17

—¿Cómo pueden haberte descubierto?

—No lo sé.

Por suerte, Lola no lo miró a los ojos. Estaba dispersa y dejaba que la mirada pasara de la ventana del jardín al periódico que tenía sobre la mesa de la cocina, el habitual templo de Delfos familiar. Los pasos acolchados del gato reclamaban toda la atención de su madre.

—¿Por qué no hemos tenido antes animales en casa? —se preguntaba ella.

Bebía mucho otra vez mientras se deslizaba hacia la depresión. La ausencia de sus hermanas indicaba que también volvía a estar agresiva. El gato observaba a un pájaro que se había posado en el naranjo. Después, como si se acabara de acordar de que no necesitaba cazar, estiró las patas delanteras en el suelo y bostezó largamente antes de dejar caer el cuerpo.

Si respondía a la pregunta de su madre, hablarían de los gatos y perros que nunca tuvieron, o harían bromas con mascotas inverosímiles, un papagayo o una iguana, «la habría llamado Obdulia». Sería como malgastar los tres deseos del genio de la lámpara.

—Mamá, ¿te acuerdas de la grabación que te puse ayer?

—Claro. ¿Por qué no tendría que hacerlo?

Fingió no haber percibido su irritación.

—¿Por qué dijiste que esa mujer es mala?

«Mala», una expresión de cuento infantil, como había sonado también la advertencia materna a la que él, como corresponde a los personajes de los cuentos, no había hecho caso. «No te adentres en el bosque.» «No te asomes al pozo.» Dice la madre. Y la mente no logra impedir que los pies se te vayan hacia los árboles, o que los ojos busquen en la hondura del pozo. O los ojos de la mala.

—Las voces.

—¿Cuáles?

—Las de la mujer. ¿Tienes las grabaciones?

—En el móvil.

Las buscó.

—Tiene cuatro voces —dijo su madre—. Escucha.

Puso la grabación en marcha. A un gesto de su madre la detuvo.

—Aquí es la tieta Rosario, dulce y cariñosa.

«¿Cómo estás, corazón?»

—Aquí es la dueña del local, neutra y efectiva, dando órdenes a los camareros.

«Dos Coca-Colas a la siete, un bikini.» «Venga, no te duermas, que el café se enfría.»

—Aquí es una mujer servicial que atiende llamadas al móvil.

«Mejor el martes. De acuerdo. Me pongo en ello. Como siempre.»

—Y aquí está la cuarta.

Una voz dura, gutural, que apenas se podía entender porque era más grave y los ruidos de la barra la cubrían y cortaban la frase.

«... calladita, ¿vale?»

Se dirigía a Berta, la otra novia de Raúl.

—También se oye aquí.

«... el sábado..., vuélvete a la mesa.»

Una chica de quince años a la que llamaban Sandra respondía con síes obedientes de recluta.

Su madre buscó al gato en el jardín. Seguía dormitando. Marc rogó que no se moviera, que tampoco apareciera la tía Claudia llamándolo con ese nombre absurdo que le había puesto, «Tulipán, Tulipán», que ningún pájaro perturbase el sueño del animal mientras su madre pensaba.

—La primera y la cuarta.

—¿Por qué?

—La primera es impostada, la usa para ganarse a las chicas. La cuarta es la de verdad, cuando ya las tiene en su poder y disfruta de ello. La pregunta es ¿para qué?

Le mostró la foto y le señaló la esquina en la que se veía parte de la pierna de una mujer. Tampoco a ella le dijo que había sido Nora quien la había descubierto. A fin de cuentas, él también lo habría encontrado, solo que un poco más tarde.

—Me imagino que la foto la tomó Raúl —explicó Marc—. Seguramente le pidió que posara para él. Hasta aquí es incluso comprensible.

—Dejando aparte que ella tiene catorce años...

—Dejando eso aparte. Pero ¿qué hace esa otra persona allí?

—Y no puede ser Rosario Pelegrín, si dices que esa mujer es voluminosa. Esta pierna es de una persona delgada.

—No, no puede ser ella.

—¿Y dices que la chica había borrado todas las imágenes y mensajes del móvil, pero dejó los trozos de esa foto? —Su madre miró de nuevo hacia el jardín.

«No te muevas, gato. Quieto.»

—Habría que avisar a la policía —dijo entonces ella.

—¿Por qué?

—Esto huele a algún tipo de extorsión.

—De momento es solo una sospecha.

—Entiendo... ¿Qué dice tu padre?

—Todavía no lo sabe.

—Entiendo.

Le sonrió con ternura. Sí, entendía, demasiado bien incluso, su deseo de impresionar a su padre, de presentarle un resultado espectacular. Se sentía reconfortado y pueril, desnudo ante la mirada comprensiva de su madre. Pero esta no duró mucho, unos nubarrones oscuros se formaban en su interior y le ensuciaron la sonrisa de cinismo. Marc se levantó, rodeó la mesa de la cocina, besó a su madre en la mejilla y salió.

Extorsión. La foto seguramente la hizo Raúl. No sabía quién era la otra persona que estaba en la casa. No era Rosario Pelegrín, pero su madre decía que la culpable de la muerte de Martina Reig era Rosario Pelegrín. Se encerró en el despacho para hacer averiguaciones sobre ella, pero no encontró nada que explicara ni las sensaciones que le causaba su voz ni la aseveración de su madre: «esa mujer es mala». Rosario Pelegrín tenía una biografía anodina, sin antecedentes penales, sin señales de la maldad que su madre había escuchado. Pero esa mujer era mala.