Capítulo 13

 

A pesar de que era pleno día y de que John iba a su lado, Kelly tuvo que hacer acopio de valor para abrir la puerta de la casa de Chad. En cuanto metió la llave en la cerradura, el recuerdo de lo que había pasado la noche anterior se transformó en una barrera casi física que le impedía entrar.

Sintió un indescriptible alivio cuando encendió la luz del vestíbulo. Un gesto tan sencillo le devolvió gran parte de la confianza perdida, lo suficiente para traspasar el umbral. Aunque sabía que quienquiera que hubiera estado en la ducha ya no estaría allí, el miedo le dejó inconsistentes las rodillas.

—Ya he insertado los nuevos códigos —le dijo John.

Estaba estudiando la respuesta del sistema de seguridad a los nuevos códigos que había introducido. Nuevas cerraduras. Nuevos códigos. ¿Por qué entonces no se sentía a salvo?

—Bien —dijo a duras penas.

—Quiero echar un vistazo.

No quería perderlo de vista, así que lo siguió.

Fueron directamente al baño, que era lo que Kelly esperaba que hiciese. La policía lo había revisado a la luz de las linternas la noche anterior, y teniendo en cuenta las limitaciones en las que se habían visto obligados a trabajar, no era de extrañar que no hubiesen encontrado ni rastro del intruso. Pero había estado allí, demonios, se repitió al ver a John examinar el interior de la ducha.

Ella se quedó en la puerta, incapaz de traspasar el umbral, y al poco miró al espejo del techo. En él se veía reflejado al hombre que salía de la cabina de la ducha y la miraba con preocupación. La misma preocupación que lo había empujado a vigilar su casa.

Siempre parecía estar presente cuando más lo necesitaba. Esa certeza le contrajo la garganta, una sensación que solía preceder a las lágrimas. Se había puesto a cuatro patas y tenía la cabeza ladeada, casi paralela al suelo para examinar el mármol negro del suelo de la ducha.

—¿Qué buscas?

—Huellas.

La policía había insistido que no había huellas que condujeran hasta la casa, a pesar de la lluvia y del consiguiente barro. Pero él…

—¿Cómo ibas a encontrar huellas en la ducha y no fuera? —le preguntó.

—Agáchate y mira la superficie del mármol —le dijo.

Ella obedeció. Utilizando el reflejo de las luces del techo sobre la piedra, descubrió lo que él había visto. Aunque no había huellas en el sentido convencional, sí que se veía que alguien había andado sobre la brillante superficie del mármol.

—¿Ha venido alguien a reparar algo desde que se utilizó por última vez la ducha?

—No. Al menos desde que yo estoy en la casa.

—Y no tendrás la costumbre de ducharte con zapatos, ¿verdad? —bromeó.

—¿Es eso lo que estás viendo? ¿La huella de un zapato?

—No está tan claro, pero las impresiones parecen tener un patrón. Hay que conservarlas.

—¿Y cómo podemos hacerlo?

—Si conseguimos enfocar una cámara en el ángulo correcto, podremos sacarles una fotografía. Puede que no baste para usarlo ante un tribunal…

—Pero basta para demostrar que alguien estuvo aquí.

Él la miró sorprendido.

—Yo nunca lo he dudado.

Pero la policía sí.

—¿La llevaremos a la comisaría? La foto, quiero decir.

—No van a hacer nada con ella. Tendrían que tener algo con lo que compararlas para poder abrir el caso. ¿Tenía cámara tu hermano?

—Digital. De las mejores —añadió.

Como todo lo que Chad compraba. Y en aquel caso, se alegró de que así fuera.

 

 

Ya había encontrado la cámara e iba de vuelta al baño cuando sonó el teléfono. Su primer impulso fue dejar que contestara el contestador, pero puesto que estaba en el dormitorio, se acercó a la mesilla y descolgó.

—¿Diga?

—¿Dónde demonios te has metido?

La pregunta de Mark Daniels la llenó a partes iguales de irritación y ansiedad. Aquel hombre tenía un horrible complejo de hermano mayor.

—¿Y tú qué tal estás, Mark? Yo también me alegro de hablar contigo.

—Me he pasado la noche intentando localizarte, Kelly. Perdóname por estar tan preocupado por ti.

Su sarcasmo era casi similar al de ella, pero no por eso dejó de lamentar no haberse imaginado que llamaría y que se preocuparía.

—Lo siento —dijo—. Es que me quedé sin luz y no quise quedarme aquí a oscuras.

Era obvio que su explicación lo pilló desprevenido por el silencio que la siguió.

—Podrías haberme llamado —le dijo, ya menos enfadado—. Habría ido a buscarte y habrías dormido en mi casa.

—No me ha hecho falta —se limitó a decir.

