La bibliografía sobre la Primera Guerra Mundial es ya muy abundante. Durante años resultaba difícil encontrar una buena obra general sobre el conflicto debido al dolor y el rencor que generó. Los perdedores preferían olvidar y entre los vencedores tampoco había un gran deseo de recordar aquellos trágicos años. A finales del siglo XX fueron apareciendo obras amplias sobre la guerra. Gran parte de la producción bibliográfica es publicada en Gran Bretaña y Francia. En España, la producción bibliográfica es mucho menor y muchas obras destacadas permanecen sin traducir. Las obras citadas a continuación resultan de gran utilidad para profundizar en el estudio del conflicto y la mayoría cuenta a su vez con amplias bibliografías para aquellos que desean profundizar sobre un aspecto concreto.
Para una visión general de los motivos de los beligerantes, resulta muy útil la obra Decisions for War , 1914 (Nueva York, St. Martins Press, 1985) editada por Keith Wilson, que abarca las decisiones, temores y objetivos de las principales naciones en vísperas de la conflagración. Como obras globales, resultan imprescindibles las obras de, John Keegan, The First World War, (Nueva York, Alfred A. Knopf, 1999) y las de Hew Strachan, este último autor del primero de los tres volúmenes de los que constará su trilogía sobre la guerra titulado To arms (Oxford, Oxford University Press, 2001). Es también autor de una obra más general, La Primera Guerra Mundial (Barcelona, Crítica, 2004). Gracias a historiadores como Strachan, la Primera Guerra Mundial ha dejado de ser un tema europeo para pasar a ser estudiado en su aspecto global y multifacético.
Otros estudios amplios destacados son los de David Stevenson, Cataclysm: the First World War as political tragedy (Nueva York, Basic Books, 2004) y M. S. Neiberg, La Gran Guerra. Una historia global (1914-1918) (Barcelona, Paidós, 2006). La obra de N. Ferguson, The Pity of War (Londres, Allen Lane, 1998) pone en entredicho muchos aspectos de la historia del conflicto. Un estudio general y ameno de un autor español en J. Hernández, Todo lo que debe saber sobre la Primera Guerra Mundial (1914-1918) (Madrid, Nowtilus, 2007). La obra de P. Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias (Barcelona, Plaza & Janes, 1994) enmarca la guerra en el contexto general de las ambiciones y los temores a largo plazo de las grandes potencias. Tres obras magníficamente ilustradas son las de J. Keegan, The First World War. An illustrated History (Londres, Hutchinson, 2001); H. P. Wilmott, La Primera Guerra Mundial (Barcelona, Inédita, 2004) y J. H. J. Andriessen, La I Guerra Mundial en imágenes (Madrid, Edimat, 2002).
Los planes militares de las potencias se analizan en el libro de Paul Kennedy (ed.), The war plans of the great powers, 1880-1914 (Londres, Allen & Unwin, 1979). El inicio del conflicto es descrito con maestría narrativa en la obra clásica de B. Tuchman, Los cañones de agosto (Barcelona, Península, 2004) de la que se dice que era el libro de cabecera del presidente de EE. UU., J. F. Kennedy, durante la crisis de los misiles de Cuba para no repetir el error de precipitar el mundo a una guerra. Por lo que se refiere a obras analíticas más que cronológicas o militares, sobresalen: I. F. W. Beckett, The Great War. 1914-1918 (Essex, Longman, 2001) y la más antigua de M. Ferro, La Gran Guerra. 1914-1918 (Madrid, Alianza Editorial, 1998). La visión alemana y austrohúngara en H. Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918 (Nueva York, Arnold, 1997).
Sobre aspectos concretos del conflicto, un estudio actualizado de la batalla del Marne en H. H. Herwig, The Marne, 1914 (Nueva York, Random House, 2009). La batalla de Verdún es descrita de forma magistral en A. Horne, The price of glory (Londres, Penguin Books, 1993). Para la batalla del Somme, L. MacDonald, Somme (Londres, Penguin, 1993) y M. Middlebrook, The first day on the Somme (Londres, Penguin, 2006). La batalla de Passchendaele está bien descrita en L. Wolff, In Flanders Field (Londres, Pan, 1961) y en la más reciente de L. MacDonald, The called it Passchendaele (Londres, Penguin, 2003). Para una visión amplia de la guerra naval y sus antecedentes, destacan los dos tomos de Robert K. Massie, Dreadnought: Britain, Germany, and the coming of the Great War (Nueva York, Ballantine Books, 1992) y Castles of steel. Britain, Germany and the winning of the Great War at sea (Nueva York, Random House, 2003).
