—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le preguntó John mientras le abría la puerta de su monovolumen.
—No, pero creo que no tenemos otra opción.
No después del cuadro que le había pintado sobre lo ocurrido la noche anterior: alguien quería verla muerta. Y con dos oportunidades, bastaba.
Ya no podía pasar por alto el riesgo que estaba corriendo. Ni el poco tiempo que les quedaba.
—Podríamos empezar por otra persona.
Sí, podían, pero acudir primero a Catherine Suttle tenía sus ventajas, de las cuales ya habían hablado. La mujer estaba en sintonía con los demás miembros del Consejo. Seguramente sabría lo que se decía a espaldas de Kelly. E incluso cabía la posibilidad de que supiera lo que sentían, además de lo que decían, que era aún mucho más importante.
También era una potencial fuente de información sobre la oscura organización a la que Chad había empezado a apoyar. Un apoyo que bien podía haberle costado la vida.
—Si alguien puede encajar las piezas de este rompecabezas, es Catherine.
—¿Y confías lo suficiente en ella como para contárselo todo? Ten en cuenta que no hay garantías de que no forme parte de todo ello.
—Aún no la conoces.
Se bajó del coche ante una mansión. El jardín lucía impecable y la casa de estilo georgiano, perfectamente mantenida, proporcionaban un marco perfecto para la mujer a la que habían ido a ver. Una mujer que no podía estar metida en algo tan sórdido como un asesinato. Y mucho menos el de unos amigos.
—No te creas que llevan su condición escrita en la frente —contestó él, sujetando suavemente su codo mientas subían por la acera.
Ojalá fuera así, porque nadie de cuantos había conocido en Washington, ni los miembros del consejo, ni los amigos y conocidos de Chad que le habían ofrecido su ayuda durante aquellas difíciles semanas, parecían ser de la clase de personas que podrían estar involucradas en muertes y destrucción. Ni a gran escala, ni a escala personal. Eso era algo completamente alejado del mundo en que vivían.
Y ahora sabía que no era así. Su hermano estaba muerto, y alguien la había atacado a ella ya por dos veces. De no haber sido por el hombre que caminaba junto a ella…
—Tendremos que hacerlo a ciegas —admitió.
Aquel mundo oscuro era el medio en el que John se movía. Un mundo con el que estaba muy familiarizado. Tanto su buen juicio como su instinto habían estado mucho más en sintonía con lo que estaba ocurriendo que ella.
Porque para ella, ser el objetivo de un asesino había sido como encontrarse de pronto ante una curva empinada y resbaladiza. Una curva que iba a tener que dominar pronto, si no quería que fuese demasiado tarde.
—Ya veo que Claire me ha estado ocultando cosas —dijo Catherine al hacerles pasar a un salón inundado de sol.
—¿Claire? —preguntó Kelly.
—Claire Cabot. Porque supongo que este caballero trabaja con Griff —como ninguno de los dos contestara, Catherine sonrió todavía más—. Puedes decírmelo, aunque supongo que después tendrás que matarme. Porque es así como funciona, ¿no?
—No trabajo para Cabot —dijo John.
No había necesidad de explicarle nada más.
—Pero lo conoces, estoy segura. Todos tenéis el mismo aire.
No le preguntó a qué clase de aire se refería. Ya lo sabía .
—Puede ser que yo también tenga buenas fuentes —sugirió John.
—Desde luego. Por eso estáis aquí. La verdad es que me teníais intrigada. Así que os interesan mis conexiones.
—Le dije a John que tú conocías a todo el mundo en Washington —intervino Kelly.
—Me halagas, pero me temo que ya te he contado todo lo que sé sobre la organización de Griff. Privada, discreta y muy buena. Tengo entendido que son muy caros sus servicios si puedes permitírtelo, y casi gratis si no puedes. En tu caso, no tendrás problemas, querida mía —añadió, posando en Kelly sus gastados ojos azules enmarcados por unas pestañas imposiblemente largas y negras.
—No hemos venido para hablarte de Fénix.
Catherine enarcó unas cejas dibujadas en marrón, pero en lugar de pedir más información, les hizo una invitación.
