Capítulo Seis

 

 

 

 

 

Jade no estaba acostumbrada a llegar a casa y encontrarse con alguien. Al detenerse en el camino de entrada, el Jaguar de Harley estaba allí. Al verlo evocó una extraña sensación de hogar que no había sentido antes en aquella pequeña casa. A la vez, su coche se veía algo destartalado al lado del lujoso deportivo. Más o menos como se sentía al lado de Harley. En otra época, tanto ella como su pequeño utilitario de cuatro puertas habían sido estilosos a su manera, pero ambos tenían ya muchos kilómetros y alguna que otra abolladura.

No importaba cuántas veces intentara revivir e interpretar en su mente la noche anterior, lo cierto era que Harley había intentado ponerla a prueba. Al menos, al principio. Después, él se había ido al sofá del salón y cualquier posibilidad de que surgiera algo entre ellos había quedado en una fantasía.

No importaba. Aunque Sophie pensara que un encuentro casual sería lo mejor para Harley y ella, Jade no estaba de acuerdo. Era como comer bombones, una vez se empezaba la caja, era imposible parar. A veces era preferible no probarlos e incluso no tenerlos en casa. Por desgracia, no podía deshacerse de aquel capricho en particular. Era un problema que no necesitaba en su vida, ni aunque fuera una aventura esporádica.

Al llegar a la puerta, encontró la casa a oscuras y en silencio. No debía de hacer mucho que Harley había llegado a casa. Su cartera y su chaqueta estaban en un sillón del salón, y un haz de luz iluminaba el pasillo proveniente del cuarto de baño. Se oía el agua de la ducha correr.

Cansada de la ropa de trabajo, Jade se dirigió a su habitación para ponerse algo más cómodo que el traje de tweed rosa claro que se había puesto debajo de la bata de la farmacia. Rápidamente se puso unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Todavía era invierno, pero la casa estaba más caliente de lo habitual, o quizá fuera ella la que tenía más calor de lo normal teniendo a Harley cerca. A continuación se echó hacia atrás el pelo y se lo recogió en una coleta alta.

Salió al pasillo y se tropezó con un inesperado muro de músculos. Era Harley, con el pelo mojado y prácticamente desnudo, saliendo del cuarto de baño. El impacto hizo que trastabillara y él alargó el brazo y la sujetó, estrechándola en un abrazo.

Cuando recuperó el equilibrio sobre sus pies descalzos, se vio en una situación embarazosa. Al cruzarse su mirada con la suya, se encontró con unos preciosos ojos azules observándola tras unos mechones de pelo que caían sobre su rostro. La intensidad del momento era diferente a cuando se habían besado. Ni siquiera se parecía a cuando se había mostrado indignado por la carta de amenazas. Harley estaba tan atento a ella que Jade sintió que el corazón se le aceleraba y la garganta se le secaba.

Incapaz de soportarlo más tiempo, Jade desvió la mirada y la bajó al pecho húmedo y desnudo en que tenía apoyadas las manos. Debajo de las palmas sentía aquel vello que había llamado su atención cuando lo había visto en calzoncillos en el sofá cama desvencijado. También tenía unas cuantas cicatrices que no había advertido antes. Eran de cortes, de operaciones, e incluso una parecía de una herida de bala. Apenas le había hablado de su época como militar, pero era evidente que no había estado en un portaaviones limpiando cubiertas.

Tampoco era lo que esperaba de él. Harley era la clase de hombre que saltaría de un avión el primero, que echaría abajo la puerta de unos sospechosos terroristas. Le gustaba la acción y seguramente por eso había elegido dedicarse a aquella profesión. Era un rasgo de su personalidad que le había preocupado tanto como adolescente como en aquel momento. Quería estar con alguien que volviera a casa cada noche y no estarse preguntando si esa sería la noche en la que recibiría la llamada que tanto temía.

Los pensamientos de Jade fueron interrumpidos por la evidente muestra de deseo de Harley. Sus pantalones cortos estaban ligeramente húmedos al estar en contacto con la toalla que llevaba alrededor de las caderas. A pesar de las capas de tejido que los separaban, sentía su anhelo por ella apretándole el vientre. Cualquier duda respecto a si la deseaba, desapareció. La gran pregunta en aquel momento era si estaba dispuesta a dejarse llevar y, de ser así, ¿sería capaz de disfrutar sin implicarse emocionalmente? No estaba segura.

–Lo siento –dijo ella por fin.

Trató de apartarse, pero no llegó muy lejos. Harley todavía la rodeaba por la cintura.

–Yo no –replicó él en tono serio.

