–A ver si lo entiendo bien –empezó Harley, al borde de la desesperación–. Eres una mujer soltera que vive sola sin un sistema de alarma ni intención de protegerse si pasa algo.
Jade solo contaba con que Harley apareciera para pasar la noche allí. Ya era tarde cuando llegó. Lo que no esperaba era una comprobación pormenorizada de su casa, pero claro, así era como se ganaba la vida. Después de terminar, había llegado el momento de la inevitable lección sobre seguridad personal.
Jade no estaba escuchando. Estaba distraída viéndolo trabajar, la vista fija en su mandíbula apretada y en su gesto de preocupación. Se lo tomaba todo muy en serio. Tenía que admitir que era muy minucioso. Había revisado sus ventanas con más atención que ella. Algunas nunca las había abierto, así que no sabía si tenían cierres o no.
–Este barrio es muy tranquilo –se justificó cuando la miró–. No se oye que haya robos ni veo la necesidad de salir corriendo para poner una alarma.
Al principio le había preocupado la presencia de Harley en su casa. Todas las habitaciones parecían más pequeñas con él allí y no podía esquivarlo. Era un continuo recuerdo de su pasado, de su situación actual y de lo que no podría tener en el futuro. En aquel momento, eso era lo de menos, teniendo en cuenta los comentarios que estaba haciendo de su casa.
A Jade le gustaba su casa. Era pequeña, pero era el primer sitio propio que tenía. Se había mudado de la residencia universitaria a casa de Lance antes de comprarse juntos otra casa en Virginia Beach, adonde se habían ido a vivir por el trabajo de él. Esta casa era solo suya. No tenía un marido que le dijera lo que tenía que hacer y no necesitaba que Harley asumiera ese papel.
Harley sacudió la cabeza.
–Tienes que tomar medidas, Jade. Si no te gustan las pistolas, está bien, pero tienes que hacer algo para protegerte. Tal vez una pistola paralizante. Solo el sonido es suficiente para disuadir a un asaltante.
¿Cómo habían pasado de las amenazas de una carta a hablar de robos y asaltos?
–¿Un asaltante? Era tan solo una nota y ahora estás aquí. Ya no necesito nada más, ¿no?
–Sí, estoy aquí, pero no será así siempre. Necesitas más medidas de seguridad de las que tienes –dijo y empezó a teclear en su teléfono móvil–. Eso está a punto de cambiar.
–¿Qué estás haciendo?
–Estoy escribiendo un correo electrónico a Isaiah. Voy a pedirle que mande a alguien del equipo para que instale medidas en la casa y así estés segura cuando te quedes sola.
Jade abrió los ojos como platos. Aquello le parecía demasiado.
–Harley, yo…
–No te va a costar nada –la interrumpió.
Al parecer, se estaba anticipando a sus preocupaciones.
–¿Cómo es posible?
Todo tenía un precio. Tal vez no fuera rica, pero tampoco estaba dispuesta a aceptar limosnas de nadie, y mucho menos de Harley.
–Por favor, no discutas conmigo por esto –le pidió él mirándola a los ojos–. Me sentiré mejor. Así es como me gano la vida, ¿recuerdas? Quien sea que te haya escrito esa nota quiere asustarte para que no sigas buscando respuestas. Si vas a continuar, y creo que deberías hacerlo, tienes que ser precavida.
Jade suspiró y sacudió la cabeza. Era demasiado tarde para perder más energía con aquello. Si Harley quería poner vigilantes armados en los árboles para abatir intrusos, no se lo discutiría. Había sido un día muy largo y estaba deseando meterse en la cama.
No le había dado importancia a la nota cuando se lo había contado a Harley porque se había pasado la noche despierta, convenciéndose de que no era nada. Nunca había imaginado que algo así pudiera pasarle y se había quedado desconcertada. Cuando por fin había conseguido dormirse, era ya casi la hora de levantarse. Estaba acostumbrada a madrugar porque solía abrir la farmacia, pero no por eso le había costado menos levantarse cuando había sonado la alarma a las cinco.
Jade miró a Harley, que seguía escribiendo en su teléfono. Una de las cosas a las que se dedicaba su empresa era a las alarmas y los sistemas de seguridad, así que no debería sorprenderse de que quisiera instalar alguno. Tal vez así se quedara tranquilo y no tendría que quedarse a dormir en su casa. Al menos, eso esperaba.
