Antes de empezar quiero que respondas a las siguientes preguntas y que anotes las respuestas para que no se te olviden. Si te apetece, prueba a hacérselas a las mujeres que tengas cerca.
1. ¿A qué edad supiste que ese órgano que sobresale al principio de tus labios internos se llama clítoris y sirve para sentir placer en la masturbación y las relaciones sexuales?
2. ¿A qué edad descubriste que tienes tres agujeros entre las piernas y que la orina y la regla no salen por el mismo orificio?
3. ¿A qué edad averiguaste que esas sensaciones de hormigueo y placer en el bajo vientre, así como los coletazos que sientes allí cuando tienes un orgasmo, es tu útero palpitando de placer?
En mis charlas, talleres y formaciones para personas adultas hago estas preguntas a las participantes. La respuesta a la primera y segunda pregunta suele ser entre los catorce y los veinte años. A la tercera, la mayoría de las mujeres responde que lo acaba de aprender en ese momento, es decir, que no sabía que podía notar placer en el útero.
Pero no pienses que las cosas han cambiado. Prácticamente ninguna de las chicas de nueve a doce años con las que he trabajado conocía el clítoris ni el útero, y la mayoría creía que la orina y la menstruación salen por el mismo sitio.
Tanto el clítoris como los orificios de la uretra y la vagina se ven a simple vista y junto al útero producen sensaciones placenteras desde el día en que nacemos. Entonces, ¿qué ha pasado?
La ablación cultural de los órganos sexuales
Acabamos de comprobar que las mujeres de nuestra cultura no tienen ni clítoris, ni útero, ni vagina hasta bien entrada la adolescencia: aunque físicamente estos órganos están intactos, no existen ni en su mente ni en su experiencia física.
La explicación a tan increíble fenómeno es que estos órganos han sufrido una ablación cultural. Es decir, sin usar bisturí alguno, la cultura y la educación han conseguido hacerlos desaparecer de nuestra vida. Como dice la fisiosexóloga Marta Torrón, tenemos los órganos sexuales borrados.
El hecho de que la ablación sea cultural y no física acarrea dos buenas noticias y una mala:
• La primera buena noticia es que se puede revertir cambiando la cultura y la educación, y adquiriendo un conocimiento nuevo del cuerpo.
• La segunda es que hay niñas y adolescentes que transgreden las normas culturales y logran conservar estos órganos, o al menos tener sensaciones, aunque a menudo acompañadas de culpa y vergüenza.
• La mala noticia es que al no verse con los ojos, la mayoría de las mujeres no sabe que sufrieron una ablación cultural. Así que no han podido sanarla y siguen transmitiendo esta tradición cultural a sus hijas, nietas, hermanas, sobrinas, alumnas, sin ser conscientes de ello.
Pero ¿cómo logra la cultura hacer desaparecer de nuestra vida unos órganos que no solo existen físicamente, sino que, además, son los responsables del placer sexual? Sería increíble que esto ocurriera con un dedo, pero es que, encima, son órganos que producen sensaciones muchísimo más placenteras que un simple dedo. Voy a intentar desentrañar este perturbador misterio.
La ablación cultural del clítoris
Empecemos por el clítoris, un órgano con una parte externa que se ve a simple vista y que produce sensaciones muy intensas (placenteras o desagradables) con el contacto físico, como ocurre con el pene. ¿Cómo se puede hacer desaparecer el equivalente al pene en el cuerpo de las hembras? Es inimaginable que esto ocurriera con el pene.
1. El clítoris no existe
Lo primero que hace la cultura es no hablarles nunca del clítoris a las niñas, de modo que esta palabra, este concepto, no exista. Se suele decir que los niños tienen pene y las niñas vulva, pero no decimos que las niñas tienen clítoris. No les explicamos cómo se lava el clítoris, ni que el clítoris es un órgano muy importante, ni que para hacer el amor se utiliza el clítoris, ni que el clítoris produce unas cosquillas especiales que ya puedes notar en la infancia, ni que la parte del clítoris que vemos fuera es solo una pequeña parte de su extensión real.
No decimos nada. El mundo que presentamos a nuestras hijas es un mundo sin clítoris. Tiene animales, plantas, luces, casas, narices, orejas, pero no tiene clítoris. Los libros de texto de la escuela tampoco hablan del clítoris, ni siquiera en sexto de primaria (once y doce años), curso en el que se explica la reproducción humana. Ni rastro.
Ni siquiera cuando las niñas de dos añitos exploran sus genitales lo nombramos. Ni siquiera cuando algunas niñas descubren que frotándose la vulva todo su cuerpo se llena de mariposas, y su corazón se acelera de una manera exquisita, explicamos que están estimulando ese maravilloso órgano de placer que es el clítoris.
