después en las inscripciones póstumas del sarcófago de su célebre sucesor, K’inich Janaahb’ Pakal, donde aparece un retrato suyo emergiendo de la tierra —a manera de poética metáfora de renacimiento—. Al término de la era de Ahkul Mo’ Naahb’, Palenque parece haber atravesado por ciertas dificultades, según manifiesta el interregno —o lapso con ausencia de gobierno formal— de cuatro años.

Poco después, en el 526, tocaría el turno de asumir el trono de ‘Cielo Partido’ a otro de los hijos de Yaxuun B’ahlam II, llamado K’inich Tatb’u’ Jo’l II. Sin duda buscó restaurar el prestigio de su ciudad —dañado tras la captura de su hermano por Piedras Negras—, al tiempo que comenzó a preparar a su ejército para reclamar por la fuerza un papel más ventajoso dentro del gran teatro bélico en que se había convertido entonces el Usumacinta.

Tres años más tarde, asumiría el poder en Palenque un posible hijo de Ahkul Mo’ Naahb’, llamado K’an Joy Chitam I (Pecarí Amarillo Atado I) —según narra la elegante escritura glífica del Templo de la Cruz—, quien todavía sostuvo ciertos vínculos con el lugar de origen del ‘Centro de Nubes’ (Toktahn), donde previamente había celebrado un rito iniciático infantil a los cinco años de edad. Poco después de su entronización, le tocaría a K’an Joy Chitam observar en Lakamha’ el final de período de 9.5.0.0.0 (5 de julio de 534).

Por su parte, el nuevo rey de Yaxchilán, K’inich Tatb’u’ Jo’l II, no tardaría mucho en revelarse como líder militar nato, al emprender una campaña que culminaría con la captura de señores y nobles de Bonampak-Ak’e y de Lakamtuun. No contento con ello, sorprende a propios y extraños al tomar prisionero en 537 a un vasallo del poderoso rey K’altuun Hiix, de la dinastía de la serpiente Kaanu’ul. La infortunada víctima parece haber sido sacrificada en un ritual para satisfacer el apetito de los temibles dioses patronos de su ciudad —aspectos bélicos del dios de la Lluvia y del Sol Nocturno—. Después, K’inich Tatb’u’ Jo’l II mandaría tallar cuatro magníficos dinteles para dar cuenta de sus recientes proezas, incluyéndolas dentro del listado de grandes reyes de su linaje, que remontó hasta el tiempo del heroico Yopaat B’ahlam.

Al mismo tiempo que K’an Joy Chitam celebraba en Palenque el final de período de 9.6.0.0.0 (22 de marzo de 554), los reyes de Yokib’ en Piedras Negras buscaban llevar a la práctica sus ambiciones expansionistas, aunque tales intentos se verían bruscamente frenados hacia el 559, cuando fueron derrotados inesperadamente por otro señorío de la región Usumacinta, ubicado cuarenta y cinco kilómetros río abajo: Pomoná, la relativamente modesta, aunque importante sede de la dinastía de Pakbu’ul, a la cual Piedras Negras parece haber estado subordinada de algún modo durante sus inicios, inclusive mediante el pago de tributo. Tras el ataque, Piedras Negras parece haber sido quemada, tras lo cual entraría en un período de oscuridad que se prolongaría cerca de cuarenta años.

Regresando a Palenque, en febrero del 561 K’an Joy Chitam dedica lo que parece haber sido la plataforma del Templo XIX, aunque no mucho después, su gobierno de treinta y seis años llegaría a su fin, en febrero de 565, cuando el monarca falleció a la edad de tres cuartos de siglo —sin duda avanzada para aquel entonces—. En mayo de ese año, sus poderes serían transferidos al siguiente rey, Ahkul Mo’ Naahb’ (II), quien a todas luces debió ser uno de sus hijos. Tras su entronización, le fue conferido el mismo nombre de su abuelo, haciendo eco de la creencia maya respecto a que la transmisión directa de la esencia espiritual y los atributos íntimos de una persona —incluyendo el nombre— podían saltar una generación, pasando en gran medida de abuelos a nietos. De hecho, el término mam se empleó para indicar tanto ‘abuelo’ como ‘nieto’. Ahkul Mo’ Naahb’ celebraría un final de período peculiar, ocurrido en el asimétrico intervalo de 9.6.13.0.0 (13 de enero de 567). El valor trece que contiene la Cuenta Larga (trece tunes = 13 x 360 días) refleja íntimas creencias sobre la estructura del cosmos maya —conformado por trece distintos estratos celestiales— así como del ciclo tzolk’in del calendario maya y mesoamericano (análogo al tonalpowali mexica), conformado por trece posibles combinaciones para cada uno de los veinte días (13 x 20 = 260 días). Desafortunadamente, el gobierno de Ahkul Mo’ Naahb’ no tuvo la duración prevista, pues fallecería tan sólo cinco años más tarde.

