Cuando Iker se despertó, sintió que el techo se le caía encima. No, que había un terremoto. Ostras, ¡que estaba en un crucero! Se estaban hundiendo.
—Eh, cálmate. —Mauro lo miraba con cara de pocos amigos—. Toca irse despertando.
Antes de que Iker comprendiese qué sucedía o por qué Mauro no estaba hecho una furia, como él mismo había estado soñando hasta hacía escasos minutos, este le tiró una botella de agua fría y un trozo de fruta. Ah, y un bollo cubierto de crema dentro de un plástico transparente.
—No he podido mangar nada más —le dijo y luego se sentó en el sofá para abrocharse los cordones de las zapatillas con más fuerza.
—¿Qué hora es?
Iker buscó el teléfono por toda la cama. Lo había dejado en algún sitio, estaba seguro... Sus ojos se posaron en la mesita de noche, donde se encontraba enchufado a la corriente. Mauro lo debía de haber puesto a cargar en algún momento.
—Casi la hora de irnos —dijo Mauro—. Dúchate y nos piramos. Al final son dos noches, lo que decía Andrés. Hemos preguntado y nada, que es lo que hay. Toca aguantarse. —Iker asintió con la cabeza, procesando deprisa todos esos datos—. Venga. Van a tener que devolverles el dinero a la gente que había cogido hoteles y todo eso... Estaba todo el mundo enfadado.
Mauro, mientras hablaba, le alentaba con las manos a que espabilara.
Pero bueno, ¿y a este qué le pasa?
No parecía enfadado, para sorpresa de Iker. Tendría todo el derecho del mundo. ¿O no? Iker aún notaba palpitaciones en lugares desconocidos hasta entonces para él y sí, era cierto eso de que olía a sexo. Había sido una noche para el recuerdo y, sin embargo..., había una incógnita que faltaba en toda esa ecuación.
La tenía justo enfrente, metiéndole prisa. Verle después de su ida de olla era como volver a casa. Era pisar terreno firme.
Sonrió.
—Vale, vale, ya voy.
Ya en la ducha, Iker se frotó por todos lados. No estaba enfadado, pero quería eliminar cualquier reminiscencia de Jaume y Rubén de su cuerpo. Como si ahora le molestara.
A diferencia de cuando había grabado aquella escena con Alesso, no había pensado en Mauro ni durante ni al terminar de correrse. No obstante, de alguna forma, sentía que le había fallado, que le había engañado. Ver a su amigo así, como si no pasara nada, casi que le dolía más. Era como si hubiera asumido esa posición tan incómoda en la que, al no ser nada, Iker podía hacer lo que quisiera... No cambiaba demasiado las cosas, ¿no? Al fin y al cabo, siempre lo hacía. Pero esa vez era distinto porque sabía que había cometido un error.
La experiencia le había encantado y también servido para darse cuenta de que una noche como la que había vivido estaba bien, pero que nada era intercambiable con lo que su corazón sentía de verdad.
Solo que... no sabía cuánto tiempo podría esperar.