Capítulo 9

 

Lo que estaba haciendo aquella noche encajaría a la perfección en la definición que Griff hacía de la vigilancia, pensó John con un sabor amargo en los labios. Y de no ser por la intensidad de la tormenta, incluso podría ver la casa que estaba vigilando.

Se recostó en el asiento y estiró los brazos. Aún le dolían algunos de los golpes del sábado por la noche, a pesar de la aspirina que se había tomado un rato antes, y recordó con añoranza la bañera de hidromasaje que había en la casa.

Miró el reloj e intentó imaginar qué estaría haciendo Kelly en aquel momento. La había visto llegar y se había preguntado dónde habría pasado las horas desde que salió de Fénix. Apenas la había visto, pero se había sentido mejor al saber que estaba en la casa.

El sistema de alarma sí que era una cosa que había revisado. El domingo por la mañana, mayormente por curiosidad y porque de sistemas de seguridad sabía mucho. Aquel era uno de última generación, tal y como se podía esperar de alguien como Chad Lockett.

Lo cual significaba que no tenía mucho sentido estar allí bajo aquel aguacero. Eran más de las diez, y ella había metido el coche en el garaje, lo cual querría decir seguramente que no iba a volver a salir. A juzgar incluso por lo oscuro que estaba el interior de la casa, cabía la posibilidad de que ya se hubiera ido a dormir.

A dormir. Por un momento el recuerdo de lo que había ocurrido entre ellos sustituyó la oscuridad y el ruido de la lluvia en el techo de su coche. Pero no podía permitirse pensar en algo así, porque si se dejaba llevar, acabaría llamando a su puerta, y ella llamando a la policía.

Pero no pudo evitarlo. No pudo bloquear la imagen de lo preciosa que estaba con aquel vestido rojo. Y sin él también. De cómo se había movido bajo su cuerpo, respondiendo a cada una de sus demandas. De aquellas inesperadas lágrimas.

¿Lloraría por su hermano?, se preguntó. Su pérdida era reciente e inesperada. Una pérdida muy difícil de asimilar.

Según recordaba del material que le habían entregado, Chad era toda su familia. Había algunos primos lejanos, pero ni siquiera vivían cerca.

Con lo cual no tenía familia y sólo unos cuantos amigos en Washington, y estaba intentando asumir el control de una organización que movía millones de dólares y que podía estar relacionada con actividades terroristas. La organización en sí y su querido hermano. No era de extrañar que se hubiera echado a llorar.

Desde luego, a mucha gente le resultaría imposible sentir lástima por alguien tan privilegiado como Kelly Lockett, y le sorprendió sentirla él.

Si necesitaba consuelo podía permitirse pagar a alguien para que se lo prestara, pensó con cierta amargura al poner el motor del coche en marcha. Porque después de lo ocurrido aquella tarde, esa persona no iba a ser él.

 

 

Darse cuenta de que había alguien en la ducha y su reacción ante ese hecho fue algo que ocurrió casi en la misma décima de segundo, espoleado todo por la adrenalina que ya circulaba por su sangre desde que salió de la bañera.

Huir o enfrentarse. Y lo mismo que le ocurrió en el aparcamiento, supo inmediatamente qué elegir. Tenía una ventaja sobre su adversario: conocía la casa.

«Dios, espero conocerla mejor que él», se dijo mientras corría ya.

Dispondría sólo de unos segundos antes de que él abriera la puerta de la cabina de la ducha y saliera tras ella. Segundos en los que buscar un lugar donde esconderse en aquellas habitaciones.

El corte en el suministro eléctrico fue una bendición porque la casa quedaba totalmente a oscuras.

La elección de la dirección a tomar fue instintiva, pero sin dejar de oír los pasos del que la seguía. Incluso pudo ver en algún momento el haz de luz de la linterna que llevaba al detenerse en la puerta de algunas habitaciones que ella había pasado de largo y asegurarse de que no estaba. Eso le dio unos cuantos segundos más de tiempo.

Cocina, trastero y garaje, decidió mientras corría.

Una puerta se abría desde el garaje a la parte trasera de la casa. De allí, al bosquecillo que rodeaba las casas y finalmente al arroyo que corría al pie del barranco.

Las hierbas y los arbustos estarían muy crecidos con el calor del verano. Allí no podría encontrarla, y menos con la cobertura de la tormenta. Si conseguía salir de la casa antes de que él la alcanzara…

Entró en la cocina y sus pasos descalzos sonaron en el suelo de cerámica. En la oscuridad no pudo ver el cubo de basura metálico hasta que no tropezó con él y lo derribó.

Se apoyó en él para recuperar el equilibrio, apretando los dientes para aguantar el dolor del pie y siguió corriendo.

La puerta del trastero apareció de pronto frente a ella, y mientras con la mano derecha abría el cerrojo, con la izquierda intentaba quitar la cadena, pero le temblaban tanto las manos que le estaba costando trabajo sacarla.

El ruido que hacía su perseguidor se intensificó, lo mismo que la velocidad de su respiración mientras peleaba con la estúpida cadena.

