Capítulo 8

 

 

 

 

 

EN EFECTO, A la mañana siguiente me estaba esperando en la puerta de la escuela. La reconocí enseguida. Llevaba el pelo negro suelto, y su vestido era de un rosa pálido que casi resplandecía. ¿Se había puesto así de guapa por Ingmar? Estiró el cuello con curiosidad cuando bajé del coche y le lanzó una mirada furtiva a Ingmar, que entonces debió de hacerle algún gesto, porque ella levantó la mano y saludó. Sentí claramente que ese saludo no era para mí, porque sus ojos siguieron el vehículo hasta que desapareció en la siguiente esquina.

—Buenos días, Birgitta, ¿qué haces aquí? —pregunté con inocencia mientras ella miraba la calle como si la hubieran hechizado—. ¿No me estarías esperando?

—Pues sí —respondió—. He pensado que…

—¿… que volverías a ver a Ingmar? —dije, terminando su frase.

Se puso colorada.

—Bueno, es que…

—¡Quítatelo de la cabeza! Su hermano gemelo no soporta que nadie sea su amigo.

Mi compañera abrió mucho los ojos.

—¿De verdad?

Asentí.

—Si supieras las ideas que se le ocurren para librarse de la gente… Mi existencia en la finca es una lucha por la supervivencia.

—Pues no lo parece —repuso ella, y el brillo de sus ojos confirmó que no me creía en absoluto—. Tal vez podrías convencerlo para que hiciera algo con nosotras.

—Puedo intentarlo —dije, aunque sospechaba que Ingmar no aceptaría.

Había sido encantador con ella, cierto, pero eso no significaba nada. Además, tampoco podría salir de la finca así como así para pasar el día en Kristianstad con un par de chicas.

—Sí, por favor, inténtalo. —A Birgitta le ardían las mejillas.

—Vamos, tenemos que entrar.

Me la llevé del brazo. El timbre no tardaría en sonar y tal vez las clases, que por fin empezarían de verdad, la distrajeran y le hicieran olvidar la idea.

 

 

NO FUE ASÍ, por supuesto. Cuando salimos del centro, se quedó otra vez conmigo hasta que el chofer pasó a buscarme.

—Recuerda lo que me has prometido —me advirtió antes de dejarme.

—¡Hasta mañana! —exclamé asintiendo con la cabeza.

Subí al coche.

—Bueno, ¿qué tal el día? —preguntó Ingmar enseguida—. Veo que ya tienes una buena amiga.

—Si tú supieras… —mascullé—. Pero por lo demás ha estado bien.

—¿Qué es lo que se estudia en una Escuela de Comercio? —preguntó Magnus—. ¿Cómo diferenciar un huevo de una manzana?

—Entre otras cosas —repliqué, y apreté mi cartera contra el pecho.

—¡No seas idiota, Magnus! —refunfuñó Ingmar—. La formación que dan allí es igual de buena que la nuestra, solo que va encaminada en una dirección concreta.

Magnus murmuró algo que no entendí, pero me dio igual. Tampoco esperaba ninguna palabra agradable por su parte.

 

 

ESA TARDE REUNÍ valor para ir en busca de Ingmar, pero por el camino me crucé con Magnus.

—¿Qué? ¿Disfrutando de la tarde libre? —preguntó con sorna—. ¿Al contrario que nosotros, que tenemos que trabajar de verdad en nuestra formación?

Me detuve y giré sobre mis talones.

—¡Eh! —exclamé al ver que seguía su camino—. ¿Quieres dejarlo ya, por favor?

—¿Dejarlo? —preguntó con cara de inocente.

—¡Dejar de tratarme como si fuera imbécil! —dije al cruzar los brazos en el pecho—. Ya sé que mi presencia te disgusta y que me consideras indigna, pero ¿por qué tienes que tratarme siempre así? Dentro de cuatro años te librarás de mí, puede que incluso antes, así que, ¿qué problema tienes?

Magnus me miró con desprecio y se marchó sin darme una respuesta. Eso me hizo hervir por dentro. Apreté los dientes y pensé si salir corriendo tras él, agarrarlo del brazo y obligarlo a escucharme. Pero seguro que tampoco habría servido de nada.

Eché a andar furiosa. Cuando llegué a la puerta de la habitación de Ingmar, el corazón todavía me latía con fuerza. Respiré hondo, levanté la mano y llamé.

—Adelante. —Ingmar estaba sentado a su escritorio, de espaldas a mí, y añadió—: ¿Desde cuándo llamas a la puerta?

—Es de buena educación —dije, y recorrí su cuarto con la mirada.

Nunca había estado allí. La habitación estaba repleta de muebles pesados que sin duda no había escogido él mismo. En ese escritorio bien podía haberse sentado su abuelo, y lo mismo ocurría con el armario y la cama, que resultaba sorprendentemente sencilla. Los doseles no debían de considerarse apropiados para los hombres.

Ingmar se volvió de golpe.

