Mauro no quería pensar en Iker en la habitación, ni en ese chico tan atractivo que le había esperado en la puerta. Tratando de evitar encontrarse con él —y también porque el vómito de Héctor parecía radiactivo y no salía ni a tiros—, estuvo en la ducha aproximadamente media hora.
Claro que el pedo había desaparecido tal y como había venido: de golpe y porrazo.
Así que cuando salió, algo renovado por el chute de energía del agua fría, se dirigió hacia la fiesta. Las luces y la música seguían exactamente igual que como las había dejado, sin demasiados cambios. Esperó cruzarse con Iker, quería saber cómo se encontraba, aunque terminó por no darse de bruces con nadie.
Ninguno de sus amigos parecía estar ahí.
Después de pedirse una nueva copa se dirigió hacia una de las barandillas. Quería tomársela tranquilamente, contemplando el mar oscuro, sintiendo la brisa en la cara. Había mucho en lo que pensar, también mucho de lo que preocuparse y, sin embargo, en aquel momento lo único que no abandonaba su mente era el vómito de Héctor sobre su ropa.