—¿Tienes su teléfono?
Sí, exacto. Natalia estaba sorprendida, lo cual no debía extrañarme. ¿Cuántas posibilidades existían de que yo me viese envuelta en un incendio? ¿O de que fuese el mismo Rodrigo quien acudiese al aviso?
Me encogí de hombros.
—Casualidades de la vida.
Ella negó con la cabeza.
—Eso es acoso.
—¿Cómo va a ser acoso, hombre? Eres un poco exagerada.
Estábamos en la hora de la comida y se había sentado a mi lado.
—Piénsalo bien, Vega. Ese tipo te conocía de antes. Te estaba siguiendo, por eso estaba ese día en el parquin. Tuvo suerte de que lo confundieras con otro y te acercaras a él. Después se debió imaginar que terminarías descubriendo su engaño cuando hablases conmigo y por eso provocó el incendio de tu casa. Blanco y en botella.
—¡Es verdad! Me acosa porque quiere que le dé la formula química de las vitaminas que le estoy dando al Amphiprion ocellaris. —Natalia frunció el ceño—. Conocido también como falso pez payaso percula.
—¿Por qué no quieres creerme?
Suspiré.
—En primer lugar sé que no llevas razón en esto. Él ni siquiera te conoce…
Me interrumpió.
—Hablasteis de mí. Tú misma lo dijiste.
Asentí.
—Pero no fue así, precisamente. Además lo del incendio tampoco fue en mi bloque de apartamentos si no en el de mi madre. Él desconoce dónde ella vive…
Volvió a interrumpirme, terca como una mula.
—Eso es lo que tú piensas.
—Nati, aunque supiese dónde vive mi madre, no podía saber que yo estaba allí.
—Ándate con cuidado por si acaso.
Me daba mucha rabia que me tomasen por tonta e ingenua. Hasta donde podía recordar, nunca nadie se había aprovechado de mí. De hecho, yo misma era la persona más desconfiada del planeta Tierra.
—Gracias por la advertencia. Iré con cuidado.
Me miró muy circunspecta.
—Te estoy hablando en serio.
—Lo sé, yo también te lo estoy diciendo en serio. Hasta que no hable con él y me cuente lo que ha pasado, no le voy a dar más vueltas al asunto.
—¿Entonces le vas a llamar? —preguntó preocupada.
—Sí, y ahora me voy a trabajar que hoy estoy haciendo menos que el fotógrafo de la Biblia.
Recogí la bandeja y la dejé en el carro destinado a ella. No creía ni una palabra de lo que Natalia me había dicho, aun así sembró una pequeña duda en mí. Pasaban muchas cosas por culpa de las citas a ciegas. Vale que yo pensase que iba a salir con alguien que conocía mi compañera, sin embargo al final había salido con un tipo que no conocía en absoluto de nada. Eso daba mal rollo.
Me distraje un poco haciendo los ejercicios de adiestramiento con Willy. Creo que Phoebe me agradeció que a ella la dejase en paz. Se puso a nadar plácidamente a nuestro alrededor.
Siempre he adorado a los animales, y una vez que decidí hacerme bióloga marina, mi idea era la de marcharme a las aguas del Pacífico o del Atlántico a estudiarlos en su hábitat natural. Nunca me había gustado que estuviesen encerrados a pesar de hacer las prácticas en una piscifactoría.
A las seis menos cuarto miré el reloj. Si iba a llamar a Rodrigo debía hacerlo en ese momento. Si él me había dado su número de teléfono era porque quería que lo llamase. ¿No?
Reconozco que me puse muy nerviosa cuando marqué su número. Raro en mí, pues soy de las que piensan que hablar por teléfono no implica ver la cara del otro, ni sus gestos ni sus muecas… ni su perfecta musculatura de piel aterciopelada…
Rodrigo respondió al tercer toque.
—Diga.
Era su voz. Estaba segura.
—¿Rodrigo?
—Sí. ¿Quién es?
—Soy yo. —Durante unos segundos me quedé callada esperando que él dijese algo. Luego me di cuenta de que no tenía mi número agregado. Me apresuré a decir—. Esto…Vega.
—¡Hola, Vega! ¡Qué bien que me hayas llamado! Pensé que no ibas hacerlo.
—No iba hacerlo pero me arrepentí hace… un rato.
—Lo imagino, porque lo que nos ha pasado ha sido un poco de locos.
Asentí aunque él no me viese.
—Rodrigo, si no te molesta, ¿podemos evitar palabras como locos, psicópatas, asesinos y esas cosas? Tú ya me entiendes.
Él soltó una carcajada que en parte liberó mi tensión. Parecía muy tranquilo.
—Llevas razón, pero es justo que sepas que todo lo que te conté el otro día sobre mí es verdad.
—Lo de bombero pude comprobarlo por mí misma.
—Cierto. ¿Qué tal el gato cuando subiste a casa? ¿Estaba bien?
