CAPÍTULO 5

La fiesta.

 

 

 

 

 

Mientras el agua de la ducha caía sobre su cabeza y se masajeaba el cabello con la yema de los dedos extendiendo el champú, pensaba en cómo sería esa fiesta a la que iba a acudir en solo un par de horas. Acababa de volver de su segundo día de trabajo y por fin la cuenta atrás había terminado. Su primera cita con Rebeca iba a ser una realidad y estaba convencido de que se presentaba una gran noche.

Lo tenía todo preparado para salir hacia allí con Sergio. Los dos estaban deseando vivir su primera fiesta de la residencia. Les habían hablado de lo que era aquello y aseguraban que jamás se lo pasarían tan bien como en una de esas fiestas. Lo que más le había costado fue elegir la ropa. Su fondo de armario era muy, muy modesto. En el pueblo no le había hecho falta tener ropa demasiado formal ni elegante así que, como compartía la misma talla con Sergio, este se prestó a dejarle algo para esa noche: unos vaqueros, camiseta y cazadora vaquera.

Al salir de la ducha oyó que llamaban a la puerta del baño y detrás sonó la voz de Sergio:

—Date prisa si quieres que cenemos algo antes de irnos.

Diego se puso una toalla en la cintura, fue hacia la puerta y la abrió.

—Dame diez minutos y estoy listo.

Vio que Sergio, después de abrir los ojos como platos, se giraba y le daba la espalda.

—Es… Está bien —dijo, rascándose la nuca—. Te espero.

Diego, recordando su propia timidez, volvió a entrar en el baño y cerró la puerta. En realidad había abierto para no volver a mostrarse tan retraído y hacer lo que se entendía que hacía todo el mundo. A lo mejor se había equivocado, pero él tenía entendido que entre chicos no debía de haber ese tipo de pudor que él mismo mostró la primera noche al ponerse el pijama. No le dio mayor importancia y comenzó a secarse para vestirse, intentando ir lo más rápido posible. Sergio tenía razón. Si querían comer algo antes de salir para la discoteca, debía darse prisa.

Al salir, su amigo lo esperaba sentado en su escritorio leyendo una revista.

—Ya estoy listo —anunció, con la ropa de su compañero puesta.

—Te queda muy bien —dijo Sergio, levantando la vista de su lectura.

—Gracias. Es una suerte que pueda ponerme tus cosas. Si no, habría hecho un ridículo espantoso esta noche. He pensado que ahora que trabajo, a lo mejor podría comprarme algo para no parecer un pueblerino… que en realidad es lo que soy.

—No digas tonterías —añadió Sergio sonriendo.

Se puso en pie y, al dejar la revista sobre el escritorio, calculó mal y esta cayó al suelo. Los dos se agacharon para cogerla a la vez y se dieron un cabezazo, echándose hacia atrás y quedando ambos sentados en el suelo. Se llevaron las manos donde se habían dado el golpe y se miraron antes de soltar una carcajada por lo cómico de la situación.

—Perdona —dijo Diego sin parar de reírse—. Ha sido culpa mía.

—No, perdona tú.

Diego le tendió una mano para ayudarse a levantarse y los dos se pusieron en pie. Notó que Sergio no le soltaba y que lo miraba a los ojos con nerviosismo.

—¿Pasa algo? —preguntó.

Sergio, sin decir nada, se acercó más a él y lo besó en los labios. La reacción de Diego fue apartarse de un salto y quedarse mirándolo llevándose una mano en la boca y sin saber qué decir. Jamás le había pasado nada parecido con otro chico y eso lo había cogido por sorpresa. ¿Qué se entendía que tenía que hacer en un momento así?

—Perdona —dijo Sergio, aterrorizado. Se dio media vuelta y fue corriendo hacia la puerta para salir de la habitación.

—¡Espera! —gritó Diego, yendo hacia él y cogiéndolo de un brazo antes de que abriese.

Sergio intentó soltarse, pero se detuvo y no salió, aunque no se atrevía a mirar a Diego a la cara. Le temblaba la mandíbula y parecía que iba a ponerse a llorar en cualquier momento.

—Lo… Lo siento —dijo frotándose la frente—. No sé qué me ha pasado. No… no debí de haberlo hecho.

¿Te gustan los chicos? —preguntó Diego frunciendo el ceño.

Sergio se encogió de hombros y, poco a poco, fue levantando la mirada hasta encontrar sus ojos con los de su compañero.

—Sí —contestó. Después, intentando no rozarse con Diego, volvió al interior de la habitación, se acercó a su armario, lo abrió y comenzó a dejar ropa sobre su cama—. Tranquilo. Pediré otra habitación y me iré enseguida.

Diego fue hacia él.

—¿Por qué ibas a marcharte? —quiso saber, extrañado.

Sergio se detuvo y se dejó caer sentándose sobre la cama.

—Puedes insultarme o pegarme, como hacía todo el mundo hasta llegar aquí pero, por favor…

Se calló invadido por las lágrimas. Se llevó ambas manos a la cara y rompió a llorar.

Diego se agachó frente a él y le cogió las muñecas para que se descubriera y no tuviera vergüenza.

—¿Te hacían esas cosas? —preguntó, a punto de echarse a llorar él también.

Sergio asintió con la cabeza cerrando los ojos.

—Lo único que te pido —dijo intentando coger aire para que el llanto lo dejase hablar—, es que no se lo cuentes a nadie. Desapareceré y no volveré a acercarme a ti, pero te ruego que no lo digas. No soportaría volver a vivir un infierno como el que he vivido.

—Ni voy a decir nada —aseguró Diego—, ni te vas a marchar. Eres mi amigo.

Sergio se quedó helado al oírlo. Tanto, que se le cortaron las lágrimas. Lo miró sorprendido, como si se hubiera dado cuenta de que estaba ante una aparición, y se mordió el labio inferior.

—¿Lo dices en serio? —preguntó.

—¡Claro que sí!

—¿No estás enfadado?

—No, no —insistió Diego—. Me ha sorprendido, porque no tenía ni idea, pero por supuesto que no me enfado.

—¿Y no te importa compartir habitación con un marica?

—Por favor, no uses esa palabra y no, no me importa. Nunca había conocido a nadie que fuera… gay… y te pido disculpas por reaccionar así.

—Soy yo quien tiene que pedir disculpas —dijo Sergio como si se desinflara—. No debí besarte. Me dejé llevar.

—Bueno… Ya está hecho… ¿Qué le vamos a hacer?

