Conclusión
Generaciones perdidas
La victoria fue tan cara que se convirtió en
indistinguible de la derrota.
Winston Churchill
Una leyenda cuenta que Gengis Kan, el temible guerrero mogol, introdujo la amapola blanca en su avance por Europa en el siglo XIII. Tras la guerra mundial, surgió la leyenda de que las flores se volvieron rojas con la forma de una cruz en el centro tras brotar después de una sangrienta batalla. En el frente occidental se descubrió que la amapola escarlata brotaba en los campos de batalla devastados, en particular en los del Somme. La amapola fue desde entonces adoptada como flor de recuerdo y en representación de los soldados británicos, y de la Commonwealth fallecidos desde 1914 en las exequias anuales de conmemoración en el Albert Hall de Londres.
La enorme cantidad de jóvenes muertos en la guerra animó el sentimiento popular de conmemoración. Era particularmente fuerte en Gran Bretaña, país que no había sufrido las guerras de independencia ni de unificación que habían afectado a otros países europeos durante el siglo XIX y que, por tanto, no estaba preparado para la tragedia humana del conflicto. En 1919, en el primer aniversario del armisticio, se erigió temporalmente un cenotafio según el nombre griego para designar una tumba vacía. El éxito de la iniciativa llevó a la construcción de uno permanente. Al mismo tiempo, un cuerpo sin identificar fue llevado desde Francia. Había nacido la figura del «soldado desconocido».
La idea del soldado desconocido resultó muy atractiva para todas las naciones combatientes. En Francia fue acompañada de una llama eterna bajo el Arco de Triunfo. Monumentos similares surgieron en Italia, Grecia y EE. UU. En Alemania, los intentos por construir un monumento similar en 1923 llevaron a fuertes disturbios entre pacifistas y nacionalistas. El dolor de la derrota había sido demasiado profundo como para que los supervivientes se pusieran de acuerdo sobre la conmemoración. El monumento más destacado fue el de Hindenburg en Tannenberg. En Turquía, en la zona de Gallipoli, Mustafa Kemal, Ataturk, que se convertiría en líder de Turquía, convirtió la península en un parque memorial. Es frecuentemente visitada por australianos y neozelandeses que recuerdan esa campaña con una mezcla de orgullo y amargor, el lugar donde se forjó la identidad nacional.
Los cementerios y memoriales de guerra franceses adoptaron a veces formas extrañas, como la famosa «Trinchera de las Bayonetas» en Verdún, donde una compañía francesa de infantería había sido supuestamente enterrada viva por el bombardeo alemán, dejando tan sólo visibles las bayonetas. En 1920 se creó un memorial financiado por un banquero norteamericano a cierta distancia del supuesto lugar original. En realidad, aquello nunca sucedió, pero su efecto fue impactante. Se crearon también osarios para los restos de las víctimas no identificadas en cuatro lugares representativos que se habían convertido en campos de batalla sagrados: Douamont para Verdún, Lorette en Artois, Dormans en el Marne y Hartamwillerkopf en Alsacia. Douamont contiene los restos de 130.000 hombres. Se erigieron también más de 36.000 memoriales locales entre 1916 y 1926, situados a menudo en cementerios.
Esos monumentos son la prueba silenciosa y visible de que la Primera Guerra Mundial fue un hito crucial en la historia del continente europeo. El conflicto produjo desajustes económicos, malestar social y un auge de la militancia ideológica que erosionó los fundamentos del liberalismo europeo. Ya antes de 1914, la supremacía de las élites gobernantes se encontraba amenazada: la modernización económica, la industrialización y la secularización estaban derrumbando la política existente, que era elitista y clientelista.
La guerra que iba a ser la que pusiese fin a todas las guerras dio inicio al siglo más violento de la historia. Sin embargo, fue más que una guerra entre naciones. Fue una guerra entre lo que era, y lo que sería. El «viejo mundo» agonizaba, y el nuevo todavía no había nacido. Personas de todas las clases y naciones vieron el conflicto como un fuego purificador que aceleraría ese enfrentamiento y llevaría a un mundo mejor. Sin embargo, cuando finalizó la guerra, no sólo habían fallecido hombres en el campo de batalla. Los ingenuos sueños del progreso, así como la inocencia del mundo anterior al conflicto, la esperanza en el futuro, habían desaparecido en los embarrados campos de batalla.
