Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Aquel beso fue la receta perfecta para el insomnio.

Jade había sido una estúpida por permitir que ocurriera, por desear que ocurriera. Si no lo hubiera hecho, no habría iniciado aquella ridícula conversación. Habría cerrado los ojos y se habría dormido, dejando las manos quietas tal y como había prometido. En vez de eso, había insistido hasta que él había cedido, y había comprobado que aquel beso era como había imaginado. El premio había sido breve, puesto que al poco se había quedado sola en la cama, con el corazón latiendo desbocado.

Después de que Harley se fuera al sofá, Jade se quedó mirando el ventilador del techo, pensando qué hacer. Había sido ella la que había puesto fin a su relación. Provocarlo con lo que le había negado en otra época era cruel para ambos. No tenía sentido besarse, mucho menos hacer algo más. Los días de instituto habían quedado atrás. Una relación física entre ellos sería una complicación que no podía permitirse a la vista de que iba a tenerlo a su lado las veinticuatro horas del día para protegerla.

Pero en aquel momento nada de eso importaba. Solo había querido un beso, una caricia, sentirse deseada después de tantos años pensando que no era merecedora de ningún hombre. Lance había dejado de tocarla después de su accidente de coche. Había tenido que ser operado de la espalda, algo que no había solucionado el problema ni evitado los dolores. Meses más tarde, cuando ella creía que podían volver a recuperar lo que tenían, él había preferido atiborrarse de pastillas. Aunque no se lo había dicho. Decía que le dolía o simplemente evitaba el tema. Se quedaba despierto hasta tarde, sabiendo que ella se acostaba pronto. Cada vez que ella se había acercado, él se había apartado.

Tal vez había sido una tontería lo que había hecho, pero lo que había pasado le había hecho sentirse deseada por primera vez en mucho tiempo.

Esa mañana, era una mujer deseable, pero somnolienta.

Por lo general se iba directamente a la ducha, pero necesitaba cafeína antes. Se puso una bata y se arrastró de la cama al salón, en donde se encontró a Harley en el sofá. Parecía llevar un buen rato despierto, puesto que ya estaba vestido con unos pantalones caquis y una camisa azul oscuro. Estaba rodeado de un montón de papeles que estaba leyendo. Había una taza de café vacía en la mesa y la manta estaba doblada cuidadosamente en el respaldo del sofá. Al parecer, él tampoco había dormido mucho.

–Buenos días –dijo ella al pasar en dirección a la cocina.

–Buenos días.

Jade se sirvió una taza de café. Cuando se volvió, Harley estaba bajo el marco de la puerta de la cocina.

–¿Has podido dormir algo? Ya te avisé que el sofá era muy incómodo.

–He dormido suficiente. Suelo despertarme antes de las cuatro. Me basta con dormir cuatro o cinco horas, aunque puedo sobrevivir con menos.

Jake sacudió la cabeza.

–Me das envidia. Si no duermo ocho, estoy zombi.

–Pues anoche no dormiste tus ocho –replicó él–. Y todo por mi culpa.

–Es culpa del sofá cama –dijo, y dio un sorbo a su café–. Seguro que tengo ojeras, señal de que no he descansado.

Se quedó observándola un momento y sacudió la cabeza.

–Yo no veo nada. Estás tan guapa como siempre.

–Debes de estar medio dormido todavía –sentenció Jade–. Acabo de salir de la cama, tengo el pelo revuelto y llevo una bata. Imposible que esté guapa.

–Estoy muy despierto. He salido a correr seis kilómetros, me he dado una ducha, he tomado café, he estado revisando unos papeles y he limpiado mi pistola. Eres una cabezota.

–¿Cabezota? –repitió y dejó el café, sorprendida.

–Sí, no sé qué pasó entre Lance y tú, solo sé cómo terminó. Y también que no aprovechó la oportunidad que tenía. Si hubiera valorado el regalo que le habías hecho estando en su vida, lo habría cuidado. Te habría dicho lo guapa, lista e increíble que eres. Entonces, te creerías los piropos que te dicen en lugar de ponerlos en duda. Es una lástima.

Jade se quedó asombrada al oír aquello. No lo había pensado de aquella manera. No debería permitir que la influencia de Lance afectase a su nueva vida.

–Tienes razón. Empecemos de nuevo. Repíteme lo guapa que estoy.

Harley sonrió.

–Así que ahora quieres que te piropee, ¿eh? De acuerdo. Esta mañana estás muy guapa.

Jade se esforzó por devolverle una sonrisa sincera.

–Gracias.

–¿Ves? No ha sido tan difícil, ¿verdad?