La obra de N. Stone, The Eastern Front, 1914-1917 (Londres, Hoddder & Stoughton, 1975) sigue siendo la obra de referencia sobre el tema. Sobre la campaña de Gallipoli, N. Steel y P. Hart, Defeat at Gallipoli (Londres, Macmillan, 1994). Dos conflictos que no han recibido demasiada atención son tratados en, A. J. Baker, The neglected war: Mesopotamia, 1914-18 (Londres, Faber, 1967) sobre la guerra en Mesopotamia; N. Thomson, The White War (Londres, Faber and Faber, 2008) es un magnífico estudio sobre el olvidado frente italiano y B. Farwell, The Great War in Africa (Nueva York, Norton & Company, 1986) sobre las campañas en África. Un estupendo atlas para seguir el conflicto, en M. Gilbert, Atlas de la primera guerra mundial (Madrid, Akal, 2003). Una preciosa obra sobre la memoria de la guerra en P. Fussel, La Gran Guerra y la memoria moderna (Madrid, Turner, 2006). Para recorrer los principales campos de batalla de la guerra, la guía indispensable es R. E. B. Coombs, Before endeavours fade (Londres, After the Battle, 2006). La relación entre la guerra, el modernismo y la cultura, en M. Ekstein, Rites of Spring (Nueva York, Mariner Books, 2000). Sobre la ocupación alemana de Bélgica y la labor humanitaria de España en la guerra, A. Lozano, El marqués de Villalobar, labor diplomática (1910-1918) (Madrid, Ediciones El Viso, 2009) y J. Pando Despierto, Un Rey para la esperanza (Madrid, Temas de Hoy, 2002).
La novela
La novela se divide entre aquella que exalta el conflicto y la que lo rechaza. Entre las primeras hay que destacar, en Gran Bretaña, Tell England, escrita por Ernest Raymond, o Ian Hay, The First Hundred thousand. En el segundo grupo se encuentran obras como la de C. E. Montague, Disenchantment, la famosa obra de teatro El fin del viaje de R. C Sheriff; la novela de Richard Aldington, La muerte de un héroe, y Adiós a todo eso, de Robert Graves. En EE. UU. hay que destacar la obra de autores que no habían sufrido el conflicto, como Scott Fitgerald y William Faulkner, pero que veían la guerra como un trágico sinsentido. Destacan también la obra de John Dos Passos, Tres soldados, y la ya mencionada, Adiós a las armas de Hemingway, sobre la derrota italiana en Caporetto.
Las obras literarias inspiradas en la guerra permitieron a muchos autores tratar un tema muy querido de la poesía y la narrativa del siglo XX: la soledad del hombre inmerso en la violencia de la historia como en la poesía de Thomas S. Eliot, Tierra Baldía. La literatura del desencanto surgió en gran parte por el sensacional éxito de la obra de Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente. El libro, como señalaba el autor, deseaba «hablar de una generación de hombres, que aunque escaparon a las bombas, fueron destruidos por la guerra». En Alemania, la obra fue condenada por la izquierda por no acusar a las élites alemanas de haber causado la guerra, y por la derecha, al ignorar el ideal heroico de la causa nacional. Otras obras antimilitaristas fueron El caso del sargento Grischa, de Arnold Zweig, y Krieg, de Ludwig Renn o Doctor Zhivago de Boris Pasternak, en cuyas primeras páginas se describen los sucesos revolucionarios y el abandono de las tropas rusas del frente de batalla. Entre las favorables al conflicto hay que citar a Ernest Jünger y su Tormentas de Acero.
En Francia las obras más destacadas fueron la de Henri Barbusse, El Fuego; la obra perteneciente a la «literatura del absurdo» de Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche; René Benjamín y su Gaspard, así como la obra de Roland Dorgèles, Las cruces de madera, de 1919. En Italia los futuristas recibieron con entusiasmo el conflicto mundial. Entre ellos Gabriele D’Annunzio y su Notturno y Marinetti con La Alcoba de acero.
Por último, en Austria-Hungría, las dos obras más destacadas fueron también las más antialemanas y antibélicas: la obra de Stefan Zweig, Jeremias, y la de Karl Krauss, Los últimos días de la humanidad, esta última de carácter antisemita. En el resto del Imperio austrohúngaro hay que destacar la obra de Jaroslav Hasek, El buen soldado Svejk, de 1921, que reflejaba de forma irónica la ambigüedad de la participación checa en el conflicto.