Me mordí el labio inferior. En vez de preguntarme por la herida que me había provocado el gato me preguntaba por él. Me recordó a Mariano, el mecánico. Una vez me dejó su coche para ir a Oviedo, y cuando llegué, lo primero que quiso saber era la temperatura del motor del coche.
Como decía mi madre: ¿Y de que te extrañas, hija? Los hombres suelen actuar así.
Contesté:
—Está bien. Él no se enteró de nada. —Hice una pequeña pausa y me lancé de lleno a preguntarle lo que de verdad quería saber—. ¿Por qué cuando te conocí no me dijiste que no eras tú la persona a la que yo estaba esperando?
—No lo sabía, Vega. Había quedado con la prima de una compañera. Sé que debe trabajar contigo, pero tampoco la conozco. Como te acercaste muy decidida, creí que eras tú.
Muy decidida y tropezando. Sí. Lo recordaba a la perfección.
—Ah.
—Ahora te toca a ti. Dime, ¿a quién esperabas? —preguntó.
Su voz por teléfono era muy… viril y… aterciopelada. Me hacía sentir cosas en la barriga. Diferente a cuando me habló con el casco el día del incendio. Casi esperé que en aquella ocasión me dijese: «Soy Darth Vader y soy tu padre».
—Te va a sonar idéntico, pero también esperaba al amigo de una compañera. Verás, dentro de poco tengo una boda y buscaba un acompañante. —Demasiada información le estaba dando, pensé—. Tampoco le conozco.
Él se echó a reír ¿Aliviado? ¿Satisfecho? No pude precisarlo bien.
—Me gustó salir contigo, Vega.
Un cosquilleó recorrió todo mi cuerpo de arriba abajo. Imaginé turbias escenas de sexo: pieles brillantes y sedosas, manos de dedos largos y provocativos… Él con uniforme. Ahora caía que con uniforme estaba muy buenorro. El haberme dejado las malditas gafas en casa me había hecho la puñeta, pero gracias a Dios tenía una imaginación abierta.
Antes de saber lo que hacía, le pregunté:
—¿Vendrás acompañarme a la boda o no te apetece? Tú no tienes que pagar nada, solo beber, comer y pasarlo bien. —Y si se tercia luego te puedo enseñar mi apartamento y mi cama, y demostrar cuán cómodo es mi colchón…
—Sí.
—¿Sí? —repetí apartando los pensamientos obscenos de mi mente. No es que se fueran muy lejos, pero al menos me dejaron seguir la conversación normal y corriente.
—Pero me gustaría algo a cambio.
Dalo por hecho, pensé. No me importaba que fuese en su cama o en la mía.
Pasó por mi mente un chiquillo pequeño saludando a su papá y sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral. ¿Me iba a pedir que cuidase a su hijo de vez en cuando?
Carraspeé:
—Esto… antes de nada, Rodrigo. —¿Cómo iba a decirle que no servía de niñera? ¿Que los críos y yo éramos incompatibles?—. No me pidas ninguna locura que finjo quedarme sin batería.
Él se volvió a reír. Tal vez es que yo había dicho una gilipollez muy grande. Bueno, sin el tal vez.
—No te preocupes, no soy un sádico… Ah, perdona, me has dicho que no nombre nada de eso.
—Eres un graciosillo. —Un graciosillo que me podía echar un polvete de vez en cuando. Joder. ¿Por qué no podía pensar en otra cosa?—. Vale, pues ahora que lo hemos aclarado, ¿qué es lo que querías a cambio?
—Que nos ayudes a Álex y a mí a buscar un apartamento. Tú conoces todo esto mucho mejor que yo y podrías aconsejarme.
—Ah, bueno, eso está hecho.
Podía ser divertido mirar pisos con él. Me gustaba la idea. Además, era muy fan del canal Divinity y sobre todo del programa de los hermanos Scott, «Vender para comprar» y «La casa de tus sueños».
***
Rodrigo colgó el teléfono antes de echarse a reír. Lola, que estaba sentada en frente, en un banco de la sala común, alzó las cejas con intriga. Ella llevaba los pantalones del uniforme y una camisa blanca de manga corta, mientras que Rodrigo ya se había cambiado para salir y vestía unos vaqueros desgastados y una delgada sudadera negra.
—Era Vega —respondió a la muda pregunta de su compañera—. Me ha invitado a una boda.
—¿Cómo dices?
Rodrigo se levantó.
—Pues eso. Que buscaba pareja para una boda y ya la ha encontrado.
Lo miró extrañada.
—¿Vas a ir?
Él asintió.
—Me parece divertido.
—Esta no se anda con rodeos. Bien pronto que te va a presentar a la familia.
—No es su familia. Se casa una amiga suya.
Lola se inclinó a coger un mendrugo que alguien se había dejado sobre la mesa.
—Eso al final es lo de menos, Rodri, lo que en verdad importa es que todos van a creer que eres su chico.