Pero a la vez, tampoco era lo que quería.
Se sentía confusa estando cerca de Harley otra vez. Pensaba que hacía tiempo que se había olvidado de él, pero cada vez que se acercaba a ella, su cuerpo reaccionaba como si lo recordara. Sentía una necesidad desesperada de acariciarlo y de que la acariciara. Era ridículo e inapropiado pensar así del hombre al que habían contratado para investigar su caso. Al parecer, había cometido un error al haber evitado la compañía masculina después de su divorcio. Harley había aparecido inesperadamente y allí estaba, dispuesta a lanzarse en sus brazos.
Por mucho que su cuerpo deseara a Harley, su cabeza sabía que no debía hacerlo. No era el hombre adecuado para ella. Ya en otras ocasiones había ignorado los deseos de su cuerpo y sabía que podía volver a hacerlo. La única diferencia esta vez era que Harley estaba muy cerca e iba a estarlo por un tiempo. Había sido más fácil antes, cuando había cortado con él y había vuelto a la universidad, en donde no tenía que verlo cada día.
Pero podía mantenerse firme. Tenía que hacerlo. No era sensato mezclar la investigación con los sentimientos. Tal vez se sentía atraído por ella, le daba la sensación de que quería evitarlo. Si acababan acostándose, eso sería todo. Ninguno de los dos parecía dispuesto a cometer el mismo error otra vez.
–Muy bien, hecho –anunció él antes de guardarse el teléfono en la funda del cinturón–. Seguramente venga alguien pasado mañana.
Jade se limitó a asentir. No era una mala idea. Así podría estar tranquila.
–Gracias. Se está haciendo tarde, así que si te parece bien, te dejaré para que te pongas cómodo.
Cuanto antes se fuera a la cama, antes podría poner un par de paredes entre ellos.
–Estupendo.
Harley fue a recoger una pequeña bolsa de viaje y un portatrajes que había llevado.
Jade lo guio por el pasillo. Aquella pequeña casa le había parecido perfecta para ella. Dos dormitorios y un cuarto de baño era todo lo que necesitaba. En aquel momento, en mitad del pasillo, se dio cuenta de que iban a dormir a escasos metros el uno del otro, y deseó que la casa fuera algo más grande.
–Este es el dormitorio de invitados.
Abrió la puerta del pequeño cuarto que todavía no había recibido ningún invitado. Solía usarlo de despacho y almacenaje, aunque había colocado un sofá cama por si acaso alguien tenía que quedarse a pasar la noche.
–Ya he hecho la cama del sofá y he puesto sábanas limpias y una manta. Si te da frío, hay más mantas en el armario. El cuarto de baño está al final del pasillo, aunque creo que ya lo sabes. Solo hay uno en la casa, así que tendremos que compartirlo.
Harley miró a su alrededor antes de volverse hacia ella.
–¿Tu habitación está al otro lado del pasillo?
Jade señaló una puerta cerrada.
–Sí, yo estoy ahí.
–De acuerdo.
Dejó las bolsas en la cama y encendió la lámpara de la mesilla antes de sentarse en el borde de la cama. Los muelles metálicos del somier protestaron. Jade cerró los ojos avergonzada y deseó haber comprado una cama normal. Habría ocupado la mayor parte de la habitación, pero habría sido más cómodo para los invitados, en especial para aquel tan alto y fornido.
Seguramente estaría más a gusto en una suite de hotel o donde quiera que estaba quedándose. Incluso en un saco de dormir en el porche. No debería pasarlo mal solo porque se sentía obligado a protegerla.
–No hace falta que hagas esto –dijo ella.
La miró un momento con sus intensos ojos azules y luego le sonrió, provocándole un nudo en el estómago.
–Lo sé. Buenas noches, Jade.
Sus palabras eran una manera cortés de despedirla para evitar que lo disuadiera. Era demasiado cabezota y se quedaría de todas formas, algo que no podía por más que agradecerle.
–Buenas noches, Harley.
