Capítulo Siete

 

 

 

 

 

–Sí, me gustaría dejar otro mensaje para el señor Steele. Por favor, transmítale la importancia de mi llamada. Es sobre su hija Morgan. Sí, soy Harley Dalton, de Security Dalton, llamando de nuevo. Estoy trabajando en un caso con el hospital St. Francis y es urgente que hable con el señor y la señora Steele sobre un asunto privado.

Harley apretó con más fuerza de la necesaria el botón para colgar la llamada y lo lanzó al salpicadero del coche. Necesitaba canalizar su frustración. Era la sexta llamada que hacía a los distintos números que tenía de la familia Steele en los últimos siete días. Solo había conseguido hablar con secretarios o empleados del servicio doméstico. A la vista de que estaban esquivando sus llamadas, lo único que podía hacer era seguir con la última de las entrevistas.

Debería haber conseguido algún logro antes del domingo, pero no era así. Culpaba de ello a Isaiah y su amistad se estaba resintiendo. Durante todo el fin de semana, las palabras de su amigo lo habían descentrado, como si tuviera alguna especia de vértigo mental. Se estaba cuestionando las razones que lo habían llevado a encargarse de aquel caso y a estar allí en Charleston. Podía haber mandado a cualquiera, su amigo tenía razón. Pero Harley le había dicho que se preocupara de sus propios asuntos y había colgado el teléfono.

En aquel momento, días más tarde, seguía sin tener una respuesta mejor. Simplemente no lo sabía y últimamente tenía demasiadas cosas de las que preocuparse.

Había conseguido avances importantes en la investigación. Con los datos de contacto que le había pasado Isaiah había llamado a todas las familias. Con algunas había logrado hablar y a otras les había dejado mensajes, y había concertado citas durante el fin de semana con las que vivían por la zona. Había contactado con todas excepto con los Steele. Eso hacía que sus sospechas sobre aquella familia pudiente aumentaran, algo que no le sorprendía. Una vez terminara lo que tenía planeado para ese día, seguiría investigando sobre ellos.

Ocupado con aquellas entrevistas, había tenido que buscar qué hacer con Jade. Como no trabajaba ese viernes ni el domingo, había ajustado sus planes a la circunstancia. Había aprovechado el sábado al máximo mientras ella estaba trabajando, pero necesitaba más tiempo. En un exceso de prudencia que a ella le había parecido exagerado, había insistido en que pasara las tardes del viernes y el domingo con sus padres. Al principio había protestado y había sugerido acompañarlo, pero había acabado por aceptar. Con Jade ocupada por las tardes, había podido llevar a cabo las entrevistas en persona.

Todas las visitas habían seguido el mismo esquema. Se había entrevistado con los padres, había hablado con las hijas cuando había sido posible y había tomado muestras de ADN de todo el que había podido. No podía fiarse de los parecidos. La genética era caprichosa y podía jugar malas pasadas. Solo porque alguien se pareciera a sus padres no era suficiente para Harley. Quería un informe de ADN para tener certeza de que compartían suficiente carga genética.

Aunque tenía que admitir que todas las familias que había conocido ese día podían ser descartadas. Ninguna de las personas que había visto tenía aquellos ojos de gacela de los que se había enamorado en el instituto. Por descarte, solo quedaba la evasiva familia Steele. En cuanto Isaiah había mencionado lo ricos y poderosos que eran, su intuición le había dicho que ese era el camino que debía seguir. Desde luego que era el camino más difícil; la familia no le había devuelto las llamadas y no había rastro de la existencia de la hija.

Aun así, esperaría el resultado de los informes de ADN antes de compartir aquella información. Había enviado las muestras a su laboratorio y luego se había ido a ver al antiguo director del hospital para hablar de las instalaciones en los años noventa.

Allí estaba en ese momento, en el camino de acceso de la mansión de Orson Tate, exdirector del hospital St. Francis. Apagó el motor de su Jaguar y se dirigió a la puerta.

