Lo más difícil de escribir una obra breve sobre la Primera Guerra Mundial es no caer en la tentación de convertirla en el doble de lo que el editor solicita. La guerra es siempre una materia compleja como para escribir sobre ella de forma concisa. En grandes líneas es aburrida, las unidades atacan o retroceden como flechas sobre un mapa de estrategas. Es en el detalle donde se encuentra la fascinación: ¿Qué pensaban los ciudadanos europeos cuando estalló el conflicto? ¿Qué sentían los soldados que tenían que salir de las trincheras para lanzarse al ataque? ¿Qué sentían los que debían disparar sus ametralladoras contra la línea de jóvenes que avanzaba hacia sus líneas? ¿Cómo se pudo abastecer a millones de soldados en el frente oriental con un transporte precario y un clima atroz?...
Un libro es comparable a un cuerpo, necesita un esqueleto para mantenerse erguido y, sin embargo, una estructura demasiado factual resulta poco interesante. Para evitar ese peligro, he creído conveniente utilizar en la medida de lo posible detalles y experiencias individuales que permitan una aproximación amena y humana al tema. El autor espera haber dejado suficiente «vida» como para reflejar la enorme tragedia humana de la guerra y para incitar al lector a que profundice en el apasionante estudio de la Primera Guerra Mundial.
Cuando Winston Churchill escribió una obra sobre el conflicto, la tituló La Crisis Mundial, evitando el término «primera guerra mundial». En realidad, la primera «primera guerra mundial» fue la guerra de los Siete Años de mediados del siglo XVIII cuyos campos de batalla se extendieron por Europa, América y el océano Índico. Sin embargo, en 1921 el coronel Charles Repington, antiguo corresponsal de guerra, publicó sus diarios bajo el título La primera guerra mundial. En 1918 un profesor de Harvard fue enviado a Europa para escribir una historia de la guerra. Al encontrarse con Repington discutieron sobre cómo denominar el conflicto. Repington señaló: «Le propuse llamarla La Guerra, pero era una denominación que no podía durar. La Guerra Alemana concedía demasiado a los alemanes. Sugerí La Primera Guerra Mundial para evitar que las generaciones posteriores olvidasen que la historia del mundo era la historia de la guerra». Apropiada o no, la denominación se consolidó y suplantó a la designación más certera: «La Gran Guerra», que fue como la denominaron los coetáneos.