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Rocío

copas

La librería ya no era lo mismo. Sin Mauro, los días eran rutinarios, cansados y absurdos. A eso había que sumarle su cada vez más gélida relación con Javi, el cual parecía haber caminado hacia nuevas amistades y jamás se había disculpado por sus comentarios gordófobos. Había cosas imperdonables, y esa era una de ellas. La postura que Rocío tomó en su momento se había mantenido inamovible. Lo seguiría siendo incluso si Javi se disculpase, pero como no iba a pasar...

Sin embargo, Mauro y Javi estaban en el mismo crucero: el Rainbow Sea. La experiencia no era del todo del agrado de Rocío —quizá solo irían a ver las drags internacionales que actuaban o a Chanel Terrero, que después del #Chanelazo de Eurovisión se había convertido en su fan número uno— y, honestamente, alguien tenía que quedarse en la librería... Aunque en agosto, ¿quién cojones se quedaba en Madrid?

Pregunta trampa. La respuesta era: ni un alma. De hecho, miró por la ventana y vio un total de cero unidades de personas paseando por calle. No solo era el calor, sino la necesidad de huir de la capital, que moría, y disfrutar de ciudades de playa o turismo en cualquier otro lado que no fueran las mismas calles de siempre.

Rocío suspiró mientras revisaba facturas, aburrida. Ni siquiera era su trabajo, pues era el jefe quien debería encargarse de ello, pero ¿dónde estaba? En efecto, disfrutando de unos días de vuelta y vuelta al sol y música en uno de los miles de festivales que había ese año. Si su verano iba a consistir en eso, en encerrarse en una librería sin clientes y hacer trabajo de oficina que no le correspondía, podría afirmar con total seguridad que sería el peor de toda su existencia.

Pensó en Blanca: en sus fracasos, sueños frustrados... Alejarse del pueblo y vivir una nueva vida. La estaba comenzando ahora, de hecho, y sentía un poco de envidia de verla emocionada con las cosas que a Rocío hacía tiempo habían dejado de emocionar. Eso sí, estaban en un punto inmejorable de la relación, ahora sí, por fin, pero ¿dónde quedaba ella? ¿Cuál era su futuro? ¿Desde cuándo la rutina y el aburrimiento habían pasado a formar parte de su vida diaria? Ella no era así. Se había dejado comer por la gran ciudad y su necesidad de sobrevivir y no vivir. Así que se estaba empezando a cansar de ser paciente y ahorrar cuatro duros al mes para buscarse algo mejor, porque ese momento parecía no llegar nunca.

A veces se sentía asfixiada.

Hoy era uno de esos días.