—Lo esperaban, Mateo.

—Se defendió, señor Hernández.

—Pero el agresor tenía un cuchillo, Mateo.

—Fue muy rápido, una vecina oyó gritos y salió a la escalera, señor Hernández.

—Cuando salió, encontró el cuerpo en el rellano, Mateo.

El mosso d’esquadra que lo tuteaba era del barrio. Era Oriol, nieto de Miquel, uno de los viejos del Versalles. Se conocían desde hacía muchos años. Abrazó a Mateo después de darle la noticia.

—No localizamos a su mujer, señor Hernández.

Estaba de viaje. Ella sí que se había ido a Estados Unidos.

—Tendrías que venir a reconocerlo, Mateo.

Y se marchó con ellos sin decir nada a nadie. Se marchó con ellos con la absurda esperanza de que se tratase de un error.

 

 

—¿Dónde estás, Nora?

La voz de su padre sonaba lejana y urgente. La voz de alguien en caída libre.

—¿Dónde estás, Nora?

No llegó a responder.

—Marc, han matado a Marc.

¿Dónde estaba? En la cocina del restaurante de Sergio.

—Marc, han matado a mi hermano.

Levantarse. Salir corriendo. ¿Adónde? A casa. Correr a casa. Las piernas la habían levantado, pero ahora se negaban a moverse.

—¿Te llevo?

—Sí. Sergio. Sí.

Las piernas seguían rígidas.

—¿Cómo? ¿Qué ha pasado, papá?

«Tengo que correr.»

—¿Quién ha sido?

—No lo sé, hija.

—Ven, ponte la chaqueta, yo te llevo a tu casa.

—Han matado a mi hermano.

—No se lo digas a tu madre. Espera a que llegue yo.

—Sí, papá.

—Necesitaría tu dirección.

—¿Dónde estás, Nora?

—Marc...

Las líneas del diálogo sonaban a la vez en su cabeza mientras cruzaba la ciudad hundida en el asiento del coche de Sergio.

 

 

A Amalia el dolor se le hacía bola en la boca. Un trozo de carne lleno de nervios y tendones. No se lo podía tragar; no podía escupirlo.

La llamada la había recibido Ayala. Su padre quería asegurarse de que estaba a su lado en ese momento.

—Tu padre —dijo.

Le tendió el móvil, la mano se acercaba a ella con lentitud, como si no quisiera. No quería.

—Tu hermano —dijo su padre.

El resto se había borrado.

La bola en la boca, la lengua la empujaba entre los dientes, mientras metía cuatro cosas en una bolsa de deporte. Ayala entendió que quería pasar la noche en casa de sus padres. No le preguntó, metió también una muda en la bolsa, la cerró y salieron.