—¿Por qué no tomamos un té antes de jugar a los detectives? ¿O preferís algo más fuerte? En esta casa se puede tomar una copa a cualquier hora. Me parece una estupidez tener que esperar a que anochezca. Siempre he pensado que si te hace falta un buen whisky, da igual la hora del día que sea para tomarlo.
—Yo no quiero nada, gracias —dijo Kelly.
—¿Y tú?
—Estoy bien así, gracias.
—Desde luego que lo estás.
Había un brillo divertido en sus ojos. Era evidente que estaba disfrutando de su incomodidad.
Menos mal que no prolongó el momento. Hizo un gesto señalando un sofá de color crema para indicarles que podían sentarse. Ella se acomodó en una silla que había enfrente, posándose casi en el borde.
Llevaba la espalda tan recta como si todavía fuese una alumna de la Escuela de la Señora Porter para Señoritas. Apretaba las rodillas y ladeaba las piernas para cruzarlas con donaire a la altura de los tobillos.
—En ese caso, formalidades aparte, ¿qué puedo hacer por vosotros?
—Contarnos lo que sepa sobre La Alianza —dijo John.
Catherine abrió un poco más los ojos y miró brevemente a Kelly antes de volverse de nuevo hacia él.
—Sé que la pertenencia a esa organización es estrictamente secreta, y que se dedican a propagar la ética judeocristiana dentro del gobierno —dijo—. Es una misión que no está descrita en ningún sitio, que yo sepa. Se transmite verbalmente.
—¿Por qué? —interrumpió él.
—Ninguno de sus objetivos lo son. Si quieren que te unas a ellos lo hacen privadamente, y suele ofrecértelo un amigo íntimo. No hay literatura escrita, ni carné de miembro, ni publicidad.
—¿A ti te lo han propuesto? —preguntó Kelly.
—De haber sido así, no podría decírtelo. No, si hubiera aceptado.
—¿Y si no hubiera aceptado? —preguntó John.
—Entonces podría deciros que ninguno de mis amigos íntimos está tan loco —concluyó con una sonrisa.
Era obvio que no había contestado a su pregunta y que no iba a hacerlo. Estaba empezando a ser evidente que en aquella conversación con Catherine Suttle sólo iban a saber lo que ella decidiera decirles.
De no ser persona non grata en Fénix, podría haberle pedido información a Griff, o incluso al abuelo de Claire Cabot, que llevaba participando en la escena de Washington tanto tiempo como la señora Suttle. Y ninguno de ellos se habría sentido tentado de entrar en una organización pseudo sagrada.
—¿Qué más sabes, Catherine? —insistió Kelly.
—Puedo deciros que el grupo dice ser descendiente de otra organización antigua y todavía más secreta, a la cual pertenecían muchos de los próceres de este país. Siempre me he preguntado si esa historia no sería apócrifa. En cualquier caso, la encarnación actual es de al menos un siglo de antigüedad.
—¿Conoces a alguno de los líderes actuales?
—Si te dijera sus nombres, entonces sería yo quien tendría que matarte a ti —respondió, sonriendo.
Teniendo en cuenta lo que había ocurrido los días anteriores, a John le hizo maldita la gracia el comentario.
—¿Entonces los conoce?
Hizo la pregunta planteándose si de aquel encuentro iba a salir alguna información que mereciera la pena. Estaba claro que aquella mujer disfrutaba en su papel de cofre de los secretos y perteneciente a la crème de la crème de Washington, porque todavía no les había dicho nada que no supiera cualquier mortal.
—A unos cuantos. ¿Por qué no me contáis primero por qué estáis tan interesados en La Alianza?
Kelly lo miró pidiéndole permiso, pero él no se lo dio. La decisión de hasta qué punto confiar en Catherine Suttle tenía que ser suya.
Su instinto le decía que aquella mujer no iba a ofrecerles nada de valor hasta que no hubiera obtenido algo a cambio. Como la mayoría de personas que valoraban estar en los mejores círculos, la información era su más valorada moneda de cambio. Si eso la hacía peligrosa o simplemente inquisitiva, no podría decirlo.