No conocemos con claridad lo ocurrido durante los dos años siguientes. Presumimos que fue su hermano menor, Kaan B’ahlam I —también hijo de K’an Joy Chitam I— quien subiría al poder en el 572, con cuarenta y siete años cumplidos. El año siguiente le llegaría el momento de conmemorar el final de período de 9.7.0.0.0 (7 de diciembre de 573), aunque por alguna razón, sus sucesores darían mayor énfasis al final de ciclo de ho’tuun (cuarto de k’atun) ocurrida cinco años después, en 9.7.5.0.0 (11 de noviembre de 578). Fue entonces cuando Kaan B’ahlam I efectúo las debidas ofrendas para renovar los atavíos o «bultos sagrados» de las deidades patronas del sitio —seguramente efigies de GI, GII y GIII ubicadas en sus respectivos templos—. Podría parecernos superfluo que se exalte aquí la observación de rituales periódicos que los reyes estaban obligados a observar, aunque tal normalidad contrastaría con la difícil situación que viviría el sitio algunas décadas después, cuando ni siquiera los más elementales deberes del gobernante para con sus dioses podrían ser cumplidos. Los once años de Kaan B’ahlam I en el poder concluirían con su muerte en el 583, tras lo cual daría inicio una época turbulenta, como preludio al caos que se desataría posteriormente. Mientras tanto, en Toniná subiría al poder en el 568 el segundo de los antiguos reyes de Po’, llamado K’inich Sawan B’ahlam Yaxuun Tihl, quien se mandaría retratar haciendo las veces de eje del cosmos, incorporando en su tocado el simbolismo de diversos planos astronómicos y cuerpos celestes, en una sofisticada estela de relieve completo, similar a las de Copán, aunque también a las de los monumentos de la mítica región de origen de las Salinas de los Nueve Cerros (B’alu’nte’witz), en las tierras altas de Guatemala.

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El rostro del segundo rey de Toniná, K’inich Sawan B’ahlam Yaxuun Tihl, quien gobernó hacia el 568 d. C. Fotografía de Simon Burchell.

Tras la muerte de K’an B’ahlam I en el 583, el trono de Palenque quedaría en manos de una de las pocas mujeres gobernantes del período Clásico, la señora Yohl Ik’nal. Parece haber sido hija del primero —aunque carecemos aún de términos glíficos de parentesco que lo confirmen con certeza—. Años más tarde, en la ciudad rival de Toniná, se celebra hacia el 589 un ritual funerario en la tumba de otro gobernante recientemente fallecido, llamado Chak B’alu’n Chaahk. Para entonces los intereses de esta metrópoli podrían hacer alcanzar regiones más de ochenta kilómetros hacia el norte, donde las montañas de Tabasco se encuentran con el valle del Usumacinta. Allí, los señores de Pomoná-Pakb’u’ul, al igual que los de muchos sitios más, tenían la costumbre de celebrar regularmente el completamiento de ciclos de k’atun (20 x 360 días) en distintas sedes, tal y como hace en 9.8.0.0.0 (24 de agosto de 593) el rey local Muyal B’ahlam Chaahk (Dios de la Lluvia-Jaguar de las Nubes).

La misma ceremonia calendárica sería observada cincuenta kilómetros al poniente, en Palenque-Lakamha, por la señora Yohl Ik’nal. Con ello, los reyes mostraban su respeto hacia tradiciones que perdurarían todavía doce siglos después, según testimonian fuentes coloniales como los libros del Chilam Balam, según las cuales debían supervisar el final de k’atun en una de trece distintas sedes rotativas, conformándose así un ciclo mayor de trece k’atunes (13 x 20 x 365 días), referido comúnmente como may.

LA DOBLE CAÍDA DE PALENQUE

A pesar de permanecer en el poder por veintiún años, la búsqueda de prosperidad que emprendió Yohl Ik’nal para su ciudad resultaría infructuosa, pues una oscura sombra comenzaba ya a cernirse sobre Palenque y buena parte de la región occidental: el creciente poderío militar de la dinastía Kaanu’ul. Así las cosas, en una fatídica fecha de 9.8.5.13.8 (23 de abril de 599) sobrevendría el primer ataque de la dinastía de la serpiente contra Palenque. El pasaje jeroglífico crucial nos narra cómo la ciudad de Lakamha’ fue «destruida», por obra de una coalición militar liderada por algunos de los antiguos vasallos de Yuhkno’m Ut Chan (Testigo del Cielo), rey de Kaanu’ul, quien para entonces presumimos habría ya muerto, aunque bajo su nombre, su sucesor Serpiente Enrollada concatenaría una nueva serie de conquistas, valiéndose de la ayuda algunos gobernantes aliados, incluyendo a K’ox Luka’ —del enigmático sitio de Maguey-Trono— además de un gobernante de Yaxchilán, llamado Kokaaj B’ahlam II (Escudo Jaguar II), también mencionado en un tablero de Bonampak, y homónimo del más célebre gobernante posterior Escudo Jaguar IV.

Orquestadas desde una distancia que nos cuesta trabajo imaginar —más de trescientos sesenta kilómetros separan Palenque de Dzibanché—, ambas aventuras bélicas son las más lejanas jamás intentadas en el área maya, sólo superadas por las incursiones militares efectuadas por Teotihuacán siglos atrás. Dondequiera que haya estado entonces su capital, es claro que la atención de los reyes de la serpiente se mantenía fija en la región occidental y sus abundantes recursos naturales —incluyendo las fértiles tierras del delta del río San Pedro— así como sus estratégicas rutas de comercio y navegación. Evidentemente, Palenque cometió el error de interponerse en sus planes por allegarse el control de esta zona.

El texto de la escalinata jeroglífica de El Palacio narra las catastróficas consecuencias de la invasión: algunos de los templos de la ciudad habrían sido profanados y las efigies de la tríada de deidades patronas de Palenque derribadas. Pese a que todavía no podemos capturar totalmente la esencia de lo que registran estos pasajes, representan sin duda una visión interna —la perspectiva palencana— sobre su propia catástrofe, aunque matizada por el paso del tiempo, ya que fue escrita más de ciento cincuenta años después. Como quiera que haya sido, la derrota inflingida por la dinastía de la serpiente debió dejar la ciudad de Palenque-Lakamha’ sumida en el caos. El equilibrio de poderes regional cambiaría entonces súbitamente, mientras los principales competidores buscarían mejorar su posición dentro de la nueva correlación de fuerzas.