Jade se puso rígida. No sabía qué decir. ¿Era lo suficientemente atrevida como para tomar lo que deseaba? Quería a Harley, aunque no pudiera retenerlo. Quería volver a sentirse deseada y se daba cuenta de que se sentía atraído por ella. Tenía que seguir el consejo de Sophie y tomar la iniciativa.

Lo miró a los ojos y reunió todo el coraje para seducirlo. Luego, fue bajando una mano por su pecho hasta los músculos de su abdomen. Al sentir su caricia se puso tenso y cuando llegó al borde de la toalla lo notó estremecerse. Ambos contuvieron el aliento hasta que, después de un tirón, la felpa blanca cayó al suelo, entre sus pies.

La seriedad de Harley desapareció y una sonrisa traviesa curvó sus labios.

–Creo que tú tampoco lo sientes.

Ella se mojó los labios con la lengua y sacudió la cabeza suavemente.

–Tienes razón. Siento haber tardado tanto.

Entonces, dio figuradamente un paso al frente y lo besó.

En el momento en el que sus labios se tocaron, una corriente se estableció entre ellos. Todos los motivos para mantenerse alejados el uno del otro dejaron de tener sentido cuando el deseo triunfó. Jade se aferró a su cuello, en un intento por acercar su boca a la suya. Harley recorrió su cuerpo con las manos, familiarizándose con aquel paisaje que le había sido denegado hacía tanto tiempo.

Jade estaba abrumada con las sensaciones que la recorrían. Apenas fue consciente de que Harley los dirigió de vuelta a su habitación hasta que sus muslos se toparon con el colchón.

Aquello estaba pasando de verdad. Por un momento, se volvió a sentir la joven de dieciocho años que se entregó a Harley por primera vez. Una corriente de energía recorrió su cuerpo cuando le quitó la camiseta de tirantes por la cabeza y la dejó caer al suelo. La sensación era muy parecida a la de entonces. Era el chico malo, el atractivo rebelde que la había deseado cuando el resto del mundo no. Era imposible que su yo adolescente hubiera podido resistirse a todos aquellos encantos. Se había enamorado locamente.

Esta vez era diferente. Ya no era aquella joven virgen con deseos ingenuos para el futuro. No se sentía más integrada que entonces, pero Jade era una mujer adulta y sabía que aquella no era manera de resolver el problema. Era simplemente una mujer con necesidades que solo un hombre como Harley podía satisfacer si se lo permitía.

–Maldita sea –susurró al contemplar sus pechos.

Siempre se había sentido muy acomplejada por ellos o, más concretamente, por su pequeño tamaño, pero a Harley no parecía importarle. Los tomó con sus manos y Jade echó la cabeza hacia atrás mientras jadeaba. Eran pequeños, pero muy receptivos. Sus pezones se endurecieron nada más sentir su roce, ansiosos por que los saboreara con su boca.

Jade se tumbó en la cama y se acomodó mientras Harley se echaba sobre ella. En segundos, la cubrió con su piel húmeda y caliente. Su erección presionaba contra su muslo. Estaba apoyado sobre sus codos, lamiéndole los pezones, hasta que ella arqueó la espalda y apretó las caderas contra él.

Jade no recordaba cuándo había sido la última vez que había deseado a un hombre con tanta intensidad. Ni siquiera la atracción que había sentido por Harley en su adolescencia podía compararse con aquello. Por entonces eran unos críos. Con el paso del tiempo, se había convertido en un hombre imponente que una mujer como ella deseaba con desesperación.

Harley se apartó, buscó la cinturilla elástica de sus pantalones cortos y se los bajó por las caderas junto con las bragas de algodón. Al llegar a los tobillos, ella se los acabó de quitar antes de aferrarse con una pierna a su muslo.

–¿Tienes protección? –preguntó ella.

Era un poco tarde para una pregunta así, pero no esperaba encontrarse algo así al volver a casa después de trabajar.

–Mi pistola está en la otra habitación –contestó él con expresión imperturbable.

Jade le dio una palmada en el hombro.

–Sabes que me refiero a preservativos.

Él sonrió.

–Sí, lo sé.

Harley se apartó de ella y se quedó contemplando cada centímetro de su cuerpo antes de ir a la otra habitación y buscar en su equipaje.

Unos segundos más tarde, volvió con un puñado de envoltorios metálicos.

–Ya veo que tienes altas expectativas –comentó ella mientras observaba cómo los dejaba en la cómoda.

–Algo tendré que hacer para compensar tantos años.

Harley tomó uno y lo dejó sobre el colchón, al lado de ella.

–También tengo que compensar el sexo mediocre que compartimos cuando éramos adolescentes –añadió–. Mi técnica ha mejorado considerablemente desde entonces.

