—¡Tenemos que salvar a los duendes! —dijo Trichi, tiritando con tanta fuerza que hacía temblar su hoja.
—¿Pero cómo? —preguntó Rita—. ¡Hace tanto frío que apenas puedo pensar!
—¡Oh, no! —dijo Trichi—. Tiene que haber algo que yo pueda hacer para hacerlos entrar en calor... ¡Ya lo sé!
Dio un toquecito a su anillo y aparecieron tazas de chocolate caliente en el suelo, delante de cada uno de los presentes. Tomaron las tazas agradecidos, pero en cuanto Abril dio el primer sorbo estuvo a punto de caerse al suelo.
—¡Oh, vaya! —dijo—. ¡No es chocolate caliente, es chocolate congelado!
—Lo siento, chicas —dijo Trichi con tristeza—. Tengo tanto frío que mi magia no funciona. ¡Me parece que no puedo calentar nada!
—Si al menos tuviéramos el cristal que nos dieron en la Isla de las Nubes —dijo Rita pensativa—. Entonces podríamos controlar el clima y deshacernos de esa nube de nieve —dio un paso hacia adelante y tropezó con algo.
—¡Ups, zapatos torpes! —se rio Abril, tomando a su amiga.
—Estoy segura de que esto no estaba aquí hace un momento —dijo Rita, inclinándose para mirar con qué había tropezado—. ¿Eh? ¡Es la Caja Mágica!
La recogió mostrándosela a las demás.
—Debió suponer que necesitábamos el cristal —exclamó Paula—. ¡Mira, se está abriendo!
Rita esperó a que la tapa se levantara lentamente. Después tomó el cristal del clima y lo sostuvo ante ella. La joya mágica brilló cuando la apretó con fuerza pensando en los cálidos rayos del sol. De repente la sala del trono se iluminó y se volvió más cálida, como si se hubiera hecho un agujero en la nube de tormenta, dejando pasar los rayos del sol.
—Así está mejor —dijo Abril mientras Rita colocaba suavemente el cristal del tiempo en el compartimento de la Caja Mágica. Con un destello la caja desapareció.
—No olviden que los duendes del tiempo nos dijeron que la magia del cristal no dura mucho tiempo —les recordó Trichi a las chicas—. ¡Todavía tenemos que encontrar la manera de volver a encender las ascuas!
Rita le dio un codazo a Abril y señaló a Paula, que se había alejado para sentarse junto a las frías brasas. Tenía la barbilla apoyada en la mano y miraba pensativa.
—Creo que a Paula se le está ocurriendo algo —dijo Rita.
Las dos chicas se acercaron y se sentaron al lado de su amiga. Ráfaga y Nubarrón se sentaron con ellas.
—Mi padrastro nos enseñó algo cuando fuimos de campamento el verano pasado —dijo Paula—. Nos mostró cómo encender un fuego de una manera especial. Tenía que ver con la luz del sol. ¡Ojalá pudiera acordarme!
De repente, las caras de Ráfaga y Nubarrón se iluminaron con una gran sonrisa.
—Te podemos ayudar —sonrió Ráfaga—. ¡Mira!
Los dos pequeños duendes se pusieron uno a cada lado de Paula, que seguía mirando las ascuas grises. Le pusieron las manos sobre la cabeza y cantaron:
¡Hechizo de inspiración, hechizo de inspiración, el pensamiento de Paula nos gusta un montón!
Mientras cantaban, aparecían copos de nieve de color rosa bailando sobre la cabeza de Paula. Los ojos de Paula se iluminaron y la chica se puso de pie de un salto.
—¡Lo recuerdo! —dijo—. Se puede encender una hoguera con una lupa. Se mantiene bajo el sol y se centra la energía solar en un solo punto para que se ponga muy caliente, lo suficientemente caliente como para encender fuego... ¡o encender algunas ascuas!
Abril miró, dudando, el montón de ascuas grises siempre calientes de la chimenea, que ahora estaban frías.
—Pero necesitaremos una lupa muy grande, ¿no? —dijo.
—Se puede usar cualquier cosa que sea transparente —respondió Paula—. Como la lente de unos anteojos.
—¡O un poco de hielo! —intervino Rita, contagiándose de la idea de Paula.
—¡Podríamos utilizar el hielo del lago de patinaje! —gritó Abril.
—¡Sí, eso sería perfecto! —dijo Paula.
—Podría funcionar —dijo Ráfaga, sonriendo a las chicas.
Los demás duendes aplaudieron.
—En marcha —dijo Abril—. No sabemos cuánto tiempo durará el hechizo del cristal del clima y tenemos muchas cosas que hacer antes de que el sol vuelva a desaparecer detrás de esta desagradable nube de tormenta.
Las chicas le contaron su plan a Trichi y al rey. Todos salieron corriendo del palacio y se dirigieron hacia el lago.
—¿No se fundirá el hielo con el sol? —preguntó el rey Félix, mirando los rayos que brillaban a través del agujero de la nube de tormenta.
—No lo creo —dijo Paula—. La lupa de mi padrastro no llegó a calentarse. Sólo trasladó todo el calor a la hoguera.
—¡Oh, espléndido! —dijo el rey, abrigándose bien mientras caminaba por la calle—. ¡Genial! Entonces pongamos las ascuas siempre calientes sobre el lago congelado.
—Uf, no —dijo Rita—. Creo que lo que Paula dijo es…
El rey sacudió las manos, como indicando que finalmente lo había entendido.
—Ah, ya lo veo, ya lo veo —dijo—. ¡Tenemos que poner el hielo al sol para derretir las ascuas!
—Eh… no exactamente —le dijo Abril al rey. Pero el rey parecía desconcertado.
—¿Por qué no paramos y descansamos un poquito, majestad? —dijo Trichi—. Yo se lo explicaré.
Trichi arqueó sus diminutas cejas mirando a las chicas.
—Adelántense —murmuró—. ¡Me temo que explicar todo eso al rey me va a llevar un buen rato!
Las tres amigas, riendo, se adelantaron con los duendes para llevar a cabo su plan. Pero a medida que avanzaban, oían al pobre rey Félix cada vez más y más confundido.
—Vamos a fundir el sol con patines de hielo... ¿no?, ¿o pondremos el sol en las ascuas siempre calientes?... ¿no?... ¡Oh, vaya! ¡No lo entenderé nunca!