–El que yo acepte un cumplido es tan raro como que tú sigas las normas. Podemos hacerlo, pero no es instintivo.

–Puedo seguir las normas –afirmó él arrugando la frente.

Jade rio.

–Claro que puedes. Por eso siempre estabas castigado.

–Eso fue antes de la Marina. En el ejército, o cumples las reglas o tienes un problema muy gordo. Si no sigues la cadena de mando, alguien puede resultar herido.

–¿Me estás diciendo que tus días de chico rebelde han quedado atrás? –preguntó Jade con curiosidad.

Una sonrisa pícara se dibujó en los labios de Harley y Jade sintió que se derretía. Luego se echó hacia delante y clavó sus ojos azules en ella.

–Quien fue rebelde, siempre lo será, Jade, eso no cambia nunca. Ahora sé mejor cuándo un castigo merece la pena.

Ella abrió los ojos al verlo acercarse con la vista puesta en sus labios y se aferró a la taza de café como si fuera un salvavidas. Si hubiera tenido las manos libres, no sabía lo que habría hecho. ¿Acariciarlo, abrazarlo? No podía negar que los chicos malos tenían su atractivo. Habría preferido que no fuera así. Las cosas habrían sido muchos más fáciles en su vida.

–Hoy trabajo hasta las cuatro –dijo ella cambiando de tema bruscamente.

Se apartó de él, buscó en un cajón y sacó unas llaves.

–No sé qué tienes pensado –continuó–, pero como no quieres quedarte en un hotel y dormir en una cama cómoda con servicio de habitaciones, aquí tienes las llaves de mi casa.

Harley alargó el brazo y se las quitó de la mano. Jade se dio cuenta de que lo hizo sin rozarla, a pesar de que un momento antes se había echado sobre ella para provocarla. Se preguntó si lo había hecho a posta. Cada vez que se tocaban, se sentían arrastrados por un camino que ninguno de los dos deseaba recorrer.

–Para que lo sepas, no me estoy quedando en un hotel, sino en casa de mi madre. Está un poco apartada, así que tu casa me viene mejor. Gracias por las llaves. Hoy estaré yendo y viniendo, pero trataré de volver antes de que llegues a casa.

Jade puso los brazos en jarras. Parecía como si el hombre del saco fuera a aparecer en cualquier momento. Harley no parecía ser de los que reaccionaban de forma exagerada, aunque había sido una simple nota lo que le había puesto nervioso.

–No tienes por qué. Te pagan por investigar el caso, no por cuidarme.

Harley se guardó las llaves en el bolsillo y suspiró.

–Sé por lo que me pagan y puedo tenerlo hecho para las cuatro.

No quería discutir con él. Tenía que reconocer que tenerlo allí le daba tranquilidad.

–De acuerdo –dijo Jade–. ¿Vas a hacer algo interesante hoy?

–Creo que voy a ir al hospital para reunirme con ellos y revisar la información que tienen. Han sacado expedientes de los archivos para que los estudie. Por aquel entonces no estaban digitalizados, lo que significa que voy a estar leyendo un montón de papeles antiguos en algún cubículo.

–Parece que tienes por delante un día largo y aburrido –dijo, y levantó la cafetera, haciendo girar el café que quedaba en el fondo–. Puedes terminártelo.

Harley se encogió de hombros y levantó su taza para que se la rellenara.

–No todo va a ser ir detrás de los malos y detener a sospechosos. A veces, los papeles son la parte más importante. Ahí es donde suele estar la verdad.

–¿La gente no dice la verdad? –preguntó ella.

–La cuentan a su manera.

–¿Y qué planes tienes para mañana?

–¿Qué pasa mañana?

–Es mi día libre, además de los domingos. ¿Vas a pasar el día aquí sentado cuidándome o trabajando en el caso?

Harley frunció los labios.

–Ya lo pensaré. No esperaba que tuvieras un día libre a mitad de semana, pero es culpa mí por no preguntar.

–Podría echarte una mano con tu investigación –sugirió Jade.

Estaba ansiosa por obtener respuestas y no le importaba tomar parte en el trabajo.

Él se puso rígido y sacudió la cabeza.

–No, lo siento. No puedes estar a mi lado mientras investigo. Estás demasiado implicada en el caso. No estaría bien.

–Así que ahora sigues las reglas. ¿No estás dispuesto a saltártelas por mí? Supongo que la recompensa no merece la pena.

Harley suspiró y puso los ojos en blanco.

–No quiero que se ponga en cuestión nada de lo que descubra. Ya pensaré qué hacer mañana –dijo él cambiando de tema.

–Muy bien. Tengo que prepararme para ir a trabajar –anunció y tomó su taza de café–. Te veré esta noche –dijo mientras enfilaba el pasillo.

