1 DE ENERO – AÑO NUEVO
OCTAVO DÍA DE NAVIDAD
Lily abre los ojos de golpe. Intenta tomar aire pero no puede. Hay una mano en su garganta, apretando. Intenta zafarse de los dedos enguantados, pero son demasiado fuertes.
La figura se cierne sobre ella. Va encapuchada y está demasiado oscuro para verle la cara.
Lily le da patadas, se revuelve, intenta liberarse, pero la figura permanece inmóvil, de una forma poco natural. La mano se tensa aún más alrededor de su cuello. Piensa en su madre, en las marcas que tenía en el cuello; piensa en la Habichuela, incapaz de respirar si ella tampoco puede.
Le pone las manos en la cara a la figura y empuja. Tiene la sensación de que está hueca, de que es como seda que se desliza entre sus dedos.
La oscuridad se cierne sobre ella y estrecha su campo de visión. Oye su propio último aliento.
Y luego le sueltan el cuello.
Cae rodando de la cama, al suelo, resollando. Se sujeta el vientre.
Hay una refriega en la habitación, dos figuras ahora, peleándose. Vuelcan los libros de las estanterías. Buscando a tientas la luz, tira del cable y la lámpara cae al suelo. Cuando por fin consigue accionar el interruptor y encender la luz, ambas figuras han desaparecido.
Se asoma al pasillo, pero tampoco hay nadie ahí. Le encantaría pensar que solo ha sido una horrible pesadilla, pero el dolor del cuello y las marcas rojas que le han dejado le dejan claro que no es así.
Sin embargo, alguien la ha protegido.
Tom acude a la puerta rápidamente cuando Lily llama unos minutos más tarde. Descorre el cerrojo y abre. Parpadea cuando la luz del pasillo le da en los ojos y bosteza mientras intenta pasar los brazos por las mangas de su batín, sin acertar. La sangre de la cabeza ya se le ha secado en parte y forma una desagradable costra húmeda.
Lily le explica lo ocurrido y se despierta de golpe, como si le hubieran tirado hielo en la cara.
—Tenías razón. En cuanto amanezca y hayamos desayunado, nos largamos de aquí, aunque sea a pie, y nos llevamos a Rachel y Holly con nosotros, y a Gray, si es capaz de soltarse de las cintas del delantal de carnicera de su hermana. Necesitamos ser los máximos posibles para estar seguros.
—¿Crees que ha sido Sara quien me ha atacado?
—¿Quién si no? Oí cómo te hablaba ayer. Y cómo te miraba.
—Me odia —dice Lily.
—Se odia más a sí misma —responde Tom—. Pero tú eres su chivo expiatorio. El hecho de haber venido aquí debe de haber hecho aflorar todo eso en ella, al igual que nos ha ocurrido a nosotros. Pero no voy a permitir que seas un cordero sacrificado a su psicosis.
—Lo que me gustaría saber es quién me salvó —dice Lily.
—Buena pregunta. —Él abre mucho los ojos—. ¿No lo reconociste?
—Lo único que veía eran sombras oscuras.
No le explica la extraña sensación que ha tenido al tocarle la cara a su atacante. Ni tampoco su esperanza de que la persona que la está protegiendo sea su madre.
—No puedo serviros el «desayuno» —dice la señora Castle, haciendo gestos con los ojos y dibujando unas comillas verbales que indican que se refiere a las pistas— hasta que las señoritas Rachel y Holly bajen. Esas son mis instrucciones para hoy.
—¿Ni siquiera unas tostadas? —pregunta Tom, con una de sus sonrisas de cordero degollado—. Estoy herido, necesito sustento.
La mujer da media vuelta, pero Lily atisba a ver su leve sonrisa.
—Tostadas menos que nada.
Sara está sentada delante de Lily, tamborileando los dedos. Tiene una oreja hacia la puerta, a la espera de oír a Rachel y Holly bajando por las escaleras.
