Capítulo 16

 

—No te ha sorprendido demasiado —dijo Kelly.

Había hablado ya con Hugh Donaldson mientras John inspeccionaba puertas y ventanas, y ahora lo estaba viendo preparar la cena para los dos en su pequeña cocina.

—¿Que Fénix anduviera detrás de esto? —preguntó, alzando la vista de los pimientos que estaba troceando—. En absoluto. Lo que no esperaba era que el hombre a quien le hubieran asignado el trabajo se pusiera en contacto conmigo. Pero conociendo a Ethan, ha debido hacerlo por su cuenta.

—Te cae bien —dedujo.

—Le respeto. Bueno, los respeto a todos. Por eso quería formar parte de lo que hacían.

—Y de no ser por mí, seguirías trabajando con ellos.

Era un sentimiento de culpa que había ido creciendo desde el comentario de Snow sobre que John perteneciera a Fénix.

—¿Y de dónde te sacas que es culpa tuya?

—Si no hubiéramos… si no nos hubiéramos acostado aquella noche, aún seguirías trabajando para ellos.

Seguía sintiéndose incómoda por la rapidez con que habían terminado haciendo el amor. No es que lamentase haber confiado en él. Ya no. Era que se había complicado una relación que tanto para su seguridad como para la estabilidad laboral de él, debería haberse mantenido estrictamente profesional.

—Porque ese fue el motivo para que Cabot te despidiera, ¿no?

—Eso no le gustó, pero no fue el único motivo. Según él, después de intervenir en lo del aparcamiento, debería haber desaparecido y haberle pasado el caso a otro compañero. Como ya sabes, no hice ni lo uno ni lo otro.

—¿Y por qué no? Si sabías que tu trabajo podía correr peligro…

Hubo un instante de silencio.

—Supongo que puedes deducirlo tú sola.

—Precisamente porque nos habíamos acostado juntos.

—Premio para la señorita —bromeó, al tiempo que echaba en la sartén ya caliente los pimientos que había estado troceando junto con cebolla y champiñón—. Fue decisión mía no decírselo a Griff. Y error mío también. No tuvo nada que ver contigo.

—Eso es mucho decir.

—Que no. Que no tuvo nada que ver contigo —insistió—. Pensé que no iba a enterarse, y no quería renunciar al caso.

—Pues tampoco era tan grave lo que ocurrió.

—Ya, pero puede poner en peligro la investigación.

—Pero no fue así. Ya no trabajas para Cabot y sigues rigiéndote por sus reglas.

—El honor de los ladrones —sonrió.

A Kelly se le encogió el corazón. Al verlo con Ethan Snow, se había dado cuenta de lo mucho que significaba para él pertenecer a Fénix.

—Honor. Me han dicho que ese concepto está pasado de moda.

—Es que yo soy un chico chapado a la antigua.

—Ya. Caballero andante de las mujeres en peligro.

Algo así le había dicho la noche que se conocieron.

Él se echó a reír.

—Podría ser. Las dos veces que me he metido en líos con Griff, ha sido por una mujer.

Una mujer. Otra mujer. Imaginárselo con otra mujer le contrajo el estómago. Teniendo en cuenta lo poco que hacía que se conocían, y que había sido decisión suya mantener su relación en lo estrictamente profesional, sentir aquellos celos estaba fuera de lugar.

—¿Otra mujer en peligro? —le preguntó, intentando que su voz sonase neutra.

—El hombre del que estaba enamorada corría un grave peligro. Griff había prometido que Fénix se mantendría al margen de la situación, limitándose a mantenerla a ella a salvo, aunque para conseguirlo tuvieran que retenerla prisionera. Pero a ella no le importaba estar o no a salvo. Lo único que quería era tener la oportunidad de ayudarlo.

—Y la dejaste ir —adivinó.

—Y le dejé mi coche y mi pistola —añadió, con un resto de satisfacción al contarlo, a pesar de lo que le había costado.

—No me extraña que Cabot se enfadara contigo —dijo, sonriendo al imaginarse al director de Fénix tirándose de los pelos.

—Como decimos entre nosotros, Cabot no se enfada. Cabot se venga.

El aroma de las hortalizas había empezado a inundar la cocina. Añadió un chorro del vino de la cena y sirvió dos copas. El primero en probar el merlot fue él, y luego alzó su copa para invitarla a hacer lo mismo.

Kelly tomó la suya, pero no se la llevó a los labios, sino que se quedó mirando cómo daba vueltas a la comida. Tenía unas manos morenas y muy fuertes, que aunque en aquel momento estuvieran ocupándose de una tarea tradicionalmente femenina, no perdían ni un ápice de su hombría. Seguramente nada podría hacerle parecer menos masculino.

—¿Y cómo se vengó de ti?

La verdad es que no le importaba su relación con Cabot. Sólo quería que siguiera hablando.

—Encargándome casos menores. Vigilancias. Sólo me confiaba cosas que no importaban.

—Como yo.

La pregunta sonó amarga, pero ¿por qué iba a molestarle la falta de interés inicial de Cabot en aquel caso? Al fin y al cabo, no le hacía gracia la interferencia de Fénix. Quería averiguarlo todo sola, para proteger la reputación de Chad y de la fundación.

