Jade rodó por la parte trasera de la furgoneta y se golpeó la cabeza con la pared metálica. Al menos, eso fue lo que le pareció. Era difícil saberlo con los ojos vendados. Tampoco podía pensar con claridad. Le dolía la cabeza por el cloroformo que habían empleado para adormecerla. La dosis no había sido tan alta como para dejarla sin sentido, pero habían conseguido desorientarla lo suficiente como para arrastrarla al interior del vehículo. Estaba aturdida, con un dolor de cabeza punzante y de mal humor.
–¡Ay! –se quejó al sentir el chichón en la frente.
Un líquido cálido empezó a deslizarse por su mejilla. Probablemente sería sangre. Con las manos atadas, no podía parar los golpes ni sujetarse cada vez que la furgoneta aceleraba tras cada curva. Parecía una muñeca de trapo, rodando sin parar por el suelo de la furgoneta, sintiendo cómo el vestido se le enganchaba una y otra vez en el suelo.
La idea de que el bonito vestido que Harley le había comprado se estuviera estropeando hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas de rabia.
–Ve más despacio o nos pillarán –gritó un hombre.
Su voz era áspera, como la de un hombre que llevara treinta años fumando tres cajetillas al día.
–Si voy más despacio, nos pillarán seguro. Tenemos que alejarnos de la mansión de los Steele. Nos está siguiendo alguien.
–Ya no veo ese Jaguar. Creo que nos lo hemos quitado de encima.
–Eres un idiota –dijo el segundo hombre, de voz profunda–. No estaremos seguros hasta que tengamos el dinero en la mano y la mujer vuelva con su familia. Entonces podremos relajarnos al sol en una playa de Puerto Vallarta. Será la primera vez que respire tranquilo en treinta años.
Jade retrocedió, se apoyó contra el costado de la furgoneta y trató de mantener el equilibrio. Evitó hacer cualquier ruido para evitar interrumpir la conversación de los secuestradores. Quería memorizar cada palabra para contarle todo a Harley y a la policía.
Eso suponiendo que saliera de aquella. No sabía qué querían aquellos tipos de ella, pero no podía ser nada bueno. Uno de ellos había hablado de dinero, así que tal vez iban detrás de un rescate. Lo cual era una tontería. Su familia no tenía dinero, al menos la familia que la había criado. Quizá aquellos dos sabían más sobre Jade que ella.
–Aquí está el desvío –dijo el hombre de la voz áspera.
–Ya sé donde está el maldito desvío, no necesito que me digas cómo conducir. Lo tengo todo bajo control. Aprendí la lección la última vez, cuando tu hermana nos metió en un lío a los dos.
La furgoneta redujo la marcha y pasó por un bache.
–¿Que nos metió en un lío? Fue ella la que murió, no tú.
–Sí, bueno, si se sentía tan culpable como para hacer algo así, debería haber compartido antes cierta información vital. Como por ejemplo, quién era cada bebé. Llevamos tres décadas mano sobre mano por su estúpida conciencia y no voy a correr riesgos por segunda vez. Quiero mi dinero y que esto acabe cuando antes.
–¿Crees que pagarán por ella? Ni siquiera saben quién es.
–Es de su sangre, pagarán. Y si no, iremos a por el grandullón. ¿Has visto cuánto tiempo ha estado corriendo detrás de nosotros? Como si fuera a alcanzarnos. Ese idiota está enamorado. Seguro que está dispuesto a darnos lo que le pidamos.
Jade contuvo la respiración. Tenían que estar hablando de Harley. No lo había visto fuera. ¿La habría seguido a tiempo de ver cómo la metían en la furgoneta? Esperaba que sí, que hubiera salido detrás de ella. No sabía si podía fiarse de la opinión de aquellos malhechores que parecían convencidos de que Harley estaba enamorado de ella. No podía creérselo.
Por el bien de aquellos tipos, lo mejor sería que no fuera así. Si la amaba, ya podían rezar para que la policía los encontrase antes que él.
La furgoneta se detuvo y oyó el sonido de una puerta metálica de garaje abriéndose. El vehículo avanzó despacio y por último el motor se apagó. La puerta metálica comenzó a chirriar de nuevo, como si se estuviera cerrando, dejándola atrapada en aquel garaje o almacén que habían elegido para esconderse.
