Cuando Harley le contó que le había comprado a su madre una plantación, Jade había pensado que era una metáfora o una exageración. Cuando la verja de hierro se abrió y avanzaron por el camino hasta la mansión Rose River, se dio cuenta de que era verdad. Era una casa en medio de una plantación del siglo XIX.
A diferencia de la típica casa de dos plantas con columnas, Rose River tenía un estilo propio. Viéndola, el único estilo que se venía a la cabeza era el gótico, a pesar de su tradicional revestimiento de madera blanca y su tejado a dos aguas de cobre. Parecía sacada de una novela. Tenía tantos detalles que Jade pensó que podía quedarse horas contemplándola y ver algo nuevo cada vez. En comparación con aquella, su casa era una chabola.
Mientras aparcaban y recorrían el camino de grava hasta la puerta, Jade contempló los robles centenarios sobre sus cabezas. El musgo que los cubría resaltaba a la luz de la luna. Unos escalones de ladrillo daban a un amplio porche con tres arcos abovedados que daban la bienvenida a los invitados a su interior. Al subir los escalones, reparó en algunos toques modernos de la antigua casona. Había cámaras de seguridad en los aleros del tejado y cerraduras de tecnología avanzada en puerta y ventanas. Conociéndolo, los cristales originales seguramente habían sido sustituidos por vidrios a prueba de balas.
En vez de usar una llave, Harley tecleó un código de seis números y apretó el pulgar contra un escáner para desbloquear la puerta. Enseguida se abrió y le indicó con un gesto que pasara.
Jade entró en el amplio vestíbulo de dos alturas, con su reluciente lámpara de araña y su majestuosa escalera helicoidal. No se imaginaba viviendo en un sitio así. Era un gran cambio respecto al pequeño apartamento en el que Harley había vivido con su madre durante sus años de instituto. Sabía que le había ido bien en los negocios, pero aquello era otro nivel.
–¿Se parece a tu casa de Washington? –preguntó Jade mientras reparaba en el suelo de mármol y las molduras fastuosas.
Harley cerró la puerta y dejó el equipaje en el suelo.
–No se parece en nada. Mi gusto es más moderno. Tengo un adosado de tres plantas en Georgetown. Tiene más de cien años, pero no lo parece.
–Estoy segura de que le has quitado todo el encanto y has hecho instalar un montón de mecanismos de seguridad.
–No me hizo falta –dijo con una sonrisa–. El dueño anterior era un alto cargo en la CIA. La casa ya había sido reformada y tenía una seguridad que ni el Vaticano.
–Parece perfecta para ti –afirmó con aire de suficiencia.
–Harley, ¿eres tú, cariño?
Jade se volvió a tiempo de ver a la madre de Harley aparecer por unas puertas correderas. Aunque era evidente que había envejecido, los años la habían tratado bien. Se detuvo un momento y quedó observándolos antes de esbozar una amplia sonrisa.
–¿Jade?
–Sí, soy yo, señora Dalton.
La mujer se acercó rápidamente y le dio un fuerte abrazo a Jade. Era como solía saludarla en su época de adolescente, aunque ahora olía a Chanel Nº5 y llevaba unos pendientes de diamantes en las orejas. Cuando por fin se separó, se quedó mirando a Jade unos segundos.
–Encantadora, simplemente encantadora.
Luego se volvió hacia su hijo.
–Harley Wayne Dalton, ¿por qué no me has avisado de que traerías a Jade esta noche? Le habría preparado una habitación. La asistenta ya se ha ido a la cama. Son más de las once.
–Ha sido una decisión de última hora, mamá. Alguien ha entrado en su casa y no quería pasar la noche allí.
–Vaya, eso es terrible. Por supuesto que podéis quedaros aquí. Como Gabby ya está durmiendo, subiré y te prepararé una habitación –dijo antes de quedarse mirándolos con curiosidad–. A menos que vayas a compartir habitación con Harley.
–Está bien, mamá, compartiremos habitación. Ya le he dicho a Jade que no sería ninguna molestia.
La señora Dalton frunció el ceño y en ese instante, Jade se dio cuenta de que era la versión femenina de Harley. Llevaba la melena morena peinada hacia atrás y unos mechones plateados le daban un aire elegante. Tenía las mismas mejillas, los mismos ojos azules penetrantes y la misma sonrisa traviesa.