—Sabes que me preocupan los cambios que se hicieron el años pasado en la distribución de fondos de El Legado —dijo Kelly, escogiendo con cuidado las palabras.
—Es una organización secreta, pero La Alianza lleva años haciendo el bien en esta ciudad. ¿Estás cuestionando la decisión de tu hermano de añadirlos a la Fundación?
—Estoy intentando entender cómo llegó a tomar esa decisión.
—Obviamente porque le pareció lo correcto.
—¿Y usted está de acuerdo? —preguntó John.
—Estoy de acuerdo en que eso es lo que le pareció. ¿Que si yo les habría dado tanto dinero si la decisión de hacerlo hubiera estado en mis manos? La respuesta es no. Pero eso no significa que Chad no debiera haberlo hecho.
—Pero… ¿por qué lo hizo? —insistió Kelly—. Yo habría dicho que se trata de una organización que a Chad no le interesaría mucho.
—¿Por qué no? Supongo que tuvo las mismas razones que cualquiera de nosotros a la hora de elegir una causa. O una religión. Incluso un equipo de fútbol. Hay algo que nos atrae hacia ello en un momento determinado de nuestras vidas.
—¿Y no le molestó que por la largueza con que Chad trató a La Alianza se resintieran sus propios proyectos? —preguntó John.
—¿Por qué iba a enfadarme? Ese dinero no es mío. La gente lo donaba confiando en que Chad lo gastase en causas que merecieran le pena. Aunque no fuese la mía. El Legado ha estado organizado así desde el principio. No entiendo por qué me haces esa pregunta.
—Porque yo creo que alguien lo mató —dijo Kelly con firmeza, aunque en voz baja.
Pasaron unos segundos eternos para John, que esperaba la respuesta de Catherine. A pesar de que había abierto los ojos de par en par cuando le habían preguntado por La Alianza, no hubo apenas respuesta física al mencionar la posibilidad de que Chad Lockett hubiera sido asesinado.
—Eso es ridículo —contestó por fin.
—Chad no era un hombre descuidado o irresponsable. No estando en juego su propia vida. Y ese avión había pasado una revisión completa.
—Los accidentes ocurren sin más. Sé que una muerte a edad tan temprana es difícil de aceptar. Yo sé muy bien lo que es perder a alguien que estaba tan lleno de vida…
—Y yo he sufrido varios ataques —continuó Kelly como si Catherine no hubiera hablado.
—¿Ataques?
La sorpresa de Catherine fue aparente en aquel caso, pero John no pudo decidir si era real o fingida.
—El primero en el aparcamiento después de la subasta. Entonces conocí a John. Él me rescató.
Los gastados ojos azules se detuvieron en su rostro brevemente, y en la fracción de segundo que tuvo él para estudiarlos, le parecieron fríos.
Casi inmediatamente, Catherine se volvió a Kelly.
—¿Y dónde demonios estaban los de seguridad? Les pagamos más que suficiente.
—Les dijeron que podían marcharse a media noche —contestó John.
Catherine apretó los labios y un abanico de pequeñas arrugas se dibujó partiendo del perfil cuidadosamente dibujado.
—Estúpidos.
—Entonces, no fue decisión suya.
—Si hay algo que yo nunca he sido, joven, es estúpida. Debió ser otro de esos dichosos recortes de gastos de Hugh. Pero no volverá a ocurrir, te lo aseguro. Si no podemos asegurar a nuestros invitados que pueden llegar y marcharse sin ser molestados… —de pronto, se interrumpió—. Dios bendito, niña, no creerás que alguien de la fundación dejó marchar antes a los guardias de seguridad para facilitar el ataque, ¿verdad? Es una idea tan descabellada como la de que Chad fuese asesinado.
—Anoche alguien entró en mi casa —continuó Kelly, bastante calmada teniendo en cuenta el episodio que estaba describiendo—. Llevaba un pasamontañas tapándole la cara y se escondió en la cabina de ducha. Ambas cosas juntas…
Hubo un largo silencio en el que la mujer la miraba fijamente, como si no estuviera segura de si hablaba en serio.
—Puedo hacer averiguaciones —dijo por fin.