Por fin consiguió sacarla de su carril y al soltarla, se golpeó contra el marco de la puerta. Ojalá no lo oyera quien la seguía.

A pesar del pánico, se tomó el tiempo necesario para cerrar la puerta. Dejarla abierta sería darle la pista de dónde estaba.

Pasó por delante de la lavadora, la secadora y el congelador para llegar a la puerta del garaje. Gracias a Dios, sólo estaba echado el cerrojo. Salió y volvió a cerrar.

Luego se detuvo a escuchar y para ello contuvo la respiración. No se oía nada. Puede que las puertas bloquearan los ruidos, o que lo hubiera despistado.

«Por favor, que esté en la piscina, o en cualquier otra parte».

Bajó el único escalón y pisó el cemento del suelo, y mientras echaba de nuevo a correr, se ató con más fuerza la bata.

La puerta que daba al exterior tenía cristales en la mitad superior y apoyó la frente sobre las manos para mirar.

No se veía nada en la oscuridad excepto la cortina de agua que caía con renovada intensidad sobre el tejado del garaje, así que descorrió el cerrojo y abrió hacia dentro la puerta para salir.

El aguacero era tremendo y miró hacia la calle. Había unos cuantos coches aparcados pero no se veía encendida ninguna luz en las casas vecinas. Mejor dirigirse al bosque que arriesgarse a salir a la calle desierta y encontrarse todas las puertas cerradas.

Avanzaría pegada al seto hasta alcanzar los árboles. Allí podría darle esquinazo.

De pronto oyó un ruido. ¿Una puerta, o quizás el mismo cubo de basura con el que ella había tropezado en la cocina?

Fuera lo que fuese, bastó para ponerla en movimiento. Corrió hacia el seto que quedaba al final del césped, alto y oscuro.

Aunque la finalidad del seto era asegurar la separación del las dos fincas, quedaba un espacio entre sus ramas y la valla decorativa de madera que había entre ambas y empujó con fuerza para salir, con las ramas arrancándole la piel de las piernas y el pecho. Pero apenas se dio cuenta. Sólo tenía atención para cualquier ruido que proviniera de la casa.

Al salir al otro lado, se dio cuenta de que si alguien hacía lo mismo que ella, la vería perfectamente correr hacia el bosque. Indecisa una vez más, miró hacia la casa más próxima. Estaba también a oscuras pero los arbustos del jardín, que llevaban allí años, ofrecían un buen sitio para esconderse y le pareció mejor opción que correr hacia el bosque descalza y medio desnuda.

«No tienes tiempo. ¡No tienes tiempo!»

Tenía que elegir, y apenas había dado un paso el dirección al bosque, alguien se abrió paso por el hueco que quedaba entre la valla y el seto.

Kelly gritó e intentó echar a correr, pero su huida fue imposible. En la oscuridad, alguien la sujetó por la cintura, y por mucho que se debatió, fue imposible soltarse.

Cerró con fuera el puño e intentó golpear la cabeza de su agresor, pero sólo consiguió acertarle en el hombro. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ya no llevaba el pasamontañas. Cuando iba a golpearlo de nuevo, se volvió hacia ella con los ojos medio entornados para evitar la lluvia.

—¿Pero qué demonios te pasa?

Edmonds. A pesar de sus sospechas, no había pensado que fuera el hombre que se escondía en la ducha. ¿Estaría esperando a que volviera a la bañera para matarla?

Aterrorizada, completó el movimiento y le acertó con todas sus fuerzas en un lado de la cabeza. Su brazo aflojó y lo oyó quejarse, pero se recuperó mucho más rápidamente que ella, la sujetó por un brazo y tiró. Kelly aterrizó contra su cuerpo.

La herida de encima del ojo se había abierto, obviamente por el golpe que acababa de darle. El agua de lluvia mezclada con la sangre le resbalaba por la mejilla.

—¡Basta! —le gritó, zarandeándola por los hombros, pero al ver que ella seguía peleando, decidió sujetarla por las muñecas—. ¿Pero qué diablos haces aquí fuera?

En el miedo que parecía haberla paralizado reverberaron sus palabras. ¿Pero qué diablos haces aquí fuera? No era la pregunta de un hombre que la hubiera venido persiguiendo desde la casa.

No llevaba pasamontañas. Su camisa era blanca, mientras que le había dado la impresión de que la figura que se escondía en la ducha iba vestida de negro: pasamontañas negro, ropa negra. ¿Sería posible que…

Él negó con la cabeza.

—¿De qué huyes?

—Un hombre —jadeó—. Estaba escondido en la ducha.

Él miró brevemente a la casa antes de mirarla a ella.

—¿Estás segura?

—Lo vi en el espejo del techo.

—Vamos —dijo él.

Le soltó una mano y tiró de la otra hacia la calle. No corría, pero sus pasos eran tan largos que ella tuvo que hacerlo para seguirlo.

—¿Adónde?

—Al coche.

—¿Y qué pasa con ese hombre?

