-Bien hecho —dice Sara, cuando Tom y Lily bajan por las escaleras—. Supongo que esta vez los afortunados habéis sido vosotros.
—Nanay —responde Tom, sosteniendo la llave igual que Gray el día anterior.
Lily le da un codazo para que pare. Con eso solo conseguirá enfadar a Sara.
—Felicidades —dice Gray. Y ahí vuelve a estar, esa mirada fija a los ojos de Lily, intentando comunicarle algo—. Supongo que me gusta tanto la capilla que me quise hacer ilusiones.
—Por el motivo que fuera, nos ha costado la llave —le espeta Sara.
—Habrá más —dice Gray.
Y por su manera de decirlo sugiere que no se refiere a las llaves.
Lily se pasa el resto del día intentando encontrar un momento para hablar con Gray a solas. Lo sigue hasta el huerto cuando sale a fumar, pero Sara se le pega a los talones. Se sitúa detrás de él cuando sirven la comida, pero Sara se interpone a la fuerza entre ambos. Al final, cuando Sara tiene que ir al lavabo, Gray se acerca furtivamente a Lily.
—Me gustaría hablar contigo —le susurra—. Necesito tu ayuda.
—¿Qué puedo hacer? —le dice ella también musitando.
—No sé por dónde empezar. —Le tiemblan los hombros. Lily oye que se esfuerza por controlar la respiración—. Ha ido mucho más allá de lo que se suponía.
—¿De qué hablas?
Los pasos rápidos de Sara repiquetean en los azulejos del vestíbulo.
—Te lo explicaré cuando Sara se haya acostado. Encontrémonos afuera. Mira por la ventana.
Y entonces vuelve a transformarse en una sombra y fundirse con la pared.
El resto del día transcurre con parsimonia. Lily y Tom juegan a adivinanzas, al veoveo y al Juego de la vida en su viejo tablero. Cambian las reglas, nada de poner fichas rosas al lado de azules y dos de cada clase detrás para ganar. El coche de Lily tiene una ficha azul delante, que la simboliza a ella, y una atrás, la de su bebé.
—¿Y qué ficha vas a poner a tu lado? —le pregunta Tom, sosteniendo en alto una rosa y una azul.
—Aquella a la que ame —responde Lily.
Sara se acuesta a las nueve y Lily finge bostezar poco después. Pero al llegar a su dormitorio no se pone el pijama sino capas y capas de ropa, las máximas posibles, y una bata que le llega hasta los tobillos. Si alguien la sorprende, dirá que iba en busca de un tentempié. El potencial de que todo sea una trampa aflora una y otra vez. Le gustaría poder explicárselo a Tom, pero ¿y si con ello lo mete en más problemas? Ya lo han herido una vez. Tiene que arriesgarse. Le da la sensación de que Gray quiere traicionar a Sara, tomar una decisión entre el blanco y el negro. Tiene que confiar en él.
Cualquier zorro o tejón que ve corretear por la nieve hace que se le desboque el corazón al pensar que se trata de Gray. Pero entonces lo ve allí; está mirando hacia arriba, señala hacia la zona este de los terrenos y vuelve a escabullirse en la oscuridad.
Lily sale de su habitación procurando no hacer ruido y baja las escaleras. Se calza las botas de Tom y se dirige deprisa hacia las puertas acristaladas. En la terraza, las huellas de Gray desaparecen rápidamente bajo una capa de nieve fresca.
Una sombra con la forma de Gray aparece en la hierba y le hace gestos. Se marcha corriendo y Lily le sigue, campo a través, por entre las altas hierbas del jardín silvestre que asoman la nariz entre la nieve. Gray se dirige a la capilla. Su santuario. Lily aprieta el paso, pero aun así tiene la sensación de ir muy lenta. La nieve se está volviendo más densa. Apenas se ve o se nota los pies. La capilla, la casa, todos los puntos de referencia desaparecen, sepultados bajo un blanco absoluto. Nada existe.
No debería haber salido. Tom ni siquiera sabe que se ha ido. Esto podría ser una trampa. Gray podría estar atrayéndola a su muerte.