Sergio se quedó mirándolo y sonrió a punto de volver a echarse a llorar.

—¿Sabes? —dijo—. Cuando te vi por primera vez supe enseguida que era una buena persona, pero me acabas de demostrar no solo eso, sino que eres un gran ser humano. Gracias —añadió con una lágrima cayéndole por la cara—. Muchas gracias.

—Venga —pidió Diego poniéndose en pie para quitarle importancia al asunto—, que se nos hace tarde.

Sergio se levantó también y se quedaron los dos frente a frente mirándose en silencio. Diego sintió tanta ternura por su amigo… Se le veía tan frágil… no podía imaginar que nadie hubiera podido maltratarlo como decía que lo habían hecho. Se le partía el corazón solo con pensarlo. Le dio un fuerte abrazo para dejarle claro que eso no le iba a ocurrir con él y que estaba dispuesto a que no sucediera con nadie más. Ahora se encontraba a su lado y no consentiría que nadie le hiciera daño.

Entonces comprendió lo que le había contado de su ciudad de origen y las ganas que tuvo de escapar de allí. Debió de haberlo pasado muy mal y eso lo acercó más a él con la necesidad de protegerlo, él que estaba demostrando ser tan frágil. No importaba. Sería capaz de hacerle frente a cualquiera que quisiera hacerle daño. No entendía mucho del tema, pero la verdad era que le daba igual si a su amigo le gustaban los hombres o las mujeres. Era su amigo y no había nada que cuestionar. Nunca tuvo demasiados, pero siempre pensó que a los amigos se les aceptan como son, o no serían amigos. Sergio lo era y aceptaba todo de él. Además, no le estaba haciendo daño a nadie. Al contrario. Era a él a quien se lo hacían los demás, y eso le cabreaba mucho. Siempre había odiado las injusticias y Sergio había vivido una vida injusta. Al menos tuvo el valor de escapar de aquello y empezar una nueva vida en un lugar que podía acogerlo con más generosidad, puesto que en esa ciudad tan grande había diversidad y eso normalizaba mucho las cosas.

Normal… ¿Qué significaba ser normal, si él mismo se consideraba un bicho raro? Nadie era nadie para juzgar a los demás. Su abuela siempre le había enseñado a no juzgar para no ser juzgado, a no dañar si no quieres que te dañen y a ser siempre una buena persona. Estaba muy agradecido de haber tenido la educación que le habían dado, porque ahora podía estar a la altura viviendo una nueva vida en un lugar tan distinto al que había conocido siempre.

Se separaron y comprobó que Sergio estaba más tranquilo.

—Muchas gracias otra vez —dijo su compañero.

—No hace falta que las des —añadió Diego—. Para eso están los amigos. Y ahora, ¿nos vamos? Recuerda que nos espera una gran noche por delante.

—Para mí ya lo está siendo.

Los dos bajaron y se compraron un bocadillo para poder ir cenando de camino a la discoteca, un lugar que no sabían muy bien dónde estaba, pero al que se podía ir andando. Descubrió que se encontraba cerca de la librería, en Tribunal, muy próximo a la parada de metro, aunque por allí no pasase la línea que llevaba a la residencia. Por el camino preguntaron a varias personas y así consiguieron llegar. Mientras andaban supieron que un vínculo diferente al que ya tenían se había despertado entre ellos. Lo que acababa de ocurrir en su habitación, lejos de alejarlos por lo atrevido del acto por parte de Sergio, los había acercado aún más. Los dos necesitaban a alguien en qué apoyarse, por motivos diferentes, y lo habían encontrado el uno en el otro.

Al llegar vieron que ya empezaba a haber gente alrededor del local, que ya estaba abierto. La entrada de la discoteca, en el bajo de un edificio de viviendas, estaba iluminada como en las películas que hasta entonces había visto en televisión. En el rótulo se leía Starlight como si fuera la entrada a un mundo nuevo. Los dos se detuvieron en la acera de enfrente y miraron entusiasmados.

—Parece que va a ser todo un éxito —dijo Diego, deslumbrado por todo lo que estaba viendo.

—Va a venir más de medio campus universitario —advirtió Sergio—. Desde luego que lo va a ser.

—Escucha —pidió Diego girándose hacia él y poniéndose serio—. No te separes de mí hasta que encuentre a Rebeca, ¿de acuerdo?

—¿Rebeca? —preguntó Sergio extrañado.

Entonces Diego se dio cuenta de que no le había contado nada sobre ella. Hasta entonces había sido como un secreto bien guardado, algo que llevaba dentro para sí mismo.

—Es una chica de la residencia con la que he quedado aquí —explicó—. Fue ella la que me habló de la fiesta.

¿Una cita?

—Más o menos —contestó Diego orgulloso, aunque advirtió que a Sergio no pareció gustarle mucho la idea. Recordó el beso robado y se preguntó si su amigo no estaría enamorado de él. Al principio había pensado que ese beso fue un impulso, que se había dejado llevar, pero al hablarle de una cita con una chica, vio en sus ojos que podía haber dentro de él algo más.

—No te preocupes —disimuló Sergio—. Yo te acompaño hasta que la encuentres.

—Pero no hace falta que después te vayas. Puedes quedarte con nosotros.

—¿Y hacer de carabina? No. Tranquilo que seguro que conocemos a un montón de gente y estaré acompañado enseguida.

Diego sonrió con ternura al ver cómo se comportaba su amigo y supo que era muy afortunado por haberlo encontrado.

Cruzaron la calle para entrar en el Starlight, pasando entre la gente que allí esperaba a los amigos con los que habían quedado para entrar. Se fijó en que todos iban muy bien vestidos y se alegró de que Sergio le hubiera dejado algo. Estaba convencido de que si hubiese ido con su ropa, todo el mundo se habría reído de él.

Se fijó en esa gente, por si allí estaba Rebeca esperándolo, pero no la vio, así que entraron, como si estuviera cruzando la puerta hacia otra dimensión, otro mundo nuevo que se abría ante él y que tenía que descubrir. Tantas cosas nuevas día a día hacían que su corazón no dejara de latir con fuerza a cada minuto. Eso sumado a su cita con la chica misteriosa hacía de ese momento uno de los más apasionantes y esperados de su vida. Le resultaba extraño, pero si le hubieran contado todo eso unos días antes, cuando aún vivía en el pueblo, no le habría dado ninguna importancia, pero estaba allí y todo se veía diferente, todo era real y quería vivirlo.

