Rodrigo levantó la persiana del dormitorio de Álex y durante unos minutos lo observó dormir. Todavía no habían tenido tiempo de buscar un apartamento en condiciones que se adaptase a sus necesidades y habían alquilado lo primero que habían visto. Algo caro, pequeño y sin una pizca de encanto. Lo peor de todo era que ni siquiera se veía el mar desde allí y ellos querían verlo en cuanto abriesen los ojos cada mañana.
Álex se agitó al sentir los rayos del sol sobre su cara.
—¡Vamos, campeón! —Rodrigo se inclinó a él y lo destapó. Notó las sabanas mojadas—. ¿Te has hecho pis otra vez? —Ya iban tres veces en esa semana.
—Ha sido sin querer.
—Debes intentar no hacerlo. —Lo puso de pie y le quitó el pantalón—. Si no sabes ir solo al baño es mejor que me llames. —El niño asintió—. Venga, vamos a la ducha, campeón.
—Papá, ¿hoy también va a venir Fanny a buscarme?
—Así es. Ella te recogerá del comedor durante unos días. ¿Qué ocurre, no te gusta la idea?
—Sí que me gusta. Las meriendas con Jaime son muy divertidas.
Rodrigo sonrió. Fanny era una vecina del bloque que se había ofrecido para hacerse cargo de Álex cuando él no pudiese. La mujer quería hacerlo gratis. Decía que para ella no era ninguna molestia, pero Rodrigo había insistido en pagarle algo. Si no se encargaba ella, hubiera debido contratar a un canguro, y después de todo, Fanny tenía un hijo de la misma edad que Álex.
Sacó al niño de la ducha, lo vistió y le entregó el peine. Mientras tanto, él recogió la ropa, quitó las sabanas sucias y puso una lavadora.
Cuando Álex se presentó en la cocina llevaba el cabello aplastado con una torcida raya en mitad de la cabeza.
—Me he peinado muy bien, ¿a que sí? —Se lució delante del padre.
—Sin tener en cuenta que parece que te han dado un hachazo, está genial, campeón. Yo no lo habría hecho tan bien. ¿Has aprendido tú solo?
—Me enseñó Jaime. Es así. —Se lamió la palma de la mano y se atusó el pelo.
—Ah, por eso te brilla —comprendió Rodrigo frunciendo el ceño—. La próxima vez utiliza agua en vez de babas. Ahora irán todos los mosquitos de la zona a tu cabeza.
Álex lo miró ofendido y se sentó frente a la mesa.
—A mí me gusta hacerlo así. Queda como de chulos.
—Y tú quieres ser un chulo, ¿no? —Álex asintió—. En cambio a mí, fíjate que me parece una soberana guarrería, por no decir que ahora la cabeza te huele a dientes.
—No me importa.
—¿Te has lavado los dientes? —le preguntó colocándole un tazón de cereales y una cuchara sobre la mesa delante de él.
Álex negó.
—Si los lavo antes de comer me sabe mal el desayuno.
—Pues después no se te olvide hacerlo. Y sobre el peinado… —Sonó el teléfono móvil en ese momento y se dio prisa por contestar, dejando la frase a medias.
El pequeño comenzó a desayunar, todavía pensando con orgullo en lo fabulosamente bien que se había peinado, dijera lo que dijese su padre.
Rodrigo colgó el teléfono y lo dejó en la encimera.
—Date prisa Álex, tengo que entrar a trabajar hoy antes. Voy a dejarte con Fanny.
—¿Ya?
—Sí, lo siento mucho —asintió.
—¡Pero yo quería que tú me llevaras al cole!
Le removió el corazón ver la desilusión en los ojos de su hijo. Si hubiera estado la abuela todo habría sido mucho más fácil. Pero ella tenía otros nietos e hijos en Madrid y no era tan fácil dejarlos. Suficiente con que hubiese prometido que iría a visitarlos siempre que pudiese.