John había aparecido en la puerta del dormitorio y enarcó las cejas. Kelly tapó el auricular y formó en silencio la palabra Mark. Él asintió, pero no se marchó.

—¿Ya está todo arreglado, entonces? —preguntó Daniels.

—Eso parece —le contestó, intentando darle la menor información posible.

—Ibas a llamarme para que nos viéramos.

Se le había olvidado que quería verla.

—Lo siento —dijo, intentando parecer arrepentida—. He tenido mucho que hacer.

—¿Qué tal te ha ido la reunión del consejo?

—Supongo que bien. La subasta fue un éxito.

—¿Se han enfrentado a ti por el dinero? Por cómo se hace el reparto, quiero decir.

—No han tenido la oportunidad, porque todavía no he tomado la decisión final a ese respecto.

—No permitas que te manipulen. Chad te dejó a cargo de todo, y si quieres que te acompañe a la próxima reunión, sólo…

—Te agradezco el ofrecimiento, pero como tú dices, Chad lo dejó todo en mis manos.

—Sólo quería ayudarte, cariño. Ya sabes que tu hermano y yo éramos muy buenos amigos y que…

—Lo sé —volvió a interrumpirlo—. Mira, Mark, si no te importa, te llamaré más tarde. Estoy esperando a una persona.

No hubo respuesta al menos durante cinco o diez segundos.

—Espero que no sea a Edmonds.

—No, pero es interesante que lo digas.

Miró al hombre que aguardaba apoyado en el marco de la puerta a que terminase de hablar con los brazos cruzados.

—No es lo que parece.

—Ah.

—No te líes con él.

—Me gustaría saber por qué lo dices.

—He andado investigando un poco después de verlo en tu casa. Para empezar, es detective privado, y eso me hizo replantearme el episodio del aparcamiento. Podría haberlo preparado él para encontrar un modo de presentarse.

Esa conclusión era obvia.

—¿Y por qué iba a hacer algo así?

—Estoy intentando averiguar si fue simplemente porque quería conocerte, o si podría tener algún otro motivo. Pero mientras, manténte alejada de él.

—Te agradezco la preocupación, Mark.

No estaba dispuesta a aceptar órdenes suyas, pero aquella batalla ya la libraría en otro momento. Aun así, algo de su resentimiento debió impregnar sus palabras porque Mark se dio por aludido.

—No te molestes por lo que te digo, Kelly, que sólo estoy haciendo lo que Chad habría querido que hiciese.

—Chad siempre pensó que era responsable de mí, y en su caso era comprensible, dada nuestra situación, pero tú no eres mi hermano, Mark.

—Es lo último que querría ser, créeme.

—Entonces creo que deberías ir pensando en dar marcha atrás.

De nuevo otro silencio.

—La verdad es que en este momento me resulta muy difícil. Estoy preocupado por la relación que puedas tener con un hombre del que no sabes nada.

—A eso exactamente es a lo que me refiero.

—Esperaba que nosotros… estoy convencido de que te imaginas de sobra lo que siento por ti, pero quería darte tiempo de que asimilaras la muere de Chad antes de hablarte de ello. Y luego voy el domingo por la mañana y descubro que has pasado la noche con un desconocido.

Sabía que el interés de Mark no era completamente platónico, pero esperaba poder evitar la escena que tenía en las manos en aquel momento. Y encima, con audiencia.

—No es asunto tuyo.

—Esperaba que pudiera llegar a serlo.

—No quiero parecer descortés, Mark, pero me temo que está fuera de toda posibilidad.

—Está ahí, ¿verdad?

Lo que tardó en contestar la delató.

—Y está escuchando cada palabra —concluyó Mark con amargura—. Espero que esté disfrutando el muy…

—Pues si lo está, es el único.

Otra pausa.

—Mira —dijo Mark, modulando la voz para no dejar entrever su ira—, tú me importas, Kelly. Si no estás dispuesta a aceptar ese sentimiento en otro sentido, acéptalo al menos como la hermana de mi mejor amigo. A quien echo mucho de menos, por cierto.

—Lo sé —contestó, conmovida por la emoción que percibió en su voz.

—Y quiero que no olvides que eres una mujer muy rica, y como poco, Edmonds es un oportunista. No creo que vuestro encuentro fuese casual.

No lo había sido, pero aun sabiéndolo, y sabiendo también que John no dudaría en informar sobre cualquier cosa que descubriera sobre Chad, había accedido a que la protegiera. A lo mejor Mark tenía razón. A lo mejor necesitaba un albacea.

—Lo recordaré. Y ahora tengo que dejarte, Mark, de verdad.

—¿Cuándo podemos vernos? Quiero investigar un poco más a ese tío…

—No, por favor. No lo hagas, que no es cosa tuya.