Enseguida irían a buscarla al fondo de la furgoneta. Jade respiró hondo y confió en tener la fortaleza suficiente para soportar aquello y volver a ver a Harley y a sus padres otra vez. Sus verdaderos padres. Por muy encantadores que pudieran ser los Steele, las caras que quería ver eran los de Arthur y Carolyn Nolan.
–Muy bien, ya estamos aquí –dijo el conductor–. Es hora de hacer la llamada.
Harley volvió al salón de baile y, olvidándose de su intensión de pasar desapercibido entre el resto de asistentes, se dirigió directamente a Trevor y Patricia Steele.
–¿Está detrás de esto? –preguntó, incapaz de disimular la ira de su voz.
La pareja se volvió hacia él, sorprendida. Era evidente que no estaban acostumbrados a que nadie les hablara en ese tono.
–¿Que si estamos detrás de qué, señor? –preguntó Trevor con una nota cortante en su voz.
–Alguien ha secuestrado a Jade en la puerta de su casa. Si está detrás de esto, dígamelo ahora.
–¿Secuestrado? –dijo Patricia llevándose una mano al pecho–. ¿Qué Jade?
–Su hija Jade, esa de la que llevo intentando hablarle desde la semana pasada.
El matrimonio no acababa de entender.
–Me llamo Harley Dalton –continuó–, de la empresa Dalton Security. Les llevo llamando una semana para hablarles de un caso del hospital St. Francis. ¿No han recibido mis mensajes?
–No –contestó Trevor, evidentemente irritado, aunque no con Harley–. Aunque tengo que admitir que la semana previa a la fiesta benéfica anual siempre es caótica. Es posible que mis empleados no hayan estado muy atentos a la hora de transmitir mensajes. Cuando estamos tan ocupados, filtran todo lo que creen innecesario. Recibimos muchas llamadas. ¿Dice que lo ha contratado el hospital St. Francis?
–Sí, el hospital donde su esposa dio a luz una niña en 1989 durante el huracán Hugo.
–Nuestra hija Morgan está ahí –dijo Patricia señalándola–. No entiendo qué está pasando.
Harley no quería ser el que lo dijera, pero cuanto antes se enteraran, mejor.
–No es su hija biológica. Dos de los bebés fueron intercambiados durante la tormenta. Su hija fue criada por la familia Nolan, quienes descubrieron hace poco el cambio gracias a una prueba de ADN. Morgan es en realidad hija de los Molan.
Harley se quedó observando la expresión de Trevor Steele mientras asimilaba la noticia. Antes de que pudiera evaluar su reacción, un hombre apareció corriendo.
–Señor Steele, la policía está aquí. Dicen que alguien ha llamado avisando de un secuestro.
Harley fue a dar un paso al frente, pero Trevor se recompuso y se le adelantó. El empresario enseguida empezó a dar órdenes a todo el que estaba a su alrededor.
–Los recibiré en la biblioteca. Enseguida vamos para allá –dijo y se volvió hacia su esposa–. Patricia, ve a por Morgan. Nos veremos en la biblioteca. Les pediré a los chicos que despejen el salón. La fiesta ha terminado.
Harley suspiró aliviado al ver que la familia se lo estaba tomando en serio. Vio cómo Patricia salía del salón con una aturdida Morgan, mientras su padre iba en busca de sus hijos para encargarse de los invitados. Unos minutos después, Trevor apareció al lado de Harley.
–Siento no habernos puesto en contacto con usted antes, señor Dalton. Ya hablaré con el personal una vez se aclare este asunto. Vayamos a la biblioteca. Esto se va a llenar de gente en cuanto mis hijos despidan a los invitados.
Los Steele se mostraban serenos y contenidos ante la situación, algo que confundía y preocupaba a Harley. No fue hasta que estuvieron en la biblioteca con los inspectores que supo por qué.
–No es el primer secuestro que sufrimos, señor Dalton, así que lamento que parezca que no nos afecta. Hemos aprendido a contener las emociones hasta no haber hecho todo lo necesario.
Harley hizo su declaración ante la policía mientras la familia lo escuchaba atentamente relatar las amenazas, el robo y el secuestro de Jade. Ella y los Steele eran familia, tenían que serlo. Y si no eran ellos los que querían silenciar a Jade, no tenía ni idea de quiénes podían ser los secuestradores.