Al llegar a su habitación, Jade se echó sobre la cama y dejó escapar un gruñido. Harley no llevaba en su casa ni veinticuatro horas y ya estaba hecha un lío. Con un poco de suerte, sería tan buen detective como atractivo e imposible. Encontraría las respuestas a su nacimiento y enseguida dejaría su casa y podría continuar con su vida. Tampoco su vida era para tanto, pero era suya y quería tenerla bajo control.

Miró el reloj y se dio cuenta de que tenía que empezar el día. Eso implicaba darse una ducha y, después de su conversación con Harley, iba a tener que ser de agua fría.

 

 

–Bueno, bueno, bueno. El señor Jeffries no me había avisado de que tuviera una reunión hoy con un bombón tan alto, moreno y guapo.

Una mujer descarada, con el pelo oscuro y rizado, dio la bienvenida de Harley al acercarse al mostrador de recepción. Llevaba un jersey rosa y unos llamativos pendientes brillantes, algo escondidos entre sus bucles. La mujer sonrió con picardía, fijando toda su atención en él mientras se acercaba.

Harley se quedó sorprendido por el descaro de la mujer, pero trató de sonreír y no darle importancia. Debía de tener cincuenta y muchos, y no era la primera vez que una mujer madura flirteaba con él. Solía seguirles la corriente para alegrarles el día. Había descubierto que ser dulce con las mujeres podía ayudarle mucho en sus investigaciones.

–Me conocen por Harley Dalton –bromeó.

La mujer se volvió hacia la pantalla y asintió.

–Siéntese, señor Dalton. El señor Jeffries estará con usted en un momento. ¿Quiere tomar un café?

–No, gracias, señora White –contestó, leyendo su nombre en la placa que había en la mesa.

–Señorita –lo corrigió–. Aunque puedes llamarme Tina, cielo.

Harley se sentó en una silla y confió en que el señor Jeffries se diera prisa, porque Tina parecía muy interesada.

Por suerte, enseguida se abrió la puerta y el hombre que debía de ser el señor Jeffries apareció.

–Buenos días. Pase, señor Dalton.

Rápidamente se levantó, estrechó la mano del hombre y lo siguió hasta su despacho. Antes de cruzar la puerta, volvió la cabeza para confirmar que Tina no se uniría a ellos. La mujer le guiñó el ojo, pero se quedó sentada.

Después de cerrar la puerta, el señor Jeffries le indicó que se sentara. Harley respiró hondo antes de hablar.

–Gracias por recibirme esta mañana.

–Siento haberle hecho esperar. Estaba ocupado con otros asuntos, ya sabe cómo son estas cosas. Gracias por ocuparse de este caso personalmente. Sé que se crio en esta zona. Hace no mucho me enteré de ese caso de secuestro en las noticias y, cuando decidimos que necesitábamos ayuda, su compañía fue la primera en la que pensamos. Como en cualquier hospital, tenemos alguna reclamación por negligencia, pero esto es diferente. Un cambio de bebés no ocurre todos los días.

Harley asintió y dejó que el hombre siguiera hablando.

–Por suerte, no tardaremos mucho en descubrir qué pasó –concluyó Jeffries–. Le hemos preparado un despacho al final del pasillo. He pedido que traigan de los archivos todos los expedientes de esa época para que los revise. Si necesita algo, dígaselo a Tina. Le he dado instrucciones para que le facilite cualquier cosa que le haga falta.

Harley asintió y contuvo una sonrisa. La secretaria de Jeffries se había tomado aquellas instrucciones al pie de la letra.

–¿Hay algo más que pueda hacer para ayudarle con su investigación?

Harley revisó sus notas y subrayó algo que llevaba escrito.

–¿Quién era el director del hospital por entonces? Me gustaría hablar con él o ella si es posible.

–Era Orson Tate, un tipo estupendo –afirmó el señor Jeffries, y apretó el botón del intercomunicador–. Tina, ¿puedes buscar el número de teléfono de Orson Tate? El señor Dalton lo necesita –dijo, y soltó el botón–. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted antes de que empiece?

–Lo cierto es que tengo una última pregunta antes de irme, señor Jeffries.

–Por favor, llámeme Weston.

–Muy bien. He hablado con la señorita Nolan y parece que está recibiendo cartas de amenazas, tratando de asustarla para que deje el caso. ¿No sabrá nada de eso, verdad?

Weston abrió los ojos como platos, sorprendido, pero no desvió la mirada de la de Harley.

–No, y siento oír eso. Espero que no piense que alguien del St. Francis está detrás de esas amenazas.