—Llámame.

En lugar de prometer que lo haría, apretó el botón de desconexión con el pulgar y al hacerlo, miró a John a los ojos.

—Mark. Se me había olvidado llamarlo.

Él asintió, pero no dijo nada y extendió un brazo para pedirle la cámara.

Se acercó a dársela.

—Ha sabido que yo estaba aquí —dijo, mirándola a los ojos.

—Se lo ha imaginado.

—Y evidentemente no le ha gustado.

—No sé cómo se ha enterado de que eres investigador privado. Dice que el incidente del aparcamiento estaba preparado para que pudieras entrar en contacto conmigo.

—No hay modo de que haya podido averiguar a qué me dedico.

No se le ocurrió pensar de dónde podía haber sacado esa información. Como Catherine, conocía a mucha gente en aquella ciudad y disponía de los recursos necesarios para contratar a quien le hiciera falta para averiguar lo que fuese.

—Me limito a contarte lo que él me ha dicho.

—¿Y qué te ha dicho sobre el consejo?

—Que no permita que me manipulen.

—¿Se refería al cambio en la distribución? ¿Lo sabe él?

Ella se lo había mencionado. Conocía a casi todo el mundo, y siempre estaba dispuesto a escuchar y a ofrecer consejo. Aunque en aquella ocasión no le había aconsejado nada en concreto.

—Sabía que el consejo no estaba satisfecho con lo que Chad había hecho el año pasado.

—¿Habían hablado de ello él y tu hermano?

—Supongo. Le mencioné que estaban bastante molestos con el cambio y no se sorprendió. La verdad es que tampoco mostró mucho interés, aparte de decirme que no permita que me pisoteen. Es lo mismo que Chad habría dicho: que tomara las riendas y decidiera por mí misma. Quizás sólo estaba intentando emularlo.

—Pues ahora parecía estarse cansando de interpretar el papel de hermano mayor.

Debía haber oído lo suficiente para leer entre líneas.

—¿O tú ya lo sabías? —preguntó.

—No me había dicho nada, pero… lo sabía. Supongo que esperaba que no llegase a decírmelo.

John asintió, aún sin dejar de mirarla a los ojos. Luego por fin bajó la mirada y tomó la cámara para sacar las fotos de la ducha.

Mientras Kelly decidió inspeccionar la casa por su cuenta. Se daría cuenta mejor que la policía de si se había tocado algo. Además, contaba con la ventaja de la luz del sol.

Empezó por la parte de atrás, porque allí fue donde la pareció oír el primer ruido. Era poco probable que hubiera entrado por la zona de los dormitorios, puesto que ella estaba en el de Chad cuando el hombre del pasamontañas entró en el baño. Además, le había parecido que venía de más lejos.

Buscó en la piscina y los alrededores, buscando algo que el viento pudiese haber derribado, pero no encontró nada. Nada tampoco en los cristales de las ventanas. Claro que si John tenía razón en lo del código, quienquiera que hubiera entrado en la casa no había necesitado romper ningún cristal.

El salón y el comedor formal eran las dos estancias siguientes, pero ninguna de ellas daba muestras de que alguien las hubiese perturbado. Era curioso, pero entraba allí por primera vez.

El comedor de diario y la cocina estaban muy alegres iluminados por la luz del sol; no eran ya la carrera de obstáculos que habían sido la noche anterior. El cubo de basura metálico estaba un poco fuera de su sitio, pero ella había sido quien había tropezado con él al querer salir al garaje. Y puesto que estaba todo a oscuras, no podía decir si alguien había vuelto a moverlo.

—¿Ves algo?

John la observaba desde la puerta.

—No —admitió, frustrada—. No hay cristales rotos, ni se ha forzado la puerta. Pero yo oí que algo se rompía. Lo sé.

—Puede que ya estuviera dentro de la casa cuando tú llegaste. Quizás provocó él el ruido para obligarte a salir de la bañera.

Que hubiera podido estar ya dentro de la casa era aterrador, y a pesar de la luz que entraba por las ventanas, se estremeció.

—Entonces…

Sin terminar la palabra, se acercó al cubo de la basura y levantó la tapa. Estaba casi vacío porque llevaba varios días sin comer allí. En el fondo, sobre un periódico viejo, había unas cuantas servilletas de papel.

Fue a sacarlas con la mano, pero antes de que llegase a tocarlas, John se lo impidió.

—Pinzas —ordenó.

Sabía que no iban a encontrar huellas en el papel, pero si era cierto lo que él había sugerido, podía haberlas en lo que quiera que el intruso hubiera envuelto en ellas.