–No es ninguna molestia. No suelo tener compañía.
–No, de verdad, señora Dalton, no se preocupe por mí. Lo único que me apetece ahora es quitarme los tacones, meterme en la cama y dormir. Estoy agotada.
–Muy bien –aceptó de mala gana–. Harley, ¿por qué no le enseñas la casa y la llevas a tu habitación? Si necesitas algo, pídemelo.
Harley asintió, tomó las bolsas de equipaje y se dirigió a la gran escalera. Jade lo siguió, fijándose en las obras de arte y la decoración mientras subían los escalones y recorrían el pasillo.
–Mi habitación está en el ala oeste de la casa –explicó–. Estamos aquí, a la izquierda.
Abrió la puerta con el codo, empujó con el hombro y entró. Jade lo siguió hasta el interior de la habitación. Había una cama enorme, con un edredón azul a juego con la pintura de las paredes. La mayoría del mobiliario era blanco y de gran tamaño, aunque encajaba perfectamente en la estancia. Había un escritorio y una televisión en la pared de enfrente de la cama.
Harley dejó las dos bolsas de equipaje sobre la cama y se tumbó al lado.
–El armario está ahí –dijo señalando una puerta–, y el baño allí –añadió señalando otra.
Jade se quitó los tacones y suspiró aliviada mientras sus pies se hundían en la alfombra mullida. Había sido una noche larga y estresante, y su cuerpo empezaba a sufrir los efectos. Echó un vistazo al baño y se encontró un palacio de mármol de Carrara esperándola, con una gran bañera y una ducha de cristal suficientemente amplia para dos.
–Creo que me voy a dar un baño.
–Disfruta –replicó Harley mientras se quitaba los zapatos y tomaba la bolsa de su ordenador.
Sacó el portátil y la pistola, y la dejó en la mesilla. Por suerte, todas sus cosas habían estado en el coche esa noche. Jade no tenía ninguna duda de que el intruso habría destruido las notas de Harley para entorpecer el progreso de la investigación.
Todavía parecía preocupado y nervioso, y Jade lo entendía. Si bien todo lo que había pasado esa noche había sido traumático para ella, para Harley había sido diferente. Aunque no lo viera como un fracaso, que no lo era, se lo tomaría como un desafío. Ya estaba volcado en la investigación, pero con lo que estaba en juego, no descansaría hasta que tuviera todas las respuestas.
Jade cerró la puerta del baño e hizo todo lo posible por dejar sus preocupaciones fuera de aquel paraíso de mármol. Abrió el grifo de agua caliente y echó un poco de aceite de rosa que encontró en la encimera. Luego se quitó la ropa y se recogió el pelo en un moño antes de meterse en la bañera.
Estaba cansada tanto física como emocionalmente, y aquello era exactamente lo que le apetecía. En su pequeña casa tenía todo lo que necesitaba excepto una bañera. Era una de las cosas que echaba de menos de la que había compartido con Lance, una cosa más para añadir a la lista de lo que había perdido en los últimos años.
Cuando Jade se tumbó y cerró los ojos, se dio cuenta de que no iba a poder relajarse con tanta facilidad como pensaba. Estaba preocupada y no por la investigación. Ni siquiera porque hubieran entrado en su casa. Sí, estaba siendo amenazada, pero no tenía ninguna duda de que Harley haría todo lo posible protegerla. Ese era precisamente el problema, que haría cualquier cosa y eso era lo que la asustaba.
Cuando habían llegado a su casa y lo habían encontrado todo revuelto, había notado que algo había cambiado en Harley. Era como si hubieran pulsado un interruptor en su interior y cualquier expectativa de que se adaptara a la vida tranquila de un directivo quedó descartada. Enseguida se había puesto en modo alerta, protegiéndola con su cuerpo mientras revisaban la casa, pistola en mano, para asegurarse de que el causante de todo aquello no siguiera allí. Cuando se quedó satisfecho, había llamado a la policía y había guardado el arma, pero se había quedado tenso.