Segundos preciosos vienen y se van. Tropieza. Espera poder confiar en Gray y en su sentido de la orientación. Al final, el viento aparta la cortina de nieve y deja a la vista la capilla. Hecha de piedra de color crema, destaca recortada sobre el cielo de pizarra. La puerta ya está abierta. La luz se derrama sobre la nieve.
—¿Gray? —lo llama al entrar.
Su voz se vuelve grande en el pequeño lugar. Recorre la nave, flanqueada por bancos. Su madre siempre le decía que debería casarse allí, y Lily le contestaba que nunca lo haría. Entonces no entendía por qué iba a querer casarse con un hombre y no con una mujer. ¡Qué estupidez! «Algunas cosas sí que cambian a mejor, Tom», piensa.
Velas votivas medio consumidas centellean en el altar de la familia. El incensario aún está caliente, como revelan las últimas volutas de humo que se elevan de él. A su lado, una urna vacía descansa sobre unas cenizas vertidas. Gray se ha asegurado de que Liliana vuelva a casa. Pero no hay rastro de él.
Quizá se haya ido. Siguiendo el ejemplo de Rachel y Holly, quizá haya recogido sus cosas y se haya largado. «Bien hecho, Gray. Por fin te has rebelado».
Lily se da media vuelta para regresar y es entonces cuando ve un pie sobresaliendo por el extremo de uno de los bancos, a lo lejos. Un calcetín a rayas. Es Gray. Tom tenía razón, se dice mientras se acerca a él. Quizá esté herido.
Cuando le da alcance, comprueba que no está herido. Y no volverá a estarlo. In splendoribus sanctorum. Yace sobre losas en las que hay grabados los nombres de los difuntos de la casa Arcana. Un reguero de sangre brota lentamente de su cabeza. Sus bonitos ojos están abiertos, pero no la ven, y tiene la boca dislocada, la mandíbula rota, llena de trocitos de plata brillante.
Asesinado en el lugar donde se sentía más seguro. Castigado por querer revelar la vedad. Al final, anglicano en sus actos; y sus pecados, de haberlos, con suerte perdonados.
Se arrodilla a su lado.
—Lo siento muchísimo —le dice.
Le agarra la mano y, al abrirle los dedos cerrados, encuentra un trocito de cordel con una llave. La observa con atención. Es la llave que ella le dio en el coche. Iba a devolvérsela. Lily la coge con delicadeza.
La puerta de la capilla se cierra de golpe.
Lily se pone en pie, temblorosa. Quiere quedarse con él, velar a Gray como él veló a Philippa y a Ronnie, pero quienquiera que haya hecho esto debe de andar cerca.
Fuera, ve una sombra, una figura vestida de negro que parece volar sobre la nieve. Se dirige de regreso a la casa.
Camina torpemente tras ella, mientras la nieve cae a cámara lenta. Todo el cielo llora por Gray, vestido de gris en su honor.
A Lily le arden los pulmones. Redujo sus visitas al gimnasio durante las doce primeras semanas del embarazo y ahora lleva una bañera con bebé dentro de ella, y se nota. La figura se detiene y mira hacia atrás. Luego gira hacia el laberinto.
Sabe que ella no es capaz de entrar allí. La conoce. Y Lily tiene demasiado frío para saber si eso duele más o menos. Esa persona no es ningún desconocido o, si lo es, lo ha estado escuchando todo.
En la entrada del laberinto, Lily se detiene. Con las manos en jarras, intenta recobrar el aliento. Escucha a la figura caminando a través de la nieve. Si permanece ahí, en algún momento tendrá que regresar y pasar junto a ella al salir. Aunque también podría escalar por unos de los setos y escapar por un flanco. Lily conoce ese lugar mejor que nadie. Tiene que entrar.
Pero no puede. Está paralizada. Otra vez. Si sigue inmóvil, el asesino de Gray escapará. Y ella será la cobarde que cree Sara.
Se agacha, coge un puñado de nieve y se la presiona contra la cara. La quemadura le dispara la adrenalina otra vez y entra en el laberinto. Con el máximo sigilo del que es capaz, avanza tras la figura. No tiene ni idea de qué hará cuando le dé alcance. Solo necesita saber quién es, confirmar que es Sara. Los setos se elevan hacia el cielo a su alrededor. Pero no regresará.