Jade sonrió. Esperaba, incluso soñaba, que el sexo con Harley fuera ardiente y desenfrenado, pero le sorprendía descubrir que se sentía muy cómoda allí tumbada a su lado. La diversión y el deseo se fundían de un modo que nunca había imaginado. No tenía nada que ver con una carrera frenética hacia la línea de meta. Jade estaba segura de que enseguida se desataría una actividad desenfrenada, pero estaba disfrutando mucho del momento.

–¿Cómo es ahora? –preguntó provocándolo.

Harley arqueó una ceja.

–¿Me estás desafiando?

Ella se encogió de hombros y se quedó tumbada boca arriba sobre el colchón.

–Haz lo que quieras.

Él no contestó. En vez de eso, deslizó una mano entre sus muslos y se los separó. Sin dejar de mirarla a los ojos, sus dedos buscaron su sexo. Ella jadeó al sentir que rozaba su rincón más sensible, apenas tocándola allí donde más lo deseaba. Entonces, cuando no pudo soportarlo más, él la acarició con fuerza provocando que su cuerpo se arqueara.

Jade se retorció entre gemidos y Harley la penetró con los dedos, masajeándole el clítoris con la palma de la mano en un movimiento que despertó todas sus terminaciones nerviosas. Después de varios segundos de caricias, sintió que un orgasmo largamente contenido tomaba fuerza en su interior.

–Estoy a punto –anunció ella entre jadeos.

–Eso es –dijo él animándola–. Déjate llevar, cariño.

A Jade no le quedó otra opción. En cuanto sintió otra caricia, alcanzó el orgasmo y todo su cuerpo se estremeció. Le sorprendió la intensidad de las sacudidas, como si se hubieran acumulado por la ausencia de un amante en los últimos años y hubieran explotado de golpe.

Aquello era algo nuevo en el repertorio de Harley y le gustaba.

Aun con el cuerpo desmadejado, lo buscó. Sus dedos se aferraron a su miembro erecto y lentamente lo recorrió desde la base a la punta. Recordaba perfectamente cuánto le gustaban aquellas caricias.

Nada había cambiado en ese aspecto. En cuestión de segundos, Harley se apartó con una maldición, lo que significaba que lo estaba haciendo bien. Tomó el preservativo de la cama y se lo puso.

Jade lo recibió con los brazos abiertos cuando la cubrió con su cuerpo suyo. Todas sus curvas se acoplaron a sus ángulos con gran precisión. Cuando la penetró, también encajaron a la perfección. Ella levantó las piernas para que la penetrara aún más, clavándole las uñas en la espalda cada vez que la embestía.

Cuanto más cerca estaba de correrse, más la estrechaba contra él. Hundió los dedos en su pelo y acabó tomándola por la nuca. Con suavidad y firmeza, le sujetó la cabeza y se la echó hacia atrás para tomarla por el cuello. Ella gimió, deslizándose entre el placer y el dolor. Cuanto más se hundía en ella, más cerca estaba de perder el control de nuevo.

Sus dientes rozaron su cuello y sintió la vibración de un gruñido proveniente de lo más profundo de él.

–Más fuerte –susurró ella.

Parecía estar esperando oír aquello.

La sujetó con fuerza por el pelo para que se estuviera completamente quieta y se hundió en ella con todo su ser. Aquello llevó a Jade al límite y las sacudidas de su orgasmo provocaron el de Harley. Con un gruñido, se hundió una última vez antes de desplomarse sobre ella y hundir el rostro en su hombro. Después, rodó a un lado y se quedó tumbado en la cama.

Jade se relajó y respiró hondo. La cabeza le daba vueltas. Todo aquello había sido inesperado y no sabía qué hacer. ¿Acurrucarse contra él, dormirse, levantarse y hacer la cena? ¿Darle las gracias por los orgasmos y vestirse? Nunca antes había tenido una aventura y no sabía muy bien qué se hacía en esas ocasiones.

No se le ocurrió nada mejor que darle un beso en la mejilla, levantarse de la cama e irse a la ducha. Tal vez el agua caliente y el vapor le ayudaran a despejar la cabeza y decidir qué camino tomar.

Siendo sincera, ese camino probablemente la llevara a acostarse con él otra vez.

 

 

Harley se sentía confuso.

El sexo nunca había sido algo complicado para él. Era un alivio físico, un encuentro de deseos, nada más. Así debía ser con Jade y eso era lo que se había dicho, pero las cosas siempre eran más complicadas cuando tenían que ver con ella. No recordaba que hubiera sido así la primera vez. Por entonces, había habido sentimientos, amor entre adolescentes.

