—Vámonos —dijo Abril mientras miraban la forma puntiaguda de color negro—. Vamos a buscar al rey Félix. Todos juntos encontraremos una manera de romper este horrible rayo.
—Estamos muy cerca del palacio de invierno—les dijo Trichi para tranquilizarlas.
Efectivamente, mientras esquiaban junto al lago podían ver ante ellas el edificio real.
Aunque Rita estaba preocupada por el rayo, no podía dejar de admirar el palacio. Tenía una gran torre central rodeada por seis torres más pequeñas, conectadas por delicados puentes de hielo brillante. Docenas de ventanas en forma de copo de nieve salpicaban las paredes y en cada alféizar había una capa de nieve acumulada. La puerta principal también tenía la forma de un copo gigante. Cuando Trichi golpeó con su anillo, la puerta se estremeció y produjo un sonido tintineante que resonó por toda la ciudad vacía.
Las chicas oyeron cómo el sonido se desvanecía con la esperanza de que alguien les abriera la puerta. Pero nada parecía moverse en la Montaña Mágica.
—¿Dónde están todos? —se inquietaba Trichi. Volvió volando desde la puerta en forma de copo de nieve y apuntó con su anillo, cantando:
¡Estas chicas están aquí para ayudar,
así que,
por favor, déjalas pasar!
La puerta se abrió con un crujido y apareció un gran pasillo. ¡Pero estaba completamente oscuro!
Las tres chicas se quitaron los esquís y siguieron nerviosas a Trichi, que avanzaba volando. Había pasillos en todas las direcciones y una enorme lámpara de araña de hielo colgando del techo. Pero todo estaba sumido en la penumbra y la oscuridad. ¡Peor aún, hacía casi tanto frío allí como afuera!
—¿Hola? —gritó Rita. Su voz resonó en las paredes de hielo.
—¿Rey Félix? —gritó Abril. Entonces se oyeron unos pasos a la izquierda.
—Vienen de la sala del trono —dijo Trichi alarmada.
Las chicas fueron en dirección al sonido.
Paula avanzó corriendo, se detuvo y se quedó sin aliento. Delante de ella había una habitación enorme llena de duendes y todos estaban acurrucados unos junto a otros para darse calor. Sus dientes tiritaban y sus caritas se habían vuelto azules por el frío. En medio estaba el pobre rey Félix tiritando.
El rey parecía aún más gordo que de costumbre. Su cabello blanco rizado estaba cubierto por un enorme sombrero peludo con largas orejeras, y llevaba la corona colocada encima.
Mientras las chicas se acercaban, pudieron ver por qué parecía tan gordito. ¡Era como si se hubiera puesto toda la ropa que tenía en sus armarios!
—¡T-t-Trichi! ¡Chi-chicas! Estoy tan fe-feliz de-de ve-ve-verlas —tartamudeó el rey, frotándose los brazos y balanceándose.
—¡Está congelado! —dijo Paula con compasión, frotando el brazo del rey Félix para hacerlo entrar en calor.
—Yo puedo ayudar —dijo Trichi, volando sobre los duendes que tiritaban.
Empezó a lanzar hechizos tan rápido como pudo. Cada vez que golpeaba el anillo, aparecía un gorro o una manta o un par de acogedores calcetines de lana.
Los duendes alzaron los ojos y vieron cómo empezaban a caer gorros de lana de colores. Había un gorro para cada uno de ellos, con el nombre del duende bordado y un copo de nieve diferente.
A medida que se ponían los sombreros y se acurrucaban dentro de las mantas, los duendes empezaron a parecer más felices y las orejas se les volvieron de color rosa brillante.
—Gracias —dijo un duende, sacando la cabeza por debajo de una manta que lo cubría completamente. Al igual que sus amigos, era la mitad de alto que las chicas y tenía la piel de color rosa brillante, las orejas puntiagudas y el pelo corto. En su sombrero se podía leer Ráfaga.
—¿Han venido a ayudarnos? Hemos estado acurrucados aquí toda la noche para mantenernos en calor. ¡Pensaba que iba a congelarme!
—No te preocupes —dijo Abril, agachándose para hablar con él—. Estamos aquí para ayudar. ¿Sabes qué ha pasado?
—Son las ascuas siempre calientes —dijo, mirando con preocupación—. ¡Se han apagado todas!
Señaló hacia una gran chimenea que estaba al otro lado de la habitación. Había un montón de piedras polvorientas y grises. Mientras las chicas miraban, uno de los trozos cayó desde lo alto del montón y rodó por el suelo. Aterrizó haciendo un pequeño ruido sordo y triste, y se rompió en dos pedazos.
—Incluso las ascuas de nuestros collares están frías —dijo Ráfaga, sosteniendo un cordón largo que llevaba atado alrededor del cuello. En el extremo del cordón había una piedra polvorienta de color gris oscuro.