El final de la guerra sorprendió a los aliados sin un plan organizado para la paz, pues un año antes todavía se pensaba en términos de una tregua o paz de compromiso, y la potencia alemana parecía intacta. Esta falta de previsión tendría importantes consecuencias respecto al resultado de la paz. Las divergencias manifestadas por los Aliados durante la guerra: Francia luchaba por recuperar Alsacia y Lorena, Gran Bretaña, por sus colonias y contra la potencia alemana, Rusia, por los estrechos y los Balcanes, Italia, por sus «irredentismos», se enconarían al acabar las hostilidades. Destacaría la terquedad francesa respecto a las represalias e indemnizaciones con las que castigar a Alemania. Ese tema suscitaría largas negociaciones y no sería resuelto hasta mucho tiempo después de la firma de los tratados de París en 1919.
Los australianos festejan el fin del conflicto. |
El caso italiano era especial, pues se trataba de una nación victoriosa que consideraba que había sido tratada como perdedora. La estrategia italiana en Versalles dejó mortalmente herido al sistema liberal del país. Al exigir cuestiones inalcanzables, lograron que los italianos despreciaran la victoria a no ser que esta supusiera la anexión de Fiume, un pequeño puerto en el otro lado del Adriático, sin conexión histórica con la patria. Fiume se convertiría en el primer punto neurálgico creado por los tratados de paz. Como el territorio de los Sudetes para la Alemania de Hitler y el de Transilvania para Hungría, se convirtió en un símbolo de injusticia. En realidad, la «victoria mutilada» italiana, como la denominaron los extremistas, fue obra de los políticos. El sentimiento de frustración, traición y pérdida fue un ingrediente esencial en la subida de Mussolini al poder.
Sin embargo, lo más destacable de la guerra fue la enorme destrucción que produjo en los distintos teatros de hostilidades, especialmente en Europa. Las pérdidas en vidas humanas excedieron los 8,5 millones de hombres, la mayoría de Rusia, Alemania y Francia. Se produjo un acusado descenso de la natalidad, con millones de heridos y mutilados. Todas las pirámides demográficas de los países que intervinieron en la contienda registraron acentuados estrangulamientos en el intervalo de edad de los veinte a los cuarenta años.
A finales de 1914, cuatro meses después del inicio de la guerra, 300.000 franceses habían muerto y 600.000 habían sido heridos de una población masculina de 20 millones. Hacia el final de la guerra, cerca de dos millones de franceses habían perdido la vida. En 1918 había 630.000 viudas de guerra en Francia. Entre los cinco millones de heridos de guerra, varios cientos de miles eran clasificados como grands mutilés, soldados que habían perdido ambas piernas o los ojos. Los más afectados fueron las víctimas desfiguradas, para las cuales se establecieron alojamientos rurales especiales.
El sufrimiento en Alemania fue comparable. Los grupos de hombres nacidos entre 1892-1895, los que tenían entre diecinueve y veintidós años cuando se inició la guerra, se redujeron un 35-37 %. En general, de 16 millones nacidos entre 1870 y 1899, el 13 % falleció a un ritmo de 465.600 cada año de la guerra. Las mayores bajas se produjeron entre los oficiales, de los cuales falleció el 23 % (14 % de reclutas). En total, 2.057.000 alemanes fallecieron en el conflicto o lo harían posteriormente debido a las heridas.
