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LA FORTALEZA DE SVERRESBORG

Un torso de demonio con capa se alzó ante dos guardias centinelas a sendos lados custodiando el elevador módulo. El elevador burbuja con carcasa transparente acristalada comenzó a subir hacia la amplia bóveda de la cámara palaciega que se fue despejando desde su cristal envolvente a través del cual titilaban las estrellas.

Por aquel tubo de ensayo acristalado que lo cubría percibía en los distintos niveles a las guardias custodias de la fortaleza vigilando pertrechadas a cada esquina y ángulo muerto y recoveco, con sus yelmos y corazas plateadas, todos provistos con espada y alabardas. En eso que el elevador arribó al nivel principal con un golpe en seco, parándose su mecanismo y engranaje y sobresaliendo y afianzándose en el piso superior, las compuertas de cristal del tubo se echaron a un lado automáticamente, y del interior emergió una dama de oscuros ropajes, lady Mortem, ella penetró bajo el cielo del anochecer iluminado de estrellas en una azotea acondicionada, era una terraza de hermosas balaustradas de blanco marfil y de suelo marmóreo pulido a forma discoidal, estaba ocupada por dos torres centinelas con forma de obelisco apuntando a las estrellas. Sus ropajes eran brunos y siniestros, de tono fúnebre, y la atmósfera parecía estar cargada de hollín, emergiendo esa nube de gas del módulo plataforma del que había emergido, dentro del castillo en la cámara principal destacaba la figura lady Mortem ataviada de capa y espada, su traje de satén forrado, arrastraba una larga falda plisada y unas diáfanas sedas grises caían tras su espalda, una gorguera de transparente muselina sobresalía de su cuello, con un halo misterioso como el de una noche helada, unas botas de cuero retumbaron en la superficie a cada paso, su blanco cutis y facciones de tremendos ojos garzos le daban todo el porte de una diosa, salió rápida de un acceso próximo y como una exhalación en busca de su consejero Fredrik, iba muy turbada ante la llegada de aquellos díscolos humanos del que nadie al parecer le había apercibido, el consejero se mantuvo erecto en estado de shock, no supo cómo reaccionar ante la mirada penetrante de cuervo carroñero de aquella mujer madura, aunque hermosa con esos cuellos alzados, y ese corché prieto adiposo más parecido a un peto militar como refuerzo, con ese torso delgado e inmensos guantes aterciopelados encajados en sus manos llegando hasta los codos, señaló con su diestra amenazante a su consejero para que le diera explicaciones sobre aquel percance y asunto.

Fredrik le salió al encuentro en medio de la cámara principal, a través de una bella galería de entramados sustentada por columnas en espiral, con su inmensa cúpula y vidrieras policromadas donde penetraba aquel rojizo anochecer.

―¡Qué ocurre, Fredrik! ¿Quién blande el acero que enfría la noche!, ¿por qué repercuten los tambores?, ¿de dónde provino tan intempestiva y lasciva algarabía? No concilio el sueño, mis veladas son ventiscas. Contagiosas son las afecciones que propaga el venturoso azar. ¿Con qué aldabonazos el Averno se atreve a llamar a mis puertas? ―lady Mortem se abalanzó hacia el consejero apartándolo a un lado y yéndose hacia un alargado y estrambótico telescopio desde donde como un dios omnisciente los oteó ante sus ojos―, pues con la inflamada avidez en su demanda, algo ha traspasado mis posesiones sin premisa ni llamamiento, mas si reprueba el arte de la demonología, y no es perceptivo con su osadía, o estos parecen incurrir en la danza de los equívocos, o confunden los viñedos del Mosel con las ruinas del Tintagel.