—¿Sabes que tengo una amiga que me ha dicho de un sitio que puedes nadar con delfines? —dijo recordando las palabras de Vega y a Vega. Esa chica le atraía. Se sentía muy a gusto con ella.
La mirada de Álex pasó de la decepción a la alegría en cuestión de segundos.
—¿Pero voy a poder nada con ellos? —Rodrigo asintió. Esperaba que ella no estuviese confundida. Después de todo, aunque fuese limpiadora, debía saber lo que se cocía en el parque, pues él no quería volver a fallar a su hijo—. ¿Cuándo podemos ir?
—Primero tenemos que informarnos, pero como es un parque marino podemos ir a visitarlo un día de estos. He oído decir que tiene unos acuarios muy bonitos.
—¿Un acuario qué es?
—Una pecera grande. Es posible que esté Nemo, el de la peli de dibujos.
Álex sonrió con deleite.
—¿Podemos llevar a Jaime?
—Me lo pienso. Venga, campeón, tómate los cereales.
Rodrigo salió de la cocina y buscó sábanas limpias en la caja de cartón situada a los pies de la cama de Álex. No había querido desembalarlo todo para no acomodarse en el lugar y que luego le resultase más difícil mudarse de apartamento.
No podía evitar pensar en Vega. Era una joven peculiar sin pelos en la lengua. Eso le había gustado mucho. Pero también lo había sorprendido bastante. No todo el mundo se atrevía a decir de manera tan contundente las cosas. Era un pelín… ¿Bruta? ¿Podía ser esa la palabra? Desde luego, a pesar de su apariencia delicada, era una mujer sencilla, sin grandes aspiraciones, pero con un carácter fuerte. Además, también tenía un cuerpo muy bonito. Lo descubrió cuando por fin se quitó la horrenda chaqueta granate. Su camiseta blanca marcaba sus pechos y se ajustaba a un vientre plano y una estrecha cintura. Intuía que podía haber algo bonito entre ellos.
Recogió el dormitorio del niño y el suyo. Bajó las persianas aunque dejó las ventanas abiertas para que airease, y cuando acabó vio que Álex se había levantado y estaba dejando el tazón en el fregadero.
—¿Ya estás listo? —le preguntó limpiándole la cara con una servilleta de papel.
—Sí, y mira. —Le mostró los dientes.
—¿Te los has lavado? —Álex asintió.
Rodrigo le revolvió el pelo con cariño y sobre todo, con disimulo. De ese modo no se le veía tan aplastado y relamido. Era consciente de que más de uno en la puerta del colegio había preguntado para interesarse por el niño nuevo. Podía imaginar a muchos compadeciendo al padre y al hijo por la situación tan dramática que habían vivido. Lo que no podían imaginar era que si Rodrigo sentía la muerte de Gloria se debía a que habían estado cerca de diez años juntos, y aunque la llama del amor se les había apagado hacía mucho tiempo, siempre quedaba el cariño y el respeto.
Había dejado de amar a Gloria años atrás. Quería pensar que lo que había sentido por ella era amor. Cuando comenzaron la relación había estado tan inmerso y concentrado en sus estudios, que cuando se quiso dar cuenta ya estaba casado. Y unos años después, sin estar él preparado, llegaba Álex a sus vidas. Mas el pequeño necesitaba cuidados, sin embargo Gloria estaba muy ocupada para dedicarse a él. A Rodrigo nunca se le había pasado por la cabeza pedir a su mujer que dejase su trabajo, sin embargo sí que había conversado con ella haciéndole notar que el niño necesitaba más atención y cariño por su parte. Y no solo Álex necesitaba de esa atención. Él mismo sentía que apenas la veía, que pocas veces coincidían. Pero Gloria ni había querido al niño, ni había querido al padre. Cuando no trabajaba se marchaba con sus amigos a fiestas a las que supuestamente no podía faltar porque estaba lo más de lo más de la moda. Incluso había semanas que no aparecía por casa.
—¿Papá?
Álex le atrajo de nuevo a la realidad. Había cogido su pequeña mochila y la llevaba colgada a la espalda.