La derrota. Las tropas alemanas regresan del frente (arriba). Hundimiento de la flota alemana en Scapa Flow (abajo). |
Cementerio alemán en Langemarck, Bélgica. |
La economía europea quedó también maltrecha por los años de guerra. Desde un punto de vista económico, la inmediata posguerra estuvo marcada por la «crisis de subproducción», el agotamiento de las reservas de materias primas, la falta de abonos químicos, el desgaste o destrucción del equipo mecánico, la desorganización de los transportes y la escasez de mano de obra. El coste de la guerra se estimó en torno a los 180.00-230.000 millones de dólares (en valor de 1914). En los treces meses que siguieron al armisticio, se rellenaron 180 millones de metros cúbicos de trincheras y se limpiaron 222.480.000 metros cúbicos de alambradas. El trabajo continuaba una década después. Incluso tras limpiar el área, la regeneración de la agricultura fue muy compleja, pues los sistemas de canalización habían sido destrozados y se había destruido la capa arable. El suelo estaba repleto de hierro y acero, metales de los que se derivaron grandes concentraciones de nitratos y metales pesados que contaminarían el agua y la tierra durante décadas.
Ruinas de Ypres. |
El conflicto produjo una profunda transformación del mapa político del continente europeo. Los tres grandes Imperios, Rusia, Austria-Hungría y Alemania, que habían dominado la política mundial tan sólo cuatro años antes y que habían arrastrado a Europa a la mayor guerra fraticida de su historia, habían sido arrojados al olvido. Alemania cedió Alsacia y Lorena a Francia, las provincias prusianas de población polaca, a Polonia, la región de Schlesweig norte, a Dinamarca y los pequeños territorios de Eupen y Malmedy, a Bélgica. Rusia abandonó definitivamente sus territorios polacos y también los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania).
Topógrafos británicos dibujando las nuevas fronteras de Europa en 1919. |
De las particiones de estos Imperios nacieron nueve nuevas naciones: las repúblicas bálticas, Polonia, Finlandia, Checoslovaquia, la República de Austria, Hungría y Yugoslavia. Este «desmenuzamiento» de los Imperios, cuyo rasgo principal fue la «balcanización» de la Europa danubiana, se basó en el «principio de las nacionalidades» y el «derecho de autodeterminación de los pueblos» enunciados por el presidente Wilson en sus 14 Puntos. De los 60 millones de demandantes de independencia de la Europa de 1914, quedaban algo menos de 30 millones en 1919. Sin embargo, el agresivo nacionalismo de las nuevas naciones daría paso a nuevas zonas de confrontación, como los litorales norte y este del Adriático, Macedonia, la «Línea Curzon» en Polonia y las fronteras rumanas. Simultáneamente, surgía la semilla del revanchismo en los imperios mutilados y los pueblos vencidos; sentimientos canalizados por dos movimientos políticos opuestos: los fascismos y los regímenes socialistas que siguieron la estela victoriosa de la Revolución rusa de 1917.
A escala planetaria, la Primera Guerra Mundial confirmó el declive progresivo del occidente europeo y la ascensión definitiva de dos nuevas potencias: EE. UU. y Japón; es decir, el desplazamiento del centro de gravedad fuera de Europa. Los Estados de Europa occidental ocupaban desde finales del XIX un lugar aventajado en el desarrollo económico mundial; habían impulsado la explotación de los recursos de nuevos territorios con sus técnicas e inversiones, estableciendo paulatinamente un sistema colonial en Asia y África.
Los exportadores europeos perdieron mercados porque su industria, absorbida por las necesidades militares, no podía suministrar los productos y se habían terminado las inversiones de capital. Así, en 1919, tanto la subproducción como la crisis financiera no permitieron, a corto plazo, la expansión económica. Y la influencia política se encontraba aún más amenazada; la guerra generó la expectación de independencia en los dominios europeos, alentada por la fragilidad militar y los principios wilsonianos (en la India, Sudáfrica, en las colonias holandesas de Asia y China). Asimismo, se sembraron las semillas del conflicto en el Medio Oriente.
Estados Unidos, proveedor de los contendientes durante dos años y medio, acrecentó el ritmo de su producción industrial y cuadruplicó el tonelaje de su flota mercante, obteniendo en el período de la guerra un excedente de Balanza Comercial igual al de todo el período entre 1787 y 1914. Poseía la mitad de las reservas mundiales de oro y había prestado a Europa 10.000 millones de dólares americanos. Entre 1914 y 1918, Japón adquirió privilegios en China, la ocupación parcial de la Siberia Occidental y de las colonias alemanas en el Pacífico a la par que surgía una poderosa mentalidad colectiva nacionalista.