Pagaron su entrada y pasaron como dos chicos nuevos e inocentes que buscaban vivir nuevas experiencias y pasarlo bien en una noche que podía marcar de verdad el principio de esa etapa de sus vidas.

El Starligt por dentro era aún más sorprendente que por fuera, puede que porque Sergio no esperaba gran cosa del interior de una discoteca. Quizá sí se lo había imaginado algo más luminoso, puede que por lo que había visto por fuera. Pasaron a una especie de recibidor amplio de paredes negras con un mostrador a un lado que iba cogiendo las chaquetas de la gente, aunque como aún estaban en verano, pocos llevaban nada que pudieran dejar.

De frente unas puertas abiertas daban al interior de la discoteca. Entraron y allí vieron un espacio mucho más amplio, también de paredes negras, una pista en el centro, dos barras, una a cada lado, con sus camareros preparados y por un costado unas escaleras subían a un nivel un poco más alto, como un gran balcón a la pista, donde había mesas, sofás y otra barra para la gente que quisiera charlar y no le apeteciese bailar.

Focos y luces de neón iluminaban la estancia cubierta de música dance a todo volumen. Finally, de CeCe Peniston fue la primera canción que escuchó allí dentro, un tema que conocía, y eso le hizo meterse aún más en ese ambiente que lo estaba deslumbrando.

—Vaya —dijo en voz alta para que Sergio pudiera oírlo—, esto está genial.

—¿A que sí? —añadió su amigo entusiasmado.

Diego seguía buscando con la mirada a Rebeca pero, como había varias zonas muy oscuras allí, podría haber estado en cualquier parte y no darse cuenta. Tenían que haber quedado de una forma más concreta, para no tener que ir buscándola nervioso por si no la veía. Por lo menos a una hora, ya que eran las once de la noche y no tenía ni idea de cuándo llegaría ella. Solo le quedaba esperar y que eso no se llenara demasiado de gente y así pudiera encontrarla con facilidad.

Fueron a bajar unas escaleras que daban a la pista para cruzar la sala y verlo todo mejor, cuando Diego sintió que alguien le ponía una mano en el hombro. Se volvió esperando verla a ella, pero se trataba de un chico que no había visto nunca y que lo sonreía.

—¡Hombre, Iván! —le dijo el chico—. Pensábamos que no ibas a venir. ¿No dijiste que no podrías? ¿Y qué te has hecho en el pelo? ¡Vaya corte!

Diego se quedó perplejo escuchándolo sin entender nada.

—Disculpa, pero yo no me llamo Iván —fue todo lo que se le ocurrió decir.

—¡No digas tonterías, Iván! Anda, ven que estamos todos al fondo.

—Te digo que yo no me llamo así —insistió Diego mirando a Sergio, que atendía con el ceño fruncido.

El chico inclinó la cara prestando más atención a su aspecto físico, negó con la cabeza y se mezcló entre la gente.

—¿Lo conocías? —preguntó Sergio al quedarse solos.

Diego se encogió de hombros.

—¡Qué va! —respondió—. ¿Tú entiendes algo?

—Te ha confundido con un tal Iván. Eso es todo.

—Ya, pero lo curioso es que no es la primera vez.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Sergio.

—Hace un par de días alguien me saludó por la calle y se señaló el pelo extrañado —explicó Diego cruzándose de brazos—, después, en mi entrevista de trabajo, mi jefe me dijo que me conocía de ir a comprar allí y ahora este chico me llama Iván y me pregunta qué me he hecho en el pelo. ¿No crees que es demasiada coincidencia?

—Lo que está claro es que te debes de parecer mucho a alguien que lleva otro peinado —dedujo Sergio.

—Ya lo creo…

Continuaron adentrándose en la discoteca pasando entre la gente. Todos parecían estar disfrutando bailando y charlando. Desde luego que las verbenas del pueblo no tenían nada que ver con eso. Esta forma nueva de pasarlo bien era fascinante y empezaba a tener ganas de ponerse a bailar también, aunque se contuvo, convencido de que no sabría hacerlo tan bien como los demás.

¿Te apetece tomar algo? —preguntó Sergio.

Con la entrada tenían una consumición sin alcohol, por lo que un refresco no iba a resentir su inexistente economía y así podría estar haciendo algo mientras llegaba Rebeca.

—Vale —contestó.

—Vamos a la barra del fondo, así vemos esto mejor.

—De acuerdo —accedió Diego, sin dejar de mirar a todos los que allí bailaban, en busca de la chica.

Mientras caminaban vio que alguien levantaba la mano al lado de la barra y parecía que los saludaba a ellos. Diego estiró el cuello para ver si era Rebeca, acercándose más deprisa, y la dueña de esa mano salió de entre un grupo de gente yendo hacia ellos. No se trataba de su chica.

—¡Hola, Diego! —saludó Sara al estar frente a los dos. Al principio no la reconoció, porque iba muy bien arreglada, con un vestido y el pelo suelto, pero enseguida vio en esa sonrisa a la chica que se encontraba a menudo en los pasillos y que, no sabía por qué, lo saludaba e intentaba hablar con él.

—¡Hola! —saludó Diego sin demasiado entusiasmo.

—Vas muy guapo —dijo ella mirándolo de arriba abajo.

—Gracias —añadió Diego, más animado, mirando la ropa que llevaba.

—Parece que va a venir todo el mundo, ¿eh?

—Sí, eso parece —contestó él, más bien esperando a que la chica se marchase ya, aunque parecía que estaba interesada en tener una conversación con ellos. No es que a Diego eso lo molestara, sino que no conocía de nada a esa chica.

—Hola, yo me llamo Sergio —dijo el otro chico—. Tú debes de ser Rebeca, ¿no?

Sara lo miró extrañada.

—No —se apresuró a decir Diego, negando con las manos.

—Ah —disimuló Sergio—. Me he debido de equivocar, perdona.

—No pasa nada —añadió ella con algo de decepción en su mirada—. Pasadlo bien y espero que encontréis a esa Rebeca.

Hizo gesto con una mano diciendo adiós y se dio media vuelta para mezclarse otra vez entre la gente, ya sin la sonrisa con la que los había recibido.

Diego lanzó una mirada de reproche hacia Sergio.

—Como estabas buscando a una tal Rebeca —se defendió el chico—, pensé que era ella.

—El caso es que no sé por qué se ha ofendido.

—Porque le gustas —dedujo Sergio.

—No digas tonterías. Anda, vamos a la barra.

