—¿Y bien, Rodri? ¿Viste ayer a esa muchacha?
Rodrigo estaba cambiándose de ropa en el vestuario y se detuvo, desconcertado, cuando Lola entró decidida. Ella lo miró de arriba abajo con descaro sin disimular una sonrisa lasciva.
—Podías esperar a que me cambiase.
—No voy a ver nada que no haya visto ya. Mi marido tiene los mismos atributos que tú. Venga, cuéntame, ¿Qué has averiguado?
—De verdad, podías esperar fuera —Rodrigo continuaba quieto. Se había quitado la camiseta y la tenía sujeta con una mano.
En ese momento ingresaron dos compañeros más. Uno miró a Lola sobre el hombro.
—Sal de aquí hasta que nos cambiemos, Lola.
—Otro con timidez —respondió ella alzando los ojos al techo, cruzándose de brazos—. Menuda panda de cortados.
—Luego cuando tú te cambias no quieres que te molestemos. ¿Por qué no vas al comedor y haces una cafetera?
Ella se envaró de repente y la sangre se agolpó en su cara. Dio dos pasos al que se lo había dicho.
—¿Perdona? Repíteme lo que acabas de decir.
Rodrigo dejó la camiseta en el banco y rodeó el hombro de Lola con su musculoso brazo.
—Vamos a tranquilizarnos. Él solo te está provocando. —Miró a su compañero y le hizo un gesto con la mirada. Empujó con suavidad a Lola hasta que cruzaron el umbral de los vestuarios—. Me cambio y ahora te cuento.
—¿Pero lo es o no lo es? —insistió ella olvidándose del otro compañero.
—No lo sé. Todavía no se lo he preguntado.
Rodrigo cerró la puerta.
—¡Es que a ella no le gusta que se lo hagan, macho! —se quejó el otro.
Rodrigo se encogió de hombros y continuó cambiándose.
—Pero creo que te has pasado con lo de hacer la cafetera. Ha sonado machista.
El otro hombre que no había abierto la boca para nada, dio la razón a Rodrigo con un asentimiento de cabeza.
Unos minutos más tarde Rodrigo se reunió en la sala con Iván, que estaba sentado en la cabecera de la mesa leyendo unos papeles, y con Lola. Ella se comía un bollo de crema.
Se acercó a la cafetera pero lo pensó mejor. ¿Y si Lola había escupido en el café? Tenía muy mala leche y en el poco tiempo que Rodrigo llevaba conociéndola, sabía que era capaz de eso y más.
—¿De modo que no sabes nada? —inquirió Iván mirándolo con ojos entrecerrados y una sonrisa divertida.
Rodrigo asintió.
—No tengo ni idea, aunque… es probable. No sé, estoy confundido. Si Lola no me hubiese dicho nada de esto, ni se me habría pasado por la cabeza. —Tomó asiento—. Me contó que estuvo en un lugar de esos de boys y que sintió asco al ver a esos tíos.
—Entonces que no te quepa duda —dijo Lola sonriendo—. Eso te ha pasado por dejar a mi prima plantada.
Era obvio que Lola se alegraba de las desgracias ajenas. Sin embargo a Rodrigo no le gustaba en absoluto. Acababa de conocer a Vega y no le debería importar con quién se fuese ella a la cama. Incluso con la conclusión de Lola, había llegado a soñar la noche anterior que Vega se lo estaba montando con otra mujer y él se había puesto cachondo de solo imaginarlo.
—Eso tampoco demuestra mucho —añadió un Iván pensativo—. Puede ser que no le gusten los boys. Mi hermana fue a una despedida de esas y me contó que los tíos eran unos groseros. Al parecer les ponen el cinganillo en la cara y se restriegan contra ellas. Si pillo al que le hizo eso a mi hermana…
Lola arqueó las cejas. Rodrigo sonrió con gratitud ante la sensatez de su compañero.
—Tu hermana es la que fue a verlos y no al revés. Para ellos es tan solo un trabajo —le dijo Lola a Iván—. Nadie les obliga a ir. Yo no he ido nunca, aunque supongo que lo haré en la despedida de soltera de mi hija y para eso todavía me faltan muchos años. ¿Pues no dice la cabrita que se va a echar novio a los setenta años y a los setenta y uno se casa?
