El cliente estaba insistiendo. Se había vuelto un poco pesado, rozando lo obsesivo. Gael ya llevaba muchas horas de retraso respecto a lo pactado e inventarse más excusas sería estúpido a esas alturas. El estómago no paraba de gruñirle y no tenía claro si era porque necesitaba comer algo o porque realmente estaba nervioso por lo que fuera a pasar aquella noche. Había escrito a Oasis y este no le había respondido, lo que denotaba que estaba bastante cabreado. ¿Podría culparle? Se sentía horrible por hacerle sentir así.
Pero cuando se sentaron en el restaurante de comida rápida, una cadena bastante famosa allí en Grecia que hacía buenos souvlaki, por fin le respondió.
Hola, perdona
He estado pensando mucho...
Te dejo la dirección de mi hotel
Vienes esta noche?
Así podemos hablar
OK
Como algo y voy
Vale
Luego podemos salir
O no sé
Qué planes tienes?
Esto es un hotelazo que te cagas
Vamos viendo
Vale
Soltó un largo suspiro y volvió a conectar con sus amigos, que debatían sobre si pedir de manera individual o compartir. Parecía que la idea de Iker no había sido original, porque el resto de las mesas en esa callejuela estaba plagado de caras que Gael reconocía del crucero.
—A ver, es que son enormes —dijo Mauro, señalando una de las de al lado. Y la verdad es que lo era: la bandeja estaba a rebosar de comida—. Ese menú es el normal, no puede venir tanto y costar tan poco.
—¿No decíais que Mikonos era caro? —se burló Iker—. Hay que saber bien dónde ir.
Gael puso los ojos en blanco y se concentró en el menú. Se decidió por un souvlaki de pollo. Era una especie de kebab gigante que incluía otros tipos de salsas y patatas fritas. Sí, dentro del mejunje. La mezcla tenía la misma buena pinta que mala, así que sería su paladar quien daría el veredicto final.
—Entonces, nenas, ¿qué planes tenemos esta noche? Creo que podemos ir al crucero a dormir y todo eso, pero tenemos que avisar o no sé cómo va, no me termino de enterar —dijo Andrés.
Rocío se encogió de hombros.
—Lo que queráis. Nosotras no queremos liarnos demasiado porque tenemos un hotel precioso y mañana queremos disfrutar de la playa y la piscina. —Luego pasó a mostrarles fotos del lugar donde se hospedaba la pareja y dejó a todos con la boca abierta.
—Madre mía, chiquilla, pero ¿cuánto te han dado de finiquito? —Iker no daba crédito.
La comida llegó al poco rato y todos dictaminaron que estaba deliciosa, llena de calorías y muy guarra, de esta que te mancha hasta el tuétano, pero que volverían a comerlo sin ningún tipo de dudas.
Al llegar la cuenta, Gael supo que era el momento de despedirse. Le dolía tener que dividirse entre sus amigos y su chico. O lo que fuera que... Pff, menudo lío tenía encima. Y que Oasis le dijera que tenían que hablar... Eso siempre terminaba mal. Así que, nervioso, se despidió de sus amigos.
—No sé si nos veremos en la noche, yo les escribo —se disculpó antes de marchar calle abajo. Pediría un taxi y ya, el primero que pasara, para verse con Oasis.
Hola. Soy Gael
Disculpe, finalmente no podré ir
Me ha surgido un imprevisto
Siento avisar así
Un saludo
La foto de WhatsApp del cliente desapareció. Le había bloqueado y, con él, Gael perdía varios miles de euros. Al sentarse en el taxi, dejó escapar una lágrima pensando en su madre y todo lo que había dejado atrás, lo duro que era gestionar tantas emociones negativas y nadar contra corriente de forma continuada. Sin embargo, al apearse del coche y ver el hotelazo de gama alta donde Oasis se hospedaba, se le pasó un poquito.
El simple hecho de volver a verle después de tantas horas ya era suficiente para que su felicidad remontara.
Las indicaciones no eran demasiado claras. Le había costado acceder al hall principal y ubicarse. El hotel era más grande de lo que parecía desde fuera, pues parte de él estaba incrustado en las rocas. Caminó y subió escaleras hasta la suite de Oasis, la que le habían dado por la colaboración. ¿A cambio? Una foto desde la terraza y un par de historias mencionando al hotel. Nada más. Gael pensó que era poco para el lujo que había allí encerrado, aunque a decir verdad los seguidores del influencer se contaban por centenas de miles.
Una vez el colombiano llegó a la habitación, llamó a la puerta. No había nadie que le respondiera al otro lado.
Oiga
Estoy en la puerta
Me abre?
Nada, solo un tic gris.
???
Ole
??
?
¿Dónde narices se había metido Oasis? Intentó empujar la puerta —aunque dudaba que sirviera de algo debido a la seguridad que parecía haber en aquel lugar— y, para su sorpresa, no estaba cerrada del todo, sino encajada, por lo que terminó por abrirse sin problemas.
Contempló la habitación con la boca abierta, pero no se fijó en los detalles.
Solo en una cosa.
Sobre la cama había varios folios de color naranja. Era imposible no verlos; todo era blanco impoluto y azul, así que el color destacaba. Además, alrededor de los papeles había rosas rojas que impidieron que pudiera apartar la vista.
Gael se acercó con lentitud y vio que era la letra de Oasis. Empezó a leer aquella carta de pie y tuvo que tomar asiento enseguida. Le temblaban las piernas. Había empezado a ver borroso. Unas lágrimas cayeron sobre las letras. En su vida había llorado tanto.
Y cuando alzó la cabeza...