CAPÍTULO 8

La historia de Matilde.

 

 

 

 

 

—Todo ocurrió hace casi diecinueve años —comenzó la mujer armándose de valor para sacar todo lo que llevaba escondiendo dentro durante tanto tiempo—. Mi hija y yo estábamos muy ilusionadas, porque ella estaba a punto de dar a luz y por fin dejaríamos de estar solas. Después de quedarme viuda, la casa se hizo más grande que nunca y ella nunca quiso decirme quién era el padre de la criatura que llevaba dentro. Yo creo que era porque se trataba de alguien del pueblo y no quería que saltara el escándalo al saberse su identidad, ya que estaba casado. Sospecho quién puede ser, porque por aquel entonces los vi alguna vez hablar, pero dudo que él nunca haya sabido que eran el padre. Debió de pensar que la pobre tendría más de un amante o se hizo el tonto y no quiso reconocer la realidad para no romper su matrimonio. La pobre se llevó el secreto a la tumba. En el fondo creo que fue un acto de bondad, para no obligar al padre a encargarse de su hijo bastardo ni tener que dar explicaciones a su esposa. Eran los años setenta y las cosas por aquel entonces no era como ahora. Aunque no te lo parezca, la sociedad ha avanzado mucho. Sabíamos que nos estábamos exponiendo a ser señaladas por la vergüenza de traer al mundo un niño sin padre, pero fue la decisión de ella y yo la respeté, dispuesta a defenderla delante de cualquiera.

»Tampoco había los avances médicos de ahora y ni siquiera teníamos médico en el pueblo por lo que, llegado el momento, tendríamos que salir corriendo al hospital de Logroño. Bueno, corriendo no, sino en el coche de un vecino que se ofreció a estar pendiente y llevarnos en el momento oportuno, como así fue.

»Una noche de noviembre llegábamos al hospital casi con el bebé en brazos y el vecino se volvió al pueblo dejándonos allí a la espera de que lo llamáramos, porque no sabíamos si íbamos a estar allí unas horas o unos días. Sabíamos que algo iba mal, porque mi hija tenía unos dolores demasiado grandes y había tenido una hemorragia, pero yo confiaba en que una vez allí, todo iría bien, aunque no fue así. Los médicos dijeron que vivir tan lejos fue lo que había acabado con ella y con el bebé.

¿El bebé? —interrumpió Diego sin entender lo que quería decir.

Matilde cogió aire. Ya había comenzado y no quería parar hasta terminarlo y acabar con los fantasmas que llevaban atormentándola todo ese tiempo por la culpa.

—Sí, Diego. No solo murió mi hija esa noche. En el parto también perdí a mi nieto.

La mujer rompió a llorar tapándose la cara con una servilleta y dejando al chico tan confundido, que no sabía qué decir.

—El bebé no murió —pensó en voz alta señalándose a sí mismo—. Estoy aquí.

—No, hijo mío. Por favor. Deja que continúe si las lágrimas me dejan y júzgame cuando haya acabado.

—Va… Vale. Te escucho, pero no entiendo nada.

La mujer se secó las mejillas y se dispuso a proseguir con su recuerdo:

—Después de quedarme viuda, me veía en la situación de perder también a mi hija y a mi nieto y quedarme sola de verdad. Estaba en la sala de espera del hospital y me llevaron a una consulta para contármelo. La impresión fue tan grande, que al principio no me lo quería creer, pero era cierto. Habían muerto los dos. Me dejaron allí sola llorando mi pena para que lo asimilara antes de ver los cadáveres, cuando una enfermera entró en la consulta. Yo estaba sentada en una silla rota de dolor y ella se arrodilló a mi lado.

»—Siento mucho lo que ha ocurrido —me dijo cogiéndome una mano.

»—Me he quedado sola —lloré sin mirarla—. Lo he perdido todo… Todo.

»—Escuche. Voy a decirle algo y si después me acusa, juraré no haber hablado nunca con usted pero, ¿si le dijera que puede volver con su nieto a casa?

»Las lágrimas se me cortaron al escucharla y la miré sin dar crédito.

»—Mi nieto ha muerto —le recordé como si cada palabra me desgarrara por dentro.

»Ella miró hacia la puerta para asegurarse de que estaba cerrada y continuó:

»—Lo sé pero, ¿si le digo que hay una posibilidad de que no se quede sola? Sé que la pérdida de su hija es irremplazable, pero la de su nieto no.

»—Perdone, pero no la entiendo.

»—Le voy a ser clara y le repito que juraré no haber dicho esto, pero puedo conseguir un bebé y encargarme de que lo registren con sus apellidos. Nadie se enterará de que ha muerto, ni el médico que ha asistido a su hija. Se irá de aquí en silencio con el bebé.