Cuatro años después, Piedras Negras parece haber decidido hacer leña del árbol caído —valiéndose de las añejas alianzas militares entabladas con Bonampak y otros sitios—. Aprovechando la debilidad que aún prevalecía en Palenque-Lakamha’, ambas ciudades le asestaron sendos golpes en rápida sucesión: en 9.8.9.15.11 (16 de mayo de 603), los escudos y las armas del hombre de Lakamha’ fueron abatidos —según narran los textos glíficos— por obra del rey Yajaw Chan Muwaan de Bonampak, frase que alude a la derrota del ejército palencano. En noviembre del mismo año, el trono de Piedras Negras sería ocupado por un nuevo y poderoso rey, llamado K’inich Yo’nal Ahk I. Quizá influyó en su elección su reciente proeza militar, ocurrida un mes atrás, cuando logró capturar a un sacerdote de Palenque, portador de un título exclusivo —el «hechicero de B’aakel» (B’aakel Wahywal)— . Como resultado de esta doble calamidad, la corte real de Palenque parece haber sido forzada por las circunstancias a mudarse provisionalmente a un sitio desconocido, tal vez infestado de mosquitos a juzgar por su nombre (Ta’ Us). Allí, la señora Yohl Ik’nal instala a un noble de la clase sacerdotal en 9.8.10.5.8 (20 de octubre de 603).

Lejos de terminar allí, los problemas de Palenque no harían sino recrudecerse. La señora Yohl Ik’nal moriría un año después. Su importancia para los futuros reyes quedaría de manifiesto posteriormente, cuando se la retrata dos veces en los costados del sarcófago del gran K’inich Janaahb’ Pakal, emergiendo entre grietas en la tierra, al modo de un ancestro resucitado, con su gran medallón enjoyado con el signo de viento (Ik’) que alude a su nombre. En enero de 605 asumiría el trono Ajen Yohl Mat —probablemente su hijo—, quien, pese a la devastadora derrota, parece haber sido capaz de recomponer algún tipo de orden en Palenque, al menos el suficiente para clamar control del sitio de Santa Elena, en Tabasco, noventa y ocho kilómetros al oriente, a orillas del río San Pedro Mártir. Dos descubrimientos efectuados allí resultarían importantes: en primera instancia, David Stuart pudo identificar que sus relativamente modestas ruinas correspondían con un nombre de lugar jeroglífico recurrente en las inscripciones de Palenque y el Usumacinta —llamado posiblemente Wak’aab’ o Wab’e’—. Posteriormente, Nikolai Grube encontró en uno de sus monumentos evidencia que denota su posición subordinada ante Palenque, ya que un registro del año 609 narra la entronización de un gobernante local —K’inich… Chaahk— bajo la supervisión de Ajen Yohl Mat, referido con su título usual de «señor divino» de B’aaka’al. Aunque esta vez la ambición de Ajen Yohl Mat fue demasiado lejos. Incomodadas por tales intentos de su enemigo derrotado por recomponerse y ampliar su influencia, las huestes de Kaanu’ul se aprestaban a dar el golpe de gracia a Palenque-Lakamha’.

Entre las maravillas arquitectónicas del mundo antiguo, sin duda debemos contar el Templo de las Inscripciones de Palenque. En la cúspide de esta estructura piramidal de nueve cuerpos superpuestos existe un amplio templo, en cuyos muros fueron empotrados tres grandes tableros jeroglíficos —a los que el edificio debe su nombre—. En su conjunto, conforman uno de los más largos textos mayas jamás descubiertos. Un pasaje en especial del tablero oeste nos interesa ahora: en él se narra cómo en la fatídica fecha 4 Hix 7 Wo’ (equivalente al 7 de abril de 611) fue literalmente «destruida» la ciudad de Palenque-Lakamha’ (ch’ahkaj Lakamha’) bajo la mano del sucesor de Testigo del Cielo —a quien conocemos con el sobrenombre de ‘Serpiente Enrollada’—, el señor divino de la dinastía de la serpiente Kaanu’ul. El ominoso pasaje que sigue nos da una vaga idea de las trágicas consecuencias del ataque. Narra como «se perdieron las señoras divinas» de la ciudad (satay k’uhul ixik) y «se perdieron los señores» (satay ajaw). Posiblemente ello indique el exterminio selectivo de un segmento importante de la nobleza del linaje de B’aakal. Si bien Ajen Yohl Mat y su hermano — llamado Janaahb’ Pakal— sobrevivieron a la batalla, morirían durante el próximo año.

Comúnmente se asume que su ejército se movilizó desde Calakmul, aunque hemos visto ya que lo más lógico sería ubicar su capital en el sureste de Quintana Roo. El hecho es que Serpiente Enrollada logró continuar los expansivos planes que su predecesor inició, fulminando a Palenque con un ataque que se antoja aún más devastador que el primero.

Durante el caótico estado de cosas que siguió, cuando los cimientos mismos del sistema de creencias parecían demolerse, ascendería al trono en el 612 la enigmática figura de Muwaan Maat. Quienquiera que haya sido, ostenta el mismo nombre mitológico de la deidad progenitora de los dioses de la tríada palencana, sin embargo, hay buenos motivos para dudar que fuese un gobernante convencional, pudiendo tratarse en cambio de una metáfora para camuflar lo indecible: que la ciudad hubiese caído en manos de un líder foráneo —quizá impuesto por la dinastía de la serpiente— o bien que se encontrase simplemente bajo el resguardo de sus dioses protectores, es decir, desprovista de cualquier gobierno funcional.

Así, ante la ausencia de buen gobierno, algo más grave ocurriría aún, pues dejarían de observarse las ceremonias de fuego y los rigurosos rituales prescritos. Los textos narran que no se otorgaron las debidas ofrendas a los dioses de la ciudad. Desde la perspectiva palencana, una retórica de este tipo podría servir —según hemos visto— para justificar todo tipo de catástrofes actuales o venideras, con base en el debilitamiento, o negligencia en el cuidado, del vínculo vital entre súbditos, reyes y dioses. Causa última de todos los infortunios.

