—¿Entonces...?
Veían a sus amigos volver cargados con comida desde el agua. Desde el momento en el que se besaron, todo había fluido de una forma que Iker jamás se hubiera planteado que fuera posible. Tantas vueltas, idas y venidas le habían hecho dudar de muchas cosas... Pero ahora estaba más seguro que nunca, por eso no permitía que Mauro se alejara de su lado. Le daba igual cómo: entrelazando sus dedos con los suyos, agarrándolo por la cintura, volviendo a besarle.
Mauro por primera vez no parecía reacio ni quería escapar o echarse a llorar. Ahora su Maurito lo miraba sereno, consciente, como si su cabeza por fin lo estuviera comprendiendo todo.
—Entonces no sé —dijo este, abatido.
No hacía falta ponerle palabras, etiquetas o dar explicaciones. Pero Iker sí recordaba —a diferencia de Mauro— que la noche anterior las cosas habían ido volviendo a su cauce habitual, ese donde su energía se alineaba.
Iker había sentido tantos, pero tantos celos. Toda la noche tratando de que aquel chico griego no se pasara ni intentara besar a Mauro. Se sintió un poco idiota y tóxico, estúpido. Se comportó como un adolescente en una película mala basada en cualquier libro donde se romantizaba el amor de ese tipo. Y sin embargo, Mauro estaba en su misma onda. Desde que hubieran ido al baño, no se habían separado. Algo también había hecho clic en su cabeza.
Había sido necesario firmar un acuerdo de paz, un punto y aparte, para que ambos se dieran cuenta de lo que de verdad querían. O necesitaban. Porque era lo que Iker sentía. Estaba harto de esconderse y sentirse humillado por, simplemente, sentir. ¿Y el tiempo perdido? ¿Lo imbécil que se sentía al haber tenido que perder una parte tan importante de su vida para centrarse de una vez?
Bueno, sin contar con el desliz de Jaume y Rubén... Tendría que ver cómo narices contárselo a Mauro, aunque supuso que ya se lo imaginaba de una forma u otra.
¿Ves? Esto es lo que no quieres.
Cállate, déjale vivir, hombre.
No sabe lo que quiere.
Sí. Sé lo que quiero.
—Seguimos como estamos. Primero tendremos que aclarar las cosas nosotros. No tiene por qué ser aquí. —Mauro sonaba, de nuevo, consciente y sereno, maduro.
Así que Iker asintió. No tenía nada más que aportar, porque era justo lo que había pensado en decir. Como si le hubiera robado las palabras de la punta de sus labios.
—Bueno, ¿y ahora cómo salimos del agua?
Mauro lo miró con el ceño fruncido y luego por encima de la superficie. Alzó la vista aguantándose la risa.
—No sé, pero yo tengo calzoncillos. ¡Adiós!
Y echó a correr hacia la orilla como alma que lleva el diablo.