Los dos se dirigieron hacia allí. Diego iba girándose en busca esta vez de Sara. Las palabras de Sergio le habían hecho pensar. Esperaba que no fuera cierto y, si así era, no quería haberla ofendido, aunque hubiese sido el propio Sergio quien hubiera metido la pata. No la conocía de nada, pero eso no significaba que no le importara cómo se sintiera.

Pidieron un refresco cada uno y se lo tomaron mientras miraban a la gente bailando en la pista al ritmo de Everybody’s Free (To Feel Good), de Rozalla. Diego estaba deseando mezclarse con esa gente y bailar como ellos, aunque para eso primero tenía que aprender. Nunca había bailado ese tipo de música y no estaba seguro de saber hacerlo bien. Para ser la primera vez, hacer de observador no estaba nada mal.

—¿Vamos a la pista? —preguntó Sergio al terminarse su bebida, dejando el vaso en la barra.

—No —contestó Diego poniéndose colorado—. No se me da bien bailar.

—Anda, si no es complicado. Solo tienes que dejarte llevar.

—¿Por qué no vas tú? —sugirió Diego—. Yo me quedo aquí.

—¿Estás seguro de que no te importa que vaya a bailar?

—Claro que no —respondió aliviado de que no insistiera para que fuese con él.

—Bueno —dijo Sergio dando un paso al frente—, si te animas ya sabes dónde encontrarme.

Fue hacia la pista y enseguida se puso a bailar como si lo hubiera hecho toda la vida. Diego sintió envidia sana. Le habría gustado ser más abierto, igual que Sergio, pero cada uno venía de un ambiente y un lugar muy diferentes. Estaba seguro de que su compañero había bailado en discotecas un millón de veces antes de llegar ahí. Además, se le notaba y mucho. Era el que mejor bailaba de todos en la pista.

Disfrutó viendo cómo se lo pasaba Sergio, que lo estaba dando todo, e incluso le pareció que se insinuaba a algún chico de los que allí también bailaban. No tardó en tener un acompañante que bailó junto a él. Se alegró por su amigo. No habría sido justo que Sergio no hubiera disfrutado de la fiesta solo por haber ido con alguien tan retraído como él. Prefería quedarse mirando mientras aparecía Rebeca, aunque daba la sensación de que no lo iba a hacer nunca, o al menos la espera se le estaba haciendo eterna.

Mientras lo hacía, un chico que pasó por delante lo saludó con la mano sonriendo y él, aunque no lo conocía de nada, le devolvió el saludo, pensando que sería alguien de la residencia que lo había visto por los pasillos o por el comedor, aunque él no iba saludando por ahí a desconocidos solo por saber que compartían residencia. Siempre había creído que en las ciudades la gente no se comportaba como en los pueblos, donde todo el mundo se saluda por la calle, porque todos se conocen.

No tardó en comprender por qué lo había hecho. Poco después alguien lo llamó tocándolo en la espalda. Se giró y una chica lo sonreía.

—Hola, Iván —saludó ella después de darle un sorbo a su refresco—. Pensaba que no vendrías.

—¿Otra vez? —dijo él de un impulso.

—¿Cómo?

—Nada —contestó Diego negando con la cabeza e intentando tener paciencia—. No soy Iván. Por alguna extraña razón me debo de parecer a él, pero no lo soy.

Ella giró un poco la cara y lo miró de reojo desconfiando.

—¿Es otra de tus bromas? —preguntó frunciendo el ceño—. Que te hayas cortado el pelo para disimular no significa que me lo vaya a tragar.

Diego suspiró dejándose caer de hombros y buscó en uno de los bolsillos de sus vaqueros. Sacó la cartera y le enseñó el DNI.

—¿Te lo crees ya? —dijo, aburrido con el tema.

Ella lo cogió para mirarlo de más cerca y asegurarse de lo que ponía.

—Vaya —exclamó—. Es verdad que no eres Iván. —Lo miró a él más sorprendida aún y después giró el carnet—. Y además tenéis la misma edad. Si no recuerdo mal, incluso nacisteis el mismo día. ¿No será un carné falso, Iván?

Diego le quitó el DNI de las manos y, sin dar explicaciones, se marchó de allí dejándola con la palabra en la boca. Empezaba a estar harto de esa situación. Si seguía así, podían amargarle la fiesta. Por suerte el cometido de esa noche era su cita con Rebeca y eso lo arreglaría todo, porque ese tal Iván empezaba a ser un fastidio. Podía parecer una tontería, pero la incertidumbre de no saber por qué todo el mundo se había puesto de acuerdo en llamarle así lo agobiaba. No tenía ni idea de quién era ese chico, pero ya empezaba a caerle mal.

Fue hacia el baño. Ya se había fijado que estaba en la zona de la discoteca que se encontraba a un nivel un poco más alto que la pista, donde estaban las mesas y los asientos. Al menos entre que iba y venía, se le pasaría un rato. Al menos sabía que Sergio sí que se lo estaba pasando bien. Empezaba a odiarse por ser tan introvertido. Si no tuviera esa vergüenza, podría haber salido a la pista a bailar sin pensar en cómo estaría haciéndolo o si se reirían los demás. Envidiaba eso de Sergio. Él era mucho más abierto y desinhibido.

Al pasar entre la gente vio en uno de los sofás cerca del baño algo que le hizo detenerse y quedarse mirando con el corazón roto en mil pedazos. Si no hubiese sido porque lo tenía justo frente a él, no podría habérselo creído. Allí vio, sentada y besándose con otro chico, a Rebeca.

No podía comprender qué estaba pasando. Se quedó helado frente a ellos sin saber reaccionar. Se entendía que Rebeca había quedado con él, que tenían una cita. ¿Qué hacía entonces besándose con otro? No es que ellos tuvieran nada serio ni ningún compromiso, pero nadie quedaba con otra persona para ir a una fiesta y se comportaba así.

Como si se hubiese sentido observada, Rebeca se separó del chico y lo vio, al principio sorprendida de que la estuvieran mirando mientras se enrollaba con un chico. Al reconocer a Diego, le sonrió y le saludó con la mano, cosa que lo desconcertó aún más. Él, torciendo un labio y frunciendo el ceño, se volvió y siguió su camino hacia el baño, caminando entre la gente como un fantasma. ¿Cómo era posible que a Rebeca eso le pareciera normal? Al verse descubierta no solo no disimuló, sino que se comportó con naturalidad saludando al que en realidad era su cita.