—¿Es que nadie me va a preguntar cómo me encuentro? —dice Tom—. ¿Ni cómo está Lily, teniendo en cuenta que también han estado a punto de convertirla en un fantasma de la casa Arcana?
—¿A qué te refieres? —se extraña Gray. Pasa varias veces la mirada de Lily a Tom. O es un actor excelente y lo ha heredado de su tío Edward o realmente no tiene ni idea del ataque.
Lily intenta darle un puntapié a Tom por debajo de la mesa para que cierre el pico, pero las piernas no le llegan.
—Anoche alguien intentó estrangular a Lily —dice Tom.
—¿Y lo consiguió? —pregunta Sara, tan seca como el pavo de las sobras—. Es difícil distinguirlo.
—Alguien me protegió, por suerte —responde Lily—. De lo contrario, lo habría conseguido.
Se descubre el pañuelo de seda por un lado y muestra las huellas de las manos alrededor de su cuello.
—Qué suerte tener un ángel de la guarda, ¿no? —pregunta Sara. Mira a Tom—. ¿El tuyo quién es?
—Lily, evidentemente. Fue ella quien me encontró e impidió que hubiera otro asesinato. ¿En la nieve, con el frío que hacía? De haberme quedado ahí tirado, habría muerto. Así que ella es mi ángel.
—La verdad es que quedaría muy bonita como decoración sobre tu árbol de Navidad —replica Sara. Se pone en pie y se dirige con paso decidido al vestíbulo, donde hace sonar el gong—. ¡Vosotras dos, levantaos de una vez por todas! —grita hacia arriba de las escaleras—. No habremos encontrado la llave en el laberinto, pero tenemos que conseguir la siguiente. —Espera unos segundos y luego vuelve a gritar—: ¡Rachel, despierta!
Lo hace con una voz tan imperiosa que obliga a la madera, el vidrio y las paredes a reverberarla por toda la casa.
Pero sigue sin llegar ningún ruido desde arriba.
Lily cae de repente en la cuenta: ¿y si las han atacado? ¿Y si el asesino intentó matarlos a ella y a Tom y luego fue a por Rachel y Holly?
El miedo la corta de arriba abajo como unas tijeras mientras se pone en pie y sube las escaleras sin detenerse en el rellano.
Tom la sigue. Sara se queda abajo.
—Decidles a ese par de perezosas que me están haciendo perder el tiempo.
Lily ni se molesta en llamar a la puerta. Irrumpe sin pensárselo dos veces. Está tan convencida de que se las encontrará yaciendo en la cama o en el suelo, con las pupilas fijas, que casi las ve.
Pero no están allí.
No hay rastro de ellas en la habitación. Las maletas no están y no hay nada en el armario. Lo único que queda es una nota sobre la cama.
Querida Lily:
Nos hemos ido. No había alternativa. He sabido que han atacado a Tom y no puedo consentir que le pase nada a Holly. Beatrice nos necesita y es nuestra prioridad. Llevamos todo lo necesario para regresar a pie. Estaremos bien. Y, en caso contrario, al menos habrá sido por decisión nuestra, no de otra persona. Buena suerte. Nos refrenaremos de dar la alarma hasta el día 5. Esperamos que ganes la casa. Te la mereces más que nadie. Tu madre querría que te quedaras a vivir en ella. Y Liliana también.
Sé valiente. Sé inteligente. Y ten cuidado.
Esperamos verte cuando todo esto acabe. Podemos volver a empezar.
Te quiere,
Rachel
Tom lee la nota después de Lily.
—¿Lo ves? Te dije que deberíamos irnos. —Empieza a caminar de un lado al otro—. Deberíamos haberlo hablado con ellas y largarnos todos juntos. ¿Crees que una de ellas impidió que me estrangularan? —pregunta Lily. Intenta recordar qué forma tenía su ángel, pero no la tiene clara.
—Quizá —responde Tom.
—Y crees que es Sara quien está haciendo todo esto, ¿verdad?
Tom asiente.
—Y que quiere la casa.
Vuelve a asentir.
—Bien, pues no voy a permitir que se la quede.