Capítulo 17

 

—¿Estás segura de que es aquí donde quería que nos encontráramos?

Kelly se estaba preguntando lo mismo. Estaban en la entrada de la casa de Catherine y no había luces por ninguna parte, ni dentro ni fuera.

También podía haberlo hecho así para protegerlos. Si tan importante era lo que había descubierto, sería mejor que nadie se enterara de su encuentro.

—Eso es lo que dijo. A lo mejor ha dado la noche libre al servicio porque veníamos nosotros.

—¿Qué te apuestas a que lo que ha descubierto no es tan importante como te ha dicho por teléfono? No sé cómo iba a enterarse de algo tan valioso en tan sólo unas cuantas horas.

—Catherine tiene conexiones muy importantes, no lo olvides.

—Ya.

El escepticismo de John era más saludable que la descarga de adrenalina que había sentido ella al oír la voz de Catherine. Él tenía razón. A Catherine le gustaba presumir de codearse con la gente más importante.

—¿Por qué no entramos ya y salimos de dudas?

—Yo iré delante —dijo John antes de que abriera la puerta—. Tú pégate a mí. Y lo digo en serio.

Kelly lo miró. Tenía los ojos clavados en la mansión y su perfil se recortaba nítidamente a la luz de la luna.

—No pensarás que…

—Lo que pienso es que no hay que correr riesgos. Tú no invitarías a alguien a tu casa para luego dejarla oscura como una tumba.

—A menos que haya pensado que nosotros preferiríamos que estuviera así.

—O a menos que esto sea un montaje. En cualquier caso, yo voy delante y tú me sigues. Pegada a mis talones. Que cada vez que yo eche mano atrás, te toque.

Aunque ni la situación ni el tono fuesen sugerentes, su elección de palabras sí que lo fue.

John abrió la puerta del conductor y se bajó del coche. Miró a su alrededor. Aparentemente lo que vio, o lo que no vio, le pareció normal.

Se dirigió al otro lado de la furgoneta y abrió su puerta. Cuando Kelly bajó, pegó la puerta al marco pero sin cerrarla. Con la suya había hecho lo mismo.

Cuando echó a andar, se dio cuenta de que llevaba la pistola en la mano.

Avanzaban pegados a las sombras de la casa. Kelly iba tan cerca que con tan sólo alargar el brazo habría tocado su espalda. Ni una sola vez se volvió para mirarla. Confiaba en que seguiría sus instrucciones.

Cuando llegaron a la puerta, usó su brazo izquierdo para pegarla a la pared de la casa y escuchó un momento antes de tocar el timbre.

Pero cuando estaba a punto de hacerlo sonar, dejó la mano suspendida en el aire. Kelly se inclinó hacia delante, intentando ver qué pasaba. Él se volvió a mirarla enarcando las cejas.

Si ocurría algo dentro de la casa, llamar al timbre no sería muy inteligente. Catherine los esperaba y comprendería sus precauciones, de modo que Kelly asintió, dándole permiso para entrar sin llamar.

Accionó despacio el pomo de bronce de la puerta y abrió.

Ninguno de los dos se movió. Ella contenía la respiración, escuchando el silencio sobrenatural que reinaba dentro de la casa. El frescor del aire acondicionado salía hacia la noche húmeda de Georgetown.

Con un gesto de la mano izquierda, le indicó que lo siguiera y entraron en la oscuridad.

Kelly respiró hondo intentando serenarse, pero no lo consiguió. Tenía la misma sensación que la noche de la tormenta al oír romperse el cristal: que algo no iba bien.

Pero no sabrían qué era si no entraban, así que obligó a sus pies a moverse.

Sus ojos tardaron un par de segundos en acostumbrarse a la oscuridad y, al hacerlo, una figura surgió ante ella. Era John, que avanzaba despacio y sin dejar de apuntar. Apretó el paso para no separarse de él. Sus ojos se habían acostumbrado ya por completo a la oscuridad y pudo distinguir los muebles de las habitaciones que iban dejando atrás. A la izquierda estaba el salón, del tamaño de un salón de baile, donde Catherine recibía a las visitas. A la derecha estaba el comedor, igual de grande. John ignoró ambas estancias y continuó caminando hacia el fondo de la casa. ¿Querría llegar al saloncito en el que los había recibido aquella mañana?

Habían llegado al final del vestíbulo. Ante ellos estaba la escalera curva que se dividía en un descansillo central para ascender después en dos tramos al segundo piso. John se detuvo al pie.

Sólo la primera parte de la escalera, hasta el primer descansillo, era visible. Sabía que el dormitorio de Catherine quedaba en el segundo piso a la derecha, pero no podía ver nada. Todo estaba completamente en silencio.

John se encaminó hacia el cuarto en el que habían estado aquella mañana. Al parecer había llegado a la misma conclusión que ella: si Catherine los estaba aguardando, estaría allí.

Si Catherine los estaba aguardando… qué tontería. Catherine los había llamado para pedirles que fueran. ¿Por qué no iba a estar esperándolos?

No se dio cuenta de que John se había parado y chocó con su espalda. Él la sujetó así y escucharon. Aquella vez oyó ruidos, indistintos e inidentificables, que venían de la habitación hacia la que creía que se dirigía John.

Se volvió a mirarla llevándose un dedo a los labios. Luego le mostró la palma de la mano para pedirle que esperara. Ella asintió.

John avanzó y casi inmediatamente quedó ocultó en la oscuridad. Con la espalda pegada a la pared, Kelly esperó, intentando percibir algún sonido que pudiera proporcionarle pistas de lo que ocurría. No lo consiguió. No sólo no pudo seguir el avance de John, sino que los débiles sonidos que les llegaban del salón parecían haber cesado.