—¡Hola, Iván! —le dijo un chico parándolo y devolviéndolo al mundo real—. Me habían dicho que andabas por aquí. ¿Qué haces que no vienes con nosotros?

—¡Dejadme en paz ya! —gritó Diego, harto de esa situación y dejando al chico con la palabra en la boca.

Siguió caminando y al llegar al baño se detuvo en la puerta sin recordar por qué había ido allí, si no tenía ganas de entrar. Apoyó la espalda contra la pared mirando cómo se divertía todo el mundo. Si ese era el concepto de una fiesta, viendo lo mal que se lo estaba pasando, aquello no era para él. Pensó en irse, pero no quería caminar de noche por Madrid solo y tampoco quería obligar a Sergio a marcharse. Tampoco podían volver ya a la residencia. La norma decía que por la noche quien no estuviera dentro, se quedaba fuera hasta por la mañana, cuando abriesen. ¿Cómo se le había ocurrido ir? Ahora le parecía una estupidez esa fiesta a la que tanta importancia le había dado al principio, cuando pensó que iba a ser una noche perfecta. El chico al que tenía que estar besando Rebeca era a él, no aquel otro que vio tocando a su chica. Debía tener paciencia e intentar no pensar en ella, aunque era imposible. La imagen de su cita besándose con otro en aquel sofá no se iba de su mente mientras seguía preguntándose por qué.

Lo mejor que podía hacer era intentar relajarse y esperar. Ya había ido allí y no le quedaba más remedio que quedarse hasta el final. Al menos la música que estaban poniendo le gustaba. En ese momento sonaba el Gypsy Woman, de Crystal Waters, una melodía que siempre relacionaría con esa noche y el instante en el que se le rompió el corazón.

Se alejó de allí intentando no mirar hacia donde la había visto y fue de nuevo hacia la pista. Se iba a poner a bailar y le daba igual si lo hacía bien o mal, incluso si la gente se reía de él. Había ido allí a pasarlo bien y aún estaba a tiempo de hacerlo, aunque por dentro un nudo le recordase que otro ocupaba su lugar. Se mezcló entre la gente y comenzó a moverse intentando dejarse llevar por la música, pero sus movimientos eran torpes, empujaba a los que estaban a su lado y vio que enseguida le hicieron hueco para que no molestara a los que bailaban cerca de él. Cuando vio un par de risas sin ningún disimulo, se dio por vencido y dejó de bailar, si es que a eso se le podía llamar así. Salió de la pista mirando hacia el suelo y fue hacia la zona de asientos, al otro extremo del que estaba Rebeca, y se sentó en uno de los sofás que había al fondo contra la pared, donde vio a varias parejas besándose, cosa que no ayudó a olvidarse de lo que había descubierto.

Se echó hacia atrás suspirando y cerrando los ojos. Aún quedaba mucha noche y se le iba a hacer muy larga. Allí la música se oía a un volumen menor y eso ayudó a que no le doliera la cabeza.

—Qué gran fiesta, ¿eh? —oyó a su lado.

Abrió los ojos y allí estaba sentada junto a él Sara, esa chica que aparecía de la nada y en todas partes. Apoyaba los codos en las rodillas y la barbilla en las manos con cara de estar aburriéndose incluso más que él.

—Sí —añadió él con la misma ironía en su tono—. Cumple con las expectativas.

—Incluso las supera —dijo ella mirando hacia el frente.

Diego se echó hacia delante.

—¿Son siempre así estas fiestas? —preguntó.

—Qué va —contestó ella girando la cara hacia él—. A veces son incluso peores.

Los dos se echaron a reír. ¿Qué otra cosa podían hacer en una noche que no podía ir peor?

—¿Qué te ha pasado a ti? —quiso saber Diego preguntándose por qué se aburría esa chica que lo seguía a todas partes.

—Da igual —suspiró ella.

—No, venga. Dime.

Sara se incorporó y apoyó su espalda en el sofá.

—Mira a toda esa gente pasándoselo bomba, relacionándose los unos con los otros y recordándonos que nunca seremos como ellos.

—Es justo lo que pienso yo —dijo Diego sorprendido de ver que alguien se sentía igual que él en ese lugar.

Ella continuó con su reflexión:

—Los dos nos hemos vestido con ropa que jamás nos podríamos, solo por impresionar a alguien con quien pensábamos acabar en esta fiesta, pero ese alguien buscaba a otra persona y aquí estamos, aburridos en la fiesta de la temporada.

Diego miró la ropa de Sergio que tenía puesta y pensó que Sara tenía toda la razón y que era agradable encontrar a alguien que se sentía como él.

—¿Habías quedado con algún chico aquí? —preguntó.

—Yo no diría eso —contestó ella—. No había quedado, pero quería impresionarlo… y él sí había quedado con otra chica.

—¿Quién es ese chico?

Sara lo miró en silencio, cogió aire y contestó:

—Da igual. Ya da igual.

—Venga —dijo Diego poniéndose en pie y tendiéndole una mano—. Dejemos de compadecernos por nosotros mismos y salgamos de aquí.

Sara cogió la mano y se puso también en pie.

—¿Salir de aquí? —preguntó sonriendo como si de repente empezara a pasárselo bien.

—Sí. Esta fiesta es una mierda o nosotros no estamos hechos para esto. El caso es que no deberíamos de estar aquí.

—Puede que en el fondo aún no estemos preparados para el ritmo de Madrid y hayamos querido ir demasiado deprisa.

Diego la miró arrugando la barbilla y asintiendo con la cabeza.

—Tienes toda la razón —dijo—. Por eso no deberíamos de estar aquí.

Ella sonrió.

—Vámonos, entonces —afirmó—. Puede que estemos a tiempo de que sea una gran noche.

Ahora fue Sara la que cogió a Diego de la mano y lo arrastró entre la gente hasta salir del Starlight. Él se dejó. Tenía tantas ganas de salir de allí como ella y sabía que cualquier cosa iba a ser más divertido que quedarse allí dentro.

 

 

Ya en la calle se abotonó la cazadora vaquera de Sergio pensando en qué estaría haciendo su compañero de habitación.

—No deberíamos alejarnos mucho —dijo el chico preocupado, mirando hacia la puerta de la discoteca.

Al contrario que cuando entraron, a esa hora ya no había nadie alrededor del local. Solo el portero vigilando si entraba o salía alguien. Iba a ser la una de la madrugada y tanto el ambiente como el sentimiento era muy diferente de cómo lo vieron a las diez de la noche.