—Nos vamos ya, campeón.
***
Ese día fue algo movido y complicado en el parque de bomberos. En algunos sitios del país se habían añadido enfermeros bomberos a algunas de las dotaciones y se estaba estudiando la posibilidad de hacerlo allí. Por eso habían enviado a dos enfermeras a impartirles clases de asistencia sanitaria en catástrofes. Sin embargo debieron parar un par de veces por salir de emergencia. Una por el descolgamiento de un tejado en la terraza de un cuarto piso, y otra por la inundación de un sótano donde un tragadero no cumplía su cometido.
Poco antes de cambiar de turno, de nuevo tuvieron otra llamada. Rodrigo dejó en una hoja de papel su número de teléfono para que se lo entregasen a Lola y que ella a su vez se lo hiciese llegar a su prima. Necesitaba postergar la cita con Vega para otro momento, o tal vez quedar más tarde, si a ella no le importaba.
El siguiente aviso provenía de un piso del centro. Una niña de cuatro años se había quedado encerrada en el baño con el pestillo echado y no era capaz de abrir la puerta. La madre se había puesto tan histérica que en un intento por sacar a la pequeña, su cuerpo había quedado encajado en un ventanuco de menos de cincuenta por cincuenta. Su cabeza colgaba sobre la bañera mientras las piernas hacían lo mismo sobre la terraza de la cocina.
—¡Hay que joderse! —susurró Iván, uno de los bomberos, al ver la escena. Otro hijo de la mujer, con doce años, era quien les había llamado—. ¿Pero cómo se ha metido por ahí?
—¡Oiga, le estoy escuchando! —gruñó la señora agitando una pierna. Su voz hacía eco en la bañera.
—¡Pero bueno mujer, es que no me explico cómo ha entrado usted ahí! Nos hubiera llamado desde un principio…
—Mi madre no quería que Sara pasase miedo, por eso intentó entrar ella por la ventana —explicó el chiquillo que observaba todo desde detrás de ellos. Rodrigo lo miró y el muchacho bajó la voz hasta convertirla en un susurro—: Las dos están zumbadas.
—Andas, no digas eso —le dijo con una sonrisa—. Llévame al cuarto de baño. —Siguió al niño. El piso contenía muebles modestos pero que aprovechaban muy bien los espacios—. ¿Cuánto tiempo lleva tu hermana encerrada?
—No lo sé. Un rato largo.
—¿Y no ha llorado?
—No, pero porque mi madre le está hablando todo el tiempo.
Rodrigo se quitó el casco y observó la puerta. Se podía desmontar de un modo fácil. Acercó la cabeza.
—Hola, Sara. ¿Cómo estás? —preguntó.
—Estoy bien —chapurreó la niña en su idioma infantil.
—¿Qué estás haciendo?
—Peino a mi muñeca, Conchita Ramírez Dos Santos.
Rodrigo miró con ojos divertidos al hermano de Sara.
—¿Le ha puesto apellidos a la muñeca?
—Ya te he dicho que está zumbada —respondió el crío rascándose la cabeza con vergüenza.
—Y yo te he dicho que no digas eso. —Le dio un capirotazo suave que hizo reír al niño—. Hasta que tu hermana sea más mayor, lo mejor es quitar los pestillos de las puertas, de ese modo no os puede dar estos sustos. Pero no te preocupes, vamos a sacar a Sara de ahí en un periquete.
—Señor, me preocupa más mi madre. Además, esa puerta no tiene pestillo.
—Eso no es posible porque si no el tirador se movería —decía mientras lo probaba. No se movía.
—Pues lo quitó —insistió el niño. Fue al salón a recoger la llave y se lo mostró.
—Esto solo es una parte del pestillo —señaló Rodrigo—. El resto se ha debido quedar dentro de la puerta—. Pegó el oído a la madera de nuevo—. Sara ¿cómo te has encerrado?
—Con una llave mía que es mágica, de princesas.