—Y si pasamos demasiado frío, nos congelaremos —dijo otro duende.
Los duendes de la nieve miraron a las chicas apenados.
—¿Quizás tú podrías hacer fuego para encender las brasas? —le sugirió Rita a Trichi.
—Lo intentaré —dijo la pequeña hada, frunciendo el ceño con determinación—. ¡Atrás!
Trichi voló hasta la chimenea y dirigió su anillo hacia ella. Un chorro de chispas rojas ardientes salió de él y golpeó el montón de brasas, pero éstas se mantuvieron grises y oscuras.
—Inaudito —dijo Trichi, cruzando los brazos enfadada—. Si mi magia no puede solucionarlo, esto debe ser cosa del horrible rayo de la reina.
—¿Rayo? —preguntó el rey Félix—. ¿Han encontrado otro rayo?
—Sí —dijo Abril con tristeza—. Afuera, cerca del lago de patinaje.
—Me parece que mi hermana ha vuelto a hacer de las suyas –—dijo frunciendo el ceño—. ¡Debemos encontrar la manera de romper el hechizo!
Los otros rayos siempre se han roto cuando hemos impedido que la reina Malicia se salga con la suya —dijo Paula—. ¡Quizá si podemos encontrar una manera de volver a encender las ascuas siempre calientes, romperemos el hechizo de la reina Malicia!
—Es de día y hace más calor —dijo Rita—. ¿No podríamos amontonar las ascuas bajo el sol?
—Me temo que afuera no se calentarán lo suficiente, aunque estén bajo el sol —dijo otro duende, que llevaba bordado el nombre de Nubarrón en el gorro.
De repente, se oyó una risa horrible, cacareando en el exterior. Las chicas corrieron a mirar a través de una de las ventanas en forma de copo de nieve. Al otro lado de la plaza vieron un enorme trineo guiado por dos lobos que tenían ojos rojos brillantes y dientes muy grandes.
Una figura alta y oscura, de pie sobre el trineo, miraba hacia el palacio. Llevaba una corona puntiaguda en la cabeza, encaramada sobre una maraña de cabello rizado. Su vestido negro se elevaba a su alrededor a causa del frío viento mientras levantaba su bastón puntiagudo para hacer correr a los lobos.
—¡Es la reina Malicia! —susurró Rita.
—¡Es ella! —dijo Abril, y entonces sintió la mano de Ráfaga tomando la suya y la apretó con fuerza.
La reina Malicia miró a través de las ventanas en forma de copo de nieve mientras el trineo avanzaba.
—Rápido, agáchense —murmuró Abril, mientras se cubría para que la reina no pudiera verla.
Todos se tiraron al suelo, sus corazones latían muy deprisa.
—¡Rey Félix! —murmuró Trichi, señalando hacia adelante—. Su corona todavía está demasiado alta. ¡La reina Malicia lo verá a través de la ventana!
El rey Félix se quitó la corona, pero ya era demasiado tarde.
De repente se oyó una fuerte risa desde el exterior.
—Es inútil que intentes esconderte, querido hermano —gritó la reina Malicia—.¡Puedo ver tu pequeña corona, tonto! No hay nada que tú o esas molestas chicas puedan hacer —continuó—. Las ascuas siempre calientes se han apagado, y pronto tus preciosos y pequeños duendes de la nieve se convertirán en polvo de hielo. ¡Entonces nadie cuidará de la Montaña Mágica y nadie en Secret Kingdom podrá divertirse en la nieve!
Volvió a reír con maldad y los lobos se unieron a ella con largos aullidos y gemidos, haciendo que todos se estremecieran.
—¡No nos das miedo! —gritó Abril, levantándose.
—¡Encontraremos una manera de mantener a los duendes lo suficientemente calientes! —añadió Rita, apareciendo a su lado.
—Oh, no, ¡no podrán! —se rio con desprecio la reina Malicia desde la ventana—. No cuando haga todavía más frío —se dio la vuelta, apuntó con su báculo hacia la cima de la montaña y disparó un rayo hacia el cielo.
El rayo cayó sobre una gran nube gris empujándola para que se pusiera delante del sol. La luz del sol desapareció al instante y el cielo se volvió oscuro y gris.
Ráfaga se estremeció.
—Sin las ascuas ni la luz del sol, ¡seguro que nos congelaremos! —dijo sollozando.
Paula le dio un abrazo y luego se puso de pie para fulminar con la mirada a la reina Malicia.
La malvada reina se dio la vuelta y dirigió a Abril, Rita y Paula una sonrisa cruel, y entonces golpeó el trineo con su báculo.
Los lobos saltaron hacia adelante y la reina Malicia se rio mientras era llevada por las calles vacías de la Montaña Mágica.
—Si no encontramos la manera de volver a encender las ascuas siempre calientes, ¡pronto la Montaña Mágica quedará destruida del todo! —dijo Abril mientras un escalofrío recorría su cuerpo.