A decir verdad, Andrés ni siquiera se reconocía. ¿Qué narices hacía ahí, en la habitación de un tío al que acababa de conocer, tan cachondo que se subía por las paredes?
Pues hijo, perder el miedo a la vida.
—¿Estás bien? —le preguntó Adonay, acercándose.
Andrés asintió con la cabeza. Realmente estaba sorprendido. La habitación era más grande que la que compartía con Gael, aunque parecía que por allí hubiera pasado un terremoto: la maleta abierta con toda la ropa fuera, botes de colonia en cada esquina, calcetines encima del pomo de la puerta del baño e incluso un par de botellas de agua aplastadas en el suelo a medio beber.
—Perdón por el desorden —se disculpó Ado—. Soy un poco caótico.
—Ya veo, ya —dijo Andrés intentando quitarle hierro al asunto, y no tuvo mucho tiempo de añadir nada más para tranquilizar a su ligue, porque este se abalanzó sobre él.
Se besaron de nuevo, como si ya fueran habituales. Sin embargo, al no estar ahora rodeados de gente, Andrés se sintió un poquito más liberado y fue él quien se lanzó a por algo más. Rodeó con sus brazos a Adonay, que soltó aire, quizá sorprendido, quizá excitado. Ahora su beso se había tornado más furioso, como si necesitara a Andrés, y las manos se entrelazaban como en una batalla por ver quién acariciaba más centímetros de piel.
—Vamos a la cama —le dijo Ado, su voz casi un ronroneo.
El colchón los recibió de golpe y rebotaron un poco. Rieron ante la situación, pero continuaron besándose. Sin parar. Andrés estaba tumbado sobre Adonay y notaba su erección en el ombligo, pugnando por escapar de su prisión. Sí, todo daba vueltas. ¿Y qué? Estaba disfrutando de una situación así por primera vez en su vida.
Andrés tenía miles de preguntas en la cabeza y ninguna respuesta. Se balanceaba entre la indecisión y la excitación, ambas incompatibles, cuando él solo quería dejarse llevar.
Comenzó a besarle el cuello y Ado gimió de placer.
—Cuidado, que me pongo muy tonto... —le advirtió este.
Andrés sonrió con malicia. Lo tenía muy cerca, sus labios prácticamente rozándose.
—Entonces sigo. —Las palabras salieron de la boca de Andrés con determinación, casi de forma instintiva. Continuó besando y lamiendo el cuello de Ado hasta que este comenzó a mover la cintura de forma más exagerada, como anhelando rozarse con el cuerpo de Andrés—. Venga, que te echo una mano.
El rubio paró y centró su mirada en la de Adonay, que parecía rebosar de una excitación furiosa. Andrés se atrevió a levantarle un poco la camiseta, besarle el pecho y el estómago. Había pelo suave, músculos sin marcar, pero hacerlo era delicioso.
Cuando perdió el miedo a seguir bajando... lo hizo. Fue poco a poco, con la punta de la lengua fuera, lamiendo y mordisqueando allá donde pudiera. Ado respiraba fuerte. La mano de Andrés alcanzó su paquete turgente, tan duro como una piedra, a punto de escaparse de la cintura del pantalón. Solo sería moverlo medio centímetro para liberar el glande y comenzar a besarlo.
—¿Puedo? —preguntó, alzando la cabeza y lanzando de nuevo una sonrisa de medio lado.
Y...
Adonay se había quedado dormido.
—Oye —le insistió, moviéndole con fuerza. No hubo respuesta.
Mmm, ok.
—¡Oye! —Andrés puso los ojos en blanco.
Esto es increíble.
Molesto, se levantó de la cama. De reojo se vio en el espejo; su erección apretaba el pantalón y ahora que se daba cuenta, notaba el líquido preseminal en el calzoncillo. Joder, sí que estaba cachondo.
Suspiró y se llevó las manos a la cadera, contemplando la habitación y a Ado dormido, que ya empezaba a roncar ahí tirado, con la polla dura destacando en el centro.
—Surrealista —susurró Andrés. Y empezó a reírse de forma resignada, sin saber muy bien por qué. Si era el destino diciéndole que se alejara de los hombres, poco importaba, pues ya se había lanzado a dar un paso en la dirección correcta: una sin miedos y con amor propio. Y por qué no, también sexo. Sentía que Efrén le había arrebatado también esa parte de quererse a uno mismo a través de la sexualidad y había quedado claro que no, que era capaz de recuperarse de eso y de mucho más—. Pues nada, rey —le dijo a la nada—. Me voy a ir.
Como era de esperar, Adonay no respondió. De hecho, su respuesta consistió en un ronquido más fuerte.
Andrés pensó en dejarle su número de teléfono o alguna de esas cosas de película romántica, pero se verían en el crucero a la hora del desayuno con cara de no haber dormido y unas legañas enormes. Así que si el destino quería que terminaran lo que habían empezado, acabaría sucediendo.
Por el momento, Andrés se marchó, cerrando la puerta con delicadeza y sintiéndose extrañamente tranquilo.
Se había demostrado a sí mismo que podía recuperarse de todo.