Ya no había tensiones.
Bueno, sí.
Mauro sentía que todo su cuerpo se activaba con cada movimiento de Iker. Se fijaba en cada acción que este realizaba con nuevos ojos. Después de la escena de la ducha, cuando él había huido, después de haberle puesto límites... Ahora todo cobraba un nuevo sentido.
Siguieron con su rutina normal. Primero se duchó uno; después, el otro.
Justo antes de salir por la puerta, ya vestidos y oliendo a limpio, fue Iker quien se acercó a Mauro de nuevo para robarle un beso.
Y Mauro no quería separarse de sus labios nunca más.
Al cerrar la puerta tras ellos, todo desapareció. Seguían siendo los mejores amigos ante los ojos de los demás y, la verdad, es que ante los suyos también. ¿Qué eran? No lo habían hablado. ¿Qué serían? No se había aclarado.
¿Lo harían? De momento, Mauro estaba bastante seguro de que no. No quería agobiarse y tenían aún muchas cosas que hacer en la isla. Así que cada vez que Iker le rozaba la mano o le intentaba dar un beso —algo que incluso parecía extrañarle al propio Iker, pero que no podía evitar hacer—, Mauro soñaba con que durara eternamente.