—¿Has llamado a la policía?

—No tengo luz.

—Entonces llamaremos desde el coche y esperaremos a que lleguen.

Por alguna razón, se imaginaba que iba a entrar a la casa en su busca, algo completamente absurdo, desde luego. Y aquí sólo ella hacía estupideces.

El hombre podía estar armado. Podía no ir solo. Y no tenía ni idea de dónde podía estar. Quizás no estuviera ya ni dentro de la casa.

Fuera como fuese, John tenía razón. Aquello era ya cosa de la policía.

Abrió la puerta del conductor y la ayudó a subir, empujándola hacia el asiento del acompañante y subiendo tras ella inmediatamente. El pico de la bata de baño quedó atrapado bajo su peso y, al querer avanzar, el cinturón se soltó y dejó al descubierto su pecho.

Él había estirado el brazo derecho hacia la guantera y sacó de ella un arma. Un arma enorme. Agarrándose al volante, se incorporó, la mirada fija en la casa, y se pasó el arma a la mano izquierda mientras buscaba seguramente el teléfono móvil en la parte central.

Incapaz de encontrarlo entre el lío de piernas y toalla mojada, apartó un instante la mirada de la casa para buscarlo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba expuesta de cintura para arriba.

Se quedaron mirándose un instante, y fue él quien dejó de hacerlo para levantarse y que pudiera sacar el extremo de la bata.

No volvió a mirarla. Había encontrado el móvil y marcaba mientras ella terminaba de pasar al otro lado. Luego le oyó dar los datos de la calle y de lo que ocurría sin dejar de mirar hacia la casa.

Cuando terminó, Kelly se sentía menos vulnerable. Más segura. Y él era la explicación del cambio.

—Ya vienen —dijo.

Ella asintió. No sabía qué decir. O le había salvado la vida ya dos veces, o era el mejor artista interpretativo. Aunque era muy difícil lo segundo teniendo en cuenta que trabajaba para Cabot, y que a ella se lo habían recomendado muy encarecidamente como hombre de integridad y honor.

—Te sangra el ojo —le dijo.

Igual que hizo la noche anterior, se llevó la mano a la herida.

—No pasa nada.

—Deberían haberte dado puntos.

El silencio se extendió entre ambos tras aquella observación tan tonta. El corte estaba cerrado antes de que ella se lo abriera.

—Lo siento —se disculpó—. Creía que…

Dejó que la frase quedara en el aire porque le costaba trabajo poner en palabras lo que había estado pensando.

—Que era yo el que te perseguía.

Lo que de ningún modo iba a explicarle era que había pensado desde el primer momento, desde que oyó el ruido del cristal al romperse, que él tenía algo que ver, y que no se trataba sólo de una confusión de identidad con el hombre del pasamontañas.

Mientras esperaban a la policía, con la lluvia cayendo torrencialmente sobre el techo de la furgoneta, fue convenciéndose de que se había equivocado. Que había sido desagradecida y desconfiada con un hombre que había acudido dos veces en su defensa cuando estaba muy necesitada de ayuda.

—Gracias —le dijo.

Hiciera lo que hiciese, creyeran lo que creyesen Cabot y él sobre su hermano, estaba en deuda con él, y se estremeció en parte por el frío de la bata empapada y en parte por el horror que había visto en aquellos espejos del cuarto de baño.

Él había apartado la mirada de la casa y, tras echar otro rápido vistazo a los alrededores, alcanzó en el asiento de atrás la americana que llevaba puesta aquella tarde.

Kelly estuvo a punto de rechazarla, pero no era capaz de dejar de temblar. Tenía frío y estaba más asustada y más confusa de lo que lo había estado en toda su vida.

Él la miró a los ojos sin soltar la chaqueta y después, usando ambas manos a pesar de la incomodidad del arma, la abrió como si la invitase a ponérsela.

—Ven.

Pronunció la palabra en voz baja, pero fue una orden igual que la que le dio en el aparcamiento de que se subiera a su coche y Kelly dudó menos de dos segundos antes de morder el anzuelo.

Se puso de rodillas y se cerró más la bata, a pesar de frío y la humedad, y él la rodeó con la chaqueta y tiró de ella para sentarla sobre sus piernas.

Quizás fuera una locura, pero ella acudió a sus brazos de buen grado, acurrucándose contra el calor de su cuerpo, apoyando la cabeza en su hombro y dejando que su olor, ya familiar, la rodease.

Era un olor a jabón o a champú. A algo limpio, desde luego, y muy masculino. Algo que le recordaba con demasiada nitidez la noche que habían pasado juntos.

Él la había abrazado entonces al notar que las lágrimas se le escapaban de los ojos cerrados. Lloraba por Chad. Por sí misma seguramente. Por todo.

No le había preguntado por qué, sino que se había limitado a ofrecerle consuelo, y ella, instintivamente, supo entonces que pasara lo que pasase, aquel hombre era lo bastante fuerte para protegerla y mantenerla con bien.

Lo mismo que lo supo en aquel momento.