Incluso con las botas de Tom calzadas, sus pies reconocen el camino por el laberinto. Al doblar una esquina, una avalancha de recuerdos se precipita sobre ella. Las paredes cerrándose cuando encontró a su madre. El crujido de las ramas bajo sus pies cuando salió corriendo.
Avanza más rápido, intentando dejar atrás sus recuerdos. Dobla de repente a la izquierda y se detiene. Respiración superficial. A un seto de distancia.
Lily avanza tres pasos y se vuelve para mirar cara a cara al desconocido. La figura de negro alarga los brazos, con la capucha puesta y el rostro oculto tras una malla. Por un momento, Lily tiene la sensación de que es un fantasma, o la Muerte. Luego la figura la empuja con ambas manos. Lily retrocede, tambaleándose, y choca contra el seto. Tropieza con una raíz oculta y aterriza en el suelo, agarrándose a las ramas con los dedos recubiertos de nieve.
La figura se lanza encima de ella. Salta sobre el pie de Lily, con todo su peso. Y vuelve a saltar.
Lily grita. Siente el tobillo como al rojo vivo, ardiendo entre la nieve. La figura negra se aleja corriendo por el pasadizo. Lily se recuesta en una almohada de nieve.
Ha fallado. Otra vez. ¿Cómo va a ser una buena madre cuando se ha puesto a ella misma y a su hija en peligro, cuando intenta ayudar y solo consigue empeorar las cosas? De no ser por ella, Gray seguiría vivo. Y quizá también Ronnie. Philippa sabía algo. No tiene ninguna posibilidad de arrebatarle la casa a Sara. De hecho, ni siquiera la tiene de llegar viva al final del juego.
La nieve cae rápidamente y cubre a Lily con un pesado manto. Podría rendirse. Dicen que la hipotermia es una de las muertes más dulces. Tienes tanto frío que sientes un golpe de calor cuando la sangre se retira a tus órganos vitales. En un momento dado, entras en una especie de adormecimiento blanco, y ya no te despiertas. El sueño alarga sus brazos hacia ella, y le gustaría dejarse abrazar…
Pero entonces la Habichuela revolotea en su interior.
Lily se arrastra hacia delante e intenta aferrarse a una raíz o a lo que sea que le ayude a ponerse en pie. Su mano se cierra sobre algo duro. Lo agarra, pero se le resbala. Levanta la mano de la nieve. Mira la palma de su guante.
En el centro está la llave. Aún tiene una oportunidad.
Se agarra al seto y tira con fuerza hasta lograr ponerse en pie. Puñados de hojas verdes caen sobre el suelo nevado. El tobillo le grita. Se agacha y se rellena de nieve las botas. Eso contendrá la hinchazón y acallará el dolor abrasador.
Cuando consigue salir del laberinto, tiene la sensación de desembarazarse de un peso conforme sus recuerdos vuelven a escabullirse entre las paredes. Agarra la rama que utilizaron para atacar a Tom y se la coloca bajo la axila. Lo que fue un arma ahora le sirve de muleta.
Lentamente avanza hacia el huerto. Al pasar junto al jardín de rosas, siente una necesidad apremiante de tumbarse en el banco acolchado por la nieve y dormir como un caracol hasta la primavera.
—¡Lily! —grita Tom. Sus pasos resuenan en la terraza mientras corre hacia la pared. Allí está. Baja corriendo las escaleras, casi resbalando en un banco de nieve. En cuestión de segundos está junto a ella, pasándole el brazo a su alrededor, sosteniendo su peso—. ¿Qué ha pasado? —le pregunta.
Lily ve un destello del cuerpo de Gray yaciendo en las losas lapidarias.
Quiere explicárselo a Tom, pero primero debería decírselo a Sara, si es que no lo sabe ya.
—He perseguido a una figura por el laberinto —dice Lily—. La que intentó atacarme. La he pillado, pero me ha saltado sobre el tobillo y la he perdido.
—Oh, Lily —se lamenta Tom con un nudo en la garganta—. Lo siento mucho.
—Al menos he entrado —dice Lily.