Finalmente, las adolescentes no hablan entre ellas de cómo hay que acariciarse el clítoris para masturbarse, cosa que sí hacen los chicos con el pene. Las chicas de doce años ni siquiera saben que las mujeres también se masturban, pero tienen claro que sus compañeros de clase sí lo hacen.
2. Prohibido explorarse los genitales
Por otro lado, nuestra cultura enseña a las niñas que las mujeres no deben tocarse ni mirarse la vulva. Cuando trabajo con ellas, unos diez años después de haber entrado en contacto con la cultura, ya tienen interiorizada del todo esta norma social y me responden que ellas «allí ni se miran ni se tocan».
Eliminar la observación y exploración de los genitales es algo muy difícil. Para una persona occidental educada en el género masculino es impensable. Pero la realidad es que la educación que les damos a las niñas sigue logrando esta proeza cultural, incluso en las familias en las que racionalmente no se está de acuerdo con esta norma. La tendencia cultural es tan fuerte que si no enseñamos a nuestras hijas que es importante observarse los genitales y les damos el permiso para hacerlo, siguen heredando esta prohibición.
La ablación cultural de útero
Si la ablación de clítoris te ha parecido increíble, prepárate, porque la del útero es aún más impresionante, ya que se trata de un órgano que no «solo» sirve para masturbarse y tener relaciones sexuales, que también, sino que participa en todos los procesos sexuales femeninos: la menstruación, todo el ciclo menstrual, la concepción, el embarazo, el parto y la lactancia. Lo notamos desde el nacimiento, pero a partir de la adolescencia provoca sensaciones físicas más intensas y más frecuentes.
1. El útero no existe
De la misma manera que ocurre con el clítoris, el útero no existe porque nadie habla de él. Ni siquiera cuando explicamos la gestación a los niños y niñas les decimos que vivieron nueve meses en el útero de su madre, sino que nos referimos a él como vientre o barriga.
Tampoco hablamos del útero cuando la madre u otra mujer cercana está embarazada y se van observando sus impresionantes cambios corporales. Ni cuando empieza a experimentar contracciones, ni cuando se pone de parto, ni cuando tiene entuertos, ni cuando se llena de placer dando el pecho. Nada.
Ni siquiera cuando las niñas notan cosquillas en el bajo vientre subiéndose a un árbol o una portería, cuando se relajan o cuando descubren movimientos placenteros basculando la pelvis o moviéndola de forma circular decimos que es su útero palpitando de placer.
Cuando ven a su madre menstruar o encuentran compresas, no se aprovecha la ocasión para explicar que la regla es la expulsión de la capa interna del útero, el endometrio. No decimos que cada mes construimos esta cunita para un posible hermanito y la destruimos si no llega, para luego volverla a preparar en el siguiente ciclo.
Llegada la pubertad, tampoco les explicamos a las chicas que el útero es el responsable de las nuevas sensaciones que experimentan en el bajo vientre, y que estas se deben a que el útero crece y se prepara para hacer el ciclo menstrual. O por qué es tan placentero bailar moviendo la pelvis, por ejemplo haciendo twerk.
Cuando menstrúan por primera vez, no les contamos nada sobre el útero. No les decimos que las sensaciones intensas que notan al menstruar es el útero abriéndose y vaciándose, ni qué hay que hacer para que este músculo esté sano, tonificado y relajado. Por supuesto, las adolescentes no comparten con sus amigas técnicas para sentir placer sexual en el útero.
2. Prohibido explorarse el útero
El cuello del útero se puede palpar a través de la vagina. El tabú que existe en torno a la exploración de los genitales y la masturbación femenina hace que cuando las chicas se vuelven fértiles no hagan este acto de curiosidad, tan natural en el género masculino. No lo hacen con trece años, pero muchas tampoco con cuarenta. Prueba de ello es que a día de hoy sigue pasando que hay mujeres adultas que acuden al médico porque han palpado el cuello del útero y, al no saber de su existencia o de su ubicación y forma, creen que les ha salido un gran tumor.
Por otro lado, el útero también se explora a través del movimiento de la musculatura del suelo pélvico y de la pelvis. Nuestra cultura tilda de obscenos estos movimientos circulares y de basculación de la pelvis y los censura por relacionarlos con el sexo, a menos que los hagan las bailarinas o las cantantes de moda. No obstante, son imprescindibles para un buen conocimiento, tonificación y relajación del útero y la musculatura del suelo pélvico, y una gran fuente de placer y conexión para las mujeres.
3. El útero duele
Sin embargo, a diferencia del clítoris, el útero no desaparece del todo, sino que muy puntualmente se habla de él en relación con el dolor. Lo único que sabremos sobre el útero a partir de la adolescencia es que es el responsable de las contracciones del parto. Y según nuestra cultura, parir es uno de los peores dolores que se pueden experimentar. Así que de placer, nada de nada.