Salió de la habitación y cerró la puerta al salir. Luego cruzó el pasillo y se metió en la suya. Después de cerrar la puerta, se quedó apoyada en la madera y sintió que su cuerpo empezaba a relajarse. No se había dado cuenta hasta que se había quedado sola de que su cuerpo se ponía tenso cada vez que estaba cerca de Harley. Le resultaba apasionante y físicamente agotador. La atracción entre ellos, contenida durante tanto tiempo, pero efervescente bajo la superficie, estaba en constante pugna con su instinto de supervivencia. No estaba segura de poder mantener el equilibrio mucho más tiempo.
Se dejó caer en la cama y se quedó mirando la puerta. Debería estar feliz por sentir algo. Después de todo lo que había ocurrido con Lance, casi se había convertido en una persona insensible. Su madre había llegado a pensar que le pasaba algo porque no había llorado al divorciarse. Era como si se hubiese quedado tan afectada que fuera incapaz de sentir nada.
Había estado atrapada en aquel limbo todo ese tiempo hasta que había recibido la prueba de ADN.
De repente, todas sus emociones se encendieron como si hubiera apretado un interruptor. Todo su cuerpo era un manojo de nervios. Había pasado todo el día entre la risa y las lágrimas. ¿Podía arriesgarse y liberar con Harley toda aquella energía acumulada?
Con un suspiro, se quitó los zapatos de tacón y se preparó para meterse en la cama. Tal vez estaba lo suficientemente agotada como para quedarse profundamente dormida y olvidarse de que Harley estaba a escasos metros.
Por alguna razón, lo dudaba.
Un fuerte estrépito sacó a Harley de su sueño y su rabadilla se golpeó contra el suelo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que los muelles del sofá cama habían cedido y estaba tumbado en el suelo de madera, sobre el fino colchón.
Lo siguiente fueron unos golpes en la puerta.
–Harley, ¿estás bien?
–Sí, estoy bien. Pero la cama no.
La puerta se abrió lentamente, y Jade asomó la cabeza y encendió la luz. Tenía la cara limpia de maquillaje y la melena le caía suelta sobre los hombros. Por un momento, al mirarla, le pareció que volvía a tener diecisiete años. Estaba muy guapa y natural, tal y como recordaba de la época en que habían estado juntos.
Hasta que empezó a reírse de él.
Había intentado contenerse, pero había acabado cubriéndose la boca con la mano. Cuando la risa escapó de sus labios, Harley bajó la vista para mirarse. Su aspecto era ridículo, tirado en aquel colchón retorcido, entre un amasijo de sábanas y mantas. No pudo evitar reírse también. Era demasiado corpulento para una cama como aquella y debería haberse dado cuenta antes de acostarse. Había intentado no moverse demasiado, pero una vez se había quedado dormido, no había podido evitarlo. Se había dado la vuelta y ¡plaf!, se había caído.
Ambos habían reído durante unos segundos y la tensión entre ellos se había disipado finalmente. Había merecido la pena hacer el ridículo si con eso había conseguido romper el hielo con ella. Habría sido un trabajo incómodo si no lo hubieran superado.
Sacudió la cabeza y comprobó el sofá. Pensaba que podía arreglarlo, pero los ganchos metálicos de los muelles se habían salido y atravesado el material del plástico que rodeaba el colchón. Era imposible. Le compraría un nuevo sofá cama, uno mucho más firme. Tal vez incluso una cama de verdad, con su somier y sus muelles de acero.
Harley suspiró al apartar las mantas y Jade dejó de reírse bruscamente. Volvió a mirarse y se dio cuenta de que solo llevaba un par de calzoncillos negros de Calvin Klein. Nunca le habían gustado demasiado los pijamas, pero no había caído en ello hasta que se había visto en aquella situación. Cuando volvió a mirarla, vio que tenía los ojos clavados en su torso y la boca abierta. Probablemente estaba diferente a como lo recordaba. Su cuerpo había cambiado a lo largo de los años. El chico enclenque de entonces había pasado a convertirse en un hombre fuerte, musculoso y con una capa de vello oscuro cubriéndolo.
Cuando Jade cerró la boca, una extraña sonrisa asomó en sus labios. Parecía gustarle lo que veía y eso le agradó. No sabía cómo interpretar su mirada vidriosa. Probablemente no fuera nada o tal vez lo fuera todo.
Se levantó de la cama, se envolvió en la manta y recogió la almohada del suelo. Sus movimientos sacaron a Jade de su minucioso estudio. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los de él, Harley no pudo evitar sonreír divertido. Ella se sonrojó al darse cuenta de que la había pillado mirándolo fijamente. Con cualquier otra mujer, se habría acercado, habría dejado caer la manta y le habría dejado tocarlo. No era tímido, especialmente cuando quería algo o a alguien.