Agradecía su esfuerzo, pero la agitación de su mirada le preocupaba. Al chico rebelde del instituto siempre le había gustado vivir al límite. El ejército había alimentado su necesidad de adrenalina. Su dinero y su éxito le ofrecían menos oportunidades de aventura, pero seguía disfrutando de la sensación de peligro. Era evidente que no podía pasar de saltar de aviones e interrogar a presuntos terroristas a ocuparse de papeleos y conformarse con aquella vida.
De eso estaba segura. Lo había sabido cuando lo había dejado años atrás y cuando lo había invitado a su casa unos días antes. Por eso se había tomado toda aquella situación con prudencia. Harley era más maduro y sensato, pero nada había cambiado. La vida tranquila y pacífica que tanto deseaba nunca sería suficiente para un hombre como él.
Jade respiró hondo y trató de que el agua caliente y el aroma del aceite la ayudaran a relajarse y olvidarse de sus preocupaciones. La conclusión era que mantenerse emocionalmente distante de Harley era difícil, pero necesario. Ya tenía suficiente en su vida sin tener que lidiar con la angustia de enamorarse de él. Tanto si él ponía fin a aquello como si lo perdía en un peligroso giro del destino, no podía pasar de nuevo por lo mismo.
Cuando el agua empezó a enfriarse, se dio cuenta de que no iba a poder relajarse y decidió irse a dormir. Tal vez esa fuera la única forma de dejar de dar vueltas a aquellos pensamientos durante unas horas y relajarse.
Volvió al dormitorio envuelta en una toalla y se encontró a Harley sentado en el escritorio, delante del ordenador. Esta vez no tenía el ceño fruncido mientras miraba la pantalla. Había un brillo de interés en sus ojos que llamó su atención y le hizo preguntarse qué habría descubierto a aquella hora, después de una noche tan larga y desagradable.
–Creo que voy a tener que echarle imaginación –dijo él–. Si no consigo contactar con la familia Steele, voy a tener que acudir directamente a ellos.
–¿Qué sugieres? –preguntó Jade mientras abría su bolsa de viaje y sacaba algo que ponerse para dormir–. No te imagino llamando a su puerta ni apareciendo en sus oficinas del centro de la ciudad.
–En situaciones normales, tendrías razón.
Harley volvió la pantalla del ordenador hacia ella.
Jade se puso una camiseta holgada y se acercó para ver mejor lo que le mostraba. Era la página web de la fiesta benéfica anual de Steele Tools, programada para el viernes por la noche en la mansión de los Steele.
–Isaiah me ha mandado el enlace, junto con más información de Morgan. Es la única noche al año en la que se puede entrar en su casa, siempre y cuando se pague la entrada. Como directora de relaciones públicas, Morgan estará en la fiesta, estoy seguro. Al igual que el resto de la familia. Lo único que tengo que hacer es desempolvar mi esmoquin y hacer la consabida donación para pagar la entrada.
–Resultarás sospechoso si vas solo –comentó Jade.
Si la familia había estado esquivándolo, seguramente tendrían gente asegurándose de que no se colara nadie ajeno entre los asistentes. No dudaba de que fuera a estar muy guapo, pero a pesar de su buena planta un hombre no acudiría solo a una fiesta así.
–Vas a necesitar una cita si quieres pasar de la puerta.
Harley se detuvo y la miró confundido. Sabía que tenía razón, pero parecía que le costaba admitirlo.
–No puedo llevarte a la fiesta –dijo.
Jade no pudo ocultar su desilusión y se cruzó de brazos.
–¿Por qué no? Me dijiste que con un vestido bonito podrías llevarme a cualquier parte.
–Y es verdad, pero ya sabes que no quiero implicarte en el caso. Estaré haciendo preguntas para obtener información de los Steele. ¿Es así como quieres conocer a tu familia, coincidiendo con tu madre biológica en la barra mientras pides una bebida?
No se le había ocurrido, pero cuanto más pensaba en lo que le había dicho, menos le importaba.
–De hecho, creo que eso sería lo mejor. Estaría más relajada simplemente observándolos, sin el agobio de tener que anunciar que soy su hija.
–¿Y crees que podrías mantener la calma y no decir nada? ¿Fingir que no son nada tuyo mientras intento hablar en privado con Morgan? Si sus padres no quieren cooperar, es vital que consiga su ayuda.
Jade asintió convencida.