—¡Matilda! Pensaba que sería Magnus.

—Bueno, la verdad es que no nos parecemos demasiado, pero…

Se me fueron los ojos hacia la maqueta de un avión que había en una pequeña mesa cerca de la ventana. Parecía que Ingmar todavía estaba trabajando en ella.

—Claro que no os parecéis en nada —dijo sonriendo—. Por suerte, porque si no seríamos trillizos. ¿A qué debo el honor de tu visita?

—Tengo que preguntarte una cosa. Es una petición bastante extraña, pero le he prometido a una amiga que lo haría.

Ingmar levantó las cejas.

—¿No será esa amiga morena que te estaba esperando esta mañana?

—Birgitta, sí.

—Pensaba que no querías que hablara con ella.

—Yo no dije eso —repliqué—. Solo que era mejor que no le dieras falsas esperanzas.

—Cosa que no he hecho.

—Bueno, ella lo ve de otro modo. Me ha pedido que te pregunte si querrías quedar para tomar un refresco en la ciudad.

—¿No estarás haciendo de alcahueta? —Ingmar me miró estupefacto.

—Puede que sí, porque ella no podía sacarte del coche y preguntártelo. Bueno, ¿qué contestas?

—Que no. —Su respuesta fue tajante.

—¿De verdad? Es simpática.

—Ni siquiera la conozco.

—Su padre tiene una empresa.

—Y se alegraría mucho de hacerse con un título nobiliario. Mi madre, no tanto de tenerla como nuera.

Enarqué las cejas.

—¿De verdad piensas que no permitiría que te casaras con una burguesa?

—Aparte de eso, no tengo pensado casarme en un futuro próximo. ¡Si ni siquiera soy mayor de edad!

—Ya lo sé. Solo era una pregunta. Hoy Birgitta no se ha apartado de mi lado. Creo que está enamorada de ti.

—¡Ay, madre mía! —murmuró Ingmar.

No pude contener una sonrisa y él debió de darse cuenta.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—No, te aseguro que Birgitta se muere por pasar un rato contigo.

—¿Y mi opinión no cuenta?

—Acabo de preguntártelo.

Suspiró y se puso serio.

—Aunque quisiera, para mí no es tan fácil salir con una chica. Ya sabes que tengo obligaciones en la finca. Además, si alguien se fijara en nosotros, la prensa local se lanzaría enseguida sobre mí. «¡El heredero de Lejongård ha sido visto con una muchacha!» Y si se enteraran mis padres, les daría un síncope. Todavía tengo que ir al instituto y luego a la universidad. No puedo dejar que una chica me distraiga.

—¿O sea que no te gusta porque no es de tu rango?

—¿Qué tiene eso que ver?

—Bueno, algo tendré que decirle.

—Dile que no estoy interesado. Lo cual no es mentira.

—Entonces no tendrías que haberle besado la mano —señalé—. Con los sentimientos de una chica no se juega.

Ingmar puso cara de exasperación.

—¿No tienes deberes que hacer?

—Las clases acaban de empezar y todavía no nos han mandado nada —repuse, aunque vi que no tenía sentido alargar la conversación.

Nunca me había parado a pensar en todo lo que los nobles debían considerar cuando iniciaban una relación, pero de pronto comprendí que Ingmar, en algún momento, cuando estuviera preparado, sin duda se casaría con la hija de alguna familia aristocrática amiga, alguien que procediera del mismo mundo que él. Birgitta, como yo, no pertenecía a ese mundo.

—Ese avión en el que estás trabajando es muy bonito —comenté señalándolo—. No sabía que te interesaran las maquetas.

—Me interesa volar. —De pronto Ingmar parecía mucho más relajado—. Me gustaría aprender a pilotar, pero mis padres creen que es demasiado peligroso. Siguen pensando que los aviones modernos son como esas cajas de madera con las que los hermanos Wright intentaron conquistar los cielos.

—¿Y no puedes convencerles de lo contrario?

Por desgracia, sabía muy poco sobre aviones para valorar si de verdad era peligroso, aunque parecía muy emocionante.

—Seguramente no podré entrar en una escuela de aviación hasta que sea mayor de edad. Al menos entonces ya no podrán prohibírmelo. Hasta ese día tendré que conformarme con las maquetas. Y con soñar.

Sus palabras llenas de anhelo me hicieron reflexionar.

—No lo imaginaba —dije.

—¿El qué? ¿Que me gustaría aprender a volar?

Negué con la cabeza.

—Que también en tu círculo hay deseos que no pueden cumplirse. Me refiero a que ahora tienes dieciséis años, pero cuando seas mayor…

Ingmar suspiró.

—Ni te imaginas la cantidad de limitaciones que tenemos. La finca, la sociedad, nuestros padres… A veces desearía ser un muchacho normal.

—Ellos tampoco lo tienen fácil —objeté—. Si uno de nosotros soñara con volar, seguro que los demás lo tomarían por loco.