—Tú no encajabas en esa categoría —contestó John—. Yo me había estado quejando por los últimos encargos que me había hecho, así que Cabot se compadeció de mí y me dio un caso de verdad. Al parecer no esperaba que lo siguiera hasta el fondo.

Lo que has hecho no puede llamarse vigilancia.

—Pero lo hiciste.

—El ataque del aparcamiento no tenía sentido. Y si a eso le sumas lo que Ethan había averiguado…

Se encogió de hombros.

—Quizás cuando llegues al fondo de lo que está ocurriendo, Cabot reconsidere su decisión.

—Aunque lo hiciera, no podría soportar otro año de vigilancias.

Al parecer, aunque Cabot decidiera aceptarlo, su orgullo no le permitiría aceptar. Y Kelly volvió a sentirse culpable.

—Podría haber algún puesto para ti en la fundación.

En cuanto hizo el ofrecimiento, supo que había cometido un error. Ya le había dicho él antes que no pretendía trabajar para ella. Al no estar ya Chad, cualquier trabajo en la fundación sería al final trabajar para ella.

—¿Cómo qué? ¿Jefe de seguridad del aparcamiento?

Esperaba resentimiento pero sólo oyó buen humor.

—Ese puesto está todavía disponible —le respondió con el mismo tono—, pero no me refería a eso.

—Gracias, pero ya aparecerá algo.

Estaba claro que no quería seguir hablando del tema.

—No te he ofrecido el puesto por gratitud, si es eso lo que estás pensando.

—Olvídalo, Kelly.

—Es decir: que pueden echarte a patadas de Fénix por mí, puedes arriesgar tu vida por mí, negarte a cobrar por protegerme, pero a mí no se me permite ofrecerte un puesto de trabajo.

—Exacto —contestó, y levantó la tapa de la cacerola para ver cómo iba el arroz.

—Entonces, ¿qué tal si te compenso de otra manera? —sugirió, alzando la cabeza, desafiante.

Tuvo la satisfacción de ver su mano dudar en el aire antes de volver a colocar la tapa sobre el arroz.

—¿Cómo?

El corazón se le había empezado a acelerar, bien por haberse atrevido a hacerle ese ofrecimiento, o porque él pudiera aceptarlo. O quizás por ambas cosas.

—Ya te dije que confiaba en ti lo suficiente para que fijases tú el precio.

Las rodillas se le volvieron de gelatina al ver lo que había en su mirada. Sabía que no era una buena idea, teniendo en cuenta todo lo que estaba pasando, pero ya no podía resistir más.

Todo lo que la había empujado a buscar a aquel hombre, un perfecto desconocido, la primera noche, volvía a estar presente: atracción física inmediata, soledad, dolor por la muerte de su hermano, y la sensación de estar desbordada por las circunstancias. Y para completar la mezcla, una intensa química sexual entre ambos.

Sabía la clase de hombre que era. Que se podía confiar en él. Que tenía integridad, valentía y honor.

También sabía la clase de amante que era. Hábil y considerado. Paciente y exigente. Excitante.

Y sabía que la deseaba. Lo había dejado patente la noche anterior.

—¿Estás segura?

Le gustaba ir al grano, y no le parecía precisamente un defecto.

—De lo único que estoy segura es de que no tiene nada que ver con la gratitud.

La miró a los ojos un segundo más, apagó los fuegos de la cocina y dio el paso que los separaba. Ella siguió con la mirada todos sus movimientos, y el calor dulce e intenso del deseo fue creciendo dentro de su cuerpo.

Le quitó la copa de las manos y la dejó junto a la suya antes de inclinarse sobre ella y besarla en la boca.

Con el roce de sus labios, todas las emociones de la noche en que hicieron el amor volvieron de inmediato.

El beso se volvió más intenso y él la abrazó contra su cuerpo con una necesidad que parecía tan grande como la de ella. Deslizó las manos por debajo del jersey de algodón que llevaba. Cálidas y firmes, ligeramente encallecidas, sensualmente abrasivas sobre su piel, llegaron hasta sus pechos y aplicaron una presión que fue casi dolorosa. Kelly contuvo la respiración e inmediatamente aflojó la presión.

Se separó un instante de su boca para quitarle el jersey y tirarlo sobre la encimera. La humedad de sus labios no tuvo tiempo de secarse.

Sin dejar de besarla, soltó los corchetes de su sujetador y en un santiamén, estuvo junto al jersey en la encimera. Sólo entonces se separó para mirarla.

La primera vez que hicieron el amor, la había desnudado en la penumbra del dormitorio, y su boca había explorado cada centímetro de su cuerpo, pero ella no se había sentido expuesta. Pero allí, bajo la brillante luz de la cocina, fue distinto.

Alzó la mano derecha y de un modo casi reverente, tocó su pezón. A pesar de la vergüenza que le producía su desnudez, el pezón se endureció. Y todavía más cuando él lo hizo girar entre sus dedos.

Kelly tuvo que cerrar los dedos ante la intensidad de la sensación.