–Sí que puedo y, aunque no pudiera, tendrías que llevarme, Harley. No puedes dejarme sola. Tú mismo has dicho que es muy peligroso.
–Aquí con mi madre estás completamente segura.
–Bueno, entonces, ¿a quién vas a llevar a una fiesta de etiqueta avisando con tan poco tiempo?
Después de dejarlo sin excusas, Harley cedió, aunque su expresión seguía siendo cautelosa.
–De acuerdo, tienes razón, no tengo muchas opciones. No puedo creer que esté a punto de decir esto, pero ¿quieres venir conmigo a la fiesta, Jade Loan?
Harley se sentía fuera de lugar en los grandes almacenes. Como un elefante en una cacharrería, trató de quedarse en un rincón, pero era demasiado corpulento para un probador tan pequeño. Los probadores se alineaban a los largo de un estrecho pasillo, pero estaba esperando fuera junto a un espejo de tres cuerpos que ofrecía una vista de todos los ángulos posibles tanto si miraba como si no. A la entrada había un pequeño mostrador donde una mujer vestida de negro atendía a las clientas y volvía a colgar en perchas la ropa que le devolvían. Cada vez que una mujer entraba o salía, tenía que hacerse a un lado para que pudiera pasar entre la dependienta y él.
–¿Tengo que quedarme aquí? –preguntó levantando la voz.
La dependienta puso los ojos en blanco.
–Sí –respondió Jade desde el otro lado del panel–. Si vas a comprarme un vestido para la fiesta, tendrás que dar tu opinión.
Después de revisar percha por percha vestidos de seda y bordados, Jade lo había arrastrado hasta los probadores para probarse los que había seleccionado. La idea de ver a Jade con un montón de prendas ceñidas era más excitante en su cabeza que en la realidad.
–De acuerdo –gruñó.
No entendía por qué una tienda que vendía vestidos más caros que su primer coche no tuviera probadores más amplios. Debería haber contratado a un asistente personal de compras, pero Jade le había dicho que no fuera tonto, que ya era suficiente con que le comprara un vestido. Jade no había querido aceptarlo, pero él había insistido en que se comprara algo elegante para pasar desapercibida entre los asistentes a la fiesta. Como no tenía nada que ponerse, podía elegir entre quedarse en casa o dejar que le comprara un vestido.
Solo entonces había dado su brazo a torcer. Pero no iba a dejar que se excediera. Le había dicho que elegiría cualquier cosa.
Suspiró y se cruzó de brazos. Con un poco de suerte, se decantaría por alguno de los vestidos que había elegido. No podía imaginarse recorriendo la tienda una segunda vez.
–¿Vas a salir con alguno de esos vestidos? –preguntó él.
–En cuanto encuentre uno que merezca la pena que te enseñe.
Después de una eternidad esperando, por fin oyó que se abría la puerta de uno de los vestidores y apareció Jade con un vestido de cuentas granate. El escote cuadrado resaltaba sus pechos pequeños y firmes y su largo y elegante cuello. Las mangas dejaban al desnudo los brazos, acentuando el contraste entre su piel y su pelo claros y el tejido rojizo. Un fajín de cuentas y lentejuelas caía hasta el suelo.
Estaba simplemente impresionante.
Harley sintió como si el pecho se le encogiera al mirarla. Estaba tan elegante como había imaginado. Siempre se había sentido fuera de lugar, pero estaba seguro de que se debía a que había crecido con una familia que no era la suya. Aun con el pelo recogido de cualquier manera y los pies descalzos, estaba perfecta para ir a la fiesta.
Iba a sentirse más que orgulloso de llevarla del brazo. De hecho, estaba un poco preocupado de que estuviera demasiado guapa como para pasar desapercibida en aquel evento.
Además, estaba deseando arrastrarla hasta el vestidor y saltarse todas las reglas que tuvieran aquellos grandes almacenes. Merecería la pena que los vigilantes de seguridad lo echaran si antes conseguía ponerle las manos encima a Jade.
Ajena a sus pensamientos, Jade se contempló en el espejo de tres cuerpos y luego lo miró arrugando la frente.
–No sé si este está bien. ¿Qué te parece?
–Me encanta –respondió con sinceridad.
Jade lo miró entornando los ojos.