Fredrik se temía lo peor, el porte iracundo de su señora parecía la de un felino a punto de arañar, trató de mantener la compostura estirando su cuello, en estrechos gregüescos y en jubón de camuza, era un tipo entrado en años, pasaba la cincuentena, ancho de espaldas, de barba rizosa y cabello gris, con un capirote de rollo sobre su cabeza a modo de tocado, sabía que aquella intromisión no le auguraba nada bueno ante aquellas horas tan tardías ya casi anocheciendo, las tímidas pinceladas carmesí de lo que quedaba del día coloreaba sus facciones y sus ropas, estaba tembloroso pues a su señora hacía tiempo que no se le veía tan agitada, catapultada hacia su odio ciego ante todo merodeador, pero no era de extrañar, ya que en las noches su ama enloquecía en la cámara de aislamiento, ante unos espejos o cristales que eran capaces de enlazar y tender puentes con mundos distantes, y a través de los cuales ejercía sus artes de hechicería trazando aires de conquista, e incluso ante esa díscola presencia que se le resistía aún en el tiempo y de la que se la tenía prácticamente tabú en la corte, la de cierto reino del que nadie se atrevía a hablar ante su presencia, aun así esperó a que su señora se volviera del telescopio para saber cuáles eran sus directrices al respecto; suponía ya la respuesta, aquellos dos entrometidos iban a ser sometidos a un severo correctivo de inmediato y, tal vez, a una larga y dolorosa tortura, la de entresacarles qué es lo que realmente llevaban entre manos, al ser extraños forasteros jamás antes vistos por aquellos páramos tan muertos y faltos de vida vegetal alguna, sin estrella, guía o referente alguno sobre el firmamento, porque esas potestades ultraterrenas no se regían por los mismos baremos que la de los humanos, algo había pasado en el espectro fronterizo debido a alguna perturbación en el campo gravitatorio y era lo que más le preocupaba en aquellos instantes a lady Mortem, pronto tendría que mandar una guarnición antes de averiguar sobre la causa verdadera de su intromisión allá en los lindes más alejados del reino y el porqué de aquello.

La presencia de lady Mortem se hacía cada vez más irrespirable y la presión se acrecentaba a un ritmo paulatino, pero desconcertante, la repentina llegada de su señora le hacía sentir realmente incómodo y percibió su respiración anhelante y estertórea, con un acceso de rabia incontenida al igual que la de un felino o un monstruo ancestral, su mirada era hipnótica y diabólica, nadie trataba nunca de mirarla de fijo, movía su capa unas dos o tres veces drásticamente muy nerviosa cerciorándose bien de lo que veía ante sus ojos a través de las lentes, exhalando maldiciones una y otra vez, palabras ininteligibles de lenguas muertas que ni siquiera él comprendía, tal vez provenientes de viejos hechizos y antiguos nigromantes, de un momento a otro iba a dar su veredicto al respecto y al igual que una fiera enjaulada en su reducto iba a saltar a por su presa despotricando contra todo lo impensable, tal vez su gaznate no estaba seguro en esos momentos de tensión.

Bajó aquella cúpula de la cámara de presencia las lentes del dispositivo dieron un alcance medio, lady Mortem conectó el zoom para contemplar mejor el espacio-exterior y lo recorrió observando las nebulosas y los pequeños racimos de estrellas, los cúmulos galácticos de Anninaan, en el centro estaba la constelación Dadorian formada por las tres estrellas que alumbraban a las remotas Galianas Maumus y Gaaliba Jadda, el cual encendió disparándose su dispositivo con un pitido fino y mostrando una franja de luz azul. Frente a sus retinas apareció una pantalla elíptica que le condujo en escasos segundos y en la distancia, con todos los parámetros de campo e indicadores, hacia el espacio-profundo con una ampliación exacta y una clara representación del cosmos, luego al no percatarse de nada fuera de lo normal, volvió a bajar el dispositivo hacia aquellos dos individuos de vestimentas tan pintorescas, se le escuchaba el resuello, muy perturbada por aquella intromisión, era de un temperamento indomable y a más de un consejero no había dudado en ahogarlo entre sus manos, tal vez Fredrik fuera el próximo, el sudor peleaba por su frente y trataba de guardar la entereza para así enfrentar los cargos que ella le demandase si ese fuera el caso.

―Milady, advertimos ciertas incongruencias en el desatinado y errante proceder de estos merodeadores. ¿Cuál es vuestra disposición al respecto?, deben ser peregrinos perdidos y desorientados, vagan a la deriva cual bajel sin jabeque, cubierta y arboladura, dejadme anteponer mis juicios y valores sobre este apremiante asunto, no alegóricos, sino más o menos reservados: no son los primeros peregrinos cristianos en adentrarse en vuestros dominios, milady, pues tales incursiones nos remontan al mismo San Mateo que, entre oro, incienso y mirra, ya se hace eco de ciertos magos que osaron traspasar vuestras fronteras hacia tierras del Oriente entre las estrellas de Aries el Carnero y la estrella Real de los nuevos reyes ―recapituló el consejero.