—No está mal pensado —bromeó Rodrigo—. El viaje de luna de miel lo puede hacer con el imserso, que le sale más barato.
—Bien mirado —Iván prosiguió con la broma—. No necesitará después una casa, sino una residencia.
Lola los miró divertida. No le molestaba que se riesen a costa de su hija puesto que en la familia ya se reían bastante con ese tema.
—¡A saber dónde estaré yo cuando ella tenga setenta y dos años! Seguro que más arrugada que una pasa.
—Eso si duermes en ataúd, odias los ajos y bebes sangre. Echa la cuenta, setenta más los treinta y tantos que tienes.
—¡Uy treinta y tantos! —exclamó ella con cierta alegría—. Y unos cuantos más.
Tanto Iván como Rodrigo lo sabían, pero siempre era mejor quedarse cortos que pasarse.
—¿Vosotros conocéis Somo? —preguntó Rodrigo.
—Está muy bien y es muy tranquilo. Hay mucho surfista. Son buena gente. Yo voy algunos fines de semana al pueblo. Hacen fiestas guapas.
—No está mal —dijo Lola encogiéndose de hombros—. Personalmente no me gusta la playa por eso mismo. Voy con niños y tengo miedo de que les abran la cabeza con alguna tabla de surf.
Iván miró a Rodrigo haciéndole un gesto con la cara de «no le hagas ni puto caso».
—¿Por qué lo preguntas, tío? ¿Quieres mirarte allí algo?
Él asintió.
—Había pensado ver alguna casa.
***
Quería acabar pronto. Ese día Rodrigo venía al parque con su hijo y unos amigos y yo había accedido a pasar la tarde con ellos. Así de valiente era. Me iba arriesgar. Eso sí, rezando con todas mis fuerzas para que Álex fuese un niño normal y bien educado, ya que por el parque pasaba cada bandido que era difícil de controlar. Por supuesto que había excepciones, pero no había día que no tuviésemos que llamar la atención a alguno. Natalia me llamaba exagerada. Pero ¿a quién se le ocurría lanzar cascaras de plátanos a los leones marinos? ¿O tirar una cazadora al tanque de las morsas? Pues lo hacían. Y lo que más frenética me ponía —llegaba a transformarme en la niña de El exorcista— era que golpeasen los acuarios con los puños. ¡A más de uno metía en las peceras de las pirañas si supiese que no me iban a despedir al día siguiente!
—¿Vas a hacer espectáculo? —me preguntó Natalia—. A Phoebe se la ve intranquila a pesar de que apenas se mueve.
Dejé un par de cubos en el suelo y me volví a mirarla.
—Lo sé. Está hecha polvo. Había pensado en retrasarlo un poco para ir viéndolo todo. De todas formar lo haré con el resto y a ella voy a dejarla en paz.
—De acuerdo. —Natalia se sentó en una silla giratoria y me siguió con la vista. Anoté en mi cuaderno la cantidad de comida que iba a dar a los animales y la hora. Esas cosas las llevaba todas registradas—. ¿Me presentarás al bombero? Por favor, por favor.
Me encogí de hombros con una sonrisa.
—Si tú quieres…
—¡Claro que quiero! —sonrió—.Tengo un montón de curiosidad con él.
—Bueno, pues lo haré. ¿Por qué no me vas preparando las vitaminas para Phoebe? Creo que se las voy a dar a hora a ver si se calma un poco.
Natalia fue a buscarlas a una nevera pequeña.
—¿Cuántas gotas le pongo?
—Solo quince. No quiero arriesgarme con ella. Y después avisa para que pongan el cartel del espectáculo para esta tarde.
—¿Tú que vas a hacer? ¿Vas a comer con el bombero?
Negué con la cabeza.
—Ellos traían bocadillos y cosas de esas. Rodrigo había dicho de comer por aquí, pero el matrimonio que le acompaña se empeñó en que ellos llevaban de picnic. Yo comeré algo aquí.