Pero no con Jade. Las cosas eran demasiado complicadas entre ellos como para eso. Si había algo que había aprendido en el ejército era que todo iba mejor cuando llevaba el control. Su vida antes de eso había sido un desastre al pasar por situaciones que no había podido controlar. Tras dejar la Marina, había aplicado ese principio a todos los aspectos de su vida y las cosas le iban mejor. Tenía la sensación de que mantener el control sería mucho más difícil con Jade en escena.
–Esta cama está rota. Me iré a dormir al sofá del salón.
Tal vez no fuera cómodo, pero no se rompería.
–No seas tonto –dijo Jade sacudiendo la cabeza–. El sofá es cómodo para sentarse, pero es horrible para dormir. Tengo una cama grande en mi habitación. Hay sitio para los dos.
Harley arqueó una ceja. ¿Pretendía compartir la cama? Después de cómo acababa de mirarlo, no estaba seguro de que fuera una buena idea. Seguramente no lo admitiría, pero estaba deseando tocarlo y regodearse con su cuerpo. Y no le importaría dejarla.
–No sé, Jade…
Ella alzó la barbilla, desafiante.
–Somos adultos, Harley. No creo que sea un problema que durmamos en la misma cama. Si te hace sentir mejor, prometo dejar quietas las manos –dijo abriendo la puerta del todo.
Harley reparó en el camisón de algodón que llevaba. Era corto, con un ribete de encaje en la parte superior de los muslos. La tela era de color rosa claro y dejaba adivinar sus pezones rosados. La luz de su habitación la iluminaba a contraluz, resaltando su cintura fina y las suaves curvas de sus caderas.
Harley tragó saliva.
–No te prometo nada –dijo él con voz áspera.
No le gustaba faltar a su palabra, así que nunca hacía promesas que no podía cumplir. Colocó la almohada delante de él para ocultar su evidente erección. ¿Cómo era posible que una prenda tan inocente le provocara una reacción así?
Seguramente porque aunque Jade se pusiera un disfraz de payaso, le provocaría la misma reacción. Ese era el fondo de la cuestión, aunque no le gustara. Podía tratar de convencerse de que ya no se sentía atraído por Jade, pero era mentira. Le había hecho daño cuando había elegido a Lance, aunque le costara admitirlo. Por mucho que se repitiera que no necesitaba a alguien en su vida, su argumento perdía fuera cuando tenía que ver con ella.
–Venga –dijo ella con una sonrisa, y salió por la puerta, ajena a los pensamientos que ocupaban su cabeza.
¿Acaso pensaba que se estaba haciendo el gracioso? No estaba seguro, pero si iba a quedarse a dormir allí para cuidarla, se estaba quedando sin opciones. Una vez estuvieran instaladas las medidas de seguridad, podría volver a su cama en casa de su madre, pero hasta entonces, necesitaba un sitio decente donde descansar. A regañadientes, Harley la siguió fuera del cuarto de invitados y miró a través del pasillo hacia la habitación de Jade. Pudo ver una gran cama con una colcha de flores recogida a los pies y media docena de cojines apilados en el lado vacío.
Mientras estaba allí de pie, Jade se inclinó sobre la cama y apartó los cojines. Al estirarse para quitar el último, el bajo de su camisón subió más y más, dejando ver unas braguitas azules de algodón. Nada de tangas ni de modelos atrevidos. Era justo la clase de ropa interior que soñaba quitarle cuando estaban en el instituto.
Apretó los puños. El destino lo estaba poniendo a prueba, no había otra explicación.
–Ven.
Jade tiró de la colcha y dio una palmadita al colchón, una invitación por la que el Harley adolescente hubiera hecho cualquier cosa. Tragó saliva y se acercó a su lado de la cama. Ella tenía razón, la cama era grande y había mucho espacio. Sabía que no había cama lo suficientemente amplia como para que no fuera una tentación tenerla tan cerca.
–Gracias –dijo él, deslizándose bajo las mantas.
Las sábanas eran de color vainilla y olían a lavanda, lo mismo que ella. Era casi lo que necesitaba para alcanzar un estado de comodidad que le permitiera olvidar dónde estaba y a quién tenía al lado.
