Comprueba en primer lugar si está enfermo o indispuesto. Si no es el caso, no lo obligues a comer: un niño que goza de buena salud nunca se deja morir de hambre. La comida tiene que ser un momento de convivialidad, privilegiado. Así, si fuerzas a tu bebé, transformarás este momento en una situación de conflicto. El respeto del niño pasa también por el de sus gustos, así que déjale tiempo para que se adapte. Su negativa no tiene por qué ser definitiva. Proponle de nuevo el alimento, cuidando la presentación de la comida y nombrándolo. Para acabar, haz que tu hijo manipule frutas y verduras para que se familiarice con ellas y sienta ganas de probarlas.
Es fundamental escoger un juguete adaptado a la edad y al nivel de desarrollo de tu hijo, y debe captar su atención. Durante los primeros meses, los juegos deben ser sensoriales, más adelante, motores y, finalmente, educativos. Además, debes estar de acuerdo con el juego, que tiene que ser fácil y seguro de usar. Identifica la mención «CE» y el símbolo de AENOR en las etiquetas, para asegurarte de que se respetan las normas europeas y españolas. Para acabar, nunca le quites su juguete favorito, dado que este último lo tranquiliza y cuenta con propiedades calmantes.
Hay que utilizar el chupete solo como último recurso. Aunque el lactante puede encontrar en él una especie de consuelo o de alivio mientras manifiesta un reflejo de succión, lo cierto es que puede resultar más nefasto que benéfico.
Si le das el chupete en cuanto algo va mal, no solo se acostumbrará a buscar sistemáticamente una ayuda externa para ser reconfortado, sino que no responderás necesariamente a su necesidad. Dale un poco de tiempo y acabará por encontrar una forma para calmarse por sí solo.
El otro peligro del chupete es que se mantenga un reflejo de succión que retrase el paso hacia la deglución adulta y la masticación, pero también la aparición del habla, puesto que esta sigue la evolución de la deglución. A más largo plazo, seguir con el chupete puede generar trastornos para articular y malposiciones dentarias.
Un recién nacido presta atención y colabora en el juego mientras experimenta placer. Su alegría es obvia y espontánea. Si estimulas demasiado a tu hijo, su conducta te alertará: cansancio e, incluso, adormecimiento, inatención, llanto, etc. Todas estas pequeñas señales te indican que es el momento de parar.
No te preocupes, cada niño se desarrolla a su propio ritmo y, a menudo, solo se trata de un retraso benigno. La mayoría de los pequeños pronuncian sus primeras palabras entre los 10 y los 15 meses; asocian dos palabras hacia los 18 meses y forman frases cortas hacia los 2 años. Pero esta regla no es universal: si tu hijo no habla, es que quizás se concentre en otras competencias, como la adquisición de la marcha.
Sin embargo, algunas señales pueden alertarte y animarte a consultar a un pediatra: tu hijo no reacciona ante el ruido, tiene infecciones recurrentes del aparato otorrinolaringológico; le resulta difícil comprender; no señala con el dedo los objetos que desea; no busca comunicarse con alguien, etc.
En cuanto al desarrollo de un hijo prematuro, hay que tener en cuenta su edad corregida durante los dos primeros años de vida. Se corresponde a la edad que habría tenido tu bebé si hubiese nacido a término. Se calcula de la siguiente manera: edad corregida = edad cronológica – número de semanas de prematuridad. Así, un prematuro de 6 meses que haya nacido tras 28 semanas de embarazo tendrá una edad corregida de 3 meses (6 meses – 12 semanas de prematuridad). Por lo tanto, su edad de desarrollo tiene que corresponderse con su edad corregida, y no con su edad real o cronológica.
Si sus aptitudes se encuentran desfasadas, no dudes en consultar a tu pediatra, que buscará la causa de este retraso y te ofrecerá tratamientos y un seguimiento adecuados.
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