Era una casa impresionante, con todo el encanto de la arquitectura tradicional de Charleston que solo unos pocos se podían permitir. No era una construcción histórica sino un edificio moderno con detalles clásicos y un campo de golf a sus espaldas. Harley tocó el timbre y esperó unos momentos antes de que Orson Tate apareciese. Tenía todo el pelo cano y llevaba gafas.

–¿Señor Dalton?

–Sí, señor.

–Pase –dijo el viejo, y se hizo a un lado para permitirle la entrada.

Harley le estrechó la mano después de que cerrara la puerta.

–Gracias por hacerme un hueco para que podamos hablar, señor Tate.

–Tengo mucho tiempo libre. No puedo jugar al golf todos los días, al menos, eso es lo que me dice mi mujer. Pase por aquí, nos sentaremos en el invernadero. Mi mujer nos ha preparado té y pastas.

Siguió a su anfitrión a través de la casa hasta el invernadero con vistas al campo de golf. Había un estanque lleno de grullas y otros animales salvajes, y había un grupo de hombres charlando y jugando al golf en un hoyo cercano.

Se sentaron en unas sillas de mimbre blancas, con una jarra de té helado y pastas entre ellos. Harley sacó su teléfono para grabar la conversación, como hacía siempre, y empezó la charla.

–¿De qué va todo esto, Dalton? –preguntó Tate, y se recostó en el asiento mientras daba un sorbo a su té–. Jeffries apenas me ha contado nada, tan solo me avisó de que se pondría en contacto conmigo.

Harley se imaginó que el actual director no quería que se supiera lo que estaba pasado.

–El señor Jeffries me ha contratado para investigar las acusaciones de que hubo un cambio de bebés en el hospital en 1989, concretamente durante al huracán Hugo.

Orson parpadeó y sacudió la cabeza con tristeza.

–Aquello fue un infierno, un caos absoluto. Me gusta pensar que lo tuvimos todo bastante controlado en el St. Francis, pero si algo no fue bien, tuvo que ser en aquel momento. Estábamos tan cerca de la costa que la tormenta nos dio de lleno. Todos echamos una mano como pudimos. Yo mismo me encargué de repartir agua y ayudar a las enfermeras con los triajes. Cuando pasa eso, sabes que las cosas no van bien.

Podía imaginárselo. Harley apenas tenía unos meses cuando el huracán, por lo que no se acordaba de nada, pero su madre le había hablado de ello de vez en cuando. No hacía falta mencionar la palabra huracán para que cualquiera en Charleston contara algo. Era simplemente Hugo, una bestia venida de ultramar que había arrasado la ciudad.

–El señor Jeffries me ha permitido el acceso a los archivos. Las medidas de seguridad hace treinta años no eran las mismas que ahora. Me atrevería a pensar que pudo haber sido algún empleado del propio hospital, tal vez algún médico o enfermera de la misma planta. Ellos eran los únicos que podían tener acceso a los bebés.

El hombre asintió pensativo.

–Por aquel entonces, la seguridad que teníamos nos parecía puntera, pero no es nada comparada con la de ahora. Prácticamente ponen un localizador GPS en los pañales. Me disgusta la idea de que alguien del personal pudiera estar implicado en algo así, pero tiene razón. Si no fue eso, tuvo que ser una grave negligencia. Las pulseras identificativas se mantenían puestas todo el tiempo, ya fuera en baños, tratamientos e incluso cirugías. Había que cortarlas de las piernas de los bebés cuando recibían el alta. Era imposible que se les cayeran.

Aquello confirmaba las sospechas de Harley de que alguien tenía que haberlo hecho deliberadamente. No podía imaginar que pudiera haber ocurrido de otra forma. Eso significaba que había llegado el momento de investigar a los empleados.

–He revisado los expedientes del personal que estuvo trabajando en la maternidad durante la tormenta.

Harley tomó su cartera, sacó las copias de las fotos que había tomado de las tarjetas de identificación y se las mostró a Orson.