―¿Disposición? ―lady Mortem rio ante su cuestión, volviéndose enrabietada, era una mujer madura y bella―. ¡Traedlos a mi presencia!, mandad a buscarlos y escoltadlos sin la menor demora. Los que se aferran a esquemas doctrinales ya superados o a la recia arrogancia que desarraiga y deteriora siempre la podredumbre, se diluyen bajo adulterados preceptos homicidas que apelan su disconformidad, sacrificando su espíritu en pos de ese ego circunstancial que los aboca al fracaso más consumado. Debo sonsacarles qué andan husmeando por Cydonia y la fortaleza de Sverresborg. Este lapso involuntario en el tiempo puede deberse a una perturbación en la zona muerta, rutas apócrifas y periplos marginales deben de haberlos arrastrado a estos áridos derroteros, cartas y mapas variopintos proliferan por doquier de Aquitania a Antioquía y de York hasta Caen, trazados a pluma de gallo desde videntes a hechiceros. ¿Desde ese lecho reclinatorio y cubil de nigromantes al amparo del inglés, cuántos espías y desertores de mi reino bordan lienzos cual hogazas deshuesadas a través de esas ardorosas manos de ermitaño? ―concretó lady Mortem.

Lady Mortem siempre trataba de eludir a toda costa la intrusión de merodeadores por sus márgenes y potestades, se volvió estirándose su capa con aquel porte maquiavélico y escudriñando a su consejero que se amilanó ante su presencia, con aquella faz empolvada de blanco y ojos de felino, su cutis mortuorio tapando su cabello con una cofia, su gorguera y esos brunos atuendos, con mangas en punto y altas botas le daban cierto toque hombruno. Ella quedó impávida por unos instantes sin saber qué palabra musitar después de ver lo acontecido desde el telescopio, así que por unos momentos parecía como haber entrado en un trance transitorio del que parecía indispuesta a salir, su consejero guardó silencio sin llevar la contraria, ni atreverse a levantar la voz, ni siquiera musitar palabra alguna, aquello era algo que se prolongó para largos segundos. Lady Mortem anduvo en derredor a él extendiendo su capa con frenesí, moviéndose de un lado hacia otro muy nerviosa a través de aquel suelo espacioso y pulido de palacio, hasta los soldados que estaban allí presentes no se atrevían a hacer el menor ruido e interferir en aquella escena virulenta, presagiaban que nada bueno auspiciaba ni era halagüeño, un fino y sutil viento interfería arrastrando esa arenilla rojiza penetrante proveniente de esa vaharada polvorienta del desierto, era una representación gráfica y dramática de lo que en esos momentos estaba sucediendo en aquella espaciosa cámara abovedada, se la oía caminar con el peso de sus tacones y el de sus botas sobre el enlosado marmóreo y de ónice, era una ocasión que pasaría a la posteridad, nadie podría intuir que de unos momentos a otros una causa perdida iba a sacudir los cimientos de un reino tan inaccesible e impermeable como aquel. Así que todo era un estado de ansiedad que pareciera no tocar fin, de un momento a otro iba a parar de vagar con ese descarriado y errático movimiento y compás de espera, para quedar plantada frente al consejero y dictaminar cuál era su proceder ante aquella eventualidad que se había fraguado a espaldas de su reino y potestad, aunque Fredrik ya se podía hacer una idea que no desembocaría en buenos puertos, nada halagüeño de figurar, ya que su ama contrajo su pálido cutis remarcado y prominente, aquella faz y sus facciones quedaron transfiguradas por algo extremadamente espantoso, parecía un monstruo descontrolado, sus ojos azules se tornaron de un radiante fuera de lo común, era un signo inequívoco de su enojo e inconformismo, algo que a su consejero le hacía sospechar que iba arreciar tormenta en las dependencias palaciegas.

Lady Mortem enarcó las cejas, apretó las comisuras de sus labios e hizo un mohín con su boca exhalando una bocanada de aire vaporoso al igual que una ponzoña, sus mandíbulas se contrajeron como tratando de medir y asegurar bien sus palabras y qué propósitos integraban para meter en cintura a su consejero, y poner en práctica las artes maquiavélicas más ingratas en pos de aquella osada y premeditada invasión de sus fueros.

―Avatares mundanos que no de traición deshojan el inmaculado tinte de lo imberbe y la inocencia, no entrad, milady, en bajezas ni reyertas con lo desconocido, pues aquel que accede por su propio pie no distingue de arbitrios mundanos, y el nido de la virtud tiende a ser más condescendiente con el foráneo que no es portador de agravios y es inocuo a agrias miradas ―le informó el consejero Fredrik.

