Santander. Dos años más tarde.
Rodrigo había llegado de madrugada a casa pero no se preocupó al ver que Vega aún no estaba. Se suponía que era su despedida de soltera y lo estaba aprovechando a lo grande. Él se metió en la cama. Había bebido bastante. No llegaba al punto de borracho porque nunca le había gustado sentirse así, sin embargo iba demasiado contento y cansado como para no cerrar los ojos en cuanto su cuerpo tocó el colchón.
Los compañeros del parque le habían hecho una fiesta. A parte de eso también había estado con su hermano, su cuñado y su padre, que habían venido no solo para celebrarlo, sino para estar presentes en la ceremonia. Cuando todo acabase, Vega, Álex y él regresarían a Nasáu donde habían fijado su residencia.
No pasó ni media hora de dormirse cuando su teléfono rompió el silencio de la habitación.
Rodrigo abrió los ojos a duras penas. La luz del día inundaba el dormitorio. Se pasó la mano sobre el cabello y agarró el móvil que estaba sobre la mesilla. Frunció el ceño al leer el nombre de Vega y se apresuró a responder.
Nada más descolgar, la voz de ella irrumpió en la línea.
—¡Estoy camino de Inglaterra! ¡Lo han hecho, cariño! ¡No puedo creerlo! ¡Estoy en el ferry! ¿¡Qué demonios hago?!
Rodrigo rompió a reír. Al principio despacio, después no pudo controlar sus carcajadas.
—Mientras no te tires por la borda…
Ella colgó.
***
Nasáu. Siete años más tarde
De modo que no llegué a ser ni cantante ni actriz. Modelo sí —eso dice Rodrigo— ya que he salido varias veces en revistas de fauna marina.
También me casé con un hombre muy guapo. El más guapo del mundo. Y bueno. Tiene un corazón que le cabe en el pecho, porque se lo escucho todos los días, pero debe de ser uno de los más grandes que hay en el universo.
He vuelto a firmar otro contrato para Sean Ocean and Company, aunque avisé a Marc de que pensamos tener más hijos aparte de Álex y la pequeña Lawan, que traducido al castellano significa «bella». Y es que ha salido en todo a su padre. No me extrañaría que quisiera ser bombera de mayor.
Álex estudia en el colegio y domina el inglés y el dialecto criollo mejor que yo. Es un chico muy inteligente y en algunas ocasiones lo he traído conmigo a trabajar. Definitivamente será biólogo.
A Rodrigo dentro de poco le ascenderán a jefe de bomberos de Nasáu. Ya le estamos preparando una fiesta por todo lo alto. La gente lo quiere mucho por aquí, no pude ser de otra manera. Él siempre está dispuesto a ayudar, y dado que abundan mucho las tormentas no le falta trabajo.
Yo dejé la cabaña de la compañía y ahora vivimos en una preciosa casita que queda cerca de su trabajo y del mío. Ambos libramos los fines de semana y cuando hace buen tiempo solemos irnos con los niños a nadar a la playa. Algunas noches, cuando podemos escaparnos solos, Rodrigo y yo nos vamos a un bar donde ponen unos ponches y unos batidos espectaculares, tanto que quitan el sentido. Además tiene futbolín. ¡Somos campeones por dos años consecutivos!
—¡Vega! Deja de escribir, mira quien está ahí.
Cerré mi diario pero no lo solté. Malia era muy curiosa y quería ver qué ponía en él y qué es lo que me hacía tanta gracia.
—¿Dónde tengo que mirar?
Estábamos en la embarcación y ya íbamos de regreso a la costa. Se veía la playa dorada rompiendo el verde del follaje.
—Allí —señaló con el dedo índice—. Subiendo al poste de la luz.
Agudicé la vista y me ajusté las gafas. Vi a un bombero escalando. Si era Rodrigo, con la distancia no le reconocía.
—¿Es él? —pregunté.
—¡Sí, ese es tu hombre! —gritó Agati desde el puente de mandos.
Fui hasta él y le cogí los prismáticos. Enfoqué la lente y sonreí. Sí, allí estaba mi hombre.
A pesar de la distancia él vio la embarcación. Todos lo estábamos saludando. Rodrigo levantó una mano y continuó su escalada.
Recibí un mensaje. Era él. Tan solo decía:
«Nos vemos luego, doctora Ruiz».
Fin.