—¿Estas nerviosa?
Natalia comenzó a preparar el pescado y yo fui introduciendo las vitaminas.
—No, para nada. —Tenía algo en el vientre que no paraba de dar vueltas pero no eran nervios, era terror—. ¿De qué crees que puedo hablar con unos niños de siete años?
—Eso lo tienes fácil, Vega. Cuéntales sobre los peces y lo que hacemos aquí. Imagínate que es un grupo al que le estas dando una clase especial. En ese tema no te gana nadie.
Llevaba razón. Por algo yo era la doctora jefe allí y podía presumir de ello. No había llegado a ser lo que soy por mi cara bonita, eso estaba más claro que el agua. Si hubiera dependido de eso me habría muerto de hambre.
—Espero que no me calienten mucho o te prometo que irán a parar al tanque de los tiburones. Hablando de ellos, de los tiburones. ¿Les han dado de comer ya?
—Creo que sí. Al menos vi a los cuidadores que se llevaban su comida para allá.
Terminé de hacer mis cosas y me di una ducha para quitarme el olor a pescado. Aunque llevaba la bata y cuando manipulaba los alimentos me ponía un delantal plastificado que me llegaba a los tobillos, el olor siempre quedaba impregnado. Sobre todo en el pelo.
Me puse ropa cómoda; unos pantalones vaqueros negros y un jersey fino de lana. Cuando me estaba calzando, unas zapatillas altas de cuña, me llegó un whatsapp de Rodrigo donde decía que ya habían terminado de comer y que me esperaban en la zona de los pelícanos.
Fui a su encuentro. Hacía un día muy soleado y bonito, por lo que había más visitantes en el parque que en días atrás.
Los vi antes de que ellos me viesen a mí. Rodrigo, apoyado en la pared de cristal que rodeaba a las aves, contaba algo a dos críos que estaban juntos, a su lado.
¡Mi bombero era guapo a rabiar! Se le veía risueño, jovial… Mi pulso se disparó inexplicablemente a mil.
Recuerdo que cuando era pequeña, antes de que llegaran los reyes magos a casa, cogía los catálogos de las jugueterías y me pasaba el día diciendo: «Me lo pido. Esto también me lo pido. Y esto».
En ese momento me pasó lo mismo con Rodrigo. Me dije: ¡Ups, un bombero! ¡Me lo pido!
—Hola. ¿Eres, Vega?
Rodrigo se giró al escuchar mi nombre y yo no pude mirar a quien me hablaba, porque los ojos del bombero y los míos se quedaron enganchados. Fue como si por unos minutos el tiempo se detuviese. Entonces él se enderezó, se acercó hasta mí con zancadas largas y me cogió una mano que me hizo estremecer de la cabeza a los pies.
—Sí, Fanny, ella es mi amiga. Vega, ellos son Fanny y Tony. —Desperté del trance sintiéndome ridícula y les di dos besos a casa uno—. Él es Álex —señaló a uno de los niños. ¡Era igual que el padre!—. Y este de aquí es su amigo Jaime.
—Hola —saludé sin saber muy bien que más podía decir—. ¿Lo estáis pasando bien?
Los niños asintieron y después pasaron de mí, cosa que llegó a entusiasmarme. Salieron corriendo a la zona donde teníamos las tortugas gigantes. El recinto estaba muy cerca del edificio de actos sociales donde se hacían reuniones y daban charlas.
Alex y Jaime se detuvieron frente al cristal mientras los adultos, que caminábamos un poco más atrás, íbamos charlando. Fanny estaba encantada con el parque. Era la primera vez que iba y nos iba comentando las cosas que le habían parecido más curiosas.
Nos detuvimos los cuatro. Por el rabillo del ojo descubrí a los niños observando a una pareja de tortugas. Los animales estaban copulando.
—¿Por qué harán eso? —le preguntaba Jaime a Álex.
—Creo que están jugando a luchas —respondió el otro, todo convencido.
Comencé a reírme por lo bajo. Mira que eran ilusos. Fanny me miró arqueando las cejas, como preguntándose si había dicho algo gracioso. Sacudí la cabeza.