LOS ORÍGENES DE LAS DINASTÍAS DEL PETÉN

En los últimos tiempos han sido descubiertas inscripciones muy tempranas en sitios como San Bartolo, en el Petén central, al tiempo que han podido comprenderse de mejor manera pasajes glíficos que hablan de eventos fundacionales remotos —en metrópolis tan distantes entre sí como Tikal, Copán y Yaxchilán—, de tal forma que por fin podemos leer en buena medida los nombres de lugares asociados con el origen de la alta cultura maya ch’olana. De entre estos destacaremos aquí cuatro: Maguey-Trono; B’alu’nte’witz (las nueve montañas); Kaanek’witz (‘montaña de la serpienteestrella’) y Pa’chan (‘Cielo Partido’).

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Reproducción de los murales de San Bartolo, Muro Oeste. Muestra el advenimiento del sistema de gobierno basado en «reyes divinos» (K’uhul Ajawtaak). En la escena un gobernante recibe el tocado (hu’unaal) de manos de un sacerdote, al tiempo que sostiene la barra ceremonial serpentina. Dibujo de reconstrucción de Heather Hurst, del proyecto arqueológico San Bartolo que dirige William Saturno. Fotografía de John Pittman.

Todos los grandes reinos de la época clásica intentaron vincularse con un pasado mítico y remoto, con un mito de origen y con fundadores dinásticos o héroes culturales. El linaje de la serpiente de los señores de Kaanu’ul no fue la excepción. El más poderoso de sus grandes reyes fue Yuhkno’m el Grande, quien gobernó entre el 636 y el 686. Aún él clamaba su descendencia a partir de un linaje originario del sitio de Maguey-Trono: una fina vasija para tomar exquisito cacao fermentado, preservada en el Museo de Schaffhausen, en Suiza, contiene el único retrato bien preservado de Yuhkno’m el Grande, plasmado dentro de un signo jeroglífico de ‘día’, a fin de evocar connotaciones ancestrales que veían al gobernante por encima de las leyes del tiempo y el cosmos que regían la vida de los mortales bajo su divina protección. Aparece allí magnánimo, con la banda de papel de corteza, símbolo del poder real, fuertemente ceñida a la frente. Una enorme cabeza de jaguar de lirio acuático adorna su tocado. Más importante ahora es que reparemos en los glifos que adornan la tapa de esta pieza, en las cuales Yuhkno’m el Grande se declara como una «persona de Maguey-Trono», y posteriormente como una «persona de la Casa del Origen Dinástico» (Wite’naah).

¿Existió en verdad el mítico sitio de Maguey-Trono? De ser así ¿dónde podríamos buscarlo? Hemos visto que los más poderosos reyes posteriores de Calakmul le relacionan con el origen ancestral de su dinastía, sin embargo, resulta desconcertante que los orígenes de su linaje, representado por el inconfundible glifo emblema de la cabeza de serpiente, no parecen estar en Calakmul. Si nos trasladamos cuarenta kilómetros al sur de allí, encontraremos la cuenca de El Mirador, donde Richard Hansen y Stanley Guenter creen haber detectado la existencia de los emblemas más antiguos de la cabeza de serpiente, en el barrio de La Muerta y en el sitio de Tintal, aunque se necesitan más evidencias antes de poder vincular con certeza a los reyes preclásicos de El Mirador con el ilustre linaje de Yuhkno’m el Grande en Calakmul. En este sentido, ciertas etapas constructivas de la arquitectura de Calakmul son contemporáneas a las de El Mirador. Se ha planteado que existió un antiguo camino blanco o calzada (sakb’ih) que conectaba ambos centros, aunque los arqueólogos no han podido confirmarlo todavía. Recientemente, el experto esloveno Iván Šprajc ha mostrado que la orientación de la gigantesca Estructura 2 de Calakmul parece apuntar en cierta forma hacia el emplazamiento de la todavía mayor pirámide de La Danta, en el Mirador. De ser así, la teoría de vínculos ancestrales entre estas megalópolis ganaría sustento. También reforzaría la noción de que el mítico lugar de Maguey-Trono —como origen de la dinastía de Kaanu’ul— haya podido corresponder a la cuenca de El Mirador. Tal cuestión resulta de vital importancia en los estudios mayas, puesto que pronto veremos cómo otras dinastías también refirieron a Maguey-Trono como su lugar de origen. Poder identificarlo con El Mirador o cualquier otro sitio representaría descubrir por fin uno de los lugares concretos desde donde emanó el nuevo sistema de gobierno de los «reyes divinos», es decir, los fundamentos mismos del poder que habrían de permear la época clásica.

Aún si concedemos que el legendario sitio de Maguey-Trono pudo tener su sede en El Mirador, ¿qué ocurrió entonces con los antiguos reyes que allí gobernaron, tras el colapso y el abandono de su gran capital? Sorprendentemente, una escalinata jeroglífica descubierta en el sitio de El Resbalón —en el estado mexicano de Quintana Roo— registra una fecha que se remonta hasta la antigüedad Preclásica de El Mirador: 337 a. C. De acuerdo con el experto alemán Nikolai Grube, la misma inscripción menciona a un gobernante del linaje de la serpiente (Kaanu’ul), quien nos resulta enteramente desconocido en otros contextos. Sin embargo, resulta claro que la fecha es retrospectiva, pues la escalinata en cuestión fue construida muchos siglos después y parece datar de la época de ‘Testigo del Cielo’ (Yuhkno’m Uhut Chan) —a quien conocemos por orquestar ataques contra Palenque, Tikal y Naranjo, entre otros centros— en algún momento de su reinado, hacia fines del Clásico temprano (entre el 561 y el 572). El mismo nombre fue identificado recientemente trece kilómetros al sur, en el sitio de Polbox. Sin embargo, ¿en cuál de estos lugares tuvo entonces su capital Testigo del Cielo? Un equipo dirigido por el arqueólogo mexicano Enrique Nalda podría haber encontrado la respuesta en el cercano centro de Dzibanché. Allí, en el llamado Templo de los Cormoranes, fue encontrada una tumba que bien podría contener los restos óseos de Testigo del Cielo, pues junto a su pelvis fue hallado un punzón de hueso para el autosacrificio ritual, el cual contiene el nombre jeroglífico de Yuhkno’m Uhut Chan. Este ha sido el último de una cadena de hallazgos que confirman la presencia de la dinastía Kaanu’ul de la cabeza de serpiente en la región de Quintana Roo durante el Clásico temprano.

