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Dejó a Lola llorando en la mesa de la cocina. Con los brazos rígidos, paralelos y la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, las lágrimas golpeaban el periódico, diluían la tinta de las letras del crucigrama. No se movía, le recordó esas muñecas a las que se les echaba agua en un depósito y lloraban, sin cambiar la expresión, cuando les apretaban el brazo.

Salió de la cocina.

Una visión fugaz: Amalia abandonando el salón para salir de casa. La espalda algo encorvada, como si cargara algo. Venía de arriba. Habría visto la habitación vacía de su hermana. El golpe de la puerta de la calle.

Otra hija que huía.

Hijas fugitivas.

A primera hora de la mañana, un taxi había parado delante de la verja del jardín. Mientras él salía por la puerta de la agencia, Nora lo hacía por la de la casa con una maleta. Ahí estaba todo lo que tenía. El taxista salió del vehículo para ayudarla. Él era incapaz de hablar.

El golpe del maletero al cerrarse.

Nora le tendió una tarjeta a su padre. Era de la agencia. Le dio la vuelta.

—Mi nueva dirección.

Le dio dos besos. Tenía los ojos rojos. Estaba a punto de llorar, pero, a diferencia de su madre, Nora contenía las emociones. Y él tenía tantas que ninguna conseguía salir. La vio marcharse, de pie en el jardín con las manos en los bolsillos del pantalón.

Y ahora Amalia salía espantada de casa. Había oído la pelea, había visto la habitación de Nora.

Hijas fugitivas.

Y un hijo que le estaba mintiendo. Lo sospechaba, pero no podía demostrarlo, ni siquiera sabía si quería demostrarlo.

Se sentó en un tocón seco, un resto de la palmera que había plantado el indiano delante de la casa. Cerró los ojos. El único sonido era el leve crujido de la gravilla cuando movía los pies. Pasó por lo menos una hora allí, sintiendo el sol tibio de febrero en la cara y las manos.

—Ya está bien.

Se dijo a sí mismo al levantarse.

Fue como si hubiera logrado frenar ese tren enloquecido en el que viajaba desde hacía años y, de pronto, se diera cuenta de que no quería volver a subirse, porque ya no reconocía a los pasajeros que se habían subido con él. ¿Quién era Lola? ¿Qué tenía que ver con la mujer de la que se había enamorado? ¿Quién era esa nueva Nora? ¿Quién era ese hijo que le mentía? ¿Quién era esa Amalia que huía? ¿Por qué no podía soltarlos? ¿Por qué no podían soltarse?