Vivía en un extremo de las Ramblas. En el otro estaba el cementerio marino en el que habían quedado sumergidas las cenizas de sus anotaciones. Bajaba la calle con una ligereza nueva. Vivía realquilada en un cuartito, se había peleado con sus padres, apenas tenía amigos, pero el sábado también había cenado en el restaurante de Sergio. Se palpó las costillas por encima de la chaqueta, pronto estarían más acolchadas. Y ahora ese caso.
Los lateros, que se movían morosos en sus pocos metros cuadrados, no le hacían ofertas. Era demasiado temprano para que una mujer sola con aspecto de ser de allí les resultara interesante. Un volatín subía y bajaba en el cielo como una luciérnaga fluorescente. Todavía hacía demasiado frío para los insectos, pero los murciélagos rondaban la farola de debajo de su balcón. Esquivó a un grupo de hombres empeñados en no perder la formación de línea, aunque ya algo acordeonados por el alcohol. Los domingos por la noche los pocos barceloneses que se dejan caer por las Ramblas exprimen con una gula angustiada las últimas horas de ocio. Los turistas, si lo han hecho bien, ni siquiera saben que es domingo.
Esperaba que Idris también trabajase esa noche.
Distinguió su gorrito de motivos geométricos sobresaliendo entre un grupo de cuatro chicas de aspecto nórdico.
—All legal, sweethearts. Top quality...
Una de las chicas le preguntó si para entrar en los clubes de marihuana era necesario ser apadrinadas por otro socio.
Idris les sonrió. Una sonrisa de «tranquilas, soy la solución a este y a todos vuestros problemas».
—You pay me only twenty-five euros and I’ll sponsor you, honey.
La portavoz del grupo preguntó si eran veinticinco por cabeza. Él les dijo muy serio que así era normalmente, pero que les hacía una oferta de grupo porque le habían caído bien. No les dijo cuál era.
—And you can buy all the hash and marijuana you want. All top quality.
Aunque una de ellas parecía convencida, la portavoz dijo que se darían una vuelta para pensarlo y que volverían después. El tono del africano se volvió apremiante:
—We’re closing now, it has to be now.
La cliente, ya perdida para él, miró el reloj ostentativamente, eran poco más de las once de la noche.
—Come on, it’s next door, we’ll be there in a minute. —Les estaba hablando a cuatro espaldas.
Nora aprovechó el momento de abatimiento para abordarlo.
—¿Idris?
Que ella supiera su nombre lo hizo desconfiar.
—Vengo de parte de un amigo, no me mires así.
—¿Eres policía?
—Venga, ya sabes que no. Estoy segura de que los hueles a un kilómetro.
El senegalés sonrió disculpándose.
—¿Entonces?
Nora decidió jugar con las cartas boca arriba.
—Soy detective privada y estoy buscando a una persona desaparecida.
—Yo no sé nada.
Ella buscó con la mirada y localizó a uno de los lateros.
—Fue por culpa de uno de esos —dijo señalando a uno.
Idris se volvió hacia él, el chico les dio la espalda y se alejó.
—¿Te tienen miedo?
—Más les vale.
Nora escuchó impasible la tirada del senegalés sobre los lateros que engañaban a los turistas y les vendían drogas sin ningún tipo de garantía.
—El club de cannabis al que los llevo yo es legal.
Fingió que lo creía, tal vez era incluso verdad. Le dio una larga explicación sobre la calidad de los productos.
—¿Quieres venir conmigo?
—Quizás otro día.
—Es que mientras hablamos no trabajo.
—¿En cuánto calculas tus pérdidas por esta conversación?
—Cincuenta euros.
—Te los pagaré y cincuenta más si seguimos hablando y me ayudas.
Sacó el móvil y le enseñó la foto de Miguel Navarro. Le contó lo sucedido con un latero pakistaní.
—Son peores que los indios —dijo Idris con vehemencia.
Sabía que lo tenía de su parte, pero no había oído hablar del uruguayo ni de una pelea entre estatuas vivientes y lateros.
Le mostró entonces una foto del hombre metido en su disfraz.
—Este no sé dónde está. —Señaló la foto de Miguel Navarro—. Pero esto sí.
—¿Cómo?
—Que sé dónde está.
La pausa esperaba otra oferta.
—¿Cuánto?
—Cien.
—No los gano.
Tenía que regatear, si no, le cobraría cada vez más y por cada paso que dieran. Ya se lo había advertido el del quiosco.
—Cincuenta si me dices dónde está y cincuenta más si me acompañas.
—No te puedo acompañar. Es un piso de ellos. —Señaló hacia otro latero que había ocupado la posición del anterior—. Si me ven por ahí...
—Entiendo. Una última pregunta, ¿cómo sabes dónde está?
—Tengo un... cliente, eso, un cliente, que lo ha visto.
—¿Cómo podría verlo?
—Tienes que comprarle a uno de esos y te llevará.
No después de que la hubieran visto hablando tanto rato con Idris.
—¿Me puedes dar la dirección?
—¿Vas a ir sola?
Le dijo que no, para que no se sintiera obligado a protegerla. Solo entonces él le dio la dirección, unos bajos en la calle de la Lluna.
Nora pagó.
—¿De verdad no quieres hacerte socia del club?
—No, gracias.
Se marchó en la dirección contraria a la dirección que él le había dado. Sentía su mirada en la espalda, hasta que le llegó la voz:
—Hey! Do you guys want to be members of a cannabis club?
No se le ocurriría meterse allí de noche.
Mandó un mensaje a Marc.
«Me debes 150 euros.»