A pesar de las conmociones nacionales e internacionales ocasionadas por la guerra, en Alemania la gran mayoría, incluyendo a los trabajadores, optó por la continuidad. Las viejas élites se sintieron vulnerables y se volvieron hacia los socialdemócratas adoptando un perfil bajo. Los socialdemócratas, por su parte, suplicaron a las viejas élites que colaboraran. A lo mejor los alemanes hubiesen optado por cambios profundos de haber sabido cómo Ludendorff había llevado a la ruina a la nación, ayudado en su imperialismo por unos políticos ineptos. Sin embargo, Ludendorff supo encubrir el hecho y los socialdemócratas y los liberales encubrieron el encubrimiento. De esa forma, la guerra no desacreditó ni destruyó el viejo orden en Alemania.
Firma de la Paz de Versalles, 1919. |
Hacia 1930, las viejas élites regresaron. Todo lo que necesitaban era apoyo popular, un «flautista de Hamelin» que liderase a las masas. Adolf Hitler parecía ser ese hombre, al menos en 1932, cuando su movimiento dio la impresión de debilitarse en las urnas y las viejas élites consideraron que podía servirles de títere para sus intereses. El deseo de Hitler de hacer que el reloj de la historia regresara al momento del éxito alemán de 1918, revirtiendo lo que sucedió aquel año, le convirtió irónicamente en el hombre que logró lo que no había conseguido la Primera Guerra Mundial: la destrucción del viejo régimen imperial. Hitler era, de muchas formas, un producto del frente de la primera guerra, una bomba de efecto retardado de la historia alemana. A través de él, la Primera Guerra Mundial tuvo finalmente el efecto destructivo que había tenido en Rusia. Como ideologías, el fascismo y el nazismo retuvieron el sentido tribal de aislamiento de los soldados de la sociedad civil, la aceptación de la regimentación y, por encima de todo, la brutalización debido a la aceptación de la violencia y la muerte.
En Europa, la guerra logró destruir para siempre las bases del equilibrio europeo. En su afán por tomar la cólera de los alemanes como prueba de victoria, los Aliados no advirtieron que perdían la paz en el mismo momento en que ganaban la guerra. Salvo dos o tres provincias perdidas, Alemania permanecía intacta; no había sufrido daños materiales durante la guerra (como sucedería en la Segunda Guerra Mundial), su potencial económico seguía siendo formidable y las reparaciones previstas por el Tratado de Versalles no limitaban ni su desarrollo ni su libertad de maniobra. Mientras que Francia, destruida en parte y agotada, gastaba una porción de las energías nacionales para rehacer su economía, Alemania sólo tenía que transformarla.
En realidad, la guerra finalizó de la peor forma posible. Los alemanes negaron haber sido derrotados. Los americanos insistieron en que había sido su victoria y, sin embargo, los aislacionistas republicanos se negaron a ratificar el tratado retirando la presencia norteamericana de Europa. Los franceses insistían en que había sido una victoria exclusivamente suya, mientras los británicos concluyeron que todo el conflicto había sido inútil y criminal.
El horror de la batalla reflejado por el pintor Otto Dix. |
Al final, los Aliados persiguieron objetivos contradictorios; castigar a un enemigo agresivo mientras intentaban aplacarle, sin conseguir ninguno de los dos. El armisticio de 1918 acabó con el conflicto armado, pero en el mundo se planteaba un nuevo tipo de lucha ideológica. Tras su triunfo en Rusia, el comunismo comenzó a expandirse por aquellas poblaciones desesperanzadas por la guerra, iniciándose así el período más intenso en actividad revolucionaria que se había vivido en Europa desde 1848. Los años de miseria habían fomentado la militancia revolucionaria, la cual llevó al hundimiento de las formas de política elitista que habían estado vigentes hasta entonces.
