Imagínate que en nuestra cultura la menstruación no fuera tabú. Que las mujeres explicaran que tienen la regla, cómo se sienten y qué necesitan. Que organizaran sus actividades en función de su ciclo menstrual. Que los niños y niñas estuvieran presentes cuando su madre y hermanas hicieran sangrado libre o se cambiaran de compresa. Que estuvieran acostumbrados a ver la sangre menstrual. Que en casa se escucharan frases como «Voy a menstruar, ahora vuelvo» o «¡Necesito entrar ya en el baño que se me escapa la regla!».
Imagina que nadie escondiera los genitales. Que las niñas supieran el nombre y la función de su vulva, clítoris, vagina, útero y ovarios. Que pudieran mirarse y explorarse, y no tuvieran duda alguna sobre el número de agujeros que tienen. Que conocieran los fluidos sexuales femeninos. Que desde pequeñas se les hablara del útero y de su relación con el placer y la vida. Que se les enseñara a moverlo y tonificarlo. Que nunca dejaran de percibir cómo palpita.
Seguimos. Que desde pequeñas se nos hubiera dicho que menstruar es un gran regalo, porque nos pone en un estado que obliga a mirar hacia dentro. Que ese estado es maravilloso, que recogerse es una delicia y que evacuar la regla es muy placentero. Que la menstruación es un fluido hermoso y valioso.
Imagina que mamá deseara tener la regla y se entregara feliz al placer de meterse hacia dentro, de soltar el control, de parar. Que supiera aprovechar ese estado menstrual para descansar, nutrirse, conectar, sanar, volar. Que la hubiéramos visto celebrar la Fiesta de la Regla y nos hubiéramos sumado a ese viaje: cocinándole sus platos favoritos, haciéndole mimitos, sumergiéndose en ese ritmo lento y algodonoso.
Imagina que papá se alegrara cuando a su pareja le viniera la regla. Que se encargara de todos los quehaceres mientras ella celebra su fiesta. Que supiera acompañarla y amarla en ese estado de recogimiento, y ayudara a sus hijos e hijas a hacer lo mismo.
Imagina que el malestar menstrual no estuviera normalizado. Que no se tapara con medicamentos, sino que tuviéramos los recursos personales para escucharlo y transformarlo en bienestar. Que se considerara un sabio consejero que nos ayuda a mejorar nuestra vida.
Cuando los chicos se lamentaran de que las mujeres tienen la suerte de menstruar y ellos no, los animaríamos diciendo que ellos pueden experimentar la ciclicidad a través de los ciclos de la naturaleza. A lo que contestarían exclamando con un suspiro: «Pero ¡no es lo mismo!».
Imagina esta sociedad dichosa, esta sociedad que goza de la menstruación y aprovecha todo su potencial. Que permite que las mujeres menstrúen sin prisas y que sean capaces de notar el útero, tanto las sensaciones agradables como las desagradables. Esta sociedad donde se habla de la regla sin tapujos y se comparten conocimientos y recursos. En la que el placer menstrual está normalizado y el dolor menstrual es una excepción. Una sociedad en la que las mujeres están orgullosas de menstruar y las adolescentes explican alegremente a todo el mundo que ya les ha venido la regla.
¿Te animas a hacerla realidad?