Casi.
Se tumbó de espaldas, rígido como una tabla. No quería relajarse y arriesgarse a rozarla bajo las sábanas. Cerró los ojos y trató de dormirse.
Unos segundos más tarde, en la oscuridad del dormitorio, oyó la suave voz de Jade a su lado.
–¿Sabes? Nunca pensé que compartiría contigo la cama, Harley.
Abrió los ojos, pero los mantuvo fijos en el techo.
–Yo tampoco. Si me hubiera quedado pasadas las once, tu padre me habría hecho arrestar. Si me hubiera quedado a dormir… estaría muerto.
Jade rio y aquel sonido melódico le trajo recuerdos de cuando contemplaban las estrellas tumbados en la parte trasera de su camioneta.
Harley rodó sobre su costado y la miró. A pesar de que estaba oscuro, podía ver que estaba vuelta hacia él, con la melena esparcida sobre la almohada. Tenía la cabeza apoyada en las manos mientras lo miraba con curiosidad. Deseó alargar el brazo, acariciarle la mejilla y deslizar el pulgar por sus labios. En vez de eso, apretó los puños bajo la almohada.
–Fue una equivocación.
–¿El qué? –preguntó Harley frunciendo el ceño.
–Elegir a Lance.
–Me he enterado de lo que le pasó y del problema que tuvo con las drogas. Lo siento mucho.
–No hablaba de eso. Me refería a que te hice daño. Nunca fue mi intención.
Harley no esperaba una disculpa y no estaba seguro de cómo tomárselo.
–Fue lo mejor.
A pesar de sus palabras, ni él mismo se las creía.
–Tal vez. Quizá estaba predestinado a ser así. Pero aquí tumbada, a tu lado, después de todo este tiempo, me doy cuenta de que me habría gustado un último beso antes de haberte dejado. Creo que eso es de lo que más me arrepiento.
Sin pensarlo, Harley se echó hacia delante y unió los labios a los de ella. Él también lo había lamentado y en aquel momento, teniéndola tan cerca, no pudo contenerse más. La había tocado aunque solo fuera para convencerse a sí mismo de que su memoria le engañaba. Era imposible que fuera todo lo que su cabeza había construido de ella. Se había convertido en una fantasía porque no podía tenerla. Sin lugar a dudas, la realidad lo decepcionaría. Confiaba en que una vez le diera un beso, se olvidaría de la atracción que sentía por ella y se concentraría en el caso.
No podía estar más equivocado. Jade se derritió en sus brazos y gimió junto a su boca. Luego lo envolvió con su cuerpo, atrayéndolo hacia ella. Podía sentir cada una de sus curvas comprimidas contra él bajo el fino camisón de algodón. Mientras con una mano acercaba su rostro al suyo, la otra bajó por su costado hasta el borde de su pijama. Si cruzaba aquella línea, sabía que no habría vuelta atrás.
Era todo lo que recordaba y más, y su experimento fracasó de una manera espectacular. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse.
En el instante en que separó los labios, Harley empezó a darse cuenta de lo que estaba pasando. ¿Qué demonios estaba haciendo? Estaba allí para proteger a Jade y descubrir qué había ocurrido en el hospital, no para dar pie a que surgiera algo entre ellos de lo que pudiera arrepentirse. Sí, era solo un beso, pero estaba perdiendo el control. La manera en que respondía, los gemidos que dejaba escapar… Tenía que separarse o las cosas llegarían demasiado lejos. Rodó a un lado, tomó la almohada y se levantó de la cama.
–¿Adónde vas? –preguntó Jade.
–Al sofá.
Su rostro se arrugó en un gesto de desagrado mientras lo miraba desde la cama. Todo en ella lo invitaba a volver, a cruzar la línea.
–Ha sido solo un beso. No tienes que irte.
Harley había estado esperando una invitación y ahí la tenía. Pero en vez de aceptarla, sacudió la cabeza y rodeó la cama hasta la puerta.
–Sí, tengo que hacerlo.
Sin volverse para mirarla, avanzó por el pasillo hasta el salón. Se envolvió en la manta y se acurrucó para encajarse en el sofá. Luego suspiró, cerró los ojos y trató de dormirse.
El mundo lo estaba poniendo a prueba. Y le importaba un bledo.