Estar encerrado en la celda de castigo de Griff Cabot estaba empezando a ponerlo de los nervios. Eso podría confirmarlo cualquiera que conociese un poco a John Edmonds.
—Más vigilancia.
No había sido una pregunta, pero el hombre que estaba al otro lado de la mesa alzó la mirada y clavó sus ojos en los de él.
—Eres un experto en ella —contestó Griff.
—Y en otras cosas también.
Había trabajado durante varios años para la Agencia Nacional de Seguridad y Cabot era perfectamente consciente de las otras habilidades que había aportado a su organización. Y los dos sabían bien por qué no le permitía emplearlas.
—Vigilancia es lo que se necesita en este caso.
Griff volvió la mirada a la documentación en la que estaba trabajando. Quizá por su puesto anterior como asistente de uno de los directores de la CIA, Cabot hacía un meticuloso seguimiento de todos los casos. Cada uno de sus operativos se describía ampliamente al finalizar la misión.
En realidad, aunque Fénix era una organización privada, funcionaba de un modo similar al equipo de seguridad exterior que Griff dirigía en la agencia. John no había formado parte de ese equipo, e incluso había llegado a preguntarse si eso no sería parte del problema. En cualquier caso, nada más enterarse del trabajo que Fénix llevaba acabo, se había dirigido a Cabot para ofrecerle su colaboración, y de hecho, al principio lo habían utilizado en la amplia variedad de casos que el grupo aceptaba. Hasta que ayudó a Elizabeth Richards a escapar.
Era obvio que esa decisión iba en contra de la opinión de Griff. Sin embargo, le había parecido que ayudar a Elizabeth a llegar junto a Rafe Sinclair era lo bastante importante como para asumir el castigo que de esa acción pudiera derivarse. Aunque no se había podido imaginar que el castigo durase tanto, la verdad.
—¿Tienes idea de cuándo se me permitirá hacer algo más que vigilar?
Cabot volvió a mirarlo a los ojos, pero el director de Fénix no contestó.
—Si quieres que me vaya —le dijo John sin pestañear—, no tienes más que decírmelo.
—No pretendo echarte.
—Pues perdóname si parezco un poco idiota, pero ¿se puede saber qué es lo que pretendes?
Griff tardó un poco en contestar, pero cuando lo hizo dijo exactamente lo que John esperaba.
—Estoy intentando decidir si eres capaz de cumplir órdenes. Especialmente si es una orden que no te gusta.
—Si no hubiese ayudado a Elizabeth, Rafe estaría muerto —respondió—. ¿Preferirías que hubiera ocurrido eso?
—Tú crees que el fin justifica los medios, ¿no?
—En aquella situación, sí. Rafe estaba operando en unas condiciones que nadie conocía. Tú le habías dado tu palabra de no interferir, pero yo no. Y me pareció lógico que Elizabeth me dijera que Rafe no debía enfrentarse a aquella clase de peligro él solo. Al final…
—La cuestión es —le interrumpió—, que yo había dado mi palabra de que Fénix no intervendría. Eso era lo que Rafe quería. Me había comprometido a respetar sus deseos a cambio de que él realizara un trabajo que nadie más podía hacer. Tú lo sabías, y sin embargo decidiste actuar por tu cuenta.
Todo era cierto.
—No es algo personal, créeme —continuó Griff tras unos segundos de silencio—. Soy responsable de la gente que trabaja para mí, y tengo que saber que cuando envíe a alguien, cumplirá mis órdenes.
—No me habías dado orden alguna, al menos en lo concerniente a Elizabeth.
—Y esa es precisamente la única razón por la que sigues aquí: porque te he concedido el beneficio de la duda. Pero no volveré a hacerlo. Y si por ello decides que no quieres participar en Fénix, lo comprenderé.
John se había sentido tentado de presentar su dimisión varias veces en los últimos meses, pero al enfrentarse abiertamente a la posibilidad, se dio cuenta de que no quería rendirse.
Y si esa era la decisión que iba a tomar, no le quedaba más remedio que esperar a que se le pasara a Griff. Porque creía en la organización que él, Hawk y Jordan Cross habían creado hacía ya cuatro años. Fénix era una agencia privada creada con el fin de utilizar las formidables habilidades de Griff como miembro del equipo antiterrorista de la CIA para obtener justicia para aquellos que no podían obtenerla de otro modo.
—No estoy dispuesto a renunciar —le dijo.
Tras otro instante de silencio, Cabot buscó algo entre los expedientes que había en un rincón de su mesa. Sacó uno y lo deslizó sobre la pulida superficie de la madera de nogal del escritorio.
—Vigilancia, pero no del tipo que has estado haciendo hasta ahora. Puede que la encuentres más de tu gusto —añadió.
—¿De qué se trata?
John no quiso abrir el expediente. Siempre le había servido mejor la información que le ofrecía Cabot que lo que leía en el expediente.
—De un detalle que llamó la atención del radar mental de Ethan Snow durante su último encargo. Un nombre que se pronunció donde no se debiera. Lo único que tienes que hacer es investigar un poco y muy discretamente. Muy discretamente, insisto. No quiero que salten las alarmas. Se trata de una organización muy respetada.
Por un momento se temió que hablase de Fénix. Era poco probable, sí, ya que la mayoría de sus clientes sabían de ellos por un discreto boca a boca. Pero si no se trataba de Fénix…
Abrió el expediente y, al leer el encabezamiento en la caligrafía perfecta de Snow, supo que Cabot no hablaba en balde. Un silbido suave confirmó el nivel de respetabilidad de la organización.
—Exacto —dijo Griff—. Supongo que tendrás esmoquin, ¿verdad?
Pues no, pero no iba a admitirlo ante Cabot, que seguramente tenía media docena.
—Por supuesto —mintió. ¿Cuánto tiempo le costaría que se lo hicieran a medida?
—Entonces, te sugiero que empieces con la invitación.
John sacó del sobre un rectángulo de grueso papel color crema y leyó.
—Está bastante bien conseguida, te lo aseguro. Y nos ha costado un dinero —añadió. Seguro que tenía razón. Su crianza le permitiría ser invitado a cosas así—. Te permitirá franquear la puerta, pero sólo para observar, por supuesto.
—Una vez dentro, ¿qué tengo que buscar?
—No estoy seguro. En el expediente tienes lo que le llamó la atención a Ethan. Puede que no sea nada, pero he aprendido a lo largo de los años a confiar en el instinto de mi gente, y muy especialmente en el de Ethan. Si algo le hace desconfiar, basta para ponerme en movimiento. Además, la comida suele ser magnífica en esas cosas.
Si a alguien como Griff la comida que se servía en algún evento le parecía magnífica, es que debía serlo.
—Ah, y hay una subasta —añadió cuando John se levantaba ya—, así que cuidado con tu lenguaje corporal. No tenemos presupuesto para cubrir compras inesperadas.
—¿Y qué se subasta?
—Ropa de famosos, creo, pero no te preocupes —añadió, volviendo la mirada de nuevo a los documentos que tenía ante sí—, que dudo que tengan algo que sea de tu gusto.