El cine
El cine fue mucho más influyente que la literatura a la hora de configurar la memoria popular de la guerra. Hollywood adoptó una visión entre lo realista y lo épico. Ello contribuyó a generar una visión mitológica del conflicto recreando temas que se repetirían con el tiempo: amor, lealtad, muerte y resurrección. Ese es el caso de películas como la versión de Rex Ingram de la novela de Blasco Ibáñez, Los cuatro jinetes del Apocalipsis de 1921, y la de Abel Gance, Yo Acuso, en la que los muertos resucitan para obligar a los vivos a demostrar si han sido merecedores del esfuerzo de los muertos.
El tema de los abusos alemanes y las atrocidades cometidas durante el conflicto fue también reflejado por el cine norteamericano. Entre las más conocidas se encuentran El pequeño americano de Cecil B. De Mille de 1917. Debido a su éxito en taquilla, la película influyó en la opinión pública norteamericana. Narra la historia de una joven estadounidense que se dirige a Francia en agosto de 1914. El punto principal de esta película era que mezclaba el hundimiento del Lusitania con las atrocidades cometidas por los alemanes en 1914. Con menos éxito pero igualmente polémica, Mis cuatro años en Alemania, basada en las memorias de James W. Gerard, embajador de EE. UU. en Alemania de 1914 a 1917, era supuestamente una película realista sobre las atrocidades alemanas.
Sobre los cambios sociales que impondrá la Primera Guerra Mundial, la película del maestro Jean Renoir, La gran ilusión de 1937, basada en parte en el escape de De Gaulle del castillo de Rosenberg tras su captura en marzo de 1916. La película mostraba las similitudes entre los pueblos europeos por encima del conflicto. Al mismo tiempo, era una alegoría sobre la desintegración de una clase social –la aristocracia– a la que pertenecían los dos capitanes protagonistas. La película también quería destacar que las diferencias sociales eran más fuertes que el odio al enemigo. Entre las películas antibelicistas destaca Sin novedad en el frente, de 1930, basada en la novela homónima de Remarque.
Sobre la brutalidad de la guerra, resulta imprescindible la película de 1957, de Stanley Kubrick, Senderos de Gloria. Este célebre film antibelicista está basado en un hecho histórico, acaecido en Sovain, el 17 de marzo de 1915; el general francés Delétoile hace fusilar a seis hombres, elegidos al azar, del 63 Regimiento, por cobardía ante el enemigo. Asimismo, el general Reveilhac ordena a la artillería disparar contra sus propias trincheras, para que los soldados no retrocedan ante el ataque enemigo, y después manda fusilar a cuatro de ellos al azar.
Kubrick, como Renoir, muestra a soldados que comienzan la guerra con entusiasmo y posteriormente cambian de actitud al descubrir la lógica perversa del conflicto. Hombres contra la guerra (1971) analiza la historia desde el punto de vista italiano. El planteamiento opuesto fue adoptado por Howard Hawks en El Sargento York (1941) que narra la historia de Alvin York, cuáquero pacifista que se convierte en héroe de guerra. York es persuadido de cambiar su idealismo pacifista para participar en la guerra. Howard Hawks esperaba que el ejemplo de York sirviera para convencer a los aislacionistas norteamericanos de participar en la Segunda Guerra Mundial, mientras que Renoir utilizó La Gran Ilusión para que sus compatriotas evitaran otra guerra.
Otras dos películas que reflejaron la tragedia y el horror de las trincheras fueron El precio de la gloria, de 1926, dirigida por Raoul Walsh, y El gran desfile, de 1925, dirigida por King Vidor. La incompetencia militar queda asimismo reflejada en la adaptación cinematográfica de la obra de Joan Littlewood, ¡Oh! Qué guerra tan bonita, realizada por Richard Attenborough en 1969.
Dos películas imprescindibles son Lawrence de Arabia (1957), que refleja la ambigüedad del protagonista, y Gallipoli (1981), una conmovedora película que refleja bien el conflicto entre deber e idealismo por un lado y el sinsentido de la guerra por otro. En su escena final, dos amigos australianos se encuentran atrapados en un ataque sin sentido contra las posiciones turcas. La película refleja bien la batalla y a sus participantes australianos.
Para concluir, dos comedias: Armas al hombro (1918), de Charlie Chaplin, una amarga sonrisa sobre la tragedia, y la película de los hermanos Marx, Sopa de Ganso (1933), que refleja con humor vitriólico la diplomacia europea de principios del siglo XX en la que Groucho interpreta el papel de Rufus T. Firefly, el primer ministro de «Libertonia» que inicia y participa en una absurda guerra contra el vecino país de «Silvanya».