La policía iba a organizar un equipo de vigilancia en la casa por si acaso llamaban los secuestradores para pedir un rescate. Entretanto, todos los agentes de la ciudad estarían buscando una furgoneta blanca con una matrícula de Carolina del Sur que empezara por el número siete.
–Esto es culpa nuestra –dijo Patricia una vez los policías se fueron y se quedaron a solas en la biblioteca.
Estaba sentada en un sofá y llevaba la última hora abrazada a Morgan, que estaba ensimismada. Harley no podía ni imaginar cómo estaría asimilando la joven todo aquello dadas las circunstancias.
–Ha vuelto a pasar lo mismo que con Tommy.
Trevor rodeó el sofá y puso una mano en el hombro de su esposa.
–Recuperamos a Tom sano y salvo, y lo mismo pasará esta vez. Recuperaremos a Jade y después averiguaremos lo que pasó en el hospital.
–Si alguien cambió los bebés, entonces ahora, treinta años más tarde ¿han secuestrado a nuestra verdadera hermana? –preguntó uno de los gemelos.
Podía ser Finn o Sawyer, pero Harley no los distinguía. El joven estaba junto a la ventana y parecía confundido.
–Morgan es tu hermana –insistió Trevor, señalando a la mujer del sofá–, en todos los sentidos. Pero sí, si este hombre tiene razón, Jade, tu hermana biológica, ha sido secuestrada porque estaba intentando encontrar a su familia y alguien no quería que lo hiciera.
Morgan se levantó del sofá. Tenía los ojos enrojecidos, pero no estaba llorando.
–Me voy arriba –dijo, y salió corriendo.
–Deja que se marche –dijo Trevor–. Tiene mucho que asimilar. Lo que es importante que sepa, y todos nosotros tenemos que hacerle entender, es que sigue siendo parte de esta familia independientemente de lo que ha pasado.
Harley se alegró al oír aquello. También esperaba que acogieran a Jade con la misma actitud. Se lo merecía después de todo por lo que había pasado esa noche. ¿Y si la hubiera llevado a casa en vez de haber discutido con ella? Estaría con ella en la cama, abrazados, en vez de esperando noticias de la policía sobre el paradero de Jade.
–A ver si llaman ya –dijo Patricia–. Lo peor es la espera.
Como si los secuestradores la hubieran oído, un teléfono comenzó a sonar. Todos esperaban que fuera el teléfono de los Steele, cuyas líneas había intervenido la policía, pero era el móvil de Harley.
No reconoció el número, pero contestó con el altavoz para que todos pudieran escuchar.
–¿Dígame?
–Diez millones de dólares –dijo una voz ronca de hombre–. En billetes pequeños y sin marcar. Meta el dinero en un bolso de mano y déjelo en la taquilla diecisiete de la estación de autobuses mañana por la mañana antes de las diez. Si sigue mis instrucciones y podemos recoger el dinero sin que la policía intervenga, le enviaré la ubicación de la mujer. Si aparece la policía o nos interceptan, no volverá a verla.
–Quiero hablar con Jade –insistió Harley, pero el hombre rio y colgó.
Después de que la línea quedara muerta, el miedo fue dando paso a la esperanza. Solo querían dinero y de eso no le faltaba. Gustosamente acataría sus instrucciones para que Jade volviera sana y salva. Confiaba en que los secuestradores cumplieran sus propias normas.
–Diez millones es mucho dinero para reunir en menos de doce horas –dijo Trevor.
–Lo sé –replicó Harley.
Desde el principio había aprendido que para ganar dinero, tenía que tenerlo invertido. Conseguir liquidez no era inmediato.
–Tendré que pensar algo. Ahora mismo solo dispongo de una tercera parte.
–¿Cuánto tenemos en la caja fuerte, cariño? –le preguntó Patricia a su marido.
–Unos cuatro, tal vez cuatro y medio. Podríamos pedir que nos hicieran una transferencia. Ya es por la mañana en Suiza, ¿no?
Trevor se acercó a Harley y le dio una palmada en la espalda.
–Recuperaremos a Jade sana y salva. No tema, ahora es una más de nosotros. Y en esta familia, tenemos un lema: ningún Steele queda atrás.
Jade oyó un ruido y se puso rígida contra la pared. Deseó poder quitarse la venda y ver lo que estaba pasando, pero era imposible con las bridas de las muñecas y los tobillos.