—¿Quién les dice a vuestros hijos que las tortugas no pelean?
Los tres observaron lo que les señalaba con la cabeza. Fanny enrojeció hasta el nacimiento del cabello. Rodrigo empezó a reírse con fuerza. Tenía unas carcajadas preciosas y aterciopeladas. Fue Tony, quien aguantando las carcajadas y adquiriendo el rol de hombre serio, se acercó a ellos.
—Chicos, deberíamos dejarlas tranquilas. Las tortugas están haciendo hijitos.
Fanny exclamó.
—¿Cómo les dices eso?
Tony la miró encogiéndose de hombros.
—¿Y qué quieres que les diga? ¡Son animales!
Álex escudriñó a su padre buscando su confirmación.
—¿Están haciendo hijos? Yo creía que estaban limpiándose la cascara uno al otro.
Reí y me acerqué hasta él.
—Son caparazones. Y sí, dentro de poco pondrán huevos porque son ovíparos.
—¿Nacen tortuguitas pequeñas?
—Tan pequeñas que parecen arañas. —Los reptiles acababan de ser alimentados y todavía les quedaba restos de hojas de lechuga y otros vegetales por el suelo. Menos mal que estaban en una urna de cristal, abierta por la parte superior. De ese modo no nos llegaba el pestilente olor que desprendían.
—Será mejor que nos vayamos de aquí —dijo Fanny que sentía vergüenza. Fue la primera que echó andar alejándose de allí.
—Que los animales copulen es lo más normal del mundo —les dije—. Lo raro hubiera sido que practicasen la WWF.
—Raro y divertido —comentó Rodrigo—. ¿Tú ves la lucha libre?
—Algunas veces.
—Yo también lo veo —me dijo Álex con una sonrisa—. Pero mi padre dice que actúan mucho, porque si no, se harían daño.
—¡Hombre, claro! ¡Se dan…! —guardé silencio de repente. Delante de un niño no se podía decir se dan hostias como panes, ¿verdad?—. Es todo un montaje.
Dejamos que los niños nos fueran dirigiendo a su antojo. Fanny y su marido iban detrás de ellos para no perderlos de vista. Era obvio que el matrimonio se había adelantado para que Rodrigo y yo pudiésemos ir charlando a gusto.
Escuchar a Rodrigo contando las anécdotas que vivía en su trabajo era divertidísimo. Había tantas cosas inverosímiles que no estaba segura de que no se lo estuviese inventando solo para hacerme reír. ¿Realmente la mitad de la humanidad estábamos para que nos encerrasen?
La piscina de los delfines era de los sitios que más terreno ocupaba del parque. Constaba de un anfiteatro al aire libre donde los asientos se disponían en forma de U, mirando a la piscina y a una pequeña plataforma de piedra. También existían unas escaleras a la derecha y a la izquierda que descendían por debajo de las gradas. Allí había varios ventanales cuadrados de cristal grueso, desde donde se podían ver a los delfines cuando nadaban bajo el agua.
Ese día había cinco animales. Seis si contaba a Phoebe, que ni siquiera se acercaba a las ventanas.
Jaime y Álex pegaron las narices en el cristal y exclamaban cada vez que veían que alguno pasaba por delante.
A pesar de que yo lo veía todos los días me seguía emocionando como la primera vez. Me sobrecogían sus acrobacias y piruetas, pero sobre todo su inteligencia, la manera de comunicarse y hacerse entender.
Siempre lo he dicho. Si uno se fija bien en los animales puede llegar a comprender lo que ellos quieren decir, lo que necesitan. Los animales siempre tratan de comunicarse con nosotros de cualquier manera y hay que estar muy atentos a sus señales.
—Ojalá viniesen aquí —murmuró Álex golpeando el cristal suavemente con los dedos.
Aparte de nosotros, había por lo menos otras siete personas más en esa abertura. Había en toda la piscina cinco ventanas iguales del mismo tamaño. E incluso enfrente de cada una de ellas había un banco de piedra colocado de forma estratégica para poder observarlos.