Algún tiempo atrás se había detectado que un rey de finales del siglo V, llamado Yuhkno’m Ch’e’n I —de nombre idéntico al del temible Yuhkno’m el Grande o Yuhkno’m Ch’e’n II— aparecía mencionado en Dzibanché, a través de una serie de escalones jeroglíficos repletos de imágenes de cautivos, esculpidos como registro de sus exitosas campañas militares. Asimismo, un espejo de pizarra en forma de disco, descubierto en este mismo lugar, contiene el nombre de Yax Yopaat, quien gobernó entre el 572 y el 579. De esta forma, la gran mayoría de los gobernantes de Kaanu’ul del Clásico temprano parecen haber gobernado en una región delimitada por El Resbalón, Dzibanché y Polbox, en Quintana Roo. El intervalo de sus reinados abarca desde aproximadamente el 490 al 579, y por extensión, todo indica que debió englobar también al gobernante K’altuun Hix (520-546 d. C.).

Ahora bien, si la dinastía de Kaanu’ul no estuvo en Calakmul durante el Clásico temprano, sino en Quintana Roo, cabría preguntarnos ¿quiénes controlaban Calakmul en aquel momento? La respuesta aparece en dos monumentos tempranos allí descubiertos. La Estela 114 registra el nombre de un rey llamado Chan Yopaat, perteneciente a un enigmático linaje de «Murciélago», quien se entronizó hacia el 411 en algún otro sitio de la región, tras lo cual celebro su vigésimo aniversario (o primer período de K’atun) en el poder, en el 431. Interesantemente, Chan Yopaat no parece haber gobernado desde Calakmul, sino en una capital superior en jerarquía, pues un segundo personaje asume el poder en Calakmul para el 431, referido simplemente como un señor de Chihk Naahb’ (nombre antiguo del sitio). Las últimas investigaciones de Nikolai Grube revelan que, durante el Clásico temprano, este poco entendido linaje de «Murciélago» pudo haber tenido su capital en Uxul, un yacimiento relativamente importante a unos treinta kilómetros al sur de Calakmul, en la región fronteriza que divide México y Guatemala.

La siguiente referencia fechable aparece en la Estela 43 de Calakmul, con fecha del año 514. Fue erigida por un gobernante que ostenta el título de «persona divina de Chatahn» (k’uhul Chatahn winik). Los portadores de este título parecen asumirse como los herederos de una gran tradición preclásica, que algunos creen emanada directamente de la cuenca de El Mirador, y que también muestra ciertas asociaciones con el mítico lugar de Maguey-Trono. Lo cierto es que no sólo reyes, sino algunos de los más grandes artistas del mundo maya usaron Chatahn en sus títulos de origen. La presencia de esta dinastía en Calakmul durante el Clásico temprano se ve confirmada en excavaciones recientes desarrolladas por Ramón Carrasco y su equipo, en el interior de la Estructura XX, donde fue descubierta una magnífica banqueta con pintura mural, comisionada por otra «persona divina de Chatahn», en una fecha quizá cercana al 514. Interesantemente, el gobernante mencionado parece también subordinado a otro de mayor poderío político, referido como el Kalo’mte’ (o líder hegemónico) de «Tres Piedras» (Uxte’tuun), que, al igual que Chihk Naahb’, funcionó como uno de los nombres antiguos del sitio donde se yergue esta metrópolis, más de mil quinientos años antes de que fuera bautizada como Calakmul —que significa ‘dos montículos juntos’— por el biólogo Cyrus L. Lundell en 1931.

Hasta aquí hemos visto cómo Maguey-Trono parece conectarse de algún modo con la región en donde se irguieron grandes capitales preclásicas como Nakbé y El Mirador, y los reyes de Kaanu’ul lo concibieron como el lugar de origen de su poderosa dinastía. Sin embargo, resulta claro que su importancia rebasó con mucho tal región. Este nombre podría contener entre sus componentes el término chih, que significa ‘agave’ (planta de maguey) o bien la bebida fermentada que de allí se extraía, llamada pulque. Su consumo estuvo —y aún está— muy difundido en México central, aunque también se han descubierto numerosas vasijas mayas elaboradas ex profeso para su ingestión. Inclusive en el sitio de El Zotz’, trabajos recientes de la Universidad de Brown han detectado restos que bien podrían ser de pulque en una vasija que forma parte de las ofrendas de una ostentosa tumba real que data del siglo IV d. C.