»Me puse en pie como si me hubieran pinchado en la silla.

»—¿Qué está diciendo? —pregunté mirándola como si se tratara del mismísimo diablo.

»—Escuche —continuó ella con mucha paciencia—. ¿Quiere volverse sola a casa o no?

»Yo estaba tan triste, tan desconsolada y desesperada, que le contesté:

»—Claro que no.

»¿Estaría dispuesta a pagar por ello?

»—Lo que haga falta, pero no llevo nada encima y es media noche.

»Ella se paseó por la consulta y se apoyó en la mesa del médico cruzando los brazos.

»—Voy a hacerle un favor —dijo—, y solo porque algo me dice que es buena persona y que va a cumplir. Esperaré hasta que sea la hora de abrir los bancos e irá a por esta cantidad. —Cogió un papel y apuntó algo—. Cuando vuelva con el dinero, le daré a su bebé.

»Me dio el papel y cuando vi la cifra, casi me mareé.

»—Esto es muchísimo dinero —exclamé.

»—¿Cuánto vale su felicidad y la de su nieto? —preguntó ella—. ¿Tiene esa cantidad?

»—La tengo —respondí. En ese momento me sentía tan vulnerable y ella usó unas palabras tan acertadas, que habría hecho todo lo que me hubiera pedido.

»—Entonces vamos a hacer una cosa. Aguarde hasta que pueda ir al banco en la sala de espera y yo me encargo de hacer el resto. Nadie sabrá la verdad y se marchará de aquí con su nieto.

»—Pero… ¿De dónde lo va a sacar?

»—Ese es mi problema —contestó yendo hacia la puerta—. Acaba de nacer y, si no se lo queda usted, será para otra familia. Considérese afortunada por habérselo ofrecido primero.

»—Todos saben que mi hija y mi nieto han muerto —le recordé—. Lo han certificado los médicos.

»—Es cuestión de cambiar unos papeles sin hacer mucho ruido —me explicó ella con la misma frialdad que mostró en toda la conversación—. ¿Lo quiere o no?

»—Sí, sí —respondí desesperada. El miedo a quedarme sola podía con la sensatez de lo que estaba a punto de hacer.

»—A las nueve la buscaré en la sala de espera. Consiga el dinero y yo conseguiré a su nieto.

»Se marchó y me quedé allí en estado de shock. Por dentro la muerte de mi hija y lo que acababa de vivir se mezclaban y no me hacían pensar con claridad. Me daban la opción de adoptar un nieto para no quedarme sola. Adoptar… Con el lío que tenía en la cabeza y la tristeza que me rompió el corazón, al principio pensaba que era eso lo que estaba haciendo. No me paré a pensar que lo de pagar esa cantidad tan alta no era lógico, solo en que no me iba a quedar sola, puesto que era lo que más miedo me daba.

»Me fui a la sala de espera y las horas pasaron lentas mientras veía gente ir y venir, cada uno con su problema. Dos bebés más que nacieron a lo largo de la noche y ver a las familias alegrarse me subió un poco el ánimo, aunque mis lágrimas seguían dedicadas a la muerte de mi hija. Había sufrido mucho hasta que murió. Yo lo vi con mis propios ojos. Hasta que llegamos al hospital, su dolor fue tan fuerte, que por momentos se desmayaba. Pobre hija mía. No se merecía acabar así…

»Con todo esto no pretendo justificar lo que hice, pero es lo que ocurrió. Esa noche no fui consciente de mis actos. Solo me dejé llevar por la desesperación, el miedo y la tristeza. Ya había perdido a mi hija, pero tenía la opción de recuperar a mi nieto, aunque en realidad no tuviera mi sangre, pero lo criaría como si así fuera y tendría una oportunidad de ser feliz, después de ver cómo todos los seres a los que he querido han ido muriendo de forma trágica e injusta.

»A las ocho de la mañana salí de allí camino al banco. Intentaba tener la sangre fría, pero no podía. Mis pasos eran torpes y la noche sin dormir llena de lágrimas afectaba a mi vista. No sé cómo fui capaz de hacer ese trayecto. Parecía un muerto en vida que caminaba sin saber dónde iba. Saqué el dinero que me pidió la enfermera, casi todos mis ahorros, y volví a la sala de espera antes de que dieran las nueve de la mañana. Quedarme sin dinero no era comparable con tener a mi nieto en brazos y verlo crecer, así que no me importó. Podía seguir trabajando para comer como había hecho siempre.

