Capítulo veinticinco

-¿Te pasa algo? —le pregunta Tom a Lily después de la cena.

Han salido a dar un paseo por la terraza, arrebujados en sus abrigos y bufandas. Incluso allí arriba, cerca de la calidez de la casa, ella apenas puede levantar los pies lo suficiente para aplastar la nieve.

—Has estado muy callada desde que Sara encontró la llave —continúa—. No pasa nada malo con… —sus ojos se deslizan hacia el vientre de Lily mientras dice—… la bebé, ¿verdad?

Lily le da un tirón del brazo.

—Te pedí que no dijeras nada.

—Solo quiero saber si estás bien, eso es todo. —Deja caer la cabeza—. Perdona.

—No pasa nada. No lo ha oído nadie.

—No te estás arrepintiendo de haberle dado a Sara la llave, ¿verdad? ¿O de orientarla para encontrar la siguiente? Porque no te culparía si lo hicieras. Y no pasa nada por querer la casa, ¿sabes? Puedes decírmelo. Tampoco te culparía por eso, sobre todo ahora con la be…

—¡Por el amor de Dios, Tom! —grita Lily.

Tom levanta las manos.

—Vale, ya me callo.

—Casi me tranquiliza que te cueste tanto ser discreto. Hay demasiados secretos aquí, inflándose como un pudding en el horno. El que sueltes las cosas de manera impulsiva libera presión.

—Te prometo que a partir de ahora mantendré la boca cerrada.

Y lo hace. Aunque eso no le impide lanzarle miraditas cómplices cuando regresan al interior. Es insoportable. A veces una tiene que alejarse incluso de sus personas favoritas.

—Voy a preparar un chocolate caliente —anuncia Lily—. ¿A alguien le apetece?

—Te ayudo —se ofrece Tom, arremangándose.

—Necesito un poco de espacio —le dice ella, con toda la dulzura de la que es capaz.

Tom se queda cabizbajo. Asiente muchas veces, como si intentara disimular.

A Lily la invade el remordimiento.

—Lo siento —se disculpa, y le da un abrazo rápido—. Estoy cansada y un poco superada. Necesito un chocolate y acostarme temprano.

Tom sigue asintiendo mientras se aleja. A Lily le encantaría no sentir ese alivio sobrecogedor por quedarse a solas. Pero ella es así. Incluso en una casa con un asesino, prefiere estar sola.

Y hay otro motivo, además de la inconmensurable falta de discreción de Tom. Entra en la despensa, que ya vuelve a estar ordenada, con los tarros alineados en sus anaqueles. Agarra el cuenco del chocolate líquido y retira el film transparente con el que lo ha tapado. Al olerlo se desencadenan los recuerdos, tal como le pasó antes cuando Sara encontró la llave. Entonces tuvo que bloquearlos, pero ahora es distinto.

Se sienta a la mesa de la cocina y cierra los ojos.

La última vez que olió aquel chocolate líquido también estaba sentada a esa mesa. Fue hace muchos años. El tío Edward estaba preparando un espectáculo de Hamlet en solitario en la terraza con ocasión de una conferencia sobre Shakespeare y necesitaba sangre.

—El secreto de una buena sangre falsa —le dijo— es que sea algo que no te importaría comer.

Y a continuación añadió sirope de maíz al chocolate, unas gotas de agua, colorante alimentario rojo y un toque de azul. Removió la mezcla, la probó y se pintó la piel con ella. Su tío siempre le pedía opinión a Lily y se tomaba en serio sus sugerencias.

Al final, cuando dieron con la consistencia y el color prefectos, Edward le ofreció la cuchara.

—¿Quieres probarla? —le dijo.

Lily asintió. Olía bien, y ¿así quién no querría que le cayera sangre falsa de la boca?

Tomó una cucharada colmada de la mezcla y se la dejó caer sobre la lengua. Entonces Edward le dijo:

—Venga, ahora ve a asustar a tu madre.

Lily soltó una risita y se le derramó un poco de sangre por entre los labios.

Edward rio.

—Corre, antes de que se te caiga toda.

Lily salió corriendo de la cocina. No podía llamar a su madre, porque derramaría toda la sangre y echaría a perder la sorpresa. La buscó por todas las plantas, cada vez más ansiosa. Su garganta le pedía tragar, pero se negaba a hacerlo.

Si no estaba dentro, debía de estar en el jardín. Urdió un nuevo plan. Salió corriendo a la terraza para llamarla, sin importarle ya si perdía la sangre. Lo único que quería era encontrar a su madre.

Y justo cuando iba corriendo hacia las puertas acristaladas, con la saliva cayéndole de la boca, su madre se le acercó por detrás.

—¿Estás bien, cariño? —le preguntó.

Lily abrió la boca, sorprendida. La mezcla de sangre se derramó lentamente por sus labios.

Su madre gritó y la agarró.

Edward salió corriendo de la cocina, sonriendo de oreja a oreja.

—Es falsa, hermanita, no te preocupes.

La mujer le lanzó una mirada asesina.

—La hemos hecho juntos —le dijo Lily.

Su madre no podía mirarla.

—Vamos a limpiarte —le dijo.

Lily no entendía por qué aquello no le había hecho gracia. Tuvo la sensación de que su madre cerraba una cremallera, sumiéndola en la tristeza mientras le frotaba y le limpiaba la cara.

—Y ahora ve a cambiarte de ropa —le dijo luego Marianna.

Seguía sin sonreír. Lily no entendía qué había hecho mal.

—¿Se ha estropeado? —preguntó, mirándose la camiseta, que estaba cubierta de densa sangre.

—No costará limpiarla de la ropa —la tranquilizó su madre.

Parecía a punto de llorar.

Pero Lily no podía abrazarla, porque estaba toda manchada. Subió corriendo y se cambió y luego se fundió en un largo abrazo con su madre. Se preguntó qué pasaría si otro día no conseguía encontrarla.

—¿Dónde estabas? —le preguntó—. Te he buscado por todas partes.

Su madre miró hacia una punta del vestíbulo y hacia la otra.

—No hemos coincidido —respondió. Cogió aire, como si estuviera a punto de sumergirse. Y luego su expresión se suavizó—. No te preocupes, me quedaré aquí hasta que vuelvas. Si quieres, podemos coser un rato juntas, así nos relajaremos. —Le tocó la cabeza con delicadeza, con una ternura infinita—. He comprado lentejuelas nuevas.

Lily sonrió y subió corriendo las escaleras, con la tristeza de­sabrochada. Se detuvo en lo alto y miró abajo. Su madre seguía exactamente en el mismo sitio. Pero parecía asustada. Tenía la mano en la garganta. Y le caían lágrimas por la cara, brillantes como lentejuelas.

Lily vuelve a abrir los ojos.

¿Por eso estaba la llave en el chocolate, para recordarle lo de la sangre falsa? Es de la misma marca que el que utilizó el tío Edward. Y en ese caso, ¿le está indicando Liliana que su tío tuvo algo que ver con la muerte?

No puede ser. Edward era maravilloso. Todo el mundo lo quería. Era él quien los hacía reír y sonreír a todos. Le resulta casi imposible concebirlo como un asesino. Casi…