—¿Por qué dices eso? —preguntó ella poniéndose una chaqueta que había dejado en el guardarropa.

—Es por Sergio —contestó él—. No le he dicho que salía. En algún momento me buscará y no sabe que me he ido. ¿Te importa que entre a buscarlo y decirle que estoy fuera?

—Claro que no —consintió ella—. Eso demuestra que eres un buen amigo.

—Ahora mismo salgo —dijo él yendo de nuevo hacia la puerta.

Entro y de camino hacia la pista de baile, donde había dejado a Sergio y esperaba encontrarlo, dos chicos lo pararon.

—Hola, Iván —dijo uno de ellos.

—Hola —contestó él dándose por vencido y dejando que lo confundieran con Iván—, ¿qué tal?

—Creo que te están buscando —añadió el otro.

—Sí —disimuló Diego siguiéndoles la corriente—. Entraba a buscar a estos. Ahora nos vemos. Adiós.

Continuó caminando hacia su objetivo. Ya no se hacía preguntas sobre ese Iván. Estaba dispuesto a dejar aquella noche atrás y al día siguiente volvería a la normalidad.

Echó un vistazo a la pista y, como había esperado, allí seguía Sergio, bailando como si no hubiera pasado el tiempo, con la misma energía que al principio. Se acercó a él y, cuando lo vio, dejó el baile y, sonriendo, se limpió el sudor de la frente.

¡Diego! ¿Cómo lo estás pasando?

—No tan bien como tú —contestó el otro, riendo—. Escucha, salgo fuera, por si me buscas y no me encuentras. No me alejaré mucho de la puerta.

—¿Has encontrado a esa chica? —quiso saber Sergio.

Diego arrugó la barbilla.

—En realidad sí —contestó—, pero no estoy con ella.

—¿Y eso?

—Mañana te lo cuento.

—¿Estás solo? —se preocupó Sergio—. Si quieres salgo contigo.

—No, no —contestó Diego negando con la cabeza—. Estoy con esa chica que nos hemos encontrado al entrar. Sara.

—No paras, ¿eh? —se rio su amigo.

Diego también rio.

—No es lo que piensas —explicó—. Vamos a tomar el aire, que no estoy acostumbrado a la música tan alta.

—Sí, sí, seguro.

—Anda, sigue bailando. Estoy fuera.

—Hazme un favor —le dijo Sergio cogiéndole de un brazo para que aún no se fuera.

—Dime.

—Pásatelo bien. Si tienes que irte, no te preocupes por mí. Nos vemos en la residencia.

Diego se rio de nuevo.

—No me voy a ir. Ya te digo que no es lo que piensas.

Sergio lo señaló con un dedo como diciendo que a él no lo engañaba. Se despidieron con la mano y Diego volvió a la calle deseando que nadie volviera a pararlo llamándolo Iván. Prefería no pensar en eso, aunque tampoco podía evitarlo. Le intrigaba mucho saber quién era ese chico con el que lo confundían y si de verdad se parecían tanto.

Al salir Sara lo estaba esperando apoyada en un coche. Podía ser una buena oportunidad para hacer una amiga nueva, así que iba a aprovechar para salvar de alguna forma esa noche que prometía ser perfecta y acabó en decepción.

—¿Has encontrado a tu amigo? —preguntó ella al tenerlo en frente.

La chica sonreía y lo miraba como si lo conociera de toda la vida. Para variar eso era agradable. Hacía que no se sintiera tan extraño en una ciudad tan grande que podía comérselo.

—Sí —contestó Diego—. Le he dicho que estaba por aquí afuera. No creo que me eche en falta. No ha dejado de bailar desde que nos has visto al principio de la fiesta y tampoco tiene pinta de ir a parar pronto.

Los dos rieron. La noche estaba en su plenitud y hacía más frío que durante el día. Cerraron sus cazadoras y fueron a sentarse al escalón de un portal cercano para estar algo más resguardados.

—Cuéntame —dijo ella—. ¿Cómo te estás adaptando a Madrid?

—Bueno —respondió él rascándose la nuca—, no sabría qué decir a eso, porque aún no lo sé. Esto es tan diferente a lo que he vivido toda mi vida… Es como si a cada minuto experimentase algo nuevo.

—¿Vienes de una ciudad pequeña?

—De un pueblo. Para que te hagas una idea, es la primera vez que entro a una discoteca.

—¿En serio? —dijo ella sorprendida.

—Sí, y la verdad es que no sé si volveré a hacerlo muchas o pocas veces, pero esta primera la recordaré siempre.

—¿Es por esa chica?

—Da igual —suspiró Diego. No quería volver a traerla a la mente.

—A todos nos dan tortas de vez en cuando —añadió Sara.

—Supongo que sí. Bueno, en el fondo la culpa ha sido mía, por hacerme ilusiones.

—No eres el único que se hace ilusiones.

Diego la miró a los ojos intrigado.

—Tú también venías por un chico —comentó recordando—. Es verdad. Parece ser que a los dos nos han dado un escarmiento.

—No te creas. Yo pensaba que lo mío iba a ser peor.

—Eso es porque no te lo has encontrado besándose con otra —dijo él arqueando las cejas y ladeando la cabeza.

—A lo mejor tenía que ocurrir así y esa chica no era para ti —continuó ella—. Puede que haya ocurrido por algo y hayas venido a la fiesta por ella, pero el destino quisiera que vinieras por otra cosa.

—No entiendo lo que quieres decir —se extrañó él frunciendo el ceño.

—Nada, cosas mías. Anda, cuéntame algo de ti.

Diego se quedó un poco pensativo mirando al vacío intentando encontrar cosas para contarle, algo que fuera interesante y no le hiciera parecer un simple pueblerino.

—En realidad —dijo—, hay poco que contar. Podría intentar impresionarte, pero para eso tendría que mentirte. Yo pensaba que era un chico normal con una vida normal, pero al venir aquí me he dado cuenta de lo pequeño e insignificante que soy.

—No digas esas cosas. Tú puedes ser lo grande que quieras. Solo tienes que creértelo.

—Será que no me lo creo.

Sara le dio un pequeño golpe en un brazo.

—Pues empieza a hacerlo —dijo.

¿Qué hay de ti? —preguntó él para evitar tener que contarle lo aburrida que había sido su vida hasta entonces.

La verdad era que si se paraba a pensarlo, lo que había ocurrido esa noche era lo más emocionante que había vivido nunca y eso le parecía un poco triste.