Era evidente que el hombre no sabía nada.

–Gracias por su tiempo, Weston.

Se despidieron con un apretón de manos y Harley salió del despacho.

Tal y como era de esperar, Tina estaba esperando con el número de teléfono del antiguo director y una amplia sonrisa en los labios.

–Estaré aquí si necesita algo, guapo.

Él le devolvió la sonrisa y enseguida enfiló el pasillo, dispuesto a iniciar la investigación. Desde el St. Francis le habían enviado por fax algunos documentos antes de ir, pero la información sobre el personal y el propio hospital tenía que ser revisada en persona. En el despacho se encontró con tres grandes cajas de expedientes sobre la mesa. Esperaba que hubiera también grabaciones de las cámaras de seguridad, pero enseguida se dio cuenta de que no.

Un rápido vistazo a los sistemas de vigilancia de 1989 resultó reveladora por lo inútil. Por desgracia, la seguridad del hospital no era tan buena como en la actualidad. Aunque cada planta tenía cámaras, las cintas grababan sobre sí mismas cada veinticuatro horas. Si en alguna grabación había habido alguna prueba de que alguien había cambiado a los bebés, había sido destruida casi al momento. Y eso, si las cámaras habían estado encendidas. El hospital había estado funcionando con el equipo de emergencia después de la tormenta. Las cámaras no eran algo imprescindibles como los equipos de soporte vital.

Las medidas de seguridad de la planta de maternidad no eran mucho mejores. Por aquel entonces, los recién nacidos llevaban pulseras de identificación, pero ninguna alarma ni protocolos para evitar que alguien se fuera con un niño o retirara una pulsera. Era posible que las pulseras se hubieran mezclado o se hubieran puesto por error en otro bebé. O si estaban bien, cualquiera con acceso al nido podía haber entrado y haber cambiado las pulseras de identificación. Durante la tormenta, ¿quién se daría cuenta de algo así?

Era una buena pregunta. ¿Quién habría aprovechado la oportunidad de hacer algo así cuando la vida de los demás corría riesgo? Por ninguna razón las pulseras identificativas se caerían o se quitarían de los bebés hasta que fueran dados de alta con sus padres. Eso significaba que probablemente no había sido un error. Alguien lo había hecho deliberadamente, pero ¿por qué? Se quedó mirando las cajas, convencido de que la respuesta estaba allí. Solo tenía que averiguar qué tenía que buscar.

Con el café que se había llevado de la cafetería, Harley se concentró en su trabajo y estuvo tomando notas. Después de unas horas, los ojos no le enfocaban, pero se había hecho composición de lugar. Al menos, tenía una idea de quiénes podían ser los padres biológicos de Jade, lo cual era un alivio, puesto que ya no le quedaban fuerzas suficientes para estar una hora más.

A pesar de que era el hospital el que le pagaba para descubrir qué había pasado, en cuanto sus ojos se habían posado en Jade sus prioridades habían cambiado. Sí, quería descubrir la verdad y quién estaba detrás, pero por ella, no por el dinero. La expresión de sus ojos cuando le había dicho que no se había sentido integrada nunca lo había dejado hecho polvo. No estaba seguro de que encontrar a su verdadera familia fuera a proporcionarle la tranquilidad que buscaba, pero iba a intentarlo. No había sido capaz de hacerla feliz antes, pero tal vez esta vez pudiera conseguirlo.

Cuando el huracán, solo cinco de los bebés recién nacidos eran niñas. Por suerte, los padres de Jade habían acotado muy bien la franja de tiempo y cinco era un número muy manejable.

Copió los nombres, las direcciones y los números de teléfono que aparecían en los expedientes, con la intención de ponerse en contacto con ellos y hacerles una visita. Lo ideal sería tomarles muestras de ADN para ir descartando a las niñas. Aunque en su cabeza se las imaginaba como bebés, lo cierto era que ya eran mujeres adultas, probablemente madres de familia.

Harley encendió su ordenador y envió los nombres a su mano derecha, Isaiah Fuller, en las oficinas de Washington. Las probabilidades de que aquellas personas siguieran teniendo las mismas direcciones y los mismos números de teléfono eran escasas. Su equipo podía buscar información de aquellas familias a través de varias bases de datos y encontrar información más actualizada. No les llevaría mucho tiempo y podrían empezar a poner rostros a aquellos nombres.

Antes de que terminara la semana, estaría en la pista para averiguar quiénes eran los verdaderos padres de Jade. Más tiempo tardaría en descubrir por qué habían sido cambiados los bebés o por quién. Habían pasado treinta años y sería difícil encontrar algún rastro, pero llegaría al fondo del asunto por el bien de Jade.