Siguió esperando. No podría decir cuánto tiempo, porque aunque hubiera mirado el reloj, no habría podido ver las manecillas.

Sólo sabía que había transcurrido mucho tiempo. Demasiado sin un solo sonido. Demasiado sin que ocurriera nada. Demasiado para estar explorando una habitación pequeña.

Dio un paso sin despegar la espalda de la pared. Y después otro. Estaba ya casi en la puerta. Un paso más y vería el interior. Ya se percibía un resplandor, un ventanal por el que entraba la luna para bañar la habitación.

Seguía sin oírse nada. Nada que indicara lo que podía estar ocurriendo más allá.

Haciendo acopio de valor, dio el último paso que la colocó ante el arco de la entrada. El sofá de color crema fue lo primero que llamó su atención. Luego el resto de objetos de la habitación.

Objetos y no gente. ¿Dónde diablos estaba John?

Volvió la cabeza para mirar el lugar en el que le había dicho que esperase. Comparado con aquella estancia, el vestíbulo se veía mucho más oscuro. No quería dar marcha atrás. Mejor seguir hacia delante y tener algo de luz que volver a la más absoluta oscuridad.

Tras echar un último vistazo al vestíbulo con la esperanza de ver aparecer a John dio el paso que la hizo atravesar el arco y entrar en la sala donde Catherine les había ofrecido un té aquella tarde.

El jardín que quedaba al otro lado de los ventanales estaba perdido en líneas de sombras más oscuras y más claras. No había movimiento. Al otro lado de la habitación, había una puerta que aquella tarde estaba cerrada y que en aquel momento aparecía abierta. Según recordaba, conducía a la cocina y a la zona de servicio.

Puesto que John no había vuelto a salir por el arco y el jardín parecía vacío, dio unos pasos sobre la gruesa alfombra. Al acercarse al final del sofá tapizado en damasco, algo llamó su atención. Entre el sofá y la silla en la que Catherine se había sentado, algo largo y oscuro yacía tumbado en la alfombra.

¿John? No. Aquella forma era demasiado pequeña. Demasiado estrecha.

Identificó de quién se trataba antes de que su mente quisiera aceptarlo. Catherine Suttle estaba tirada sobre su alfombra de lana, sus ojos azules abiertos y mirando el medallón de escayola que adornaba el centro del techo.

Temblando, se acercó a la mujer que había sido su amiga y confidente desde que llegó a Washington. Se arrodilló y rozó los dedos largos y patricios que descansaban inertes sobre la seda de la bata que Catherine llevaba puesta. Los diamantes que los adornaban brillaban aún a la luz de la luna.

No había signos de violencia. No había sangre. De no ser por sus ojos vidriados, podría haber estado dormida.

¿Un infarto? ¿Un ataque cerebral?

A pesar de que ella misma había sido víctima de dos ataques, tardó un momento en considerar la posibilidad de que alguien la hubiera asesinado. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que la mujer que le había pedido que fuera allí, la mujer que decía tener información vital que darle, estaba muerta.

Y el hombre que había prometido protegerla, había desaparecido.

 

 

Aunque sólo se había detenido unos segundos junto al cuerpo de Catherine, la sombra que había visto en un rincón del salón no estaba ya. El pasillo al que la había seguido conducía a una estrecha escalera que bajaba a otro nivel.

Allí había descubierto un laberinto de estrechos pasajes y habitaciones pequeñas y sin ventanas que obviamente debían ser las de la servidumbre, cientos de años atrás. Su avance se había visto ralentizado al tener que ir examinándolas todas, lo que al final le había hecho sentirse como una rata en un laberinto.

Cada segundo que pasaba buscando en la oscuridad, intentando encontrar a quienquiera que estuviera en la casa cuando habían llegado, era consciente de que Kelly estaba sola. En otra ocasión, la noche en que ella vio al intruso en la ducha, se había visto obligado a tomar la misma decisión. Había decidido no ponerla en peligro para perseguir al hombre del pasamontañas. Y como resultado de esa elección, otra mujer estaba muerta.

También cabía la posibilidad de que, a pesar de la rápida conclusión a la que había llegado tras un breve examen del cuerpo, la mujer no estuviese muerta. En ese caso, necesitaría atención médica inmediata. Y cada segundo que pasara buscando en aquel laberinto podía ser crítico.

Frustrado porque el asesino hubiera vuelto a escapársele por los pelos, comenzó a dar marcha atrás, manteniendo bien empuñada la Glock por si el asesino había encontrado un lugar en el que ocultarse y esperaba precisamente su retirada.

A pesar de que tardó menos en volver que en bajar, con todo debía llevar perdidos cinco minutos y, al entrar en el salón, buscó inmediatamente con la mirada a la mujer que seguía inmóvil sobre la alfombra.

Se acercó a Catherine y aplicó los dedos a la carótida. Esperó, pero no hubo respuesta. El pulso estaba inmóvil.

Catherine Suttle se había equivocado. Aquellos bastardos, quienes fueran, sí se habían atrevido con ella.

Pasó una mano por sus párpados, finos como el papel, y los cerró. Parecía más en paz así. Como si durmiese a la luz de la luna.

Se levantó y pasó bajo el arco para ir en busca de Kelly. Teniendo en cuenta el tiempo que había pasado, esperaba encontrarla en el salón, pero al parecer, había seguido sus instrucciones.

Al llegar al vestíbulo, comparado con la luz del salón, parecía sumido en la más absoluta oscuridad. Tardó un momento en poder distinguir algo. Entonces se dio cuenta de que no había sido un problema de visión: el problema era que Kelly ya no estaba donde la había dejado.