—Bueno, soy una chica que quiere estudiar periodismo y por eso estoy aquí. Tengo la suerte de que mis padres pueden pagarme la carrera y la verdad es que eso es lo que llena mi vida ahora, aunque espero que sea compatible con más cosas.

—¿Qué cosas?

—No sé —contestó ella cogiéndose ambas rodillas—. Hacer amigos, conocer Madrid, tener un poco la sensación de vivir…

—Sé a qué te refieres —asintió él—. Yo pienso lo mismo, aunque tengo claro que cuando esto acabe, volveré al pueblo.

—¿Ah, sí?

—Sí —dijo él tajante, puede que para intentar creérselo o convencerse de ello—. Quiero ser veterinario y ayudar al ganado de la sierra.

—No es un mal plan. Vivir en un pueblo tiene que ser…

—¿Aburrido?

—¡No! —se apresuró a decir ella—. No iba por ahí. Quiero decir que tiene que ser algo muy… espiritual.

—Allí no hay cosas que te distraigan demasiado —añadió él recordando su vida real—. Tienes tiempo para pensar, para estar contigo mismo… Y no le das importancia a fiestas estúpidas que en realidad no significan nada.

—Tienes toda la razón. ¿Te puedo decir algo?

—Claro.

—Me alegro de que las cosas se hayan torcido al principio de la noche y hayamos acabado así, charlando en la calle. Como dices, esta fiesta no significa nada. Hay cosas más importantes.

—Bueno —dijo Diego torciendo el gesto—, no te voy a negar que me habría gustado que mis planes se hubieran cumplido.

Sara se puso seria al oírlo.

—Ya —suspiró.

—Y tampoco te voy a negar que sí, este fin de fiesta ha estado bien.

El rostro de la chica se volvió a iluminar. Diego notó que sus ojos brillaban y que lo miraba como si quisiera decirle algo en silencio, pero no entendió muy bien qué.

—Gracias por salvar mi noche —dijo ella sonriendo.

—Tú también has salvado la mía.

Notó que Sara se inclinaba para mirar hacia donde estaba la discoteca.

—¿No es ese tu amigo? —preguntó.

Diego se giró y vio que Sergio había salido y parecía buscarlo. Se puso en pie y levantó una mano para que lo viese. Al hacerlo, su amigo se acercó.

—Estáis aquí —dijo al llegar al portal.

—¿Ocurre algo? —preguntó Diego.

—No —respondió Sergio poco convencido—. Bueno… Sí. Quería preguntarte si no te importaría…

El joven se giró y miró hacia la discoteca, donde otro chico parecía esperarlo.

—Ese bailaba contigo hace un rato —advirtió Diego.

—Sí —confirmó Sergio—. Si me voy, ¿te enfadarías conmigo?

Diego volvió a mirar al chico que esperaba a Sergio y lo comprendió.

—Claro que no —contestó alegrándose por su amigo—. Solo prométeme que vas a tener cuidado hasta que vuelvas a la residencia.

—Te lo prometo —dijo Sergio, contento por la reacción de Diego. Le dio un fuerte abrazo—. Muchas gracias.

—Venga, pásatelo bien.

—Hasta mañana —se despidió Sergio alejándose—. Encantado…

—Sara —recordó la chica.

—Eso, Sara.

Diego se quedó mirando cómo se alejaba con el otro chico. Le pareció extraño. En una misma noche había visto muchas cosas nuevas en el ser humano. Una chica que lo traicionaba de una forma que no acababa de comprender, otra que se ofrecía a ser su amiga sin conocerlo y con la que parecía que iba a congeniar y se sorprendió por primera vez preguntándose cómo sería la intimidad entre dos chicos. Hasta que no conoció a Sergio y más después del beso que le había dado al comienzo de la noche, nunca se había hecho esa pregunta. Pensó que iba a sentir rechazo por algo así, pero se sorprendió llegando a la conclusión de que no le importaba y que cada uno debía hacer lo que quisiera. Siempre le habían enseñado que, mientras no le hicieras daño a nadie, eras dueño y libre de tus actos. Sergio también lo era y estaba en el derecho de actuar según sus instintos y su naturaleza.

Se giró hacia Sara, que seguía sentada y, al sentarse junto a ella, pensó que a lo mejor no era lo que había esperado, pero que tampoco estaba siendo tan mala noche. Los dos se contaron cosas sobre sí mismos, sus vidas en sus localidades natales, cuáles eran sus gustos, lo que esperaban de la vida… Sin darse cuenta, eran ya las cuatro de la mañana y mucha gente había abandonado la fiesta pasando por delante de ellos, cada uno más o menos contento con la noche y lo que habían esperado de ella.

—Es curioso —comentó Diego viendo a algunos caminar sin prestarles atención—. Quién me iba a decir que acabaría sentado en un portal charlando durante horas con la chica que se aparece por los pasillos.

—¿Eso soy para ti? —preguntó ella.

El giró la cara para mirarla.

—Al menos lo eras.

—Quién me iba a decir a mí también que acabaría así contigo, el chico al que sorprendo por los pasillos.

Se rieron sintiéndose a gusto con esa situación. Si por Diego hubiera sido, esa noche podría haber durado muchas más horas.

Miró su reloj.

—Aún falta bastante para que abran la residencia —recordó en voz alta.

—¿Por qué dices eso?

—¿No hay una norma que dice que si sales a partir de las diez, no entras hasta que abran por la mañana? Hoy ni siquiera es sábado para poder entrar hasta la una.

—Eso es en días normales, pero hoy no es un día normal. Han puesto a un recepcionista toda la noche porque saben que la mayoría de estudiantes íbamos a venir.

—Y yo pensando que tenía que esperar hasta por la mañana para poder volver —añadió Diego.

¿Eso haces conmigo? —preguntó ella riéndose—. ¿Me estás usando para no tener que esperar solo hasta que sea de día?

Él también se rio mirándola. En realidad, aunque hubiera sabido que la residencia estaba abierta toda la noche, no se habría perdido la charla que estaba teniendo con Sara. Se encontraba a gusto y en ese momento aún no quería volver.

Siguieron con la conversación. Aunque el frío no se pasaba, el bienestar de saberse comprendido, de que alguien se interesara por él, cómo se sentía estando solo en esa gran ciudad, de las cosas que le gustaban hacer, hacía que la temperatura no fuera algo importante.

