—Estoy cansado, Lola, muy cansado. Cansado de entrar en casa y verte tirada en el sofá bebiendo, perdida no sé dónde, pero lejos.
—A mí también me gustaría ser de otra manera —dijo ella.
—Pues hazlo.
—No tienes ni idea del esfuerzo que hago constantemente para controlarme, para no dejar salir todo lo que se me pasa por la cabeza... —Empezó a golpearse la sien con la mano derecha.
Mateo no dejó que siguiera con la letanía.
—¿Y el esfuerzo que hacemos los demás por aguantarte? ¿No cuenta? ¿No vale nada todo lo que hago yo? ¿No vale nada lo que han hecho tus hijos?
—La enferma soy yo.
—Eso, mi amor, no lo justifica todo. Esta vez podrías haberte portado un poco bien.
—¿Portarme bien? ¿Quién te crees que eres tú para hablarme así? Tú podrías haberle dicho a tu hija que se portase bien y que les contase a sus padres por qué hizo lo que hizo.
—Parece que quieres que te lo repita. ¿Así que no lo sabes? ¿No te imaginas por qué se marchó, por qué se ha vuelto a marchar?
—Si no le gusta estar aquí...
—¡Por eso mismo! Eso mismo le dijiste la otra vez. ¡Por Dios, Lola! ¿Qué madre le dice eso a una hija que acaba de perder a su marido y que vuelve buscando refugio? —La voz sonaba al borde de romperse.
—Pero esos días yo estaba también muy mal. Recuerda que también murió mi madre.
Era cierto, fueron meses cargados de desgracias familiares. Manel murió a mediados de marzo, la madre de Lola en mayo. En medio, una Nora rota que los abandonó a pocos días de la muerte de su abuela.
—Nada justifica lo que le dijiste.
—Yo... yo... yo no dije eso.
—Sí, tú, tú, tú lo dijiste.
Un llanto agudo, como un aullido de dolor.
—Lo dije. Pero no se fue por eso.
—Lola, por favor, deja de negarlo.
—No lo niego, no lo he negado. Pero no se fue por eso. No se marchó por eso.
—¿Por qué dices esas cosas?
—Si fuera por eso, por lo que le dije, lo sabría. Y puede que incluso lo aceptase. Pero no fue por mi culpa, no se marchó por mi culpa.
Un puñetazo en la mesa. El bolígrafo dio un salto en el aire y dejó a la vista los pocos cuadritos del crucigrama que seguían en blanco. Lola estaba pálida. Le temblaban los labios al hablar.
—No..., no sé cuál es la razón. Algo pasó esos días, algo le pasó a ella, pero no encuentro cuál es la pieza que me falta. Se marchó por algo que le sucedió a ella, no por mí.
—Estás delirando, cariño.