—¿Sobre quién estuvo en la casa?
Volvió la mirada sobre John.
—Claro que no —respondió casi con desprecio—. Ni siquiera mis fuentes llegan a eso. Me refiero a La Alianza. Quieres saber quiénes son los jugadores de primera fila, ¿no? Dame un par de días. Te llamaré.
—No, Catherine. No puedo permitir que vayas por ahí haciendo preguntas que puedan ponerte en peligro —contestó Kelly.
—Ahora ya no puedes impedirlo. Además, esos bastardos no se atreverán conmigo.
—¿La Alianza? —insistió John—. ¿O alguno de los miembros del consejo?
—Hablaba de La Alianza, pero no les tengo miedo a ninguno de ellos.
—Pues quizás debería tenérselo.
—En primer lugar, yo creo que no hubo nada sospechoso en la muerte de Chad. Es el dolor el que habla por Kelly. Y eso es algo de lo que yo sé mucho. Y en segundo lugar, sólo porque alguien metiera la pata con la seguridad de la subasta, tampoco basta para pensar que pueda haber algún compló contra ella. ¿Por qué razón iba a querer alguien hacerle daño?
—Porque alguien tema que pueda cambiar el reparto de fondos de El Legado.
—En ese caso, ¿por qué iban a querer ver muerto también a Chad? Ambas cosas no pueden ser. O se quiere que la distribución siga igual o que cambie. Tú no has ocultado que te preocupaban los cambios que había introducido Chad —añadió, volviéndose a Kelly—. Si crees que alguien lo mató porque no le gustaron esos cambios, ¿por qué iban a atacarte a ti, si la sensación que da es que vas a volver a lo de antes?
—¿A usted le ha dado esa sensación? —preguntó John.
—Claro como el cristal. Sobre todo a partir del domingo, cuando empezaste a hacer todas esas preguntas sobre lo que nosotros pensábamos del porqué de los cambios de Chad. Yo supe que no ibas a dejarlo así, sobre todo después de cómo hablaron los demás.
—El primer ataque fue antes de la reunión del consejo.
—¿En un aparcamiento sin seguridad, en la noche de una subasta de la que habían hablado todos los medios, y en ese barrio? Por cierto, que tenemos que pensar en cambiar de ubicación la próxima vez. Mete el tema en la agenda para la próxima reunión, ¿quieres? Mientras, ya me encargaré yo de tirarle de las orejas a quien corresponda por el fallo de la seguridad.
—No lo hagas, por favor. Ya nos ocuparemos también en la reunión. Estoy segura de que tienes razón en cuanto a lo del aparcamiento. Alguien metió la pata sin querer. Ya me ocuparé yo.
John sabía que Kelly no estaba diciendo la verdad, sino intentando mantener a Catherine fuera de sus problemas… o evitar que causara más.
—Sería mejor no hablar de ello hasta que sepamos más sobre lo que está pasando —sugirió John.
Catherine lo miró pensativa.
—Puede que tengas razón. Lo dejo en tus manos, siempre que me mantengas informada del curso de la investigación. Y no me mires así —continuó ante su silencio—. Ya te he dicho que no soy idiota, y sé que Kelly no va por ahí contigo por guapo, aunque lo seas. Estás en esto hasta el cuello, y aunque me da mala espina tanta coincidencia en el aparcamiento, tengo que decir que me siento aliviada. Suelo confiar en mi instinto en cuanto a la gente. No siempre acierto, pero en este caso, confío en que seas uno de los buenos. Pero no me pongas a prueba, que tengo una memoria infalible. Sobre todo para quienes hacen daño a mis amigos.
—Yo también —le advirtió él.
El desafío la hizo reír encantada.
—Me gusta tu amigo —le dijo a Kelly, aún sonriendo—. Me gustan los hombres que siguen siendo un poco salvajes. Y no soy yo la única, sobre todo en esta ciudad con tanto blandengue. Siempre y cuando, pueda responder al desafío. ¿Y tú, puedes? —le preguntó sin rodeos.
—Pienso intentarlo —le prometió.
Fue una promesa tanto para Kelly como para Catherine Suttle.