»A la hora que acordamos, esa mujer se asomó por la puerta y me hizo señas para que la siguiera. Por unos pasillos privados, solo para el personal sanitario, me llevó hasta un cuarto donde guardaban utensilios de limpieza y le di el sobre con el fajo de billetes. En un costado, detrás de unos cubos, en el suelo, había un bulto envuelto en una sábana. Lo cogió y me lo dio. Cuando vi que era un bebé, tú, las lágrimas volvieron a mí y supe que todo había merecido la pena. Eras lo más bonito que había visto en mi vida y eras para mí. Solo podía pensar en eso. No quiero ni imaginar cuánto tiempo te tuvo en el suelo esperando a que esa mujer tuviera su dinero en la mano. Lo importante era que podíamos volver a casa.

»—¿Qué hay de su verdadera familia? —pregunté mientras la mujer contaba el dinero.

»—Su familia es usted —contestó ella viendo que la cantidad era la correcta. Después sacó otro sobre del bolsillo y me lo entregó—. Aquí está toda la documentación que acredita que este niño es su nieto y que esta noche solo ha muerto la madre. Tranquila, que no va a tener ningún problema y nunca nadie sabrá nada de esto. El niño nació media hora más tarde del parto de su hija, por lo que no ha sido complicado hacer los cambios.

»—¿Le han dado a la otra familia el niño muerto? —dije horrorizada.

»—No haga más preguntas. Voy a acompañarla hasta la salida. Se marchará de aquí con toda la normalidad del mundo y su nueva vida podrá comenzar. Eso es lo único que le tiene que importar.

»Una vez en la calle, la realidad me golpeó con la culpa por lo que acababa de hacer, pero no había vuelta atrás. Eras mi nieto y te había arrebatado a tu verdadera familia, de la que nunca supe nada, solo que enterraron a mi verdadero bebé. Tú no tenías la culpa y me juré a mí misma que te iba a educar lo mejor que pudiera y a olvidarme de lo que había ocurrido. Tampoco es que tuviera mucho tiempo para pensar. De ahí me fui contigo al tanatorio. Mi hija acababa de morir y ya la habían llevado allí para velarla hasta el entierro. Del pueblo vinieron varios vecinos para acompañarme y traerme cosas que tenía allí preparadas para ti, como el carrito, ropa, pañales… Todos se portaron conmigo de una forma extraordinaria. Se ofrecieron a llevarte al pueblo hasta que volviese yo después del entierro y accedí. En esos momentos yo no era yo. Me dieron varios tranquilizantes, porque tuve un par de ataques de ansiedad y la verdad es que los recuerdos están bastante borrosos en mi memoria.

»Cuando llegué aquí y ya estuve en casa contigo, fui consciente de todo lo que había hecho y de lo que significaba. No te había adoptado, sino que había comprado un bebé y eso me convertía en la persona más despreciable del mundo. Necesitaba arreglarlo y asumir la culpa, así que volví al hospital y busqué a esa enfermera, pero no conseguí encontrarla. No sé qué fue de ella, si se marchó o qué, pero no había nada que hacer. Solo yo sabía lo que había pasado y los papeles decían con mucha claridad que habías nacido el ocho de noviembre y que tu madre murió en el parto.

»Espero que contándote esto te ayude a saber la realidad para que te reúnas con tu verdadera familia y comprendería que me odiases y no quisieras volver aquí nunca más. Sé que esto no se puede pagar, pero espero que al menos te haya compensado dándote una buena educación. Te hablo desde el corazón si te digo que intenté arreglar mi error y devolverte a tu verdadera familia, pero fue imposible. Habría asumido la cárcel con tal de corregir mi error.

»Si sirve de algo, te diré que me has hecho la mujer más feliz del mundo, que para mí eres mi nieto y que estoy muy orgullosa de ti. Me juré a mí misma que me llevaría el secreto a la tumba, pero el destino ha querido que encontraras a tu verdadera familia y no puedo esconder esto más. He vivido con la culpa intentando compensarlo, sin dormir tranquila por las noches pero, ¿qué más podía hacer? Esa noche aquella enfermera se aprovechó de mi debilidad y lo pagaré yendo al infierno.

»Te pido que me perdones, que comprendas que no pude hacer otra cosa, aunque sé que esto para ti es lo más fuerte que podía haberte contado. Aprovecha que eres joven y busca tus raíces. Llevo pensando en esto desde que me lo contaste. Por eso me desmayé. Al oír que me decías que habías encontrado a un chico igual que tú que nació el mismo día, en Logroño, junto a un gemelo muerto, supe que a esa familia le robaron uno de sus bebés y se lo cambiaron por mi nieto. Ahora me siento más culpable que nunca y mis últimos años de vida los pasaré pagando las consecuencias.