-No recordaba que la tía Marianna cantaba ópera —dice Tom cuando están frente a la puerta de la habitación de la madre de Lily—. ¿Qué cantó en uno de los espectáculos de mi padre?
Si cierra los ojos, Lily todavía oye la voz plateada de su madre elevarse sobre la terraza y los terrenos acariciados por el sol de la casa Arcana.
—Un aria de Mozart, creo. No sé el nombre en alemán. Algo parecido a «Reposa suavemente, mi dulce amor». Era su favorita.
Cuando vuelve a abrir los ojos, Tom la mira con tal compasión que Lily tiene que desviar la mirada.
—Deberías ser tú quien coja la llave —dice—. Era tu madre. Y tú has resuelto la pista.
—Todavía no sabemos si tengo razón.
—Por supuesto que sí. Casi se me había olvidado que tenía un bosque desmañado como papel pintado en las paredes. Por favor, tú eres quien se merece esa llave.
Lily niega con la cabeza. Se marea solo de pensar en entrar en esa habitación.
—No puedo. Todavía no. Preferiría que entraras tú por mí.
Tom tiene una expresión tristísima.
Lily nota que le tiemblan las manos y las alarga hacia él.
—Estoy hecha un mar de nervios. No sería demasiado útil ahí dentro. Además, piensa cuánto le fastidiará a Sara que seas tú quien encuentre la primera llave.
—Una manipulación excelente, Lily —le dice Tom—. Deberías ser psicoanalista. De acuerdo. Voy a entrar.
Se remanga la camisa, como si se dispusiera a adentrarse en una excavación arqueológica. Y, por lo que a Lily respecta, eso es lo que es: una excavación del pasado para que ella pueda construir un futuro.
—Mira primero en el armario —le dice Lily—. Creo que es a eso a lo que se refiere la pista con lo de «envueltos en tela». El armario de mi madre estaba forrado de algodón que ella impregnaba con unas gotitas de aceite de lavanda para ahuyentar a las polillas. Y… —Lily hace una pausa y se traga la bilis que le sube a la garganta—. Además, hay un arcón de fotos dentro.
—«Arcones de la verdad truncada»… —dice Tom—. ¡Claro!
Le pregunta una vez más si está segura de no querer entrar ella, y luego abre la puerta. Lo recibe una danza de motitas de polvo. Lily aparta la vista, con el corazón desbocado. Entrará, pero no hoy.
Apenas consigue respirar cuando oye cómo se abre la puerta del armario y la llave gira en la cerradura del arcón. La tapa emite un crujido cuando Tom la levanta.
—Aquí no hay fotos —le dice Tom—. Pero sí hay otra cosa. Espera. —El frufrú de una tela. Un tintineo metálico sobre las tablas del suelo—. ¡La tengo!
Tom sale corriendo con una llave de latón en la mano. Se la ofrece a Lily.
—Quédatela, por favor. ¡Tú has resuelto la pista!
Lily retrocede, con las manos en alto.
—Ya os lo dije. Yo no he venido para quedarme la casa.
Tom mira la llave y se la guarda en el bolsillo de sus vaqueros.
—Gracias —le dice—. De no ser por ti, estaría en el cementerio, intentando evitar que mis primos desentierren animales muertos. —Se lleva la mano a la cabeza—. Dios mío, espero que Gray haya llegado a tiempo.
Lily se siente súbitamente exhausta y le sobreviene una necesidad imperiosa de refugiarse en su habitación y cerrar la puerta. Pero no puede descansar. Tiene que sondear los niveles más profundos de la pista y encontrar lo que le desvela sobre su madre.
—Ve con los demás —le dice—. Diles que la búsqueda ha terminado.
—Voy —replica Tom—. Aunque me tienta dejarlos ahí hasta la hora de comer. —Le centellean los ojos—. Espera un momento. —Y entra rápidamente de nuevo en la habitación de la madre de Lily y sale con un osito de peluche pelón—. He pensado que te gustaría —dice, tendiéndoselo a Lily.
—Es Ada. —Señala la etiqueta que hay en el lateral del osito—. El peluche con el que solía dormir mi madre…
Él se queda pensativo un momento y luego exclama:
—«Animales durmientes», ¡claro! ¡Y estaba sobre la cama!
Lily asiente mientras intenta cerrar el álbum de recuerdos que se acaba de abrir y le muestra momentos pasados en esa habitación. Los días en que su madre y ella tomaban el té con Christina y Ada. O cuando rescataban a Ada de los árboles enroscados del papel pintado. O ella de pie junto a la ventana, viendo cómo la ambulancia se llevaba el cadáver de su madre. Entonces recuerda la primera pista. ¿Cómo puede ayudarle a desentrañar qué le sucedió a su madre? Se vuelve hacia Tom.
—¿Había algo más en el arcón? Me ha dado la sensación de oír como un frufrú…
Tom vuelve a entrar corriendo en la habitación y sale con una tela verde enrollada al puño, que cuelga hasta el suelo.
—La llave estaba envuelta en esto.
La despliega y se la entrega a Lily.
Mientras examina los botones cosidos a la tela, a Lily se le encoge el corazón. Caen más imágenes a su alrededor, como hojas rotas.
—Es un abrigo —dice, con un hilillo de voz tan imperceptible que Tom tiene que agacharse para oírla antes de que se cuele por las rendijas de los tablones de madera del suelo—. Era de mamá.
—¡Vaya! —dice él—. ¿Quieres que lo vuelva a dejar dentro?
Lily se acerca el abrigo a la cara. Aspira fuerte, pero ni siquiera su superolfato de embarazada detecta ningún rastro del perfume de su madre. Un sollozo intenta abrirse paso por su garganta, pero logra contenerlo.
Con su visión periférica, ve los dedos de Tom darse golpecitos en la sien.
—Se supone que yo soy un profesional y tendría que estar preparado para ayudar con palabras sanadoras, pero al verte así… —Deja la frase en el aire y se encoge de hombros—. Lo único que se me ocurre es decirte que eres muy valiente.
Pero Lily ya está revisando las mangas del abrigo. Ambas están cubiertas de manchas oscuras, como si los puños se hubieran oxidado. Las manchas son del color de la sangre seca. Y con ello, Lily se retrotrae de repente al momento en que avanzaba dando tumbos por el laberinto y encontró a su madre desplomada en el suelo. Murió con aquel abrigo puesto.
Y Lily no se siente valiente en absoluto.