Llevaba un rato sola, pero no sabía calcular cuánto. Había oído a los hombres hablar de conseguir el dinero y luego se habían ido de la furgoneta. Apenas le habían hablado desde que la habían secuestrado, pero las últimas palabras que le habían dirigido la habían dejado helada. Lo próximo que vería sería a sus rescatadores, si todo iba bien, o a ellos dos antes de meterle una bala en la cabeza.
Si había alguien allí donde estaba ella, estaba a punto de averiguar de quién se trataba.
–¡Jade!
–¡Harley! ¡Harley!
Jade oyó sus pasos sobre el cemento dirigiéndose hacia ella. Al oír su voz respiró aliviada y sintió que unas lágrimas rodaban por sus mejillas. No se había dejado asustar; no podía permitirse ese lujo. Pero en aquel momento, todas las emociones estaban aflorando a la vez.
Alguien cayó al suelo a su lado y le arrancó la venda de los ojos. Trató de ajustar la vista a la claridad después de haber pasado horas en total oscuridad, pero solo pudo distinguir a Harley agachado a su lado. Rápidamente le soltó los tobillos y las manos, y enseguida, volvió a sentir la sangre corriendo por sus extremidades.
–Oh, Dios mío, nena, cuánto me alegro de que estés bien. Lo siento mucho, no debería haberte perdido de vista.
Harley la estrechó contra su pecho y ella se acurrucó contra él.
Había pasado una larga noche a solas con sus pensamientos, reviviendo lo que había pasado antes y después del secuestro. En aquella situación desesperada, aquel travieso chico malo era el único hombre cualificado para la misión. Estaba a la altura de las circunstancias y, por eso, le estaría eternamente agradecida.
–No ha sido culpa tuya –dijo sintiendo la garganta seca–. Me has salvado.
–Claro que te he salvado –replicó, y tomó su rostro entre las manos–. Te quiero más de lo que te imaginas, Jade. Haría cualquier cosa por llevarte de vuelta a casa conmigo.
¿La amaba? Jade estaba abrumada por todo lo que estaba pasando, pero no podía dejar que aquel detalle pasara desapercibido.
–¿Has dicho que me amas? –preguntó.
Harley sonrió.
–Sí, te quiero, Jade Nolan, te quiero mucho. Me habría gustado decírtelo antes de que todo esto pasara. Esta noche, durante un rato, temí haber perdido la oportunidad.
Jade le acarició la mejilla. No se había afeitado y seguramente tampoco duchado. Seguía llevando el esmoquin, ya sin la pajarita. Su mirada era de preocupación y parecía tan cansado como ella.
–Yo también te quiero, Harley.
Se inclinó y la besó en los labios. Fue un beso cargado de todas las emociones que ambos habían estado conteniendo y que, en aquel momento, afloraron a la vez: amor, alivio, deseo, felicidad… Se apartó cuando tuvo que toser.
–Lo siento, tengo la garganta muy seca. No he bebido nada desde el champán de la fiesta.
–Eso puedo arreglarlo –dijo llevándose el teléfono a la oreja–. Está aquí. Sí, está bien. Traed mantas y agua.
Al levantar la vista, vio un grupo de gente acercándose a ella. Enseguida reconoció la silueta de sus padres. Arthur y Carolyn se echaron prácticamente encima para abrazar a su hija. Nunca antes se había alegrado tanto de ver a su familia.
–¿Estás bien, cariño? –preguntó Carolyn, apartándole el pelo de la cara y reparando en el chichón–. Estás sangrando.
–Estoy bien, mamá. No sabes cuánto me alegro de veros.
Arthur le apretó el hombro y sonrió.
–Hay más gente que se alegra de verte.
Se levantó y se hizo a un lado para que se acercara otra pareja que estaba allí.
Eran Trevor y Patricia Steele. Se habían quedado a cierta distancia, deseando ayudar de alguna manera, pero sin querer interferir en aquel momento con Harley y sus padres.
Patricia avanzó unos pasos y le dio una botella que llevaba.
–Toma, querida. Me alegro de que estés bien. Hemos estado muy preocupados toda la noche.
Aquellas palabras no eran las que esperaba. Debían de haber pasado muchas cosas mientras ella había estado encerrada en aquel almacén.
–¿De veras?