Fredrik trató de guardar su equilibrio emocional, desglosar la ambientación de aquella escena tan tensa no era nada fácil, esa forma de presagiar los eventos más siniestros con esa dinámica de poder tornadizo y cambiante, aquella mujer hombruna y madura estiró en su presencia su diestra, apuntándole con su índice al igual que un siniestro dardo sobre su mentón, el consejero se estremeció, pues ya no era alguien imprescindible después de tantísimo tiempo, y cuando muchos de sus antecesores habían muerto a manos de aquella infalible presencia, esta despótica dama que, aunque hermosa, llevaba inexcusablemente a la muerte, precipitada por su instinto siempre trazaba sus planes tal como se desenvolvían los acontecimientos o incidían los hados y astros, pues hasta por ellos se dejaba llevar, de ese zodiaco siniestro, esos signos grandilocuentes y místicos que solo Dios sabía qué deparaban en la mente hermética de aquella diablesa, aun así no demoró la situación en demostrar quién era el que portaba el mando de la situación y de que todo lo tenía atado y bien atado, bajo sus firmes preceptos buenamente inculcados, entre ellos toda su corte y guardia, pues obedecían sin la menor objeción sus directrices, ya fuesen marginales, viles o benevolentes, sus lugartenientes jamás cuestionaban sobre lo que se debía o no hacer, ya que podía ser altamente peligroso, la de un simple vasallo sumiso como era el caso de su consejero que, aunque era parte de un juego ya predeterminado, nunca osaba traspasar ese límite interpuesto por ella, sus voceros se hacían eco de todo lo concerniente a los mundos periféricos, los cuales tenía maniatados y sometidos a su antojo, bajo el cetro de la censura y la proscripción, como era el caso del reino inglés, era como una conducta lasciva y un culto a lo inanimado, aunque todo aquello que no se podía palpar, pero sí intuir.

―No subestimad los poderes de la negra hechicera de Osterburg, la combada forminge parece repercutir venida de esos rapsodas de lúgubres templos que amenizan a las horas perniciosas de la noche, con la modorra postrera de un sueño ubicado en un ayer ancestral, las tretas de Osterburg son taimadas, bajo ese estado de recogimiento de rudimentaria gestación un abyecto demonio se ha apropiado de la paz y el bendito sosiego de mi reino, subyugados ante el cerco irremisible de Sverresborg, y con este servil peregrinaje, os ruego, Fredrik, otorguéis perentorio hospedaje a estos intempestivos merodeadores de tierras ignotas, para asegurarnos si es velado lo que encierran, o simple albur de los hados. Sacadme de dudas ―proclamó lady Mortem.

―Y así será, milady ―contestó el consejero Fredrik―, proceded casta y con aire resuelto, desechad ese tibio languidecer que otorgan vuestros labios y consagradlos al más hosco y adusto estupro, y, como pináculo que sobresale de una espadaña, hincad vuestro aguijón para así rastrillar los más esquivos recovecos de su corazón, en busca de las más reservadas confidencias que pudieran perturbar vuestros designios ―la advirtió el consejero.

―La gleba nutriente de nuestra avidez personifica con aires de conquista, el sello distintivo e inequívoco de lo que por todos es conocido, la codicia y la ambición que vigoriza mi persona, tan solo es una pusilánime parodia del espíritu más ingenioso en contraposición a la negra hilandera de Osterburg, a la que someter ansío por encima de todas la cosas ―pormenorizó lady Mortem.

―Absorbida estáis en la meditación; no adentraos, milady, en los dominios de Osterburg, pues más profundas que las gargantas del Parnaso son las artes oscuras de esa bruja que se os resiste desde tiempos inmemoriales. Los rasgos inquisitivos y hostiles que tanto os soliviantan podrían enajenar y ahuyentar a los menos allegados, atemperad vuestros ánimos enaltecidos y aderezadlos con la savia del disimulo y el recato, esos que tanto domináis con el arte de la persuasión ―la contuvo el consejero.

