Hay lugares de los que uno nunca regresa del todo. De los que no es posible volver intacto. De los que no es posible salir ileso. De alguna manera, una parte de nosotros se queda para siempre en ellos.
A veces en esos lugares uno se libera de sus miedos. Otras veces son nuestras penas o nuestras inquietudes las que abandonamos allí. Pero hay lugares de los que uno regresa con la extraña sensación de que aquello que ha dejado atrás, en algún punto indeterminado del viaje, es un pedazo de su felicidad.
El poeta Félix Grande escribió: «Donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos, levantando / su muro fronterizo / contra el que la ilusión chocará estupefacta».
Siempre he pensado que estos versos contienen una verdad equivocada. Si hay algo que uno debe intentar hacer a toda costa es volver allí donde fue feliz. Porque en ocasiones es la única forma de recuperar esa pequeña parte de uno mismo que se quedó para siempre en aquel lugar. Esa parte que nos falta. Ese pedazo de felicidad que muchas veces, hasta que el azar nos golpea, ni siquiera somos conscientes de haber dejado atrás.
Manuel de Lorenzo, enero de 2019