—¿Te gusta?

No podía ni siquiera contestarle, así que asintió. La presión crecía por segundos.

—Dímelo —le dijo con suavidad.

No estaba segura de ser capaz de hacerlo, así que abrió los ojos para mirarlo.

—Dímelo —insistió.

—Me gusta —susurró ella—. Me gusta que me toques.

Él asintió como si se tratara de un niño que hubiese aprendido una difícil lección. Y su cabeza comenzó a descender de nuevo.

Pero aquella vez sus labios se cerraron sobre la superficie dura y oscura que había creado con los dedos, y comenzó a succionar su pecho, mientras ella, incapaz de nada más, ponía las manos por detrás de su cabeza, sosteniéndolo así, pegado a ella.

La sensación creada por su boca fue creciendo hasta llegar a ser casi insoportable, en el borde del precipicio entre el placer y el dolor. Justo cuando creía que no iba a poder soportarlo más, la succión cesó. Pasó la lengua por la areola de su pecho y luego sopló ligeramente la humedad que había dejado sobre su piel.

Ella contuvo la respiración y se estremeció de nuevo. Era como si hubiera esperado toda una eternidad para sentir sus caricias. Esperándolo a él. Deseándolo sin saber lo que deseaba. Ahora ya lo sabía.

—¿Y eso? —preguntó él—. ¿Te gusta también?

—Ya lo sabes —le susurró—. Ya sabes que sí.

—Lo sé —contestó y ella sintió que la rozaba su respiración—. Lo sé todo sobre ti. Sé todo lo que te gusta. Tú me lo has enseñado.

Ella asintió y él volvió a lamerla, provocando una descarga eléctrica de puro placer.

—Aquí no —dijo.

Ella volvió a asentir, entregada a lo mucho que lo deseaba. Ni siquiera era capaz de recordar por qué se había negado a aquello la noche anterior. Los dos eran adultos. Los dos libres de ataduras. Unidos por circunstancias ajenas a su control. Circunstancias que le habían hecho depender de aquel hombre para su seguridad.

Aquello no tenía nada que ver con la gratitud, sino con el modo en que sus manos viajaban por su piel. El modo en que sus besos le robaban no sólo el aliento, sino la voluntad. Con el recuerdo de sentirse bajo el peso de un cuerpo resbaladizo de sudor. De unos músculos encontrándose con otros al penetrarla.

Mientras todas aquellas imágenes se sucedían en su cabeza, de pronto sintió que se separaban. Intentó seguirlo, y él se hizo a un lado y tiró de su brazo. Pero ella no podía soportar estar separada de él ni siquiera el tiempo necesario para llegar al dormitorio.

—Al dormitorio —dijo él, empujándola suavemente por la cintura.

Tenía razón. Quería saborear cada detalle, y la atmósfera de la cocina no era la mejor para ello.

Empezaron a andar y en aquel instante, sonó su móvil. Su primer pensamiento fue que debería haberse acordado de apagarlo. El segundo, que podía ser una llamada de alguna de las personas con las que habían hablado aquella misma tarde. Y todos ellos podían tener la información que necesitaban.

—Debería contestar.

—¿Por qué?

—Podría ser Catherine.

Era la única que había prometido llamar, aunque no le había dado la impresión de que fuese a hacerlo aquel mismo día. A lo mejor estaban de suerte.

Sin esperar a ver lo que decía él, se fue hasta la mesa en la que habían dejado la compra del supermercado y lo buscó en su interior. Había sonado ya tres veces; una más, y saltaría el buzón. Rápidamente pulsó el botón.

—¿Diga?

—Menos mal que te pillo —dijo Catherine—. Empezaba a pensar que estabas demasiado ocupada con ese pedazo de hombre para contestar al teléfono.

—No, estoy aquí.

Qué estupidez.

—Bien. Tengo algo que decirte. Tráete a tu perro guardián.

—¿Ahora?

—Es demasiado bueno para esperar. Creo que os va a interesar mucho a los dos.

—¿Sobre lo que hemos estado hablando esta tarde?

—Claro.

—¿Sobre…

Dejó la frase en el aire confiando en que Catherine la completara, pero no fue así.

—No me gusta contar secretos por teléfono. Y menos en un móvil. Acuérdate de todo lo que le pasó a la princesa Diana, aunque dijeran que fue el MI5. Si quieres la información que tengo, tienes que venir. Y si no…

Estaba claro que se moría por contarle lo que sabía, pero al parecer tenía que ser en directo. Y siempre existía la posibilidad de que hubiera descubierto algo que mereciera de verdad la pena.

—Estaremos ahí en media hora.

Kelly alzó la mirada y se encontró directamente con los ojos del hombre que, hacía un instante, estaba a punto de llevarla a su cama y hacerle el amor.

—Catherine —dijo sin necesidad después de colgar.

—Y quiere que vayamos.

—¿Te ha dicho de qué se trata?

—Sólo que tiene que ver con lo que hemos hablado esta tarde.

El suspiro de John fue muy hondo, y sin decir palabra, recogió el jersey y el sujetador y se los puso en la mano.

—¿A qué esperamos?