Ante aquello lady Mortem intentó ocultar con solapada discreción aquel nombre, pues como una mortal sanguijuela se había interpuesto en su camino perturbando su razón como un muro inaccesible ante sus delirantes propósitos, la de un reino por conquistar y tan díscolo para poder someter al capricho de aquella bruja reencarnada en demonio, aún después de los muchos reveses encajados en el pasado en su lucha enconada contra aquella espantadiza y mortificada hechicera de Osterburg, no pudiendo con su propio arte domeñar los poderes ocultos de aquella remota e inaccesible potestad bajo los mandamientos de aquella presencia capaz de intimidarla, y de la que a ciencia cierta su propio consejero sabía y sobre la que hablaban en interminables veladas sobre la forma de poder detenerla en su empeño, pero buenamente Fredrik la persuadía una y otra vez tratando de apartarla sobre su caprichosa lid siempre inacabada y con la única tentación de poderla destruirla y batirse en un duelo sin igual a través de aquella dimensión no al alcance de un humano, sino la de un poder que era capaz de transgredir portales y umbrales dimensionales y paradigmáticos, algo que la había llevado incluso a enfermar por los continuos roces y enfrentamientos contra esa hechicera que acumulaba un poder místico y realmente la sobrepasaba, daba miedo incluso atreverse a nombrarla en su presencia, hacía que su ama perdiera los estribos y se convirtiera en una persona totalmente irascible, una bestia incontrolable capaz de matar en un acceso de locura indómita como un espejismo que tratara de disipar en su memoria.

―La sabia erudición y la lengua serpentina y mordaz que maneja esa bruja me sobrepasan, la dura cerviz que componen sus retazos más indefinidos se asemejan a los de una pavorosa mantícora cuya sed de carne sobrepuja toda amenaza o coacción, capaz de succionarme y atraparme en sus perversas garras y atarme para siempre a las tinieblas ―le replicó lady Mortem, atemorizada.

―¿Todavía perseveráis en vuestra entereza?, ¿qué eterniza ese ánimo inquebrantable el que luego tiende a remitir con tan ineludible desaliento?, no soy quién para oponerme a la intransigente voluntad de una diosa que, enconada y agraviada ha de guiarse por entre las más farragosas tinieblas, dando lucidez a lo irracional, para quien cimienta la cordura, ¡no le guarden sepultura! Os someterá y sucumbiréis irremisiblemente ante esa bruja condenada si prolongáis ese obstinado enfrentamiento cara a cara frente al espejo, sabéis que os destruirá ―la advirtió Fredrik.

―Que malas nuevas arrastre el mismo Patroclo,1  si mi reino ha sucumbido o sucumbirá, ya recorre mi disoluta condición e impotencia, la de esta mi triste insuficiencia. La pueril y vana ostentación de aquel que otorga de ricos placeres prohibidos hace acopio de esas dádivas y presentes que envuelven lo místico con ese aire marcial que enmudece al resucitado ante este difícil preludio de cadencias, réplicas ociosas y retóricos preceptos, los que fundamentan ese estribillo de lujuria y fausto conocimiento.

―Desistid os pido, milady, ¿quién sabe qué depararán esos confines inalcanzables de lo incomprendido?, largas y fatigosas suelen presentarse las entrañas de lo maligno, tan estériles y desprovistas de caminos veraces como el mismo pontos. No hay naufragio propiciatorio ante corrientes traidoras y velados bajíos, tan llenos todos de admoniciones morales como detractores que abominan contra la adversidad ―hizo hincapié Fredrik.

―Apartad esos desvaríos sepulcrales, Fredrik, porque el lóbrego follaje de este extraño galimatías translúcido es como el diamante, pero con la majestad de arrastrarnos a la desdicha y al exilio eterno, no lo olvidéis.

―Solo trato de persuadiros, milady, nadie sabe lo que allí os aguarda. Esta pírrica danza armada a salto de mata entre aves de rapiña apercibidos en sus faltas, os hace ser el punto de mira de grandes señores y reyes que os observan con recelo y animosidad, entre emisarios reales y otros heraldos provenientes de los cuatro puntos cardinales del globo.

―¿Creéis que no me he percatado de ello?, no subestimad mis dotes en pos de la persuasión e intuición, buen Fredrik, los signos celestes aún distan mucho de contemplar a un simple y mero imberbe ungido y entronizado en mi reino, no dad pábulo a la fantasía, ese eco desvaído tan lleno de falacias y ardides con la sola intención de derrocarme, el que tanto han urdido durante generaciones mis más acérrimos detractores cayendo en saco roto. No lo olvidéis ―recapituló, haciendo memoria lady Mortem con cara de pocos amigos.