En el capítulo anterior mencionamos una inscripción de la distante ciudad de Copán, con fecha de 8.6.0.0.0 10 Ajaw 13 Ch’en (18 de diciembre de 159), que registra la celebración de un final de período en la ciudad de Maguey-Trono por el héroe cultural Ajaw Foliado. Ahora añadiremos que el mismo personaje es referido en idéntica fecha, incluso el mismo día, en Pusilhá (Belice), ciento cincuenta kilómetros al norte de allí. Doscientos ocho días más tarde parece tener lugar la fundación de Copán, presumiblemente ligada de alguna forma a este personaje. ¿Estamos ante un hombre de carne y hueso, o será mejor entenderlo como una figura legendaria? En el primer caso, Ajaw Foliado simplemente representaría un concepto de suprema autoridad, evocado por muy distintos gobernantes en el tiempo. De concederle lo segundo, no tendríamos que preocuparnos más por su aparente don de la ubicuidad, ni tampoco por su propensión a «reaparecer» siglos después en regiones distantes. A través de Mesoamérica aparecerían otros héroes culturales. La Serpiente Emplumada, KetzalkImagesatl, K’uk’ulkáan, Q’uq’umatz y Nakxit son tan sólo algunos de sus nombres, aunque la tradición escrita sobre Ajaw Foliado es la más antigua que conocemos por mucho. Inclusive en Tikal, las estelas 29 y 31 brindan referencias sobre un Ajaw Foliado ‘Jaguar’, quien quizá gobernó esta gran metrópoli en algún momento previo —o en torno— al año 292. Su influencia debió ser considerable, pues su nombre aparece escrito también en un pendiente de jade descubierto en Costa Rica, aunque sin duda se trata de material importado desde el Petén —quizás del propio Tikal—. También es posible que Ajaw Foliado ‘Jaguar’ guarde relación con un personaje retratado en relieve completo en un monumento de Salinas de los Nueve Cerros, en la distante Alta Verapaz, en Guatemala. Posteriormente, hemos visto que la figura —o al menos el nombre— de Ajaw Foliado reaparece en el cráneo de pecarí labrado descubierto en la Tumba 1 de Copán, esta vez supervisando un ritual de «atadura de piedra» (k’altuun) en 376, transfiriendo con ello ecos del poder dinástico derivados de Maguey-Trono a esta ciudad. Significativamente, este objeto extraordinario pudo pertenecer a una «persona divina de Chatahn», evocando de nuevo inquietantes vínculos con la cuenca de El Mirador, situada a más de trescientos treinta kilómetros de allí.

Regresando a la inscripción de Copán del año 159, además de mencionar a Ajaw Foliado, intervienen en estos eventos fundacionales otros cuatro personajes aún más enigmáticos, llamados chante’ ch’oktaak, es decir, los ‘cuatro jóvenes’ —quienes posiblemente personificaban a cada uno de los cuatro días en que podía caer el año nuevo maya—. De una manera que despierta nuestro interés, son asociados allí con otro lugar mítico de origen: ‘las nueve montañas’ (B’alu’nte’witz). Este lugar ancestral tiene algo en común con la mítica Troya de Schliemann, pues ninguno carece de una contraparte en el mundo de los hechos históricos, susceptible de ser escudriñados por los arqueólogos. Así, han sido detectados yacimientos arqueológicos en las Salinas de los Nueve Cerros, en Guatemala, en las cercanías del río Chixoy, unos sesenta kilómetros al sur del sitio de Altar de Sacrificios. Es en torno a esta región que parecen tener su génesis ciertos mitos fundacionales de otro importante grupo étnico maya: los itzáes. Usualmente se les reconoce como los artífices de las majestuosas construcciones de su gran capital tardía de Chichén Itzá, en Yucatán —del mayayukateko uchi’ch’e’enitza’, literalmente ‘ciudad de los itzáes’, en lugar de ‘la boca del pozo de los brujos del agua’, como comúnmente se asume—. De hecho, el clérigo y cronista del siglo XVI, el español fray Diego de Landa, nos refiere que entre los itzáes que poblaron Chichén Itzá reinó un gran señor llamado K’uk’ulkáan (Serpiente Emplumada). Paradójicamente, hoy sabemos que no debemos buscar el origen de este pueblo entre las vastas planicies de Yucatán, sino tal vez en las zonas de ríos y montañas ubicadas más de quinientos sesenta kilómetros al sur de Chichén Itzá. Aunque seguir la pista a los mitos de fundación itzáes no es tarea sencilla, pues las referencias más antiguas no aparecen escritas en las elegantes letras latinas de los documentos del período colonial, sino en ornamentados jeroglíficos pétreos, esculpidos muchos siglos antes de que Europa sospechase siquiera de la existencia de América.

Podemos detectar la presencia de poblaciones itzáes por los nombres y títulos que usaban sus grandes reyes. De la misma forma en que el célebre Don Quijote proclamaba a los cuatro vientos su origen manchego, los reyes itzáes gustaban sobremanera de llevar en el apellido su lugar de origen, la mítica montaña de Serpiente-Estrella o Kaanek’. Así, una magnífica vasija del período Clásico temprano (250-600 d. C.), que puede admirarse actualmente en el Museo Etnológico de Berlín, retrata el funeral de un gobernante maya, en una escena plasmada con incomparable maestría. La figura central yace ricamente enjoyada y amortajada. Gracias al texto contenido en sus soportes, sabemos que su dueño original fue el hijo de un gobernante itza’. Si bien se desconoce el lugar de origen exacto de esta pieza, debió proceder de un área ubicada entre Altar de Sacrificios e Itzán (en el sur de Guatemala) y Motul de San José e Itsimté-Sakluk, en el corazón del Petén. Dentro de este territorio donde aparecen las primeras menciones a individuos que portan apellidos Kaanek’, o bien, el título de «señor de los itzáes», siglos antes de que tales referencias se desplacen hacia la península de Yucatán.

La primera aparición de un personaje itzá en el norte del área maya ocurre hacia el 650 d. C. en Campeche. Un monumento del importante sitio de Edzná menciona a una señora de origen extranjero llamada Jut Kaanek’, quien al parecer llegó allí desde el lejano sitio de Itzán, en el Petexbatún guatemalteco, trescientos cuarenta kilómetros al sur de Edzná. Más de un siglo después, un personaje llamado Chak Jutuuw Kaanek’ juega un papel importante en la fundación de Ek’ Balam, en Yucatán, hacia el 770 d. C. Finalmente, personajes itzáes son mencionados en Chichén Itzá hacia el año 880. Existen referencias posteriores, aunque ya no en los jeroglíficos del mundo precolombino, sino en los caracteres alfabéticos de las fuentes coloniales y etnohistóricas, tras el primer contacto de las antiguas civilizaciones de América y las de Europa.

