Al llegar a la plaza de la ciudad las chicas habían terminado de armar el plan. Cuando estuvieron todos reunidos, Paula pasó al frente y explicó su idea de hacer una lente gigante de hielo. Entonces Abril envió a algunos grupos de duendes a visitar todas las cafeterías y todos los iglús de la Montaña Mágica para recoger todas las ascuas siempre calientes de las chimeneas y los collares para llevarlos a la plaza. Finalmente, Trichi y las chicas llevaron a otro grupo de duendes a patinar por el lago para trabajar en la lente de hielo.
—¿Cómo cortaremos un trozo de hielo tan grande? —preguntó Rita, mientras caminaban hacia el lago—. ¿Podrás hacerlo con tu magia, Trichi?
—¡Es tarea de los duendes! —respondió el hada. Ellos pueden esculpir y dar forma al hielo, ¿te acuerdas? Tú espera y verás.
Cuando el grupo llegó al lago de patinaje, todos los duendes que estaban cerca, a excepción de Ráfaga, se dispusieron en círculo alrededor de la orilla congelada.
Ráfaga se ató un par de patines y se puso a patinar sobre el hielo con semblante serio pero a toda velocidad. Patinó haciendo un círculo, dejando un corte profundo en la superficie.
Los duendes que estaban en la orilla del lago empezaron un canto silencioso que sonaba como la suave caída de la nieve. Luego se produjo un fuerte crujido y el disco de hielo se separó del lago y se elevó en el aire. Giró una y otra vez, cambiando lentamente de forma hasta que quedó curvado por ambos lados como la lente de una lupa.
Trichi apuntó con el anillo hacia la lente de hielo que empezó a desplazarse flotando en dirección a la plaza de la ciudad.
—¡Me gustaría poder hacer cosas así con el hielo! —le dijo Rita a Ráfaga con admiración mientras todos se dirigían hacia la ciudad.
—Es magia especial de los duendes de la nieve —dijo Ráfaga con orgullo—. ¡Ustedes son los primeros seres humanos que nos han visto hacerlo!
Cuando volvieron a la plaza de la ciudad, las chicas ayudaron al resto de los duendes a amontonar las últimas ascuas en medio del gran rayo de sol que pasaba a través del agujero de la nube.
—¿No les parece que el agujero es más pequeño? —preguntó Abril.
—Sí —respondió Paula frunciendo el ceño, preocupada—. La magia del cristal del clima está desapareciendo.
—¡La lente de hielo ya está aquí! —gritó Rita corriendo hacia ellos.
Trichi tocó su anillo señalando la lente de hielo y la movió hasta colocarla entre el sol y el montón de ascuas.
Paula movía los brazos dirigiendo a Trichi. Debían colocar la lente en la posición exacta o su plan no funcionaría. La movieron hacia la izquierda y hacia la derecha, y la inclinaron hacia atrás y hacia adelante, pero no lograban dirigir la luz del sol sobre las ascuas.
Todos los duendes estaban apiñados mirando ansiosos el agujero de la nube de nieve, que se estaba haciendo más pequeño a cada minuto. ¡En cualquier momento, la magia del cristal del clima desaparecería y la nube de nieve volvería a tapar el sol!
—¡Vamos, vamos! —gritaba Nubarrón, saltando ansioso arriba y abajo, deseando que el sol pasara a través de la lente.
—¡Esto es demasiado para mí! —se quejó el rey Félix.
Se sentó en la nieve y se tapó los ojos. Su corona cayó y aterrizó a su lado sobre la nieve de color rosa.
De repente, Rita vio un reflejo de luz de los rayos del sol atravesando la lente durante un momento.
—Ahí —les gritó a Trichi y a Paula—. ¡Deténganlo un momento!
Cuando Trichi inclinó el bloque de hielo hacia la izquierda, por fin la luz del sol lo atravesó por su centro. Los rayos solares llegaron a las ascuas, bañándolas de calor.
—¡Mire, rey Félix! —gritó Abril—. ¡Funciona!
Justo cuando terminó de hablar, se oyó un suave pop. Un resplandor rojo brillante apareció en la parte superior del montón de ascuas. ¡La primera ascua se había encendido!
La siguió otra, y luego otra y otra. Ahora todas las ascuas de la parte superior del montón estaban brillando cálidamente. Se oían pequeños chasquidos mientras más y más ascuas volvían a la vida. Los duendes gritaban de emoción y bailaban alrededor del montón de brasas, extendiendo sus pequeños dedos rosados para sentir el calor. Trichi voló alegremente alrededor del montón varias veces, acercando sus manos al aire caliente.
Cuando entró en calor, volvió junto al rey Félix y las chicas. Entonces golpeó su anillo e hizo aparecer en las manos de cada uno una enorme taza llena de humeante chocolate caliente. ¡Cada taza tenía una centelleante nube de azúcar mágica del tamaño de un pastel de hada!
—¡Mmm, justo lo que quería! —suspiró Rita. Bebió un sorbo de su gran taza y se lamió el bigote de chocolate que le había quedado en el labio.
—Ahhh —suspiró de felicidad el rey, mientras bebía su chocolate caliente.
Ahora todo el montón de ascuas brillaba gracias al calor e iba tomando un color rojo y amarillo.
—¡Mira! —dijo Paula, señalando hacia arriba en el cielo de la tarde—. ¡Los renos están regresando!
La magnífica manada se precipitó volando sobre el montón de ascuas, calentando sus vientres. Su pelaje brillaba con la luz roja y amarilla.
—¡Cuidado! —gritó uno cuando descendía—. ¡En la montaña!
—¿Qué dices? —gritó Abril, pero los renos ya habían volado lejos.
Las chicas sintieron un último estallido de calor. La última ascua se había encendido y justo entonces se oyó un enorme crac que resonó por todo el valle.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Rita a sus amigas, que se tapaban los oídos porque el sonido rebotó en los iglús y en las paredes del palacio de invierno.
—¡Creo que ha sido el rayo de la reina Malicia que se ha roto! —dijo Abril, corriendo hacia el lago para comprobarlo.
Rita, Paula, Trichi y los duendes la siguieron. Cuando llegaron junto al rayo, sólo encontraron los pequeños fragmentos negros esparcidos por encima de la nieve rosada.
—¡Hemos roto el hechizo! —gritó Abril.
Un grito enorme surgió entre la multitud de duendes. Todos se abrazaron y luego se acercaron al montón de ascuas para recoger sus collares.
Ráfaga dio collares a Abril, Paula y Rita, y las chicas se los pusieron, sonriendo mientras sentían el calor de las ascuas.
—¡Hurra! —sonrió Ráfaga.
—Gracias, Paula, Rita y Abril —empezaron a corear todos los duendes.
De repente, los gritos se ahogaron bajo un horrible cacareo de risas.
Miraron hacia arriba y vieron que un enorme grupo de duendes de la tormenta se acercaban haciendo snowboard cargados con baldes llenos de agua.
—Puede que el rayo se haya roto, pero no nos rendiremos —gritó un duende.
—¡Nunca! —dijo otro—. ¡Mojaremos las ascuas y las apagaremos para siempre!
Los duendes gritaban a carcajadas mientras se dirigían hacia la plaza de la ciudad con los baldes.
—¡Oh, no! —jadeó Nubarrón—. ¡Si las ascuas se mojan ahora, quedarán inservibles!