–No espero que se acuerde de todos los empleados del hospital, pero tal vez recuerde algún detalle que pueda ayudarnos en la investigación.

Orson estudió atentamente las fotos, deteniéndose en cada una de ellas.

–El doctor Parsons y el doctor Ward, dos grandes médicos. Nunca los vi perder la calma, ni siquiera en situaciones de gran estrés –dijo antes de pasar a la foto de una enfermera–. Karen era una de nuestras mejores… Karen Yarborough, si no recuerdo mal. Se jubiló después de cuarenta años trabajando en la sala de partos. Me acuerdo de ella muy bien. De estas dos no tanto. Aunque… –comentó mirando la última foto–, esta me suena, aunque no recuerdo por qué. ¿Cómo se llama?

Harley observó la foto de una pelirroja desaliñada.

–Es Nancy Crowley –afirmó después de consultar sus notas–. Trabajó en el hospital de 1987 a 1990, aunque solo lo hizo unos meses en la maternidad. Parece que se fue del St. Francis poco después del huracán, a juzgar por lo que tengo escrito.

–Ah –exclamó el viejo dando unos golpecitos a la foto–. Ahora me acuerdo, no se fue, se suicidó. Hubo rumores de que bebía y de que tenía problemas en casa, pero nunca lo supe con certeza.

Harley fue incapaz de disimular su sorpresa. Volvió a consultar sus notas y se dio cuenta de que la fecha de rescisión del contrato era apenas una semana después del huracán.

–¿Puedo saber que pasó?

–Saltó desde la azotea del hospital. En mis veinticinco años de profesión, he perdido varios empleados, algunos por suicidio. Después de todo, es un trabajo muy estresante. Pero Nancy fue la única que lo hizo en las instalaciones del hospital y eso no se olvida. Afectó mucho a sus compañeros, en especial a los que la encontraron. No lo entendían. Tuvimos que recurrir a psicólogos para ayudarles a superarlo. Decían que era muy cariñosa y atenta tanto con ellos como con los pacientes. Si tenía un problema con la bebida, supo disimularlo bien. Nadie sospechó nada hasta que fue demasiado tarde.

Harley escuchaba atentamente. Era un hilo interesante del que tirar. Le pediría a su equipo que indagara en la muerte de Nancy. La coincidencia en el tiempo era un detalle demasiado importante como para ignorarlo.

–¿Supo algo más del asunto? ¿Hubo alguna investigación policial?

Orson asintió y le devolvió las fotos.

–Sí, pero la archivaron enseguida. La azotea era una zona de acceso limitado. A través de las cámaras de vigilancia se la vio subir sola. Cuando hablaron con su hermano y su novio, parecían destrozados. Tampoco esperaban que hiciera una cosa así. Uno nunca sabe. Todos tenemos nuestros demonios.

 

 

El lunes por la mañana, cuando sonó la alarma, Jade se despertó en una cama vacía. Se había quedado dormida junto a Harley y, a juzgar por la frialdad del colchón, hacía rato que se había levantado. Se puso la bata y enfiló el pasillo para buscarlo.

Harley estaba sentado a la mesa de la cocina, mirando fijamente la taza de café como si las respuestas a todas las grandes preguntas del universo estuvieran allí. Jade lo miró con curiosidad al pasar a su lado, se sirvió una taza de café y se sentó en la mesa frente a él.

–¿Qué pasa? –preguntó ella sin más preámbulos–. ¿Has dormido algo?

No parecía estar de humor, a juzgar por su expresión.

–Lo cierto es que no. Tengo muchas cosas en las que pensar.

Jade lo entendía perfectamente. Cuando las cosas habían ido mal con Lance, casi se había vuelto loca por la falta de sueño. Cada vez que su cabeza tocaba la almohada, su mente empezaba a dar vueltas a preocupaciones que no la dejaban descansar.

Esperaba que las preocupaciones de Harley no tuvieran que ver con ellos dos. Durante los últimos días, habían desarrollado una rutina cómoda y sencilla, que los llevaba a acabar en brazos del otro. No quería que ninguno de los dos pensara mucho en eso.