Rodrigo se sacó las llaves del coche del bolsillo y las agitó antes de envolverlas en el puño. Respondió a Lola con una sonrisa:
—Esa es la intención.
—¿Te lo ha dicho ella? —Él asintió—. Hay que tener mucho valor para entrarle a un hombre de esa manera. ¡En mis tiempos esto no pasaba!
—¡Vamos a ver, que no tienes ciento cincuenta años! ¡No puedes sorprenderte con estas cosas! ¿Sabes lo que pasa? —Ella sacudió la cabeza—. Que no estás puesta al día.
—¿No te has preguntado por qué no tiene acompañante?
—Pues no. Tal vez ahora no está saliendo con nadie.
—Puede ser que no tenga acompañante porque no le gustan los hombres. Tal vez le gusten las mujeres.
—¿Qué te hace pensar eso? ¿Es que te la quieres ligar tú?
Lola se atragantó con una miga de pan. Rodrigo fue a palmearle la espalda pero se lo impidió levantando una mano antes de que la golpease.
—¡A mí me gustan los hombres! Lo he dicho porque me parece raro que busque un acompañante a la boda y sea en una cita a ciegas.
Él se encogió de hombros.
—No pondría la mano en el fuego pero… puede ser que sí, aunque puede ser que no. Pienso que no —dijo contundente.
—¿La has besado o has hecho algo con ella?
—Aún no.
—Pues entonces no puedes saberlo —murmuró Lola—. Es posible que sean de las que todavía callan por miedo o vergüenza.
Rodrigo enarcó una ceja al escucharla.
—O simplemente es que no le he preguntado. Verás, yo no voy diciendo: «Hola, me llamo Rodrigo y soy heterosexual. ¿Tú que eres?».
—Yo se lo hubiera preguntado.
—No es algo que haga en la primera cita.
—¿Pero tú crees que puede serlo? —inquirió Iván que llegaba con una taza de café en la mano y no había podido evitar escuchar el último trozo de la conversación.
Rodrigo lo miró y negó con la cabeza.
—¡Pues claro que no! Hay a algunas que se las nota y a otras que no. Yo tengo una sobrina, la hija de mi hermano, que ya desde pequeña apuntaba maneras. —Se encogió de hombros—. Es la envidia de todos los varones de la familia. Tiene una novia que es preciosa. Pero en cambio Vega no me ha dado ninguna muestra de que le gusten las mujeres. ¡No sé ni cómo hemos llegado a esta conversación!
Iván bebió un trago de su café y preguntó:
—¿Y qué ocurriría si lo fuese?
—¡Me jodería! —respondió con rapidez. Sintió un pequeño tironcillo por dentro—. Cuando vine aquí, después de lo que me pasó con Gloria, no pensaba en buscar a nadie ni nada. Tampoco es que quiera casarme con esta chica de la noche a la mañana, pero lo que tengo claro es que quiero seguir conociéndola porque lo pasé genial y me gusta. Eso es todo.
—Si averiguas que ella es lesbiana ¿me lo contarás, por favor? —rogó Lola, llena de curiosidad—. Ahora no me puedes dejar con esta intriga.
—¿Pero qué intriga, si tú te has inventado todo?
—Yo también quiero saberlo —añadió Iván guiñándole un ojo.
Rodrigo asintió disimulando no estar molestos con ellos. Sobre todo con Lola. ¿Por qué había llegado a la conclusión de que a Vega le podían gustar las mujeres? Era algo que no entendía.
Se marchó a recoger a Álex a casa de su vecina.
A Fanny le encantaban los críos y de haber sido por ella habría tenido unos cuantos más. A su marido también le gustaban, pero pensaba más con la cabeza que con el corazón y no se veía en condiciones de criar dos o tres con la misma calidad de vida que lo hacían con Jaime. No se cortaba en decir que los hijos eran para los padres y no para que los cuidaran los abuelos u otros familiares. Rodrigo reconocía que llevaba razón, pero la vida estaba muy achuchada.
«Y si todos pensáramos como Tony» solía decir Fanny, «se extinguiría la raza humana».
Rodrigo llamó al timbre de la casa y fue Tony quien le abrió la puerta con una sonrisa y un apretón de manos.
—Pasa hombre, por aquí están estos diablejos.
Álex llegó corriendo. Llevaba las mejillas coloradas y el cabello sudado.
—¡Papá! —lo saludó saltando a sus brazos.
—¿Cómo estás, campeón? —revolvió el cabello de Jaime que venía corriendo tras él—. Veo que lo estáis pasando fenomenal.
—Ahí estaban, jugando los dos en la habitación —dijo Tony que aún seguía sosteniendo la puerta. Rodrigo se había quedado justo bajo el umbral.
—¡Papá, le he dicho a Jaime que nos vas a llevar un día al parque marino! ¿A qué es verdad?
—Es verdad. Dejadme que mire qué días libro la semana que viene y os digo.