Harley sonrió y le acarició la espalda.
–Lo saben todo. Incluso han colaborado en el pago del rescate.
Trevor apareció por detrás de su mujer y apoyó una rodilla en el suelo.
–Ningún Steele queda atrás –dijo con una sonrisa, y se quedó observándola unos instantes antes de continuar–. Te pareces mucho a tu madre cuando tenía tu edad. Tenemos mucho de qué hablar –añadió y le puso una mano reconfortante en el hombro–. Pero antes, salgamos de aquí. Tenemos mucho tiempo para ponernos al día.
Harley la ayudó a levantarse del suelo de cemento y la envolvió en una manta. Jade se alegró de sentir la calidez de la lana mientras salían del almacén hacia los coches que aguardaban. Los Steele se despidieron con la mano antes de meterse en un Escalade negro conducido por un chófer. Al lado estaba la pequeña furgoneta de su padre y el Jaguar, aparcado de cualquier manera como si Harley hubiera corrido a su encuentro.
–Harley tiene que llevarte a la comisaría para que te tomen declaración y luego a que te hagan un reconocimiento médico –dijo Carolyn–. Llámanos luego pasa saber que todo está bien.
–Sí, mamá.
Carolyn le dio un beso en la mejilla y se fue con Arthur hacia la furgoneta.
Mientras se alejaban, Harley ayudó a Jade a entrar en el coche y luego se metió por su lado. En vez de encender el motor, la tomó de la mano.
–Antes de ir a la comisaría, hay algo que tengo que decirte, Jade. Habría hecho cualquier cosa por recuperarte.
–¿Incluso pagar diez millones de dólares a los secuestradores? –preguntó.
Los secuestradores apuntaban alto.
–En un abrir y cerrar de ojos. Volvería a pagarlos si tuviera que hacerlo.
Jade se quedó mirando sus ojos azules, vidriosos por las lágrimas, y sintió que el pecho se le encogía de la emoción.
–No lo digas muy alto o esos tipos te oirán y lo intentarán de nuevo. A menos que los hallan… ¿pillado?
–Por desgracia, no. La policía estaba vigilando la estación de autobuses, pero tenían que esperar a que esos sinvergüenzas me mandaran tu ubicación antes de actuar. Para entonces, ya hacía un rato que se habían ido y los agentes los perdieron en el laberinto de las calles del centro. Pero los encontraremos, cuenta con eso.
–Otro trabajo emocionante que resolver –comentó Jade, y esbozó una triste sonrisa.
–Creo que voy a dejar que se encargue la policía. Ya he tenido suficientes emociones para toda una vida en las últimas doce horas –replicó Harley–. Me conformo con la ilusión de tenerte entre mis brazos y el cosquilleo en el estómago cuando me sonríes desde el otro lado de una habitación. Prefiero sentarme detrás de una mesa y llevar una vida tranquila contigo hasta el fin de mis días, que espero que sea hasta bien entrados los ochenta o noventa.
–¿Lo dices en serio?
–Por supuesto. Deja que te lo demuestre.
Harley abrió la guantera del coche y sacó una caja pequeña fácilmente reconocible. La abrió y se la tendió, mostrándole un anillo sobre un soporte de terciopelo azul. En el centro había un diamante talla princesa engastado en platino con una banda en la que se alternaban diamantes pequeños con zafiros azules.
–Como veterano de la Marina, pensé que los zafiros serían lo más apropiado.
–¿Cuándo has sacado tiempo para comprar un anillo de compromiso? –preguntó ella.
Después de todo lo que había pasado, era lo último que esperaba.
–Antes de la fiesta. Ha estado en el bolsillo de mi chaqueta todo el tiempo. Iba a dártelo después de la gala, pero la noche no ha ido como esperaba.
Jade se quedó mirando fijamente el anillo, deseando ponérselo en el dedo, pero prefirió esperar a que le hiciera la pregunta.
–Jade Nolan… Esta noche ha sido la peor de mi vida. Quería casarme contigo antes de que todo esto pasara, pero ahora no me imagino un día de mi vida sin ti. Hemos perdido casi una década y no quiero perder ni un minuto más. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?
Jade sonrió y se inclinó para darle un beso. Esta vez estaba decidida a seguir los dictados de su corazón.
–Sí –susurró junto a sus labios–, y un millón de veces, sí.