Estamos educadas de tal manera que solo notaremos el útero cuando produzca mucho dolor. El resto del tiempo, no existirá, no notaremos nada o no sabremos que ese placer que percibimos es nuestro útero palpitando.
Fíjate en el doble salto mortal que hace la cultura: ¡convierte uno de los órganos femeninos con más potencial de producir placer en un órgano asociado al dolor!
La ablación cultural de la vagina y otros fenómenos increíbles
Otro fenómeno increíble es el hecho de que las mujeres creamos que tenemos dos agujeros entre las piernas en vez de tres, lo cual demuestra que no se nos ha contado prácticamente nada sobre la vagina y la uretra ni sobre la expulsión de la orina, la menstruación, el flujo vaginal, ni el bebé, a la vez que se nos ha educado para no tener curiosidad por mirar por dónde sale el pipí y los fluidos que llegan con la adolescencia.
«Vagina» es una palabra que se usa más que «clítoris» o «útero», pero a menudo de forma errónea, como sinónimo de «vulva» o de todo el aparato sexual femenino, lo cual es igual de grave que usar como sinónimos las palabras «esófago» y «rostro» o llamarle «esófago» a todo el aparato digestivo.
Este uso erróneo del lenguaje está totalmente generalizado tanto en la calle como en las películas, series, libros, webs. ¡Hasta te lo encuentras en libros y series sobre sexualidad, mujeres o feminismo! Un desastre estructural que demuestra el poco conocimiento que nuestra sociedad tiene sobre los genitales femeninos y que nos lleva a la confusión anatómica y a no entendernos.
La lista parece interminable. La cultura también puede hacer que no nos demos cuenta de que el flujo vaginal cambia de aspecto y cantidad en función del momento del ciclo en el que te encuentras. O que haya fluidos que nunca lleguen a conocer el mundo exterior, como es el caso de la eyaculación femenina, que muchas mujeres de nuestra cultura no van a experimentar.
La recuperación de los órganos borrados
Al principio del capítulo he comentado que la mayoría de las mujeres recuperan el clítoris y la vagina a finales de la adolescencia o en la juventud. Sin embargo, como puedes imaginar, revertir una ablación cultural no es una tarea fácil ni que se consiga rápidamente. Para lograrlo debemos:
1. Aprender cómo se llama ese órgano, dónde se ubica, para qué sirve y cómo se cuida.
2. Explorarlo a menudo con la vista, con el tacto, con el movimiento, con la imaginación, hasta recuperar toda la sensibilidad en esa zona.
3. Conseguir que forme parte de tu cotidianidad, que lo notes y hables de él cada día, como ocurre con el resto del cuerpo.
4. Eliminar los conceptos de vergüenza y culpa asociados a ese órgano y a explorarlo, moverlo, sentir placer y hablar sobre él.
Es un trabajo complejo y largo que muchas mujeres hacen solas, sin ningún tipo de orientación. A menudo no se logra una recuperación total y se arrastran secuelas de la ablación: insensibilidad, dolor, anorgasmia, vergüenza, desconocimiento, culpa.
Actualmente, esta recuperación parcial se da con la vagina y el clítoris, pero no con el útero, que, como ya hemos explicado, para la mayoría de las mujeres permanece borrado y asociado al dolor.
Aprendemos a menstruar sin órganos sexuales
La menstruación es el proceso a través del cual abrimos nuestro útero y expulsamos por el cuello del útero los restos del endometrio, que bajan mezclados con sangre y moco cervical por nuestra vagina hasta el mundo exterior.
Cuando en la pubertad empezamos a menstruar, aún no hemos recuperado los órganos sexuales, de modo que aprendemos a menstruar sin notar ni saber casi nada del útero, del cuello del útero ni de la vagina. Sin comprender qué es ese sangrado, qué órgano lo produce ni por qué lo hace. Lo único que sabemos es que sangramos por allí abajo y solo notamos puntualmente que hemos evacuado la regla porque percibimos la vulva mojada o porque vemos la menstruación en la compresa.
Cuando menstruamos no notamos cómo el útero nos avisa de que está preparado para expulsar la regla. No notamos nítidamente las intensas contracciones uterinas que abren el cuello del útero y expulsan la regla. No notamos cómo baja por la vagina. No notamos las sensaciones placenteras que acompañan a la evacuación de la regla ni el regreso al estado de bienestar. No notamos nada, o notamos un dolor difuso que no podemos acabar de explicar ni ubicar en ningún órgano en concreto.
Esta manera de menstruar, desconectada del todo de nuestros órganos sexuales y con un profundo desconocimiento sobre lo que ocurre en nuestro vientre durante la regla, es la que se instaura para siempre en nosotras, a menos que sea cuestionada y cambiada.
Para poder menstruar con placer es preciso recuperar primero todos los órganos sexuales, especialmente el protagonista de la menstruación: el útero.