La Segunda Guerra Mundial demostró que, después de todo, la Primera Guerra Mundial no fue «la guerra que pondría fin a todas las guerras». En todo caso, resulta paradójico que el Tratado de Versalles, pese a sus cláusulas punitivas, aumentara la vulnerabilidad de Francia y la ventaja estratégica de Alemania. Antes de la guerra, Alemania se había enfrentado a vecinos poderosos, tanto en el este como en el oeste. Con Francia debilitada, el Imperio austrohúngaro disuelto, y con Rusia concentrada en sus problemas internos, no había manera de reconstruir el antiguo equilibrio del poder, sobre todo porque las potencias anglosajonas se negaron a garantizar el Tratado de Versalles.
«Guerra»por Otto Dix. |
Uno de los motivos por los que Hitler ejerció tanto atractivo para el pueblo alemán en 1933 fue porque gran parte del pueblo creyó de forma genuina que había sido engañada en 1919. Sin embargo, ese hecho por si solo no explica la segunda guerra. Hitler fue capaz de jugar astutamente con varios de los temas que habían llevado a la movilización en la primera guerra: la idea de la Madre Patria por encima de la lealtad de partido; la política de OberOst, la misión histórica de Alemania en el este, algo anclado en el imaginario alemán desde la época de los caballeros teutones. Por encima de todo, el fracaso del káiser como guerrero generó la peligrosa esperanza de que un verdadero líder hubiese conducido a Alemania a la victoria. Sin embargo, hacia 1918 los alemanes también habían aprendido lo que implicaba una guerra moderna. La gente no se lanzó a la calle cuando se declaró la guerra en 1939.
La Segunda Guerra Mundial es inexplicable sin conocer la primera, sin embargo no existió una inevitabilidad entre ambas. Hitler no declaró la guerra por causa de Versalles, aunque lo utilizó como arma de propaganda. Incluso si Alemania hubiese permanecido con sus fronteras, con sus fuerzas militares, habría exigido la destrucción de Polonia, el control de Checoslovaquia y, por encima de todo, la conquista de la Unión Soviética. Hubiese exigido espacio vital para el pueblo alemán y la destrucción de judíos y bolcheviques, puntos que no aparecían en el Tratado de Versalles.
Finalmente, se puede hablar también de un balance «intelectual y moral» de la Primera Guerra Mundial. En la mentalidad colectiva, la guerra dejó una profunda huella simbolizada por la generación de combatientes. La guerra se convirtió en un tema obsesivo de los intelectuales, especialmente de los literatos: Remarque, Celine, Hemingway, Orwell, etc. También tuvo un gran impacto entre los poetas. Más de dos mil poetas publicaron sus obras en Inglaterra durante la guerra, con más de 3.000 volúmenes publicados. Escritores de novelas, de teatro, artistas, compositores, escultores y arquitectos contribuyeron con sus vidas al legado cultural del conflicto. Más de ochocientos fallecieron en la guerra.
Dos actitudes prolongarán este sentimiento a lo largo de la siguiente década: el denominado «espíritu del antiguo combatiente» y una fuerte corriente pacifista expresada por las actividades de Wilson o Briand. En Inglaterra, el mito que surgió de la guerra hizo que esta fuese representada como una «generación perdida», masacrada inútilmente «por los adultos que engañaron a los jóvenes». De esa forma, los supervivientes se desilusionaron y se apartaron, no sólo de su pasado, sino también de su herencia cultural. Al mismo tiempo, en Alemania, un mito diferente suplantaría la realidad de la derrota y de la guerra, un culto a los soldados caídos que reforzaría la estética del nacionalismo agresivo que cultivaría el partido nazi.
Se trataba también de una fuerte crisis de los valores universalmente admitidos hasta ese momento; frente a los valores tradicionales que antes de la guerra se fundaban en el «deber», tras los sufrimientos de la guerra se reclamó la rehabilitación del «placer» (los «locos años veinte»). Se evolucionaría hacia el individualismo escéptico: Proust, Joyce, Huxley, Pirandello. La influencia norteamericana comenzó a extenderse por Europa a través de los soldados desembarcados. Los valores intelectuales también acabaron tambaleándose; se reaccionó frente al racionalismo, desde la filosofía de Bergson y Unamuno al surrealismo de Breton y Elouard.