–¿Algún escollo en la investigación? –preguntó ella.

Harley la miró y frunció el ceño. Hasta el momento, había sido bastante discreto sobre sus avances. Jade se había mostrado muy comprensiva, teniendo en cuenta que cualquier información podía afectar a su vida. Suponía que cuando diera con algo destacable, se lo contaría. No tenía sentido contarle cosas sin estar seguro. Aun así, tenía que reconocer que era extraño buscar la verdad de lo que le había pasado y luego volver a casa y charlar de temas banales como el tiempo.

–Algo así –contestó él por fin–. He dado con un obstáculo que no esperaba.

–Acabas de empezar. ¿Cómo es posible?

–Hay gente que puede ser muy terca –explicó Harley–. Llevo todo el fin de semana reuniéndome con personas que podrían tener información de lo que pasó.

–¿Como quiénes?

–Parejas que tuvieron hijas en el St. Francis por las mismas fechas que los Nolan, personal del hospital… Cualquiera que atienda mis llamadas.

Jade tragó saliva. El café le ardía en la garganta. Alguna de las personas con las que había hablado podía ser uno de sus padres. Era difícil de creer, pero cierto.

–Vaya –fue todo lo que pudo decir–. ¿Ha habido suerte?

Las arrugas de su frente evidenciaban lo contrariado que estaba por lo que había descubierto.

–Sí y no. ¿Alguna vez has oído hablar de la empresa Steele Tools?

Jade se encogió de hombros.

–Sí, creo que tengo un par de destornilladores de esa marca. ¿Por qué?

–Mi equipo está investigando sobre la familia propietaria. De hecho, la historia de su éxito comenzó aquí, en Charleston.

Siguió contándole lo que habían descubierto, pero Jade dejó de prestar atención. Aunque la historia de Steele Tools era fascinante para Harley, a ella no le importaba. Tampoco comprendía por qué le llamaba tanto la atención.

–Sí, todo eso está muy bien, pero ¿qué tiene que ver con el caso?

Harley apretó los labios, reacio a contar más. Había iniciado aquella conversación e iba a terminarla.

–Suéltalo, Harley.

Él suspiró.

–He contactado con todas las familias que tuvieron una hija en el St. Francis en las mismas fechas en que tú naciste, excepto con una. Trevor y Patricia Steele tuvieron una hija en el hospital durante la tormenta. Le pusieron de nombre Morgan.

Morgan. A Jade siempre le había gustado ese nombre. Nunca le había entusiasmado el de Jade, pero al menos no era corriente. Ya estaba acostumbrada, pero no pudo evitar preguntarse si esa era la razón por la que le gustaba más el de Morgan que el suyo. ¿Había sido ese el nombre que le habían puesto nada más nacer?

–El problema es que no he conseguido ponerme en contacto con ellos. Les he dejado mensajes a todos sus secretarios y asistentes, pero no me han devuelto la llamada. Siento una gran frustración porque sé que estamos muy cerca de la verdad.

Jade trató de asumir lo que le estaba contando. Si el resto de familias habían sido descartadas, eso significaba que la hija del matrimonio Steele era la única que podía haber sido cambiada con la de los Nolan. Lo que implicaba que Jade era…

–Si no me equivoco, y creo que no, eres hija de multimillonarios, Jade.

Se quedó pensativa un momento, con la mirada fija en Harley. Estaba esperando la conclusión. Sin embargo, él se limitó a mirarla con sus grandes ojos como si estuviera esperando una reacción más enérgica.

–¿Multimillonarios? –dijo ella por fin.

–Sí.

Se dejó caer en la silla, asimilando lo que le había dicho. En aquel momento, era tan solo una suposición. No había pruebas ni ADN que lo confirmara. Pero aunque los hubiera, una parte de ella no podía creerlo. Ese tipo de cosas parecían sacadas de una película.

–Deja que lo adivine, también soy la princesa heredera de algún país europeo.