Rodrigo tampoco perdía de vista a los delfines. Todos estaban tan fascinados como los niños y yo. Solo que yo tenía ventaja. Cogí la mano de Álex con una sonrisa tensa para que dejase de dar al cristal. Me abrí paso hasta ponerme delante de Rodrigo que estaba en primera fila junto a los críos.
Al poco de plantar la mano en el cristal, Willy fue el primer delfín en llegar. Daba pasadas lentas sin dejar de mirarnos. La gente exclamó y otras personas que andaban por allí se acercaron, curiosas.
—¿Qué te pasa, Willy? —susurré. Los niños me miraron con sorpresa. Sentí sus ojos puestos en mí, sus bocas abiertas a punto de babear. En realidad sentí los ojos de todos—. ¿Estas preocupado por Phoebe?
El delfín asintió. Sé que algunos pensarían que había sido un movimiento mecánico y casual. Yo sabía que no.
—El delfín pertenece a la orden de los cetáceos. No son peces, son mamíferos. Respiran a través de pulmones y amamantan a sus crías. Comen calamares y peces. Este es Willy. Es un delfín común y podemos ver que su color es gris oscuro y blanco. —Miré a mi alrededor. Mucha gente estaba pendiente de mis palabras—. Puede nadar hasta doscientos setenta metros, y entre sus características está que utilizan una técnica llamada ecolocalización. La gestación de un delfín dura de diez a doce meses dependiendo de la especie. —Volví los ojos a Willy y susurré—: Ve a buscar a Phoebe.
El mamífero salió disparado y al poco regresó con ella. La gente empezó aplaudir.
Me sentí importante, y sobre todo orgullosa.
—¡Tiene poderes! —exclamó Jaime con una enorme sonrisa en los labios.
—Ella es Phoebe y está a punto de ser mamá. Normalmente solo tienen una cría, pero hay casos, pocos, en los que han llegado a tener dos.
Phoebe estaba incomoda. Pasaba una y otra vez, muy despacio, por delante del cristal, cuando no subía a tomar oxígeno. En una de esas pasadas se marchó y no regresó. Willy la siguió, aunque continuaron visitándonos el resto de los delfines. Quería mucho a todos, sin embargo tenía un vínculo muy especial con los otros dos. De hecho, solo yo entrenaba a Phoebe y Willy, aunque algún cuidador me acompañaba.
Los fines de semana que yo no trabajaba otro entrenador hacía el espectáculo, pero nunca los sacaba a ellos.
—Se nota que te conocen —me dijo Rodrigo cuando dejé de hablar. La gente empezaba a dispersarse, eso sí, después de que me aplaudiesen.
—¡Yo también quiero que me conozcan! —exclamó Álex emocionado.
Los altavoces emitieron un ruido bastante desagradable. Después salió una voz aguda.
—¡Doctora Ruiz, acuda al delfinario! —lo repitieron dos veces.
El corazón me dio un vuelco. Sabía que se trataba de Phoebe. Había llegado la hora.
—Perdona, Vega. —Era Natalia. Llegaba hasta mí con su bata blanca y el cabello peinado con pulcritud y brillante. Se acababa de retocar el maquillaje. Me pareció que estaba más pintada que los días atrás—. Me han dicho que estabas por aquí. Tienes que venir. Phoebe se ha puesto de parto. Te acaban de llamar… —La voz del altavoz la interrumpió. Volvían a nombrarme.
Asentí y me volví a Rodrigo.
—¿Queréis ver algo maravilloso?
Emocionado me dijo que sí. ¿Emocionado o sorprendido? No sé, me miraba como si fuese especial. Y reconozco que me encantó.
—Natalia García es mi ayudante. Rodrigo, Fanny, Tony, Álex y Jaime, mis amigos.
Noté la mirada interesante que Natalia le dedicaba a Rodrigo y me dieron ganas de estrangularla. ¡Había que jorobarse la buena pareja que hacían juntos! Sin ningún motivo, o tal vez porque me sentía nerviosa por Phoebe, sentí unos celos atroces.