De eso hacía mucho tiempo. Las cosas habían cambiado. Ambos eran adultos y eran conscientes de que su encuentro tenía una fecha límite. Una vez terminara su investigación, regresaría a Washington. Debían limitarse a disfrutar de aquella conexión pasajera sin hacerse ilusiones ni ideas románticas.

Pero en aquel momento, era la ausencia de emociones en Jade lo que le preocupaba.

No era que se mostrara ausente ni indiferente. Más bien, todo lo contrario. Con los años, se había convertido en una amante muy entusiasta y habilidosa. No quiso detenerse a pensar cómo había aprendido todo lo que le había hecho la noche anterior. Le hacía desear visitar la cárcel solo por darle un puñetazo en la cara a Lance.

No, lo que le preocupaba a Harley era el muro. Jade estaba físicamente más cerca de él de lo que jamás había estado, pero más distante que nunca. Debería sentirse aliviado de que no se encariñara de él, pero la reacción contraria lo inquietaba y no era propia de Jade. La muchacha que recordaba era un libro abierto en lo que a emociones se refería, muy cariñosa y dulce.

Aquella Jade era más madura y se mostraba menos dispuesta a abrirse con él o con cualquiera. No se debía a algo que él hubiera hecho. Tenía que ser Lance. Aquel tipo le había robado la inocencia y, tal vez, después de pasar por todo eso, no le quedaban ganas para algo más allá de lo físico.

Quizá, después de todo, Harley seguía sin ser lo suficientemente bueno para ella. Tal vez sería mejor concentrarse en el caso y no en su ex. Después de todo, le estaban pagando para eso.

El timbre del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era Isaiah. Harley estaba esperando su llamada, aunque no pensaba que fuera a ser tan temprano. Claro que Isaiah conocía muy bien sus horarios.

–Aquí Dalton –dijo descolgando el teléfono.

–Hola, colega –replicó en tono animado a pesar de que eran las cinco de la mañana.

Harley rio. Aunque era su empleado, Isaiah era amigo antes que nada.

–Buenos días.

–He recibido tu mensaje sobre los equipos que hay que instalar y la lista de personas que hay que investigar. Tengo buenas y malas noticias. ¿Qué prefieres primero?

–Las malas primero.

–Muy bien. Nos faltan algunos dispositivos que hay que instalar en la casa de Charleston, así que me temo que tardaré en poderte mandar a alguien.

–¿De cuánto tiempo estamos hablando?

–De unos días, tal vez para el lunes. Depende de lo que tardemos en recibir todo.

Teniendo en cuenta que Harley se estaba quedando en casa de Jade, un retraso no era el fin del mundo. Aun así, no le agradaba. ¿Y si hubiera sido un cliente de pago? ¿O alguien a quien no pudieran vigilar mientras esperaban a que llegara el dispositivo en cuestión?

–De acuerdo, pero espero que tengas una charla con los que llevan el inventario. No nos puede faltar de nada. Tenemos que estar siempre preparados para cualquier situación, ¿lo pillas?

–Entendido.

–¿Y cuáles son las buenas noticias?

–Tengo una lista con las direcciones de todos los padres y de casi todas las hijas.

–Excelente. Mándamelas por correo electrónico.

–Ya lo he hecho. Mira en tu buzón de entrada.

Harley se apartó el teléfono de la oreja y vio el aviso de un nuevo mensaje. Abrió el correo electrónico y revisó el listado de nombres y direcciones. Tal y como Isaiah le había dicho, estaba incompleta. La hija de la familia Steele no aparecía.

–¿Qué pasa con Morgan Steele? No está aquí.

–Ya te he dicho que no estaban todas las hijas. Vamos a tardar un poco más en dar con ella. La última dirección que hemos encontrado de Morgan es en Charleston, con sus padres, antes de irse a estudiar a la universidad. Después, solo he encontrado un apartado postal en la universidad de Carolina del Sur.

Harley frunció el ceño.

–Dudo que siga en la universidad.

–Correcto. Según los datos de la universidad, se graduó hace varios años. Probablemente no tenga nada a su nombre. La familia Steele es inmensamente rica, propietaria de una gran cantidad de inmuebles. Apuesto a que está viviendo en alguna propiedad titularidad de las empresas de su padre. Seguramente tiene cuentas en el extranjero y tarjetas de crédito corporativas.

–¿Y no tiene carnet de conducir?

–Sí, y figura como domicilio el de su familia. Hemos averiguado que trabaja en las oficinas de Washington de la compañía familiar, así que por ahí descubriremos más detalles. Dame un par de días.