Se incorporó, consciente de pronto de lo cerca que estaba de John, y sin querer, se rozó con su pecho. El contacto fue breve, pero bastó para provocar una reacción. Sus pezones se enardecieron, como tributo al recuerdo o a la anticipación, y algo caliente, dulce y demasiado breve se encendió en su interior.

Sólo entonces se movió él. Sin decir nada, fue abriendo cajones hasta encontrar unas pinzas de ensalada y al entregárselas, sus miradas se cruzaron.

El contacto fue igualmente breve. Él lo rompió al agacharse a recuperar el montón de papel. Cuando lo dejó sobre la encimera de granito, hubo un inconfundible ruido de cristales.

Kelly se acercó a ver qué había entre las servilletas. Era una de las gruesas copas que tanto le gustaban a Chad. Si abría las puertas de los armarios altos que tenían enfrente, las encontrarían todas perfectamente alineadas, excepto aquella que tenían delante hecha pedazos.

—Seguramente la rompió en la encimera —aventuró John.

Su superficie de piedra era lo bastante dura para romper la copa sin dejar marcas. El papel habría evitado que los cristales se extendieran por toda la habitación, siendo al mismo tiempo lo bastante ligero para dejar salir el ruido. Y aquel, tal y como había adivinado John, era el propósito de todo aquello: sacarla de la bañera y llevarla hasta allí.

—No entiendo. ¿Por qué iba a querer que viniese a la cocina?

Él tardó un momento en contestar.

—Quizás pensó que había más posibilidades.

—¿De qué?

Dudó de nuevo, pero al oír su respuesta, Kelly entendió por qué.

—De que ocurriese algo completamente distinto a lo que le ocurrió a Chad, de modo que no despertase sospechas.

—¿Algo como qué?

Al hacer la pregunta, ella misma se imaginó la respuesta. El intruso quería empujarla hacia el fondo de la casa para matarla, pero de un modo que no pudiera relacionarse con la muerte de su hermano.

—Suicidio, quizás.

Aquella palabra le creó una especie de vacío en el estómago. Su primera intención fue rechazar la idea por estúpida, pero de pronto se le ocurrió que mucha gente se lo creería.

Dirían que no había podido superar la muerte de su hermano. Que se sentía sola y triste, y que la responsabilidad del trabajo que le había caído sobre los hombros la sobrepasaba. Que estaba lejos de su vida y de sus amigos.

Era un escenario perfectamente plausible. Lo mismo que el ataque en el aparcamiento. Nadie los cuestionaría demasiado.

—¿Y se suponía que iba a meter voluntariamente la cabeza en el horno?

Había intentado quitarle hierro a la situación con aquel comentario, pero no lo había conseguido. La ira y la angustia de su soledad eran palpables. Una soledad que de pronto se le había hecho presente con una fuerza heladora.

A pesar de su ultimátum de la noche anterior, John la abrazó, y ella ni siquiera pensó resistirse. Al igual que la noche en que durmieron juntos, se sintió a salvo en sus brazos. Protegida. Y así le fue más fácil hacer la siguiente pregunta.

—De acuerdo: el horno, no. Entonces ¿por qué aquí?

—Quizás por la proximidad del garaje.

—¿Iba a meterme en el coche con el motor arrancado?

—Es una posibilidad.

Estaba claro que no quería hablar de ese tema, y ella mucho menos, pero necesitaba saber a qué se enfrentaba.

—Si tenía que pasar por un suicidio, ¿cómo iba a conseguir meterme en el coche?

—Deberíamos hacer que analizaran el vaso que estabas usando en la bañera.

—Es bourbon. Yo misma me lo serví al llegar a casa.

—Pero estuviste fuera del baño el tiempo suficiente para que él pudiera adulterarlo. Lo único que tenía que hacer era esperar a que volvieras y te lo acabaras.

—Entré en la casa por aquí. Si quería atacarme, ¿por qué no lo hizo entonces?

—No lo sé. A lo mejor no estaba aún aquí cuando llegaste. O puede que el plan fuera esperar a que te fueras a dormir. Puede que lo sobresaltara algo y decidiera improvisar.

—¿Crees que podría haberte visto aparcado fuera?

John se lo pensó.

—Para eso tendría que conocer mi coche.

—Estuvo aparcado en la entrada toda la noche del sábado.

—Entonces, supongamos que lo reconoció. Puede que temiera que me cansara de estar esperando fuera, con la que estaba cayendo…

—Y que decidieras entrar —razonó—. Y entonces tuvo que alterar sus planes.

—O cambiarlos por completo. Y puesto que ya estaba en la casa… —se encogió de hombros.

—Quienquiera que sea, parece que tiene mucha prisa en acabar cuanto antes.

John la abrazó con fuerza.

—Está asustado. No lo olvides: es él quien se está asustando.