En cuanto el cielo muestra una franja de luz naranja a la mañana siguiente, Gray aparece en la puerta. Lily siente una punzada en el último momento; se pregunta si mantendrá su palabra.
—Ya vigilo yo —le asegura.
Tiene el porte solemne de un enterrador.
Lily mira una última vez a Ronnie, se mete la carta y la postal en el bolsillo, sale de su habitación y se dirige a la de Tom.
Llama tres veces a la puerta.
—Casi es de día y no ha nevado en toda la noche —le dice con voz lo bastante fuerte para irrumpir incluso en el sueño profundo.
Tom abre la puerta con el pelo alborotado. Se lo atusa y aún se despeina más.
—¿Qué hora es? —pregunta, con las palabras distorsionadas por un bostezo.
—Poco más de las ocho —contesta Lily—. Vamos a mover ese roble.
—Pero ¿cómo? —pregunta él—. Sin Ronnie que nos ayude a… —Deja la frase en el aire.
Mira hacia la habitación de su hermano, donde Gray monta guardia.
—Sé que es duro —dice Lily—. Pero tenemos que salir. Quedarnos aquí es demasiado arriesgado.
Tom asiente. Cuando avanzan por el pasillo, Gray se les acerca. Le tiende la mano a Tom.
—Mi más sincero pésame —dice—. Lamento mucho tu pérdida.
Y luego inclina la cabeza cuando pasan junto a él.
—¡Qué raro ha sido eso! —dice Tom, una vez vestidos y caminando pesadamente por la nieve en el jardín.
Sigue haciendo frío. Cuando Lily respira, su aliento forma puntos y aparte en el aire. Nubes grises componen un comité sobre sus cabezas en el que se decide cuándo volverá a nevar.
Tiene que irse ahora mismo.
Aprieta el paso, procurando no resbalar.
—Creo que solo hace lo que le han enseñado a hacer.
—Pero Ronnie es su primo —replica Tom—. No un cliente. Actúa como si no tuviera sentimientos. Como tú, pero con peor etiqueta.
Lily tiene la sensación de que le clavan un puñal a través del plexo solar.
—Yo tengo muchos sentimientos, Tom —responde con serenidad, capaz de controlar las emociones que pugnan dentro de ella por salir—. Ya lo sabes.
—No digo que no los tengas, pero están cerrados bajo llave. Y o Gray es igual que tú, o más bien es como su hermana, y la muerte de Ronnie no le importa. O no le sorprende.
—¿Crees que podría haberlo asesinado él?
Pero la mente de Lily la devuelve a lo que Gray dijo la noche en que murió Philippa. Que era su primer cadáver. Ronnie es el segundo.
—Nunca se conoce lo suficiente a una persona, pero no me convence del todo dejarlo a solas con el cuerpo. Además, recuerda que él fue quien se llevó a Philippa.
—Con ayuda de Sara.
—Cierto. Y Rachel no los detuvo. —Tom hace una pausa y se estremece—. Bueno, ha encontrado su vocación. Sus ojos me recuerdan a las monedas que les ponían sobre los párpados a los muertos.
Han llegado. El árbol no parece tan inmenso a la luz del día, aunque aun así van a necesitar una motosierra para cortarlo.
—Voy a mover hacia atrás el coche —dice Tom—. Así veremos a qué nos enfrentamos.
Tom entra en el vehículo e introduce la llave en el contacto. No hay reacción. Baja la ventanilla.
—Parece que me he quedado sin batería —dice.
—Pues no tendría por qué ser así —responde Lily—. El día de Nochebuena condujiste durante un largo trayecto y la otra noche se encendió sin problemas.
Tom se encoge de hombros.
—Quizá se haya helado con el frío. Yo también me daría por vencido si me dejaran fuera con este tiempo. —Sale, abre el maletero y saca las pinzas de arranque—. Trae el Mini hasta aquí, si puedes, e intentaremos poner en marcha mi coche.
—Primero deberías comprobar si puedes abrir el capó —le dice Lily, indicando lo cerca que está el coche de Tom del árbol.