–Steele… ¿Por qué me suena ese nombre? –preguntó Harley.

Había copiado los nombres de los informes del hospital, pero todavía no había podido buscar información.

–A mí también me sonaba, así que empecé a buscar información. La familia fundó la empresa de herramientas Steele Tools. Al aparecer, todo empezó en Charleston, hace unos cien años, con el tatarabuelo. Al principio vendían por catálogo y ahora están en todas las ferreterías del país. La familia Steele es una de las más ricas y poderosas de Carolina del Sur o, más bien, de todo Estados Unidos. Entre ellos hay senadores, jueces, médicos, abogados… lo que se te ocurra. Morgan trabaja para la compañía, como la mayoría de los miembros de la familia.

Cuanto más hablaba Isaiah, más le dolía el estómago a Harley. No tenía ni idea de que entre la lista de investigados estaría una familia así. El cambio de bebés empezaba a tener sentido. El objetivo podía haber sido aquella familia tan rica. Siendo tan conocidos, podían haber sido el centro de atención de cualquier trastornado.

–Necesito que averigües todo lo que puedas de la familia Steele, en especial en los últimos cuarenta años. Cualquier detalle puede ser importante.

–Una familia así saldrá en el periódico cada vez que muevan un dedo.

–No me importa. Quiero saberlo todo. Pon a tus chicos a trabajar. Que se concentren en Morgan Steele. Si es nuestra chica, quiero saberlo todo sobre ella. Y consigue esos dispositivos que necesitamos para el equipo de vigilancia. No puedo estar vigilando la casa todo el tiempo.

–Señor, sí, señor –dijo Isaiah en tono irónico.

Pero haría lo que le había pedido. Harley siempre podía contar con su jefe de operaciones.

–Una última pregunta y me pondré a ello.

–Muy bien, dispara.

–¿Qué estás haciendo realmente ahí, Harley?

La conversación había pasado de ser entre jefe y empleado a ser una charla entre amigos.

–Estoy investigando un caso. ¿A qué te refieres con qué estoy haciendo aquí? –preguntó, aunque sabía muy bien a qué se estaba refiriendo su amigo.

–Me refiero a que desde cuándo el director de la empresa se va a Charleston a ocuparse de un caso tan insignificante.

–Desde que el director está harto de tanta burocracia. Y no es un caso insignificante, Isaiah. Si afecta a la familia Steele, podría ser un caso de categoría.

La línea se quedó en silencio unos segundos antes de que Isaiah respondiera.

–No me vengas con esas. ¿Quién es esa mujer? Dime que te habrías encargado del caso fuera quien fuese.

Harley no podía admitirlo y ambos lo sabían. No le gustaba mentir. Prefería evitar decir la verdad, lo que no era lo mismo, y no le iba a mentir a su mejor amigo. Se lo diría, aunque no le contaría todo.

–Fue mi novia antes de irme a la Marina.

–¡Lo sabía! –exclamó Isaiah al otro lado de la línea–. Sabía que había algo. ¿Todavía sientes algo por ella?

–Por favor –dijo Harley–. ¿Alguna vez me has visto perder la cabeza por una mujer?

No era un hombre al que le interesaran las relaciones, y mucho menos que perdiera la cabeza por alguien. Ni siquiera podía afirmar que hubiera tenido nada parecido a una relación desde que había dejado el ejército. No había tenido ni tiempo ni energía ni ganas. Y aunque los hubiera tenido, no había conocido a nadie que le hubiera hecho desear algo más allá del placer carnal.

Al menos hasta esa mañana. Se había despertado sintiéndose usado por primera vez en su vida. Las tornas habían cambiado cuando menos lo esperaba.

–No. Tú siempre has sido muy pasota y te has dedicado a coleccionar mujeres. Demasiado pasota en mi opinión.

Isaiah rio en el teléfono.

–Esta mañana estás más impertinente de lo habitual.

–No soy impertinente –replicó Harley, consciente de que esa era la palabra que definía perfectamente su tono de voz–. No estoy de humor para comentar contigo mi vida amorosa. Es muy temprano. Sí, sentía curiosidad por Jade y por saber qué había sido de ella. Sí, le estoy haciendo un favor para averiguar qué le pasó y garantizar su seguridad. Pero eso es todo.

–¿Así que no te estás acostando con ella?

Harley se quedó pensativo unos instantes, consciente de que cuando contestara, Isaiah no le creería.

–¿Y si lo estuviera haciendo?

Isaiah suspiró y Harley se lo imaginó recostado en su sillón, con los pies sobre la mesa.

–Yo diría que hay mucho más detrás de esta historia de lo que me estás contando.