El desencanto por la guerra se inició pronto, la realidad de la guerra era cualquier cosa menos romántica. Bastaba pasar una semana en las trincheras para despojar a la guerra de su romanticismo. A medida que la guerra se prolongaba y aumentaba la matanza, inevitablemente se escucharon voces de protesta. Al final, la mayoría se mostró avergonzada de haberse dejado influir por esa visión romántica de la guerra. Se ha identificado una «conciencia generacional» entre los veteranos de la guerra. Muchos se sintieron traicionados creyendo que vivían en «un abismo entre dos mundos», de ahí la fuerte atracción que sintieron por el extremismo político en el mundo de la posguerra.
En cuanto al hombre que realizó los dos primeros disparos de la guerra y se convirtió en su desencadenante, Gavrilo Princip fue declarado culpable. Como no tenía aún veinte años, se salvó de la pena de muerte y fue condenado a veinte años de prisión. Al final de la guerra, Princip le dijo al director de la prisión: «Mi vida ya se acaba. Sugiero que me claven en una cruz y me quemen vivo. Mi cuerpo en llamas será una antorcha que guíe a mi pueblo por el camino de la libertad».
Su final sería menos glorioso, con el cuerpo descompuesto por la tuberculosis, falleció el 28 de abril de 1918 en la prisión de Theresiensdatd (que los nazis convertirían posteriormente en un «gueto modelo»). Su cuerpo fue enterrado en secreto en el cementerio de la prisión. Sin embargo, uno de los soldados encargados de su entierro hizo un pequeño plano del lugar, lo que sirvió posteriormente para identificar la tumba. El puente Lateiner, cerca de donde se situó Princip el día del atentado, pasó a denominarse Puente Princip y en el lugar del asesinato de Francisco Fernando se colocó una inscripción: «En este histórico lugar, Gavrilo Princip inició el camino hacia la libertad, el día de San Vitus, 28 de junio de 1914».
El 24 de septiembre de 1984 Verdún se convirtió en el lugar de la reconciliación pública entre Francia y Alemania. «En un gesto de reconciliación», informaba The Times, en el pie de foto:
El presidente Mitterrand y el canciller Helmut Kohl se toman las manos mientras suenan los acordes de los himnos nacionales de Francia y de Alemania Federal en Verdún, escenario de una de las más violentas batallas de la Primera Guerra Mundial. Antes de visitar las tumbas de los soldados franceses, Mitterrand y Kohl rindieron tributo a los muertos alemanes en Consenvoye, uno de los numerosos cementerios alemanes en la zona.
El padre del canciller Kohl luchó en Verdún en 1916 y el padre de Mitterrand había sido hecho prisionero por los alemanes cerca de allí en 1940.
Un mes después de cumplir los catorce años, Claude Stanley Choules se enroló en la Navy británica. Un año después estaba abordo del HMS Revenge, e iniciaba una carrera militar que se prolongaría cuarenta y un años. Largo servicio y larga vida para un hombre que falleció el 5 de mayo de 2011 en Perth (Australia). Tenía ciento diez años. Era el último combatiente de la Primera Guerra Mundial, el hombre más viejo de Australia. Sus hijos le animaron a contar su vida y le apuntaron en un curso de escritura cuando tenía ochenta años. Grabó sus memorias y con este material publicó su historia; la tituló El último de los últimos.
Iban cantando alegres una melodía del music-hall, mientras se dirigían hacia el resplandor de todos aquellos proyectiles allá en la lontananza, en donde habitaba la muerte. Los observé pasar… a todos aquellos muchachotes de un regimiento del norte de Inglaterra, y algo de su espíritu pareció desprenderse de la oscura masa de sus cuerpos en movimiento y estremecer el aire. Se acercaban a aquellos lugares sin titubear, sin mirar atrás y cantando. Qué hombres tan buenos y maravillosos.
Philip Gibbs, The Historic First of July