Rodrigo asintió y miró al niño arqueando unas cejas.
—¿Ves? Es que es una llave mágica.
—¡No! —El chiquillo soltó una carcajada—. ¡Es un mordedor en forma de llave!
—Pues lo que te he dicho. Una llave mágica de princesas. Sara, ¿puedes abrirme la puerta para enseñársela a tu hermano? Él no te cree.
La niña le contestó que sí. A los pocos segundos Rodrigo la escuchó trastabillar con el cerrojo y sonó el clic del pestillo. Él agarró el tirador y lo bajó para que la niña no volviese a encerrarse. Abrió. Sara tenía el mordedor en una mano y a Conchita Ramírez Dos Santos en la otra.
—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó otro de sus compañeros llegando hasta él.
Rodrigo se encogió de hombros.
—Solo le he dicho que abriese.
El otro murmuró:
—Pues ahora dile a la madre que salga.
—Les estoy oyendo —dijo de nuevo la pobre mujer que luchaba por mantener la cabeza horizontal a su cuerpo. Ambos levantaron la mirada hacia ella.
No era increíble que se hubiese quedado encajada. ¡Lo increíble era que hubiese pasado la mitad de su cuerpo por el estrecho agujero! Tal vez sin culo habría logrado su objetivo.
—¿Cómo me van a sacar de aquí?
—Tendremos que abrir un boquete justo al lado —respondió Iván desde la cocina. Él le sujetaba las piernas.
Los ojos de la mujer se dilataron con horror.
Sonó el teléfono de Rodrigo. Lo sacó del bolsillo que tenía a la altura de la pantorrilla sin dejar de mirar a la señora que colgaba de forma ridícula.
—Creo que podemos desmontar los marcos de la ventana —dijo. Se volvió al pasillo y descolgó. Era Lola que había recibido su mensaje.
—¡¿Cómo tienes tanto morro?! —gritó Lola con tono enfadado—. ¿A quién quieres que dé tu teléfono después del plantón que le diste ayer?
—¿Ayer? ¿Yo? ¿De qué estás hablando? Perdona, es que estamos liados ahora…
—¿Que de qué estoy hablando? De mi prima. La pobre te estuvo esperando tanto tiempo que por poco se tiene que venir a pie.
Rodrigo frunció el ceño.
—¿Pero qué dices? Estuvimos juntos toda la tarde y luego nos fuimos a cenar.
—¡No seas cínico, Rodrigo! ¡Perdiste una apuesta y no has sido capaz de cumplirla!
—¡Claro que lo he hecho! —respondió ahora enfadado también. Podía ser muchas cosas pero siempre cumplía lo que apostaba. ¿Acaso Vega había mentido a Lola? — Pregúntale a ella, ya verás.
—Ya he estado hablando con ella, Rodrigo. ¿Cómo crees que lo sé?
—Déjame que yo hable con Vega.
Lola suspiró hondo.
—De acuerdo. ¿Quién cojones es Vega?
Rodrigo guardó silencio por unos largos segundos. Al final respondió:
—¿Tu prima?
***
El conductor estacionó el camión y antes de que Rodrigo bajase pudo ver a Lola partiéndose de risa delante de la puerta.
—Ahora vamos a tener cachondeíto con esto —gruñó para sí mismo.
Iván, que estaba a su lado, lo escuchó y le palmeó en el hombro antes de descender del camión.
—No puedes culparla. Has metido la pata hasta el fondo.
Rodrigo le siguió a sabiendas de que todos se iban a enterar tarde o temprano de su equivocación. Eso si no lo sabían ya, porque algunos no podían contener la risa al verle.
—¡Hay que ver cómo las gastan los de Madrid! ¡Quedan con una mujer y se llevan a la primera que encuentran! —dijo alguien—. Seguro que escogió a la más guapa.
—¡Oye, que mi prima tampoco es tan fea! —Lola no podía apartar la vista de Rodrigo.
—¡Qué imbéciles, no pasó así! —se quejó él con el mentón bien alzado y una media sonrisa en la comisura de sus labios.
