Paula observó a su alrededor sorprendida.
¡La nieve casi había dejado de caer y de repente estaba lleno de duendes con trineos, esquiando y haciendo snowboard, mirara donde mirara!
—¡Todo el mundo la está pasando bien! —se rio.
—Todo esto es gracias a ustedes —dijo Nubarrón—. ¡Y ahora las tres también podrán disfrutar de la Montaña Mágica!
—¿No dijiste que querías ir a los toboganes de hielo? —le preguntó Trichi a Abril.
—¡Oh, sí, por favor! —gritó ella.
—Entonces síguenos —dijo Ráfaga mientras él y Nubarrón llevaban a las chicas hacia un cable del que colgaban unos bancos muy divertidos.
—¡Con esto llegaremos a los toboganes de hielo! —dijo señalando los bancos, que se movían lentamente montaña arriba. Él y Abril subieron sobre la primera silla, alejándose inmediatamente.
—¡Guau! —gritó Abril cuando la silla empezó a subir por la montaña.
Nubarrón y Rita se sentaron en la siguiente silla y Paula los siguió con el rey Félix.
Pronto todos subían por la montaña hacia los toboganes de hielo, que se retorcían por las laderas como serpientes gigantes.
—Oh, no —murmuró Rita, cuando vio que estaban tan arriba.
—No tengas miedo —le dijo Nubarrón, cuando llegaron a la cima y saltaron del teleférico—. Tú siéntate en el tobogán y baja velozmente todo el camino. ¡Es divertido!
—¡Guau! —dijo Abril riendo y saltando directamente sobre el tobogán a la vez que tomaba impulso.
—¡Allá voy! —salió disparado Ráfaga detrás de ella, seguido de Rita, que se agarraba con fuerza a Nubarrón.
¡El rey Félix resbaló mientras se sentaba y acabó bajando todo el trayecto de espaldas! Paula bajaba detrás de él, riendo.
Tras la bajada, Abril se tumbó sobre la nieve rosada y dibujó una forma de ángel con los brazos y las piernas.
—Me gustaría jugar en la nieve cada día —dijo contenta.
—Pues a mí no —dijo Rita—. Ha sido maravilloso visitar la Montaña Mágica, ¡pero no me gusta pasar frío!
—Me encantan todos los lugares de Secret Kingdom —dijo Paula bostezando—. Pero en este momento lo único que quiero es acurrucarme en mi cama.
Trichi miró hacia el sol, que poco a poco iba bajando en el cielo.
—Sí, creo que es hora de que vuelvan a casa —dijo.
—Supongo que sí —dijo Abril a regañadientes—. ¿Podremos volver pronto?
—Por supuesto, espero que quieran volver —respondió el rey Félix asintiendo con la cabeza con tanta fuerza que su corona se deslizó sobre sus ojos—. ¡Yo no sé cómo controlaría a mi espantosa hermana sin ustedes!
El rey se levantó y abrazó a las chicas, y Trichi les dio un beso en la nariz.
—¡Ejem! —tosió ruidosamente Ráfaga. Todos se volvieron para mirar al pequeño duende que se ruborizó.
Entonces Nubarrón le dio un empujón y aquél cayó en los brazos de Paula. Tenía un reloj de arena rosa, helado, en su pequeña mano.
—Hum... —murmuró Ráfaga. Se envalentonó al ver que todo el mundo le sonreía—. El rey Félix me ha dicho que debería darles esto como regalo de agradecimiento. Es un reloj de arena helada. Congela el tiempo durante un rato.
—Así —dijo Nubarrón, tomando el reloj de arena de su amigo y dándole la vuelta. E inmediatamente todo se congeló.
Nubarrón tomó el gorro de Ráfaga y se lo puso al revés. Cuando Nubarrón volvió a darle la vuelta al reloj, todo se descongeló.
—¡Eh! —se quejó Ráfaga, dándose cuenta de que llevaba el sombrero al revés.
Las chicas se rieron.
—Gracias —dijo Abril, tomando el reloj de arena—. ¡Estoy segura de que esto nos será útil en nuestras aventuras!
Rita, Paula y Abril se despidieron de todos y luego Trichi golpeó su anillo. Entonces un torbellino mágico empezó a formarse alrededor de ellas, arrastrándolas mientras los duendes les decían adiós con la mano.
Cuando volvieron a abrir los ojos, todo estaba oscuro. Su ropa de abrigo había desaparecido y podían sentir los sacos de dormir bajo sus pies descalzos.
Paula tomó la Caja Mágica de su estante y la puso sobre su cama. Con una ráfaga de luces brillantes, la caja se abrió, mostrando los seis compartimentos. Abril dejó con cuidado el reloj de arena junto al cristal del tiempo. ¡Encajaba a la perfección!
Paula volvió a levantarse para colocar la caja en la estantería.
—Qué aventura más maravillosa hemos vivido —suspiró, arrastrándose bajo el edredón. De repente se sintió muy cansada—. Y ahora ya sólo nos queda encontrar el último rayo. ¿A dónde creen que iremos la próxima vez?
Pero no hubo respuesta de sus dos amigas porque ya estaban profundamente dormidas.