Era posible que al final la fiesta hubiera sido un éxito. Sergio había ligado y él tenía una nueva amiga. No era lo que había pensado en un principio, pero acabó conformándose con el cambio de acontecimientos. La noche podría haber durado muchas horas más y no habría querido irse en ningún momento, pero sin darse cuenta, el cielo empezó a clarear y la oscuridad de la noche dio paso a la mañana de un nuevo día con los dos aún sentados en ese portal que los había acercado el uno al otro.

—Vaya —dijo él mirando hacia el cielo—. Se ha hecho de día. ¿Cuántas horas hemos estado aquí sentados?

Se removió sintiendo entumecidos todos los músculos de su cuerpo y bostezó al darse cuenta de que había estado toda la noche sin dormir.

—A mí se me ha pasado rapidísimo —apuntó ella—. Eso es porque he estado a gusto.

Él se secó una lágrima que le había caído por el bostezo y sonrió con un poco de vergüenza por su gesto.

—Yo también lo he estado —corroboró—. Muchas gracias por salvar la noche.

—Te aseguro que tú también me la has salvado a mí.

La chica, al ver que Diego bostezaba, se estiró y se puso en pie como si tuviera oxidadas todas las articulaciones del cuerpo. Diego también se puso en pie y descubrió que Madrid ya había despertado, que la gente que había madrugado para trabajar se mezclaba con los que volvían de salir a pasarlo bien.

—Jamás había estado toda una noche sin dormir —dijo pensando en voz alta.

—Yo solo en épocas de exámenes, pero vamos, que no tiene nada que ver con esto. Si mis padres se enteran de que he pasado la noche sentada en un portal con un chico, me matan seguro.

—Tranquila, yo no se lo voy a decir —bromeó él—. Lo he pasado muy bien, pero creo que deberíamos volver. —Encorvó la espalda sintiendo el cansancio en todo su cuerpo—. Menos mal que es sábado y no tengo que trabajar. No sé si habría podido.

—Ahora podremos coger la cama y no soltarla hasta el lunes.

—Te aseguro que es lo que más me apetece ahora mismo.

—¿Quieres que cojamos un taxi para volver, o vamos caminando? —preguntó ella, asomándose a la carretera para ver si venía alguno libre.

A Diego lo primero que le vino a la mente fue que un taxi podía ser caro y que no debería tener ese tipo de gastos, al menos hasta que cobrara su primer sueldo.

—No estamos lejos —contestó intentando disimular el verdadero motivo—. Podemos ir dando un paseo. Sergio y yo vinimos andando y no se hace nada largo.

—Me parece bien —opinó ella volviendo a su lado.

Comenzaron a caminar, aunque la falta de costumbre de trasnochar tanto hizo que, mientras lo hacían, a Diego le dolieran un poco las piernas. Su cuerpo le pedía descansar con urgencia y eso iba a hacer que el trayecto se le hiciera más largo, pese a ir en buena compañía.

La sensación de haber visto amanecer Madrid era nueva para él y le fascinó ver cómo la ciudad que nunca dormía empezaba a despertar cruzándose con gente que, como ellos, volvía de fiesta o empezaba el día. Pensó en su pueblo y llegó a la conclusión de que, si esa noche hubiera sucedido allí, la habrían pasado a la orilla del río viendo el agua correr bajo la luz de la luna. Ahora estaba en un escenario muy diferente. Puede que fuera por el cansancio, pero la añoranza volvió, formándole otra vez ese nudo en el estómago que llamaba a las lágrimas. Lo único que le hizo no derrumbarse fue la charla que le seguía dando Sara quien, pese a no haber dormido igual que él, estaba fresca como una rosa y seguía hablando como si la noche no hubiera hecho más que comenzar.

Al llegar a la residencia y ver su fachada, una especie de emoción le sobrevino al pensar que iba a poder tirarse en una cama que al principio había maldecido por ser una extraña en su vida, pero que ahora se le apetecía más que nada en el mundo. Le pareció curioso cómo podían cambiar las percepciones de las personas dependiendo de su estado físico o mental. Estaba convencido de que al día siguiente, cuando hubiera descansado un poco, volvería a aborrecer esa cama y a echar de menos a la que de verdad debería albergar sus momentos más íntimos y que estaba tan lejos.

—Por fin hemos llegado —dijo él desahogándose.

—¿Tan mal te lo has pasado? —bromeó ella.

Estaban entrando en la recepción y todo permanecía en silencio. La cama quedaba cerca y los ojos se le empezaban a cerrar.

—¡Qué va! —añadió el chico intentando reír—. Al contrario. Ha sido una de las charlas más gratificantes que he tenido nunca y te lo agradezco. Es que estoy muerto.

El ascensor llegó y entraron. Ninguno tenía fuerzas para subir por las escaleras.

—La verdad es que yo también estoy agotada —reconoció ella.

Se detuvieron en la planta de las chicas, aunque ella parecía resistirse a salir.

—¿Te pasa algo? —preguntó Diego viendo que Sara no se movía y lo miraba a los ojos.

—No —contestó bajando la mirada al suelo—. Qué va. Me estoy durmiendo de pie, eso es todo. —Abrió la puerta y salió—. Hasta mañana, Diego —dijo volviendo a mirarlo a los ojos.

—Hasta mañana.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por una noche inolvidable —respondió ella y Diego vio un brillo diferente en sus ojos al decirlo.

—Gracias a ti —correspondió él.

La puerta se cerró y no pudo creerse que por fin pudiera descansar un poco. En el escaso recorrido del ascensor hasta su planta le vino a la mente momentos de la noche vivida. Parecía que el comienzo, mientras se preparaba con la ropa se Sergio y estaba emocionado por su inminente cita con Rebeca, había pertenecido a días pasados. Si se ponía a pensar en ello, era como si hubiera vivido varias noches en una sola, pasando por diferentes estados de ánimo. Ese tipo de cosas jamás las habría podido vivir en el pueblo y, aunque parecía excitante, el recuerdo de su decepción con la que debería haber sido su cita esa noche volvió y ese fue su último pensamiento al llegar a su habitación, donde Sergio aún no había llegado. Se puso el pijama y, mientras se lavaba los dientes, veía su reflejo en el espejo preguntándose por qué había sido tan estúpido de ilusionarse y, sobre todo, por qué ella le había hecho eso comportándose con total naturalidad al verse descubierta.

Pese al cansancio, al meterse en la cama esos pensamientos no le dejaban dormir y tardó mucho en dejarse llevar. Ya era el día siguiente, pero hasta que no volviera a abrir los ojos, para él no habría llegado el sábado, momento en el que podría dejar esa noche y su decepción atrás para siempre.