No podían parar. En el crucero había sido algo precavido con no pasarse de la raya y pedir demasiada comida o bebida que no entraran en la tarjeta de mierda, pero esa noche...
Al parecer, Rocío estaba celebrando. Según ella:
—Pronto lo sabréis.
Esa aura de misterio —y alegría a rebosar— parecía ser la razón de la borrachera épica de Andrés aquella noche. Y de las chicas, desde luego. Porque Rocío no dejaba de invitar ronda tras ronda. En el fondo, Andrés veía cómo ni la misma Rocío sabía a lo que se refería y que solo buscaba una excusa barata para emborracharse como si estuviera en las fiestas del pueblo.
—Hay dinero de sobra. Me siento la Lomana —bromeó una de las veces después de que le cobraran una cantidad desorbitada de dinero por tres copas.
—Pero se pasan —dijo Andrés, haciendo referencia a los precios.
—Solo se vive una vez. Solo se viene a Mikonos una vez.
—Hombre, siempre se puede repetir —contraatacó Blanca con los ojos entrecerrados. Pese a no haberse negado a ni una de las bebidas que su novia había pedido, no estaba demasiado de acuerdo con que gastara tantísimo dinero. Y ya empezaba a arrastrar las palabras.
Rocío negó con la cabeza, muy segura e impasible ante el gesto de su chica.
—No, pero solo se viene una vez con nuestros amigos, que están en un crucero que se llama Rainbow Sea. —Luego estalló en carcajadas—. Dejadme ser feliz, guapas.
—Arg. —Blanca hizo un gesto de desagrado, cogió su copa y se marchó con Mauro, que desde que había ido al baño con Iker no se habían separado ni un segundo.
—¿Va todo bien? —preguntó Andrés.
—Sí, no te preocupes. A ver, es que le dije que el plan era más estar nosotras solas y todo eso... De todas formas, cuando os piréis, nosotras nos quedamos. Estaremos una semanita en total. Hoy me apetece un mamoneo, a ver si no voy a poder echarme unas copitas.
—Ya, pues sí. Ella me cae genial, ¿eh?, pero no es tan fiestera.
Rocío soltó un suspiro lastimero.
—Ni tiene que serlo tampoco. Si la mayoría de las veces que me invitáis a cualquier tontería de las vuestras, paso de ir.
—Eso es porque eres homófoba, guapa —bromeó Andrés.
—Eres gilipollas. —Rocío elevó una comisura de la boca en señal de desagrado, luego cambió de expresión a una más relajada—. Nah, prefiero una peli, un dürüm y a sobar.
—También es buen plan. Pero bueno, ¿seguro que estáis bien? O sea, ¿no se va a enfadar?
—Qué va. Luego se le pasa enseguida. El problema de Blanca es que siempre se amarga de más porque piensa en lo peor, entonces ahora seguramente estará dándole vueltas a lo cansada que va a estar mañana o a que no ha traído suficientes ibuprofenos para el dolor de regla que le vendrá en cuatro días. Ella es así. —Se encogió de hombros—. Pero de repente, le cambia el chip y es el alma de la fiesta, te lo digo.
— Guay.
A Andrés le había gustado ese pequeño momento confesiones con Rocío, así que con la conversación ya arrancada, se dirigieron a sentarse en el poyete de nuevo, pues la gente que se encontraba de pie actuaba como barrera humana ante el sonido y el agua que salpicaba refrescaba un poquito. Rocío se empezaba a liar un cigarro cuando le preguntó a Andrés sobre su novela.
—Tampoco me he enterado mucho, solo que estabas ahí a tope, nena —añadió.
—Nada, está terminada. Darle un par de vueltas y poco más.
¿Debía contarle el desliz con su exjefe? Solo se lo había contado a Mauro... Rocío seguro que no le juzgaba. ¿No? Lo terrible de los secretos era no acertar con quién compartirlos.
—Pero bueno, que creo que está maldita —dijo Andrés mirando al suelo.
—¿Y eso? Normalmente cuando dicen eso de una película es que se mueren todos, o sea, espero que no gafes lo que queda de crucero y terminéis moñecos en el fondo del mar. Que la Blanca ya tuvo un susto con eso.
Andrés se rio a carcajadas al recordarlo.
—No, qué va —dijo cuando se recuperó—. Hubo una movida, pero ya está solucionado, así que no vamos a remover el cajón de mierda. —Poco le apetecía sacar el tema de sus textos errados respecto a sus amigos—. Pero la otra movida ha sido con mi exjefe. Editor. De una editorial.
—Ya sé lo que es un editor —respondió Rocío al tiempo que ponía los ojos en blanco.
—Bueno, pues ese. Lucas.
—¿Y qué le pasa?
Andrés sopesó la información que quería desvelar. Hacerlo era un arte, la verdad. Así que al final soltó simplemente un:
—Está en el crucero.
Ante aquella revelación, Rocío abrió mucho los ojos y ahogó un grito.
—Qué me dices, tía. Me quedo guion.
—Mmm —asintió Andrés con la cabeza. Bebió de su copa para hacer tiempo y sentirse un poco más interesante—. Pues como lo oyes, chata. Yo flipando, claro, pero es que... Pasaron cosas. O sea, no cosas cosas, sino a medias. ¿Me explico? Voy salpicando para que tú vayas...
—Sigues siendo igual de pesada con el sexo que antes. Habla claro —le dijo Rocío, picándole.
—Pues que casi follamos. —Andrés se lo dijo bajito, tapándose la boca para que nadie le leyera los labios.
Rocío ahora no solo abría los ojos, sino la boca también y cuando fue a hacer un gesto de sorpresa aún mayor, se echó demasiado para atrás. Tanto que empezó a escurrirse... hacia el otro lado. Andrés fue lo suficientemente rápido como para agarrarla de la mano, pero tenía el cigarro entre sus dedos, así que se quemó, se le cayó al suelo y Andrés chilló y empezó a resbalar... hacia el otro lado.
Como a cámara lenta, ambos se desplomaban hacia las rocas, directos al mar.
Por suerte, un hombre que pasaba por ahí se percató del problema y los agarró con fuerza a cada uno del brazo para tirar de ellos. Rocío tenía un mechón de pelo sobre el ojo y Andrés estaba blanco. Más de lo normal. Ya se veía empapado el resto de la noche. O bueno, a juzgar por el aspecto de aquellas piedras... Sin una pierna. Totalmente mutilado.
—Uf, mil gracias, casi me muero —le dijo Andrés a su rescatador.
El hombre que les había ayudado era nada más y nada menos que el mismísimo Lucas G. Murillo.
No me jodas... Esto no puede estar pasando.