—Fácil —responde Tom, metiendo medio cuerpo en el coche y accionando un interruptor.
El capó se abre con un clic. Tom lo levanta.
—¡Tachán!
Y entonces le cambia la cara.
—¿Qué pasa? —pregunta Lily.
El rostro de él refleja el lóbrego cielo que se extiende sobre ellos.
—Abre el capó de tu coche.
Lily frunce el ceño, pero camina con pasos pesados hasta su coche y su caparazón de nieve para hacer lo que le pide su primo. El capó suspira al abrirse.
—¿Ves algo? —le grita Tom desde donde está.
Lily no sabe qué debería buscar. Pero en ese momento ve que falta una pieza.
—¡La batería no está! —grita.
Tom cierra con fuerza el capó.
—La mía tampoco. Y supongo que a los demás también se la habrán quitado. Tenemos que regresar.
Lily piensa en Ronnie y Philippa. Esta podría ser su única oportunidad para pedir ayuda. Y para escapar de una casa que podría acabar con la vida de su hija y la de ella misma, además de la de su madre. Se lleva la mano al bolsillo del abrigo y palpa la postal.
—Tenemos que ir a pie —dice.
—No, Lily —responde Tom.
—Cogeremos provisiones. No pasará nada —lo tranquiliza ella—. Nos llevaremos el mapa. No podemos estar tan lejos de la población más cercana. Y allí habrá alguien con un teléfono móvil. Y luego la policía encontrará la manera de llegar hasta aquí. No les queda otro remedio. Se ha cometido un doble asesinato.
—¿A cuánto estamos, a dieciséis kilómetros del pueblo? Y caminando por carreteras heladas, la mayoría traicioneras o directamente impracticables para peatones y vehículos. Podría llevarnos diez horas llegar hasta allí, más si vamos por los campos y las montañas. Y solo tendremos buena luz durante la mitad de ese tiempo. Si uno de los dos tropieza y se hace daño o se cansa y tiene que parar, cosa probable dado que tú estás embarazada y tienes aspecto de no haber dormido desde hace semanas, bueno, podríamos no volver a ponernos en pie. Hace un frío que pela. Y no tenemos teléfonos móviles. Uno de nosotros o los dos podría morir congelado. ¿Quieres ponernos a mí, a ti o a tu pequeña pasajera en peligro?
—Quedándonos en la casa también lo estamos.
—No sé qué decir, Lily —responde Tom, dejando caer las manos a los lados—. He perdido a mi tía y a mi hermano. No quiero perderte a ti también. —Tiene los ojos lacrimosos—. Tengo miedo.
Lily le coge la mano, guante con guante.
—Yo también.
—Y, además, hay otro motivo para quedarnos —dice Tom.
—¿Cuál? —pregunta Lily.
—He estado reflexionando sobre todo esto. Quiero que ganemos la casa, por Ronnie. Montaremos una cooperativa con Rachel y Holly, haremos lo que tengamos que hacer para que Arcana no caiga en manos de Sara. Ni de Gray.
—Me cuesta creer que Gray pueda haberlos matado.
—En teoría, cualquiera podría haber asesinado a Philippa por la noche o a Ronnie de día. Pero aquí hay gato encerrado. Y no puedo dejar de pensar que Sara está detrás de todo esto. Dime que no estás de acuerdo.
—No puedo —dice ella.
Tom mira hacia la casa. El cielo oscurece a su alrededor y empieza a nevar de nuevo. Entonces se vuelve y mira a Lily.
—Tú ocultas algo. Lo sé. Tienes que decírmelo.
Ella ve la misma ternura en sus ojos que en los de Ronnie. Es posible que a Ronnie lo mataran porque le habló del asesinato de su madre. Su instinto le dice que así fue, se lo dice a gritos. Y no va a volver a desoírlo. No va a poner en riesgo a Tom, aunque eso suponga mantenerlo a ciegas. Al menos seguirá con vida.
—Yo no sé nada —dice Lily, soltándole la mano para poderlo agarrar del brazo mientras regresan caminando a la casa. Toda una muestra de fortaleza—. Averigüemos juntos qué está pasando.