—¿¡Qué!? ¿Has entrado?
Lily asiente. Se esfuerza por sonreír.
—¡Eso es «dé-da-lo» más maravilloso!
Lily se ríe de su juego de palabras, pero su barrabasada y su familiaridad la reconfortan.
Abrazada a Tom, poco a poco suben a la terraza. Sara sale corriendo por las puertas acristaladas. Se abraza a sí misma para protegerse del frío.
—¿Habéis visto a Gray? —pregunta, oteando el terreno.
—¡Pero cómo puedes ser tan egocéntrica! —le dice Tom—. ¿Es que no ves que a Lily le ha pasado algo?
Mira fijamente a Lily un instante. Frunce el ceño.
—¿Qué te pasa?
—Como si no lo supieras… —musita Tom.
—¿Cómo dices? —le espeta Sara.
—Han atacado a Lily. Y no me imagino a mí ni a Gray haciéndole esto a nadie.
Sara se lleva las manos a la cintura.
—No me estarás acusando de asesinato, ¿verdad? Porque eso es difamación.
—Calumnia —la corrige Lily sin poder reprimirse, como si los lazos del corsé que contiene su boca se estuvieran deshaciendo.
Sara se vuelve para mirarla.
—¿De qué hablas?
—Nada, no importa —dice Lily—. Sara, lo siento mucho, pero…
—Se refiere a que es difamación si es por escrito —le explica Tom— y calumnia si es verbal. Así que te he calumniado. Aunque, si lo presentaras ante un juicio, tendrías que demostrar que no eres una asesina.
Sara da un paso al frente hasta situarse a dos centímetros de la cara de Tom.
—¿Podemos dejar todo esto y entrar? —pregunta Lily—. Tengo que decirle algo a Sara.
El grito de Sara reverbera en toda la casa. Desde el salón, el reloj de la abuela da la hora como si se sumara a su lamento.
—¡Gray no! —grita—. No puede ser.
Sigue sacudiendo la cabeza, como si eso pudiera detener el horror. Pero nada puede.
Tom parece casi tan consternado como Sara.
—Tiene que haber alguien más —dice—. La señora Castle estaba en la cocina y yo estaba aquí con Sara, así que ella no ha podido ser. Además, nunca le haría algo así a Gray.
Sara se dirige al vestíbulo y se echa por encima el abrigo.
—No me lo creo —insiste—. Tienen que ser imaginaciones tuyas. Te lo demostraré.
Va corriendo a la cocina, seguida por Tom, y con Lily cojeando detrás de los dos, agarrándose a las paredes.
Sara abre la puerta que da al huerto y otra ráfaga de aire frío atraviesa la casa.
—Voy contigo —se ofrece Tom, que intenta rodear con el brazo a Sara.
—¡No! —grita ella, apartándolo de un empujón.
Lily le posa una mano en el brazo.
—Pero ¿y si hay alguien ahí fuera? No deberíamos quedarnos solos.
—Apartaos de mí y de Gray. ¡Los dos! Y no me sigáis.
Sale dando traspiés y Tom permanece indeciso en el umbral.
—¿Qué hago? —pregunta, con los ojos como platos. Parece un niño pequeño.
—Tenemos que respetar sus deseos —dice Lily—. Y estaremos aquí para ayudarla cuando regrese.
—¿Estás segura? —Tom mira hacia fuera, siguiendo con la vista a Sara.
—Ya no estoy segura de nada —responde Lily.
—He estado pensando —dice Tom, cuando tanto Lily como él se han puesto ropa seca. Están tomando una taza de té en el invernadero. Es el mejor lugar para vigilar a Sara cuando regrese—. Pongamos que detrás de todo esto haya algún extraño; tenemos que averiguar de quién se trata.
Lily afirma con la cabeza. Ella ha llegado a la misma conclusión.
—Pero ¿quién podría tener un motivo? Si es por la casa, y tiene que serlo, las únicas personas que pueden heredarla estamos, o estábamos, aquí. ¿O crees acaso que los gatos han contratado a la señora Castle para que termine con todos nosotros y quedarse con la casa?
—No sé, yo pensaba más bien en un humano. Un humano en concreto —apunta Tom, que evita los ojos de Lily y clava la mirada en la estufa de leña.