Nuestra búsqueda de los orígenes de las grandes dinastías del Clásico temprano continúa con Cielo Partido (Pa’chan). A diferencia de las anteriores, no se trata de un nombre de lugar —o topónimo— sino de un glifo emblema particular. Como hemos mencionado antes, los glifos emblema son los títulos empleados por los reyes antiguos de unos setenta centros urbanos o políticos, los más importantes que conocemos. Se valían de ellos para denotar su rango como los máximos exponentes —los líderes— de las dinastías que controlaban estos centros. Descubiertos por Heinrich Berlin desde fines de los años cincuenta del siglo XX, todavía bastante tiempo después se creía que cada glifo emblema estaba inexorablemente ligado con una ciudad particular a lo largo de su historia. Sin embargo, hoy sabemos que, bajo la presión de ciertas coyunturas sociopolíticas, una dinastía podía migrar para establecer su sede en otra capital, dividirse —o escindirse— y aparecer en dos o más ciudades a la vez, o bien unirse y entablar alianzas con otras dinastías para formar sistemas políticos de mayor envergadura.

El emblema de Cielo Partido es bastante habitual en el mundo maya. La secuencia Pa’chan ajaw (‘Señor de Cielo Partido’) bien podría aparecer por primera vez en los murales de San Bartolo, en el corazón del Petén guatemalteco, descubiertos por William Saturno y su equipo, en una época que podría remontarse hasta el 300 a. C. Siglos después, ya en el Clásico temprano que nos ocupa, el experto Stephen Houston de la Universidad de Brown logra detectarlo nuevamente en el Petén, aunque esta vez dentro del sitio de El Zotz’, apenas veintitrés kilómetros al noroeste de la gran ciudad de Tikal. Allí aparece asociado al nombre de un gobernante llamado quizá Chak Ch’amaak (‘Zorro Rojo’), quien ostentó los títulos de «Señor Divino de Kaaj» y «Señor Divino de Cielo Partido». Esta referencia data del siglo IV, la misma época en que hicieron su arribo poderosos extranjeros procedentes del México central, quienes habrían de imponer un nuevo orden en las tierras bajas, según veremos enseguida. En este sentido, El Zotz’ parece haber tenido vínculos con el cercano sitio de Bejucal, donde quedó registrada la llegada de contingentes de Teotihuacán. Menos clara resulta la relación de El Zotz’ con Uaxactún, aunque una inscripción de este último sitio registra un ritual donde alguien «ascendió» a Cielo Partido, fórmula retórica que casi siempre implica a un gobernante local vinculándose con un sitio foráneo.

Sin embargo, la inmensa mayoría de casos que involucran el emblema de Cielo Partido no ocurren en ninguno de los sitios anteriores, sino ciento veinticinco kilómetros al oeste, en la ciudad de Yaxchilán. Descubierta en 1882 por el célebre explorador británico Alfred Percival Maudslay, se levanta majestuosa sobre un emplazamiento estratégico a orillas del río Usumacinta, frontera natural entre México y Guatemala. Los textos de Yaxchilán parecen preservar la memoria de sus orígenes dinásticos en el Petén, ya que hacen referencia a un fundador dinástico llamado Yopaat B’ahlam ‘Jaguar del Trueno’, quien fue el líder de Cielo Partido hacia el año de 359, aunque ignoramos si para entonces su rama particular aún se encontraba en el Petén —en la región de El Zotz’— o bien ya se había establecido en Yaxchilán. Uno de los dinteles magníficamente grabados de este último sitio nos da una pista adicional sobre su origen, pues Yopaat B’ahlam es mencionado allí en forma retrospectiva como el «señor del linaje de Maguey-Trono, el Señor Divino de Kaaj, el Señor divino de Cielo Partido». Yopaat B’ahlam pertenece a una tradición de nombres (onomástica) que continuó en uso en la cuenca de El Mirador hasta fines del Clásico tardío. Obsérvese que sus dos últimos títulos coinciden perfectamente con los del gobernante Chak Ch’amaak de El Zotz’.

Casos como el anterior ilustran perfectamente cómo los mitos fundacionales aparecen con frecuencia entremezclados. Para el investigador resulta fascinante valerse de los jeroglíficos para seguir la pista a uno de ellos (Maguey-Trono) hasta el punto en que converge con otro (Cielo Partido). Así, las poderosas dinastías de los «señores divinos» que ejercían el control real sobre las principales capitales del mundo maya se valían de los mitos de origen para derivar su legitimidad y consolidar así su poderío. La forma en que estas narrativas míticas se combinaban con la historia verdadera no parece muy distinta a la de las epopeyas del Viejo Mundo, como la fundación de la actual Italia por el héroe Eneas, portador de la espada sagrada, símbolo de la cadena dinástica de los reyes de Troya.