–Lo dices porque no te gusta ir de compras. Seguro que si hubiera salido en una bolsa de basura, también te habría parecido bien.
–Eso no es cierto –protestó Harley–. Ese vestido no se parece en nada a una bolsa de trabajo. El color te sienta bien y el corte es muy favorecedor.
–Es un Elie Saab –dijo la dependienta, tratando de ayudar a Jade en su elección–. El señor tiene razón, le queda muy bien.
–¿Ves? –dijo Harley.
Jade sacudió la cabeza y volvió a mirarse al espejo. Cuando Harley vio la espalda del vestido, sintió como si los pulmones se hubieran petrificado bajo sus costillas. Fue incapaz de respirar mientras recorría con la mirada su piel desnuda. Estaba deseando deslizar la mano por su espalda.
Se imaginó bailando con ella en la fiesta vestida con aquel traje. Su cuerpo apretado con el suyo, sujetándola con su mano por la espalda desnuda. Odiaba bailar, pero aquel vestido podía hacerle cambiar de opinión.
–No sé –dijo Jade dubitativa–. Es un vestido muy bonito, pero no sé si es lo que quiero llevar para conocer a mi familia por primera vez.
Harley se había estado preguntando si su indecisión se debía a algo más que a una elección de moda. Habían visto más de veinte vestidos antes de escoger unos cuantos para probarse. Por fin estaban llegando al quid de la cuestión. Jade estaría muy guapa con lo que se pusiera, aunque lo que pretendía era causar una buena impresión.
Suspiró, se acercó a ella por detrás y la tomó por los hombros. Lo miró a través de su reflejo en el espejo.
–Esta fiesta es nuestra oportunidad de hacer un primer contacto. No hace falta que les digamos quién eres si estás nerviosa. Pero si de verdad son tu familia, van a quererte independientemente de lo que lleves. Da igual que te pongas este bonito vestido o la bolsa de basura que decía. Les va a dar igual porque estás preciosa.
La observó a través del espejo y vio que sus ojos se llenaban de lágrimas. Jade asintió y parpadeó para contenerlas.
–¿De verdad te gusta este vestido? –preguntó, con una sonrisa confidente en sus labios.
–Sí. Te lo compraré encantado. También estaré encantado de ayudarte a quitártelo.
Jade se volvió hacia él.
–Bueno, si todo va bien en la fiesta benéfica, tal vez tengas una oportunidad.
La rodeó con sus brazos por la cintura, buscando su espalda desnuda. Tenía la piel fría y no pudo evitar estremecerse. Respiró hondo en un intento por contener el impulso sexual que corría por sus venas.
–¿Me estás diciendo que después de tentarme con la fruta prohibida, vas a hacerme esperar para probarla hasta después de la fiesta de los Steele?
Fijó su mirada oscura en él y vio dibujarse otra sonrisa en sus labios.
–No tendrás que esperar para probarla, pero no voy a dejar que estropees este vestido antes de que tenga ocasión de estrenarlo.
–Entonces, tendré que desnudarte –dijo él–, para evitar que se estropee el vestido.
La dependienta carraspeó y los distrajo, rompiendo la tensión sexual que se estaba acumulando en la entrada de los probadores.
–Este –insistió Harley–. Nos lo llevamos.
Jade asintió y se apartó de su abrazo.
–Me cambio y enseguida salgo.
Le guiñó un ojo con picardía antes de doblar la esquina y desaparecer.
Cielo santo, cómo deseaba a aquella mujer.
Harley nunca había experimentado nada parecido en los años en que habían estado separados. Había conocido a todo tipo de mujeres: bonitas, inteligentes, fuertes, con talento… Cada una tenía su encanto, pero ninguna le hacía sombra a Jade. Se sentía atraído por ella en todos los niveles, incluso en el emocional. Y era peligroso. Si no tenía cuidado, acabaría dejándose arrastrar por la atracción que sentía por ella.
¿Y entonces qué?
No estaba seguro. Ese no había sido su plan cuando la había besado por primera vez. Lo único que quería era quitársela de la cabeza. En vez de eso, se había vuelto un adicto ansioso y dispuesto.
No, no estaba seguro de lo que les deparaba el futuro, pero por primera vez, estaba deseando descubrirlo.