—¿Quién?
—¿Y si tu madre hubiera estado casada con tu padre sin que nosotros lo supiéramos?
—Yo no tengo padre —responde Lily, sin alterar el tono de voz.
—Lo siento, pero, técnicamente, biológicamente, sí que lo tienes. ¿Y si quisiera reclamar la casa?
—Isabelle lo sabría, ¿no crees? —pregunta Lily. Nota los destellos de ansiedad en su propia voz.
Tom asiente despacio.
—Sí, seguramente tengas razón. Se me ocurre otro motivo para que sea un extraño. Y tampoco te va a gustar. —Mira hacia el vientre encorsetado de Lily—. Quienquiera que sea el asesino, es evidente que no sabe que llevas una pasajera a bordo. De lo contrario, a estas alturas ambas estaríais muertas.
Al instante Lily se lleva una mano al vientre.
—Me han atacado dos veces.
—Pero la primera vez te salvaron y la segunda saltaron sobre tu pierna… y eso no puede considerarse un ataque mortal…
Lily afirma con la cabeza. Es verdad. ¿Por qué matar a Gray y no a ella?
—Eso incluso podría respaldar la teoría de que es tu padre. Quiere la casa Arcana, pero no quiere matarte. —Los ojos de Tom se iluminan al decirlo, mientras su cerebro establece las conexiones—. Es posible que tu padre incluso te salvara de su cómplice.
—Entonces, ¿ahora hay dos asesinos? —Lily levanta las cejas a toda la altura de su escepticismo.
—Sí —responde Tom—. Quizá me esté dejando llevar… Solo busco respuestas.
—Yo también. Por eso vine aquí.
Pero Tom no la escucha.
—¿Y si el motivo no es financiero? ¿Y si es la venganza?
—¿Venganza por qué?
—No lo sé. —Él se pone en pie y camina de un lado a otro—. Estoy intentando sortear un ataque de pánico. Es a ti a quien se te da bien resolver rompecabezas. Y a Gray. Pero tú eres la única… —No acaba la frase, y el final queda colgado en el aire.
Es la única que queda.
Una sensación de soledad permea la piel de Lily y le penetra hasta los huesos. Se vuelve hacia Tom.
—Tengo que enseñarte algo —le dice.
En la planta de arriba, en su dormitorio, Lily le explica a Tom el verdadero motivo por el que ha venido. Le muestra la carta de Liliana, le habla del abrigo y, tímidamente, le dice que cree que su madre no se suicidó.
Tom suspira.
—Caramba —dice. Se frota la frente como si eso fuera a ayudarle a asimilar toda esa nueva información—. No sé qué sentir por ti. Me alegro de que te libres de la carga de responsabilidad que has llevado sobre los hombros todo este tiempo, pero también entiendo que estés enfadada porque te la arrebataran.
—Yo tampoco tengo claro aún cómo sentirme.
Se sientan con las piernas cruzadas en la alfombra, como cuando de niños jugaban a las cartas. Con la diferencia de que esta vez intercambian imágenes de cintas amarillas con topos rojos. Lily se reserva la del accidente de coche. Tom no necesita ver un primer plano del lugar donde murieron sus padres.
—¿Qué se supone que tengo que mirar? —pregunta Tom.
—Esa es la cinta de mi madre —explica Lily, señalando a las fotografías en las que se la ve usarla para recogerse el pelo—. Por algún motivo, Liliana quería que le prestara atención. La utilizó para decorar las galletitas explosivas navideñas y también para envolver los regalos en los que estaban las pistas.
—¿Y? —pregunta Tom.
Lily hace una pausa, preguntándose cómo formular la parte siguiente antes de decir:
—Y hallaron esa misma cinta en el coche en el que fallecieron tu padre y tu madre.
Tom palidece. Se agarra las rodillas con las manos. La mira.
—No entiendo qué significa nada de esto —dice.
—Yo tampoco.
Está a punto de mostrarle el informe del forense, pero se frena. Podría entender que le está sugiriendo que el padre de él mató a la madre de ella. Y eso cambiaría la relación entre los dos para siempre… si no la ha cambiado ya.