―Esta prístina reputación deja entrever de entre toda su rudeza que esa hechicera, desde sus más inquina ojeriza, mueve sus hilos con métodos abominables y repudiables, pero contraer enemistad con tantos reinos de la periferia os puede conducir por la vera del descalabro y el fuego de la discordia, haciéndoos sucumbir inexorablemente, milady.

La colosal estructura se reveló ante sus ojos como una pasarela que puso en marcha sus mecanismos crujiendo la madera, aquel puente levadizo fue bajado aposta para ofrecerles paso libre tanto a Juan como a sir Geoffrey, hacia los interiores de aquella macabra fortaleza negra, los rieles y engranajes chirriaron entre sí dados los vetustos mecanismos de la puerta central, con un inmenso minarete a sus costados, se desmarcaba con la impronta y unos relieves de cuervos en sus frontones curvilíneos, el rey Juan y sir Geoffrey quedaron impertérritos ante aquello, no sabía qué les podía deparar en su interior, nada halagüeño, pues se desplazaron los primeros guardas con esos plateados armazones y, que con adargas en mano, se abrieron paso hacia su encuentro portando antorchas y en marcha marcial, los emblemas de cuervo eran propios de aquella región o reino perdido, pues destacaban tallados en sus petos, sir Geoffrey quedó petrificado ante la panorámica de aquellos muros y blocaos, advirtiendo saeteras, garitones, troneras y un gran foso que rodeaba toda aquella inmensa mole de roca desgastada por el paso del tiempo, también pudieron ser partícipes de lo que se asemejaba a una estirada barbacana y puentes paralelos levadizos muy contiguos, a través de diminutas saeteras advirtieron que los estaban observando con ojos inquisitivos como si alguien quisiera saber más sobre ellos y su presencia en aquellas regiones y estribaciones perdidas del mundo del que provenían, era una fortaleza realmente espeluznante con una falsa antemuralla que valía como un perímetro de seguridad para el asalto de fuerzas exteriores, pero ¿quién podría aventurarse en aquel reino totalmente perdido al margen de los designios y oídos del hombre?, nadie antes había hollado aquel reino marginado a perpetuidad en ese ostracismo tan profundo y de la propia memoria, con ese anónimo afán de traspasar y profanar aquellas márgenes prohibidas se hallaban los dos ingleses, era un auténtico lugar de pesadilla, las pasiones del rey Juan languidecieron y se contrajeron ante la guardia que les dio escolta con paso marcial guiándolos hacía aquel enorme portón con antorchas flameantes bajo ese cielo rojizo y mandarina de tonos lapislázuli y carmesí, con unos contrachapados en metal forjado y labrados con lo que parecían cuervos y cabezas de dragón, aquella guardia los escoltó con el ruido de sus pesadas corazas hacia los espaciosos interiores donde lóbregos salones surgieron ante ellos, entre columnas que llegaban a techos abovedados donde colgaban teas y cirios con suelos marmolados en blanco.

―Suenan las trompetas. Dad orden de que escolten a ese par de entrometidos peregrinos a la cámara de recepción. Allí parlamentaremos y escucharemos lo que tienen que decir. Portad la elocuencia de Enio y de Catón, que en la elipsis interrogante que detenta la perplejidad, no os tenga que contravenir ni corregir; los símiles del desabrimiento disipan el fruncido ceño del silencio, el que abarca la incertidumbre y embarga y cohíbe el corazón. Tantearé y sonsacaré sus entresijos, debo averiguar qué les trae realmente a estos eriales del éxodo y la proscripción, si muestran mansedumbre y no arrastran a engaño, los aguardaré como el que blande la candente guadaña, devolviendo sus interjecciones cual desahogo del corazón oprimido, si no me percato de la menor sospecha los dejaré libres, si por ende los noto flaquear lo más mínimo, estas veladas transgresiones a mi santo panteón no quedarán impunes, aquí los retendré recluidos entre muros y centinelas. La habilidad visceral por circunscribir con la espada la cruda realidad es derecho legítimo, colgar yugo y sudario eleva el ánima de las penas y enaltece el espíritu del oprimido ―puso al corriente lady Mortem a su consejero, que asintió con la cabeza.


1 Patroclo: en dicho canto Patroclo se presentó a Aquiles trayéndole malas nuevas entre ardientes lágrimas (Hom. Il. 16.5)