–Hablo en serio, Jade. Creo que te cambiaron de familia al nacer y te apartaron deliberadamente de los Steele. Todo encaja.

–¿Ah, sí? –preguntó, reconociendo una nota histérica en su voz–. Yo no le veo sentido a nada.

–Escucha, no se comprende por qué le hicieron esto a tus padres. Creo que el objetivo era la familia Steele. Tus padres y su hija les vinieron muy bien.

–¿Por qué?

Harley se recostó en su asiento y suspiró.

–Eso es lo que nos queda por descubrir. Una familia así es principal objetivo de secuestros y de cosas así.

–Puedo entender un secuestro. Pero ¿qué ganaban cambiándome por otro bebé? Nada.

–Lo sé, no tiene sentido. Todavía no tengo todas las piezas, pero estoy seguro de que estoy en la pista correcta. Tengo esa sensación en la boca del estómago.

–¿No será hambre? –dijo ella en tono seco.

Harley frunció el ceño y la miró por encima de la taza. Al parecer, no le agradaban las bromas cuando estaba ocupándose de un caso.

–¿Sabes? Creí que te iba a interesar más lo que tenía que contarte, pero te lo estás tomando a broma. Pensé que querrías saberlo, pero ahora me doy cuenta de que no debía haberte contado nada. Es un gran descubrimiento.

Jade se acercó a su lado y le puso la mano en el hombro.

–Lo sé y lo siento. Gracias por contármelo. Son muchas cosas las que tengo que asimilar. No sabía qué me esperaba cuando comenzó todo esto, pero desde luego que no esperaba dar con gente influyente y complots de secuestros. No sé qué se supone que debo hacer ni cómo tomarme esta situación.

–No tienes que hacer nada. Simplemente piensa en ello y acostúmbrate a la idea. No quiero que todo esto te pille por sorpresa cuando salga a la luz y te encuentres con una nube de periodistas preguntándote cómo te sientes al convertirte en millonaria de un día para otro.

Agradecía la advertencia, pero descubrir una noticia así, de repente, era motivo de preocupación. Estaba inquieta y prueba de ello era el dolor de estómago que se le estaba levantando.

Morgan Steele. Aquel nombre era el de una mujer poderosa y en control de su vida, la hija de una familia pudiente. Una heredera criada para brillar. Jade no era ninguna de aquellas cosas y no se imaginaba que pudiera serlo jamás. Tenía que ser un error. Harley estaba llamando a la puerta equivocada.

Aunque al mirarlo, en sus ojos veía seriedad y determinación. Sabía que tenía razón, pero ¿qué suponía para ella?

–No pareces alegrarte de la noticia. Creo que a cualquiera le gustaría descubrir que es miembro de una de las familias más ricas de la ciudad.

Jade supuso que ella no era como la mayoría.

–Me preocupa, Harley. Nunca encajé bien en mi familia y nos criamos en un entorno humilde. ¿Cómo voy a encajar en una familia de multimillonarios? No sé qué es ser rico, no sé comportarme como una persona fina y refinada. Voy a dar la nota. Lo único que quería era descubrir de dónde venía.

–No sé de qué estás hablando. Eres preciosa y muy inteligente. Con un vestido bonito, podría llevarte a cualquier fiesta y encajarías a la perfección.

Jade suspiró y posó la vista en la madera desgastada de la mesa de la cocina. La había heredado de sus padres, como casi todo lo que tenía en su casa. Apenas había disfrutado de cosas nuevas y lo poco que había recibido como regalos de boda, ya no lo tenía. No se había molestado en llevarse demasiadas cosas cuando había hecho las maletas y había dejado atrás su vida con Lance.

Seguía sin salir de su asombro tras descubrir que era una Steele. Ni siquiera podía imaginarse lo que supondría para su vida, pero esperaba que Harley tuviera razón. Por encima de todo deseaba sentirse integrada y quería creer que, con un poco de suerte, un vestido bonito y una sonrisa bastarían.

Ella lo dudaba.