EL UMBRAL DE LA HISTORIA EN LAS TIERRAS BAJAS CENTRALES

En Mesoamérica no conocemos otra línea de sucesión dinástica más larga que la de Mutu’ul o Tikal. Con sus treinta y tres reyes y ochocientos años de duración, tuvo sus inicios históricos desde el primer siglo de nuestra era, aunque sus mitos de origen se pierdan en la oscuridad del tiempo —en forma similar a los que hemos visto sobre Copán y Calakmul—. Después de haber permanecido siglos de su historia preclásica bajo la sombra de poderes mayores, Tikal sabría capitalizar a su favor el colapso de las grandes urbes del Preclásico, consolidándose como el mayor vértice de poder regional en el corazón del Petén guatemalteco. Si Calakmul y Copán fundamentaron sus orígenes dinásticos en la figura de Ajaw Foliado y la mítica ciudad de Maguey-Trono, la floreciente Tikal no sería la excepción y recurriría también a este lugar común, tan arraigado entre las élites gobernantes. Así, estas grandes ciudades se nos revelan como las gruesas ramas de un tronco cultural de tradiciones compartidas —dominado por la cultura ch’olana oriental—, aunque a la postre poco pudieron lograr las afinidades étnicas o vínculos ancestrales para unificarlos bajo un imperio, pues pocos siglos después los reyes de Tikal y Calakmul revelarían su ambición sin límites, en una feroz contienda por hacerse de la supremacía de las tierras bajas.

El gran asentamiento de Tikal abarca unos 60 km2 y se divide en múltiples grupos arquitectónicos, comunicados con el núcleo central a través de largas calzadas, o sakb’ih. Si bien algunos de esos complejos contienen edificios que datan del Preclásico superior —incluyendo el llamado Mundo Perdido o la Acrópolis norte—, la historia que nos narran las inscripciones de Tikal comienza hacia fines del primer siglo de nuestra era. Fue entonces cuando la ilustre dinastía de Mutu’ul fue fundada por un personaje llamado Yax Ehb’ Xook. Es posible que un entierro real que data de esta misma época contenga sus restos. De ser así, estaríamos ante un caso adicional en el cual las pretensiones de gran longevidad que los mayas atribuían a sus linajes reales —según las inscripciones glíficas— pueden ser verificadas por los arqueólogos, indicándonos que constituyen algo más que meras invenciones basadas en su mitología. Sin duda exige gran paciencia deshilvanar los fuertes componentes míticos que aparecen casi siempre entretejidos con las narrativas históricas de fundación, pero en ocasiones el investigador dedicado encuentra su recompensa.

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Placa de Leiden, Clásico temprano (320 d. C.). Grabado en una placa de jadeíta. Muestra el prototipo del rey divino o K’uhul Ajaw. Ello significó el surgimiento de un nuevo modelo de gobierno. Dibujo de David Schele.

El monumento fechable más temprano de las tierras bajas mayas es la Estela 29 de Tikal. Registra la posición de Cuenta Larga 8.12.14.8.15 (292 d. C.) y su texto menciona por primera vez la existencia de un Mutu’ul ajaw. Muestra el retrato de un gobernante, quien podría ser un descendiente directo, o bien, tratarse del mismo héroe legendario Ajaw Foliado ‘Jaguar’. Recordemos que este nombre aparece en la placa de jade de Costa Rica que mencionamos arriba, aunque también fue escrito en la Estela 31 de Tikal, donde su elevado rango se ve ampliamente confirmado, al atribuírsele el título de Kalo’mte’, que designa a un gobernante hegemónico, con la capacidad de controlar sitios relativamente distantes desde su propia capital regional. En consonancia con los patrones vistos en Copán, Calakmul y Pusilhá, el nombre de Ajaw Foliado aparece estrechamente vinculado en Tikal con el del lugar de origen Maguey-Trono, aunque se le añade allí una críptica referencia a otra localidad —quizá relacionada con la anterior— que, a falta de un desciframiento más preciso, referimos con el sobrenombre de ‘Pájaro Luna Cero’, que resulta importante mencionar, pues aparece también registrada en dos altares de Tikal, y en una famosa placa de jadeíta exhibida en el Museo de Antropología de Leiden, en Holanda, la cual ostenta una fecha maya de 8.14.3.1.12 (320 d. C.), asociada con el retrato de un gobernante que bien podría ser también de Tikal.

Llegamos así a la era de Chak Tok Ich’aak I (Garra de Jaguar I). Su reinado comenzó hacia el año 360, y alcanzaría un trágico fin en 378, debido a factores externos que nos resultarán evidentes en el próximo capítulo. El arqueólogo guatemalteco Juan Pedro Laporte atribuyó a Garra de Jaguar la construcción del complejo arquitectónico llamado «Mundo Perdido», cuyo estilo recuerda fuertemente al del México central. Garra de Jaguar celebró en el año de 376 el final del decimoséptimo k’atun (nombre del período de 20 x 360 días). Bajo su mando, Tikal parece haber obtenido importantes victorias militares, a juzgar por su retrato en la Estela 39, que lo muestra posado sobre un cautivo atado. De acuerdo con el texto de una fina vasija descubierta en la Estructura 5D-46 de la Acrópolis Central, Garra de Jaguar tuvo su allí residencia. Su nombre aparece también en una serie de platos cerámicos exquisitamente trabajados, que brindan testimonio sobre los esfuerzos de Garra de Jaguar por hacer de Tikal una capital de gran desarrollo artístico y cultural dentro del mundo maya, apoyada por una boyante economía fruto de su creciente control sobre rutas importantes del comercio a larga distancia. Desafortunadamente para él, tales esfuerzos se verían bruscamente interrumpidos por la intervención de fuerzas de mayor magnitud, que pronto habrían de cambiar el curso de la historia de Tikal, y de buena parte del mundo maya.

Una vez llegados a este punto, nos enfrentamos a un reto monumental: para continuar nuestro recorrido por la historia temprana de Tikal —y de buena parte del área maya— debemos desviar la mirada muy lejos, hacia el occidente, pues mientras emprendía sus ambiciosos proyectos en Tikal, Garra de Jaguar difícilmente pudo haber previsto lo que comenzaba a gestarse a mil kilómetros de allí, en los fértiles valles del altiplano central mexicano, donde existió otra metrópoli mesoamericana de majestuosidad sin par, estratégicamente emplazada, rodeada de montañas: legendaria, distante, poderosa, colosal. Nos referimos, por supuesto, a la gran Teotihuacán.