—Bueno, eso demuestra que en realidad no somos tan diferentes —comentó él con una ligera sonrisa.

—Yo nunca he dicho eso. Al contrario.

—Aun así, no creas que aquí la vida es fácil. También nosotros debemos hacer concesiones, diferentes a las de las personas corrientes, pero también tenemos barreras. Y sueños.

Su franqueza me conmovió.

—¿Te parece mal si de vez en cuando me paso a ver el progreso de tu maqueta? —pregunté.

—De ninguna manera. Aunque me temo que en estos momentos no puedo trabajar mucho en ella. Con el instituto…

—No tiene por qué ser dentro de unos días ni unas semanas. Ya la terminarás. Y tal vez entonces puedas contarme también cómo va tu sueño de volar. Me encantaría saber más sobre eso.

Ingmar me miró con cierta incredulidad, pero después asintió.

—Bueno, si no te aburre…

—¿Por qué iba a aburrirme? Me parece emocionante. Seguro que algún día también las mujeres podrán aprender a pilotar, ¿no crees?

—En realidad, ya lo hacen. Elly Beinhorn y Amelia Earhart son pilotos famosas.

—Bueno, en ese caso… Tal vez puedas llevarme algún día en tu avión.

—O tú a mí.

Sonreímos. Me dio la sensación de que Ingmar iba a decir algo más, pero entonces Magnus entró en la habitación y fue como si una sombra se cerniera sobre nosotros.

—¿Qué hace esta aquí? —protestó señalándome.

—Solo ha venido a preguntarme una cosa —dijo Ingmar—. ¿Y tú qué quieres?

Magnus me miró.

—Mejor me voy ya —dije y di media vuelta.

—Volveremos a hablar de todo eso, ¿de acuerdo?

Al llegar a la puerta, me giré y sonreí.

—¡Desde luego!

Y salí de la habitación.

 

 

BIRGITTA, POR SUPUESTO, se llevó un buen chasco cuando a la mañana siguiente le hablé de mi conversación con Ingmar.

—No te entristezcas —dije, intentando consolarla—. Seguro que encontrarás a otro joven simpático.

—No soy lo bastante buena, ¿verdad?

—Pero si no te conoce. —Suspiré.

¿Cómo podía hacerle entender las obligaciones que conllevaba Lejongård?

—No pertenezco a la nobleza, y por eso no me quiere.

—Él no ha dicho eso. —Le puse las manos en los hombros—. Escucha, que te besara la mano no quiere decir nada. En su círculo eso es algo habitual. Les parece cortés y no imaginan que con ello pueden despertar las esperanzas de alguien.

Birgitta me miró con valentía, pero en sus ojos aún se notaba la decepción.

—Además, seguro que no querrías a su hermano gemelo como cuñado. Ese chico es espantoso. Retraído y oscuro. A mí me gastó una broma muy pesada pocos días después de llegar a Lejongård, solo porque mi madre, de joven, había trabajado en la finca como criada. Me alegro de no tener que verlo mucho, y tú también deberías hacerlo.

Birgitta suspiró.

—Ojalá algún día alguien se enamore de mí.

—Y ocurrirá —le aseguré—. Date un poco de tiempo, hasta que llegue el hombre adecuado.

—¿Y qué me dices de ti? —preguntó tras una breve pausa—. ¿No estarías tentada de entrar en una casa noble por matrimonio si un conde te pidiera la mano?

—¡No! —exclamé sin pensarlo—. ¡Ni por todo el oro del mundo querría casarme con un Lejongård! Ya te he dicho que su hermano…

—Pero ¿y si fuera otro? ¿Algún aristócrata?

Negué con la cabeza.

—Tampoco. Mi corazón ya tiene dueño.

Birgitta abrió muchísimo los ojos, y en ellos vi relucir una pizca de envidia.

—¿Y quién es?

—Un joven de Estocolmo. Es hijo de un ebanista. La última vez que nos vimos me habló de matrimonio. Lo cual es un poco extraño, porque él ni siquiera es mayor de edad y yo necesitaría el permiso de mi tutora para casarme.

A mi amiga le brillaban los ojos, pero también parecía aliviada. ¿Habría pensado que me refería a Ingmar?

—Casi parece una novela. El salvador que libera a la pobre pupila de la finca.

—Bueno, no es del todo así —dije, pero Birgitta ya estaba perdida en fantasías.

—¿Cuándo será mayor de edad?

—Dentro de dos años.

—¿Y entonces vendrá y te llevará con él a Estocolmo?

—Eso espero.

Tomó mis manos.

—¡Ay, qué romántico! ¿Podré ser tu dama de honor?

—Bueno, todavía no he pensado en nada de eso, pero… Sí, por supuesto.

Profirió un gritito de alegría y se puso a aplaudir.

—Qué impaciente estoy por que llegue el día. ¡Siempre he querido ser dama de honor!

Yo también lo deseaba, pero sobre todo me alegraba de haber conseguido que dejara de pensar en Ingmar.