—¿Ah, no? —Lola se cruzó de brazos—. ¿Entonces cómo sucedió?
—Ella se me acercó, yo me presenté creyendo que era tu prima y salimos juntos. Eso es todo.
—¿Y se fue así, como así, contigo? —insistió con incredulidad.
Rodrigo se encogió de hombros. Eso mismo era lo que llevaba pensando desde que se había enterado.
—Debo de tener un sexapil especial. —Se pasó la mano por los gruesos mechones de su cabellera castaña. Soltó una carcajada—. Creo que todo fue casualidad.
—Pues cuéntanos cómo lo haces. —Iván estaba sacando el equipo del camión junto con el conductor y de vez en cuando lo miraba divertido.
—Por lo que me contó, creo que ella también estaba esperando a alguien que no conocía. Una mujer le debió concertar una cita, como tú conmigo —señaló a Lola—. Ella se sorprendió cuando me vio porque le dijeron que yo era muy feo.
—Pensaba que eras feo pero se acercó a ti —dijo Lola—. Lo mismo hasta salió ganando con el cambio. Una chica muy lista.
Rodrigo se volvió a encoger de hombros. Tal vez el que había salido ganando era él. Vega no era la mujer más bonita del mundo, sin embargo había algo en ella que le atraía y le excitaba. Quizá su risa, aunque esta fuera grave y ligeramente rasposa, o tal vez su forma de hablar y de ser. O su cuerpo. Con la camiseta básica pegada a su cuerpo le había mostrado lo atractiva que era.
Volvió a disculparse con Lola una vez más.
—De verdad que no quise plantar a tu prima. Estuve allí a la hora que tú me dijiste.
Lola asintió con la cabeza.
—Te creo y puedo entender que no tengas la culpa, pero no me digas que no es surrealista.
—Más para mí que para ti. Al fin y al cabo no sé con quién estuve ayer. —Los compañeros comenzaron a reírse de él—. Me encantaría poder ver su cara cuando se entere de que yo no era la persona que tenía que ir a buscarla.
—Y a mí también me encantaría, no te creas —intercaló Iván con una sonrisa maliciosa—. Lo malo es que te haya robado el corazón y no vuelvas a verla nunca más.
Rodrigo sacudió la cabeza. Se desprendió de la chaqueta.
—No lo creo. Sé que volveré a verla. Me gusta.
Varios compañeros silbaron con burla. Lola lo miró de arriba abajo con una mueca divertida.
—Si sale algo bueno de esto, me felicitas. Si no es así, recuerda que tú solito la has cagado.
—¿Cómo vas a hacer para localizarla? —le preguntó Iván—. ¿Dónde os encontrasteis? ¿En la puerta de un parque marino por el que pasan miles de visitantes?
Rodrigo asintió.
—No va a ser difícil, estoy seguro.
—¿Tan guapa es?
—Ni guapa ni fea. Simplemente me gustó estar con ella. Me pareció muy sincera y transparente.
Sonó con estridencia la sirena anunciando una nueva emergencia. La unidad que acababa de entrar se apresuró a recoger las herramientas y a prepararse para salir. Antes de marcharse, Lola se le acercó con una mueca divertida.
—¿Cómo vas a dar con ella? —insistió dando unos pasos atrás para no molestar a los compañeros que comenzaban a subirse al camión.
—Ella no estaba de visita en el parque marino. Trabaja allí —recordó el moño húmedo desprendiendo el aroma del champú—. Lola, tu podrías ayudarme. Tal vez si le preguntas a tu prima…
Sin mirarle, ella se alzó en los escalones de la puerta del vehículo y levantó el dedo corazón dedicándole una peineta.
—¡Olvídalo!
Iván le palmeó el hombro.
—Curiosa manera de conocer a las mujeres tenéis vosotros los de Madrid.
Rodrigo suspiró y caminó hacia los vestuarios junto a Iván. Se prometió encontrar a Vega como fuese.